La alocución presidencial por cadena nacional de radio y televisión del 3 de junio de 2004 no fue improvisada. No fue preparada ayer. No estuvo lista hace una semana. Tan estudiadas fueron su trama, su coreografía, su escenografía y utilería, su juego de cámaras; tan inteligente su trabazón y tan eficaces sus metáforas, que puso de manifiesto que hace ya un buen tiempo que Chávez había decidido enfrentar a la oposición en el referendo revocatorio. Esta vez echó mano de todos los símbolos y las asociaciones: Jesús de Nazaret, Bolívar, Sucre, Zamora, Florentino. Y tomó el desafío para pelear y vencer, en un referendo previo al 19 de agosto. El truco de rebasar la fecha y dejar un testaferro por el resto del período no será empleado. Sería fácilmente interpretado como signo de debilidad.
El gran nomenclador de la comarca, el inventor de las etiquetas quinta república, constitución moribunda, constituyente originaria, bicha, millardito, planillas planas y otras más; el titular de las franquicias de Bolívar, Sucre, Zamora, Robinson, Ribas y otras, ya le puso nombre a la contienda: la Batalla de Santa Inés.
Pasó facturas. Presentó al cobro la inclusión del referendo revocatorio en la Constitución, por supuesto. Pero no sólo eso. Por la aceptación de la suficiencia de las firmas y la convocatoria al referendo cobra el acatamiento al árbitro, el respeto al Tribunal Supremo de Justicia, la Asamblea, la Fiscalía, etcétera. «¿Se fijan que no soy ningún tirano? ¿Se fijan que sí hay que confiar en las instituciones?»
Eso sí. Se trajo a la oposición boqueando a los reparos, asediada, atacada. Se le reconoció un poquito por encima de lo estrictamente necesario, para fundamentar una lapidaria afirmación: que la oposición habría, en realidad, demostrado ser una minoría. Que después de largos meses de contar con la inmensa mayoría de los medios a favor del revocatorio, apenas había logrado convocarlo con un millón trescientos mil firmas menos que los votos que le eligieron en 2000.
Esta vez no se trató de un discurso interminable, farragoso, vagabundo. Estuvo perfectamente medido para que culminara a tiempo de liberar los receptores para las telenovelas. La alocución fue preparada hace mucho tiempo. La oposición tendrá que presentar la batalla que Chávez, una vez más, quiso. El meticuloso guión así lo delata.
Entretanto, salpicamos con algo de sal y pimienta. Ataques con tiros a la alcaldía de Peña; amenazas a El Nacional, Primicia, RCTV; vehículos de Coca-Cola y Polar destrozados; Rafael Marín fuertemente lesionado. Todo ante los ojos tolerantes de piquetes de la Guardia Nacional. Es que, claro, el pueblo también se indigna. Es explicable. Dígame con estos difuntos que aparecieron firmando, en un nuevo intento de fraude. Imagínense lo que se le ocurriría indignarse si se pretendiera revocarle fraudulentamente el mandato al Presidente.
¿Qué va a hacer la oposición? El New York Times ha recordado ayer: «Una de las principales encuestadoras del país, Alfredo Keller & Asociados, reportó en abril que Chávez pudiera ganar por poco margen el revocatorio. Con votantes desencantados y una oposición fracturada, la encuestadora dijo que el Sr. Chávez recogería el apoyo de 35% de los votantes registrados, mientras que 31% votaría en su contra y el resto se abstendría».
La oposición tiene que cumplir con dos requisitos: uno del pasado, uno de futuro a corto plazo. Tiene que obtener más de tres millones setecientos cincuenta mil votos que aproximadamente Chávez obtuvo en 2000, pero tiene que obtener, además, mayor votación que los que voten a favor de Chávez. El escenario de Keller sería el siguiente: 34% de abstención, o unos 4 millones de Electores; 31% a favor de revocar el mandato, prácticamente suficiente para superar escasamente la votación de Chávez en 2000; 35% en contra de revocar el mandato, o unos 4 millones doscientos mil Electores. Es decir, que tal vez se alcanzaría la cota mínima pero Chávez sería ratificado, relegitimado, atornillado.
¿Será el general Mendoza quien pueda derrotar al general Hugo Florentino Chávez Zamora? Keller sabía en junio de 1998 que Salas Römer no sería capaz de batir a Chávez. ¿Qué sabrá hoy Keller, a exactamente seis años de ese acierto olfatorio? ¿Tendrá a su disposición Mendoza las huestes disciplinadas en medio de unas elecciones regionales y municipales, coincidentes con la eclosión de las apetencias presidenciales y la práctica imposibilidad de obtener un candidato que no sea producto de arreglos cupulares antes del referendo? ¿Creerá una mayoría determinante que su vida será mejor con Mendoza que con Chávez?
¿Saldrá de los laboratorios estratégicos de la Coordinadora Democrática y sus distintos aliados una estrategia ganadora? Por de pronto tendrá que ser una estrategia que no caiga en la tentación de emplear, una vez más, la terminología de Hugo Chávez. No puede hacer ni siquiera alusión a Santa Inés. No puede dejar enmarcarse, como hasta ahora lo ha hecho, por Hugo Chávez Frías.
En su alocución del 3 de junio Chávez se exhibió, más que nunca antes, como estratega destacadamente talentoso. Pudiera decirse que se graduó de estadista, cuando se dio el lujo de felicitar a la oposición porque al comprometerse con el revocatorio, inventado por él, graciosamente incluido por él en la Constitución, había así derrotado «las bajas pasiones», había derrotado al golpismo.
La mera aceptación del referendo revocatorio es una legitimación democrática para Chávez. Debemos contar conque nos lo repetirá hasta la náusea. Y conque nos exigirá, hacia al árbitro que con tan obvia imparcialidad ha convocado el referendo, el acatamiento a su palabra y a sus máquinas, en las que, como se sabe, el gobierno ha invertido unos cuantos dólares.
Muchos más dólares tendrá Chávez a disposición para la campaña que él quiere entender como una nueva Batalla de Santa Inés—última referencia que hago a la tendenciosa etiqueta—a cuya cabeza se ha colocado pública y abiertamente, con un Consejo Nacional Electoral suyo pero relegitimado, una Asamblea en la que no hay riesgo de perder por revocación un solo diputado oficialista pero sí que la oposición disminuya, y un Tribunal Supremo de Justicia reforzado por tal vez trece nuevos magistrados de la causa.
Quienes estén en capacidad de asignar recursos financieros y comunicacionales a tal enfrentamiento y quieran salir de Chávez, harán bien en exigir, muy pero muy pronto, la presentación de las líneas principales de una estrategia convincentemente viable. O por la Coordinadora, o por quien sea capaz de concebirla. Un componente en esa estrategia será ineludible: la comunicación de una interpretación de la realidad, de la sociedad, del país, de su historia, que sepulte la de Chávez, que en su magistral alocución del 3 de junio expuso de modo tan coherente, tan consistente con toda su trayectoria y su incesante prédica. No será suficiente la mera negación de Chávez. Será preciso superarlo. Operativa y conceptualmente.
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