Para la economía clásica la mano misteriosa del mercado estaba basada en la eficiencia del decisor individual. Se lo postulaba como miembro de la especie Homo æconomicus, hombre económicamente racional. Los modelos del comportamiento microeconómico postulaban competencia perfecta e información transparente. El mercado era perfecto porque el átomo que lo componía, el decisor individual, era perfecto. La propiedad del conjunto estaba presente en el componente.
En cambio, la más moderna y poderosa corriente del pensamiento científico en general, y del pensamiento social en particular, ha debido admitir esta realidad de los sistemas complejos: que éstos—el clima, la ecología, el sistema nervioso, la corteza terrestre, la sociedad—exhiben en su conjunto «propiedades emergentes» a pesar de que estas mismas propiedades no se hallen en sus componentes individuales. En ilustración de Ilya Prigogine, Premio Nóbel de Química: si ante un ejército de hormigas que se desplaza por una pared, uno fija la atención en cualquier hormiga elegida al azar, podrá notar que la hormiga en cuestión despliega un comportamiento verdaderamente errático. El pequeño insecto se dirigirá hacia adelante, luego se detendrá, dará una vuelta, se comunicará con una vecina, tornará a darse vuelta, etcétera. Pero el conjunto de las hormigas tendrá una dirección claramente definida. Como lo ponen técnicamente Gregoire Nicolis y el mismo Ilya Prigogine en Exploring Complexity (Freeman, 1989): «Lo que es más sorprendente en muchas sociedades de insectos es la existencia de dos escalas: una a nivel del individuo y otra a nivel de la sociedad como conjunto donde, a pesar de la ineficiencia e impredecibilidad de los individuos, se desarrollan patrones coherentes característicos de la especie a la escala de toda la colonia». Hoy en día no es necesario suponer la racionalidad individual para postular la racionalidad del conjunto: el mercado es un mecanismo eficiente independientemente y por encima de la lógica de las decisiones individuales.
Es esta característica natural de los sistemas complejos el más poderoso fundamento de la democracia y el mercado. A pesar de la imperfección política de los ciudadanos concretos, la democracia sabe encontrar el bien común mejor que otras formas de gobierno; a pesar de la imperfección económica de los consumidores el mercado es preferible como distribuidor social.
Y esto lo llega a entender el pensamiento de izquierda.
John Haldane, fallecido en 1964, fue un notable científico de Inglaterra, biólogo, genetista, pero también el editor del periódico del Partido Comunista de Inglaterra (The Daily Worker). Esto último no le impidió advertir en un certero trabajo sobre el tamaño adecuado de las cosas, que las estructuras preconizadas por el socialismo no podrían funcionar en países del tamaño de los Estados Unidos o de Rusia: «Y así como hay un tamaño óptimo para cada animal, así también es cierto eso para cada institución humana… Para el biólogo el problema del socialismo consiste mayormente en un problema de tamaño. Los socialistas extremos desean manejar cada país como si se tratase de una empresa única. No creo que Henry Ford encontrase mucha dificultad en administrar Andorra o Luxemburgo sobre bases socialistas. Se puede pensar que un sindicato de Fords, si pudiésemos encontrarlos, haría que Bélgica Ltd. o Dinamarca Inc. fuesen rentables. Pero mientras la nacionalización de ciertas industrias es una obvia posibilidad en los más grandes entre los estados, no me es más fácil imaginar un Imperio Británico o unos Estados Unidos completamente socializados, que un elefante que diera saltos mortales o un hipopótamo que saltara sobre una cerca». (J.B.S. Haldane, On Being the Right Size, en Gateway to the Great Books, en edición de la Enciclopedia Británica.)
Somos enjambre humano. De nosotros como mercado, de nosotros como democracia, surge orden, sin necesidad de que una autoridad general nos lo imponga.
Kevin Kelly refiere (en Out of Control, Perseus Books, 1994) la experiencia de 5.000 personas en un gran auditorio. A esta cantidad de gente se pidió dividirse en dos mitades y se le advirtió que 2.500 miembros del público manejarían una sola raqueta (digital) de ping pong contra los otros 2.500 asistentes que manejarían entre todos la suya. (A cada asistente se había repartido previamente una cartulina cuadrada, uno de cuyos lados era verde y el otro rojo. Dos cámaras de televisión cubrían ambos lados del salón, dividido por un pasillo central. Cada una registraba las proporciones de verde y rojo en la mitad correspondiente. Verde significaba subir la raqueta, rojo bajarla. Computadores acoplados a las cámaras de televisión agregaban el color y remitían la instrucción promediada a cada raqueta. Los circunstantes podían ver el curso del juego en una gran pantalla al centro del proscenio. Sin el más mínimo ensayo previo, sin que la voz de un capitán gritase verde o rojo, dos millares y medio de cerebros independientes creaban la decisión correcta y enviaban la raqueta a la altura necesaria para encontrar la pelota. Cinco mil personas jugaron así un razonable juego de ping pong, y siguieron haciéndolo a pesar de que se aumentara la velocidad de la pelota.
No contentos con eso emprendieron luego un más difícil ejercicio que se les propuso. Ahora gobernarían un avión electrónicamente simulado para aterrizarlo. El lado derecho de la sala—2.500 personas—gobernaría la altitud del avión; otro tanto, del lado izquierdo, determinaría la dirección. Verde arriba, rojo abajo. Verde estribor, rojo babor. Y cinco mil personas asumían la delicada tarea y en la primera aproximación, sin que ni una voz lo advirtiese, sentían que el avión se estrellaría y de repente el avión ascendía y daba vuelta, abortando el aterrizaje, para intentarlo otra vez hasta lograrlo.
En ese enjambre humano, sin dirección central, las decisiones del conjunto eran correctas.
Eso hace el mercado. La mejor oportunidad que tiene la justicia social es el mercado. En el bazar planetario que ahora se gesta en la globalización, será factible, con el tiempo, normalizar la distribución mundial de la riqueza a través del mercado.
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