Cartas

Ayer recibimos la siguiente pregunta: «¿Qué recomendaría usted para evitar que el 15 de agosto a las 9 de la noche los dos bandos en pugna referendaria se entren a tiros?»

Naturalmente, tras esta cuestión subyace la presunción de que no es nada improbable un resultado chiquitico, apretado: un escenario en el que el «Sí» o el «No» resultasen triunfantes por mínima diferencia. A fin de cuentas, hay algunas encuestadoras que creen medir un virtual empate entre las opciones, otras que el gobierno pudiera resultar reivindicado y otras, al fin, que pronostican la revocación de Chávez pero que registran un significativo progreso reciente del gobierno en paralelo con un deterioro creciente de la posición opositora. (También ayer nos tropezamos en la calle con un ex ministro socialcristiano a punto de visitar a un ex presidente socialcristiano y recibimos su confidencia: «Si las votaciones ocurrieran hoy Chávez ganaría».) ¿Qué pasaría, se preguntaba en el fondo nuestra inquisidora de ayer, si gana el «Sí» por muy pocos votos, habida cuenta de que Hugo Chávez Frías, Diosdado Cabello y José Vicente Rangel se parecen poquísimo a Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Gonzalo Barrios, que en 1968 entregaron el Poder Ejecutivo Nacional a Rafael Caldera a partir de su minúscula ventaja de 32 mil votos? ¿Qué tendería a hacer una oposición grandemente confiada en el triunfo si el CNE y Smartmatic anuncian, sin que Jennifer McCoy pueda certificar significativas actividades sospechosas de fraude, que ha ganado el «No» por unos cien mil o cincuenta mil sufragios? ¿Cuán probable es un desenlace de este tipo?

Nuestro maestro Yehezkel Dror predicaba hace ya más de treinta años que un agente de decisión debe tomar previsiones, debe contar con planes de contingencia, no sólo para el caso de ocurrir los futuros más probables, sino también cuando un futuro improbable, de ocurrir, tuviese un impacto de gran consideración. Sería irresponsable, tanto como jugar a la ruleta rusa—una probabilidad en seis o solamente 16% de probabilidades de morir en el acto contra 84% de probabilidades de ganar una jugosa apuesta—quien no supiera lo que haría en caso de que se materializara un acontecimiento posible que pudiera acabar con todo. Es preciso prepararse, remachaba, para resultados de baja probabilidad pero alto impacto.

Admití a la persona que me hacía la pregunta formulada al comienzo que convenía a los venezolanos hacer todo lo que estuviera a nuestro alcance para bajar las probabilidades de una diferencia pequeña entre el «Sí» y el «No» a cotas cercanas a la imposibilidad. Así ofrecí unas primeras recomendaciones intuitivas, más bien superficiales. Podía exigirse a los respectivos y contrapuestos comandos que instruyesen a sus cuadros y militantes: «Nada de guarimbas, nada de piedras a las puertas de RCTV si perdemos por poco; los jefes manejaremos políticamente el asunto». Pero como la Coordinadora Democrática no controla a todos los guarimberos, y el Comando Maisanta no controla a todos los tupamaros y carapaicas—continuábamos en plan de facultativo con libreta de récipes en mano—convendría aprovechar que el caballero William Ury todavía está disponible para procurar la firma de un pacto de media página al efecto.

De alguna manera sabíamos, sin embargo—un persistente desasosiego nos lo advertía—que probablemente sería más eficaz una solución contraintuitiva. (En más de una ocasión el decisor público, el estadista, se tropieza con una causación social tan compleja que las respuestas intuitivas son ineficaces o aun son peor remedio que la enfermedad. El mismo Dror nos confrontaba con la ineficacia de la política perezjimenista de superbloques, construidos para mejorar la condición de las viviendas marginales en los barrios caraqueños. La superpoblación de los cerros caraqueños con ranchos precarios, humanamente indignos, se producía—apuntaba Dror—a partir de una intensa migración rural hacia la metrópoli; esto es, por gente que prefería vivir en un rancho caraqueño antes que en un extraviado conuco llanero. Por esta razón el superbloque sólo echaba gasolina a la candela, pues hacía la migración aun más atractiva, al ofrecer un hábitat claramente preferible al de los ranchos que sustituía. La solución de Marcos Evangelista aceleraba la migración y por tanto agravaba el problema que pretendía atender).

En este punto surgió en nuestra cavilación la siguiente certeza. Si el presidente Chávez y los que le apoyan componen una parte apreciable, no despreciable, de la población de Venezuela, no puede llamarse consenso-país a una formulación que no cuente con su consenso. Pero si se llegare a una nueva formulación que obtuviese tal aquiescencia tampoco podría entonces emplearse el cognomento consenso-país, a menos que quienes se oponen a la permanencia de Chávez en el poder fueran igualmente tranquilizados. En consecuencia, el mejor, el verdadero consenso-país consistiría en aquel acuerdo sobre políticas a partir del 15 de agosto que no requiriera la oposición furibunda de la Coordinadora Democrática ni del Comando Maisanta. ¿Es este milagroso y teórico pacto pura fantasía? ¿Es posible determinar un mínimo común denominador? Tal vez. Te doy garantía de que no remaremos hacia el «mar de la felicidad» si no insistes en privatizar a PDVSA, por ejemplo.

