Fichero

LEA, por favor

Así como con los «Sabios de Grecia», lista que ya en la antigüedad buscaba reconocer a sus más grandes hombres, una lista cualquiera de los más grandes genios de toda la historia no podría estar completa sin el nombre de Alberto Einstein.

No es, por supuesto, mi intención trazar acá la biografía del excelso físico del siglo XX, quien no sólo revolucionó para siempre el modo de pensar al universo. Aparte de esto su personalidad, con más de un defecto, era sin embargo característica de las personas de inteligencia excepcional: era modesta. Así dice de él Otto Frisch (en G. J. Whitrow: «Einstein: el hombre y su logro»): «La cualidad que dominaba su personalidad era una grande y genuina modestia. Cuando alguien le contradecía lo pensaba varias veces, y si encontraba que se había equivocado se deleitaba con eso, pues sentía que había escapado de un error y que ahora sabía más que antes».

Su colosal figura intelectual no pudo escapar a los procesos políticos de su tiempo. Primero, porque era alemán y judío, en época cuando el hitleroma hacía su aparición en Europa. Luego, porque su prestigiosa figura fue solicitada para que auxiliara el nacimiento—en 1948—del Estado de Israel. De hecho, le fue ofrecida la presidencia de ese Estado, la que declinó con la misma modestia que ya comentara Frisch. También, finalmente, porque su nombre estuvo ligado inevitablemente al uso militar de la energía atómica, cuya magnitud entrevió con precisión matemática en 1905 y de la que advirtiera más tarde a Franklin Delano Roosevelt en famosísima carta personal.

Así, es frecuente conseguirle opinando en materia política, terreno que él mismo consideraba inconmensurablemente más difícil que la física más abstrusa. En esta Ficha Semanal #12 de doctorpolítico dos fragmentos son recogidos. El primero es de discurso suyo en el Reichstag—que más tarde Hitler mandaría incendia—en ocasión de saludar, en 1922, a una delegación francesa que buscaba mejores relaciones con Alemania. (Luego de que Einstein hubiera visitado poco antes París con el mismo propósito). Einstein hablaba de las implicaciones de la globalización ¡hace 82 años! Dicho sea de paso, el trozo contiene una pregunta que sería la más famosa de las que formulara, treinta y ocho años más tarde, John Fitzgerald Kennedy en su discurso de toma de posesión de la Presidencia de los Estados Unidos. Pero no acusemos de plagiario al difunto presidente que, en todo caso, era orador mucho más eficaz que el genio de Ulm.

El segundo es un trozo de artículo escrito por Einstein y que publicara en 1930 el New York Times. Ambos fragmentos representan pensamientos, a mi modo de ver, mutuamente complementarios.

LEA

…….

Un político llamado Einstein

I.

Quisiera describir nuestra presente situación… como si tuviera la fortuna de ser testigo de los acontecimientos de este miserable planeta desde el ventajoso punto de la luna.

Primero, pudiéramos preguntarnos en qué sentido los problemas de los asuntos internacionales requieren hoy una aproximación bastante diferente de la del pasado—no sólo el pasado reciente, sino el del último medio siglo. Para mí la respuesta es bastante simple: debido a los desarrollos tecnológicos, las distancias a través del mundo se han encogido a la décima parte de su previo tamaño. La fabricación de productos en el mundo se ha convertido en un mosaico compuesto por piezas de todas partes del globo. Es esencial, y asimismo natural, que la recrecida interdependencia económica de los territorios del mundo, que participan en la producción de la humanidad, sea complementada con una organización política apropiada.

El famoso hombre en la luna no podría comprender por qué la humanidad, aun después de la espantosa experiencia de la guerra, fue todavía tan remisa a la creación de esa nueva organización política. ¿Por qué está el hombre tan poco dispuesto? Creo que la razón es que, por lo que concierne a la historia, la gente está afligida por una memoria muy pobre.

Es una situación extraña. El hombre común, expuesto a los eventos a medida que ocurren, pasa relativamente poco trabajo ajustándose a los grandes cambios, mientras el hombre culto que se ha empapado con mucho conocimiento y lo sirve a otros confronta un problema más difícil. A este respecto el lenguaje juega un papel particularmente desafortunado. Porque ¿qué es una nación sino un grupo de individuos que se influyen incesantemente los unos a los otros por medio de la palabra escrita y hablada? Puede que los miembros de una comunidad lingüística dada escasamente noten cuando su propio punto de vista peculiar se haga sesgado e inflexible.

Creo que la condición en la que hoy se encuentra el mundo hace que no sólo sea un asunto de idealismo sino de grave necesidad la creación de unidad y cooperación intelectual entre las naciones. Aquellos de nosotros que estamos conscientes de estas necesidades debemos dejar de pensar en términos de ‘lo que debiera hacerse por nuestro país’. Más bien debiéramos preguntar: ‘¿Qué debe hacer nuestra comunidad para establecer las bases de un mayor comunidad mundial?’ Porque sin esa comunidad más grande ningún país puede durar mucho.

……..

II.

Permítanme comenzar por una confesión de fe política: que el Estado está hecho para el hombre, no el hombre para el Estado. Esto es asimismo verdad de la ciencia. Éstas son formulaciones de vieja data, pronunciadas por aquellos para quienes el hombre mismo es el más alto de los valores humanos. Dudaría en repetirlas si no estuvieran siempre en peligro de ser olvidadas, particularmente en estos días de estandarización y estereotipo. Creo que la misión más importante del Estado es la de proteger al individuo y hacerle posible desarrollarse como personalidad creativa.

El Estado debiera ser nuestro siervo; no debiéramos ser esclavos del Estado. El Estado viola este principio cuando nos obliga a prestar servicio militar, particularmente ya que el objeto y el efecto de esa servidumbre es matar gente de otras tierras o infringir su libertad. Debiéramos, en verdad, sólo hacer los sacrificios por el Estado que sirvan para el libre desarrollo de los hombres.

Albert Einstein

Share This: