Cartas

Alea iacta est. La suerte está echada, en gran medida. Esto es, ya para estos momentos la mayoría de los Electores venezolanos tiene opinión formada y decisión hecha respecto de cómo votará en el referendo revocatorio. Las campañas argumentadas no les convencerán de cambiar de posición, especialmente en aquellos que desean revocar el mandato de Hugo Chávez. Ni que el gobierno gaste todo lo que le quede en la olla va a aumentar significativamente el caudal de votos a su favor. En cambio, un exceso de errores de parte del gobierno—como interrumpir el juego España-Grecia con una cadena groseramente sectaria—o uno verdaderamente mayúsculo pueden reforzar el rechazo en su contra.

Pero hay una sustanciosa minoría de Electores—alrededor de 40%—que al tiempo que repudia a Chávez igualmente deja de encontrar atractivo en la, hasta ahora, difusa propuesta de la Coordinadora Democrática. Algunos creen que a estos «Ni-Ni» les pasaría lo que al asno de Buridan: un pollino equidistante de dos pacas de pienso absolutamente idénticas, que al no encontrar razón de preferir una a la otra deja de escoger y se muere de hambre.

La conducta más probable en un «Ni-Ni» ante las máquinas de Smartmatic—»Vivomática» sería una traducción aproximada—sería la de pulsar el sí. Es demasiado el destrozo causado por Chávez y sus ayudantes, y demasiada su desvergüenza, como para querer cargar en la conciencia haber contribuido a prolongar su dominación. (Ayer dijo: «Yo no estoy en campaña; yo estoy gobernando el país». Él piensa, en efecto, que se gobierna un país, cuando lo que se gobierna es tan solo la conducta del Poder Ejecutivo Nacional. Su modelo político es uno de dominación. Pero nadie tiene derecho a dominar a un pueblo).

El problema, por tanto, consiste en llevar a ese «Ni-Ni» a votar. Porque la conducta más probable en un «Ni-Ni» es no acercarse a la máquina de votación. Es por tal razón que se ha identificado correctamente como objetivo estratégico la derrota de la abstención.

Y he aquí que pocas cosas pudieran reducir más eficazmente la abstención que la encarnación de la esperanza en una figura sucesora convincente. Por esto debe la Coordinadora Democrática facilitar un buen proceso de selección de una candidatura única ya.

No es verdad que abrir de una vez la discusión de la candidatura sucesoral pone en riesgo el resultado esperado del referendo revocatorio. Alea iacta est. Ni siquiera esa discusión cambiará significativamente las posiciones ya tomadas por los Electores, a menos que el cauce proporcionado por la Coordinadora favorezca la emergencia de un candidato de los que los «Ni-Ni» no quieren. Entonces se reforzaría la propensión a abstenerse. En cambio, si pudiera conseguirse un candidato que entusiasme y convenza la abstención sería mínima, y sabemos que un buen margen a favor de la revocación es harto aconsejable en un trayecto minado de aquí al 15 de agosto. La introducción de las máquinas—en un evento que Jorge Rodríguez aseguraba, según el Miami Herald, no las emplearía porque nunca tendría lugar—ha añadido mucha desconfianza, y resultados de estrecha diferencia pueden detonar el caos.

Tampoco puede creerse que algún candidato dejará de prestar sus fuerzas a la campaña por la revocación y contra la abstención. Cualquier actor político que no entregue el resto por la revocación puede despedirse de sus aspiraciones presidenciales. Nadie puede darse el lujo político de la mezquindad revocatoria.

Estas cosas las perciben algunos entre los aspirantes a la sucesión de Chávez, y se han reunido, como en gremio, para acordarse en algunas cosas—acuerdo que Américo Martín llama «el contrato»—y urgir a la Coordinadora Democrática un cronograma hacia la celebración de elecciones de base para la determinación del candidato único. Enrique Tejera París, uno de los que ofrece sus servicios presidenciales, ha sido vocero de este movimiento. Alfonzo, Armas, Cova, Márquez, Quirós, Sosa, etcétera, entrarían en ese convenio, que incluye los compromisos de no intentar reelección en 2006 y del apoyo al aspirante ganador, además de exigirse a cada aspirante el respaldo de un centenar de miles de Electores.

Parece ser que Tejera París recomendó una segunda vuelta de esta elección, para cimentar aun más el apoyo al candidato. Es lo más probable que se decida que no hay tiempo para, además, hacer una segunda vuelta. Pero hay un modo de simularla. Consiste en el modelo que los norteamericanos llaman run-off election. (Elección por vaciado; «elección de pérdida». Debemos el dato, desde hace varios meses, al Dr. Ramón Adolfo Illarramendi).

En una elección por vaciado uno puede seleccionar más de un candidato en orden de preferencia. Por ejemplo, si el Sindicato Único de Aspirantes a la Sucesión de Hugo Chávez (SUASHCH) terminara admitiendo diez—o veinte—candidatos en la elección «primaria», los Electores podríamos señalar, digamos, tres nombres en orden de preferencia.

Si el que recibe más votos no obtiene la mayoría absoluta, entonces se va pasando sucesivamente un colador que finalmente determinará el aspirante elegido. Quien queda de último en los votos que postulan como primera opción es eliminado. Pero quienes votaron por él no dejan de estar representados, porque su segunda opción será acumulada a los votos de los candidatos correspondientes.

De nuevo se repite el proceso. Se elimina al último—los eliminados no pueden ya recibir las transferencias—y se adjudican sus segundas opciones. (En algunos casos muy apretados puede llegarse a las terceras opciones antes de arribar a un ganador). Llega un momento en que este proceso produce un ganador con suficiente mayoría. (Es muy fácil programar computadores para que hagan los cálculos con gran rapidez. Bastará iterar un algoritmo, diría un programador).

No es un método perfecto, pero se le señalan dos ventajas. Los candidatos no pueden con facilidad transar apoyos entre sí y reciben menos ventaja de campañas de descrédito de oponentes, puesto que su suerte puede depender del apoyo secundario de quienes opten por sus contendores. Las campañas tenderán a ser más positivas y los aspirantes se respetarán más.

En todo caso convendrá al país una determinación temprana del candidato unitario a Presidente sucesor. Como destaca Tejera París, en los treinta días que a lo sumo (teóricamente) mediarían entre la revocación y la elección sucesoral no es posible dar a conocer los candidatos y sus ideas de gobierno. (Dicho sea de paso, es mucho más sano y democrático remitir el problema de optar por programas a los Electores, en lugar de la determinación cogollista multicupular del «consenso-país» de la Coordinadora Democrática. Es mucho mejor dejar que cada quien presente su imagen de gobierno a los Electores y que éstos incluyan la razón programática en su voto).

Si conviene al país entonces debe convenirle también a la Coordinadora Democrática. Abrir de una vez el proceso es manifestar seguridad de que habrá revocación y habrá elección. Y esto es, indudablemente, una señal de fortaleza.

En cambio, retrasar el momento de esta dilucidación conspira contra la mejor elección, pues sólo tiende a favorecer a los más burocráticos entre los posibles aspirantes: los jefes de partidos o grandes movimientos, entre los que no faltan prominentes actores que son demasiado «cuartorrepublicanos tardíos», que no entusiasmarán al electorado. Eso sí es un riesgo muy grande.

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