Pero esas políticas, de existir, tendrían que evidenciarse encarnadas en una persona. No basta el consenso. Por esto el mejor sucesor de Chávez sería también alguien que convenciese por sus bondades a quienes votarán «Sí» el 15 de agosto y que fuese alguien en quien Chávez pudiera poner algunas confianzas elementales. ¿Existe ese insólito perfil realizado en persona venezolana concreta? Bueno, debe haber algún nombre que no haya suscrito el decreto de Carmona al tiempo que reconozca las naturales ventajas y sabidurías gregarias del mercado. Que desestime el protocolo de constante combate épico del chavismo al tiempo que se haya percatado de que el Consenso de Washington es una simpleza.

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De darse la revocación del mandato de Chávez éste no podrá, aunque lo haya anunciado ante los mandatarios de MERCOSUR, ser candidato para sustituirse a sí mismo. Para doctorpolítico esa declaración no fue otra cosa que la preparación de un próximo y previsto gesto «democrático» de Chávez. Es cierto que Iván Rincón, en reciente y explayada entrevista, toreó a su entrevistador por chicuelinas y rechazó pronunciarse sobre el caso específico de la inhabilitación inmediata del actual presidente. («Nosotros nos limitamos a establecer principios generales».) Es cierto que además resaltó que la prohibición constitucional que al respecto pesa sobre eventuales asambleístas revocados no se aplica al caso presidencial. Pero es que en esto hubo acuerdo unánime de los magistrados de uno y otro bando en la Sala Constitucional. Incluso quienes aportaron votos concurrentes—que no salvados—y que en ellos hicieron explícito el absurdo de que un funcionario revocado pretendiera sustituirse a sí mismo, apoyaron la decisión construida sobre ponencia de Delgado Ocando. Pero en el cuerpo mismo de la sentencia vigente se lee, a continuación de la cita textual del Artículo 233 de la Constitución, que «esta Sala observa» que la revocación del mandato del presidente acarrea la falta absoluta y en consecuencia su «separación definitiva» del cargo por el «período correspondiente». La Sala, en consecuencia, «aclarará» que un presidente revocado no puede postularse como candidato a las elecciones inmediatas según lo previsto para el caso de la falta antes de cumplidos los primeros cuatro años del mandato. Y Chávez dirá: «Acato. ¿Se fijan que sí soy un demócrata que respeta la independencia de los poderes?»

Si Chávez es revocado, por consiguiente, su agrupación política deberá poner en circulación un candidato diferente. No podrá ser José Vicente, que estaría encargado de la presidencia. Tal vez Alí Rodríguez, para que si pierde sea el PPT el dueño de la derrota. Y éste perdería, también en el caso de una elección con un candidato que emerja de las tardías «primarias» de la Coordinadora y con un tercer candidato que no tenga nada que ver ni con el chavismo ni con la central opositora. Es más, de aparecer un tercer candidato «correcto», un candidato del «tercer lado» de Ury, lo más probable es que resultase triunfador ante, por ejemplo, los petroleros de polo opuesto: Alí Rodríguez, ex guerrillero y «decente» ex Secretario General de la OPEP, y Alberto Quirós, solidario del «carmonazo» pero eficaz negociador de la central opositora.

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También, como todo médico profesionalmente responsable en situación de difícil terapéutica, doctorpolítico fue a consultar a sus gurúes, a los colegas cuyo criterio respeta. Poseído por la inquietud que le causara aquella indagación sobre la forma de retirar el detonante de la explosiva mezcla de gases políticos que se acumula peligrosamente hacia el 15 de agosto, preguntó a sus maestros sobre el punto.

Por supuesto, le hicieron ver una vez más, el futuro es siempre un delta de varios caños, una arborificación compuesta de varias ramas, y los alarmantes escenarios descritos no son las únicas posibilidades. Un escenario no despreciable es aquél en el que el «Sí» obtiene al menos 500 mil votos de ventaja, pero en el que el «No» logra captar, digamos, 3 millones de votos. Es decir, el «Sí» atraería 3 millones y medio de sufragios y, ganándole al «No», todavía estaría por debajo de los 3 millones 800 mil votos necesarios para la revocación constitucional del mandato. Una interesante situación en la que el gobierno no saldría despedido como el proverbial corcho de limonada, pero quedaría suficientemente debilitado como para que pudiera intentar la fidelización definitiva del país entre el 16 de agosto de este año y las elecciones de 2006, como pretende el resurrecto ideólogo del Comando Maisanta, William Izarra.

Pero también hay otro cauce de significativa anchura en ese delta de atractrices: que sea el Pueblo solo, el enjambre ciudadano en miríadas de actos individuales solitarios y secretos, el Soberano de Sieyès en estado puro el que, con independencia de las apuradas gestiones de la Coordinadora Democrática, después de rumiar su decisión en silencio, decida restaurar la normalidad a su trono y revoque inequívocamente y por mayoría suficiente el mandato conferido a Chávez, a conciencia de que no deberá regresar a su palacio tropical para dejar todo en manos del sucesor, sino que tendrá que encargarse asimismo de vigilar y conminar a este último. De lo que tiene ese Soberano que tomar conciencia es de que, simplemente, la historia no se termina el 15 de agosto de 2004 y de que podrá seguir alzando su majestuosa voz cada vez que lo estime necesario. Que podrá ofrecer la cesantía a Chávez sin conferir cheque en blanco a quien ponga en su lugar. Ahora es cuando el Pueblo tiene que trabajar.

LEA

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