Fichero

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E. F. (Ernst Friedrich) Schumacher (1911-1977) fue considerado uno de los «economistas humanistas», por su constante interés en los aspectos humanos y sociales del desarrollo. Habiendo nacido en Alemania, se encontraba estudiando en Oxford a la ruptura de hostilidades que condujo a la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra prestó servicios asesores a la Comisión Británica de Control en Alemania, así como también fue consejero del Consejo Nacional del Carbón en Inglaterra.

A pesar de esa inmersión en problemas de las economías de países avanzados, Schumacher desarrolló un interés especial por los países del llamado Tercer Mundo, cuyas peculiaridades tomaba en cuenta para sus prescripciones, las que contribuyeron a modificar los paradigmas primarios de la ayuda económica internacional. Conceptos tales como los de «tecnología apropiada», hoy de uso común en discusiones sobre transferencia de tecnología entre países de desarrollo desigual, se deben en gran medida a la prédica de Schumacher y a su labor en el «Grupo de Tecnología Intermedia» que fundó en su país de adopción.

Las principales doctrinas de Schumacher fueron recogidas en un pequeño libro que se convirtió en icono cultural de los años setenta: «Lo pequeño es hermoso» (Small is Beautiful, Harper, 1973). El subtítulo del libro es muy sugestivo: «La Economía como si la gente importara». (Economics as if People Mattered). En él cuestiona que el gigantismo sea un récipe de universal eficacia en materia económica: «¿Cuál es la escala apropiada? Depende de lo que estemos tratando de hacer. La cuestión de la escala es extremadamente crucial hoy en día, tanto en los asuntos políticos, sociales y económicos como en casi cualquier otra cosa. ¿Cuál es, por ejemplo, el tamaño apropiado para una ciudad? Y también pudiera uno preguntar ¿cuál es el tamaño apropiado de un país? Éstas son preguntas serias y difíciles. No es posible programar un computador y obtener la respuesta. Los asuntos realmente serios de la vida no pueden ser calculados».

Esta Ficha Semanal #17 de doctorpolítico se compone con fragmentos tomados del primer capítulo de la tercera parte de aquel libro, dedicado al tema general del desarrollo económico. Pudiera decirse que, en su conjunto, el libro de Schumacher es un discurso a favor de la diversidad cultural—antes de que la expresión fuese acuñada—y a favor de la libertad. En el capítulo que consagra a la discusión sobre el pronóstico del futuro, Schumacher declara: «Llego así a la alegre conclusión de que la vida, incluyendo la vida económica, todavía vale la pena vivirse porque es suficientemente impredecible e interesante».

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Para hacer milagros

Una tendencia malsana y perturbadora en casi todo país en vías de desarrollo es la emergencia, en una forma cada vez más acentuada, de una ‘economía dual’, en la que se dan dos patrones de vida diferentes, tan separados entre sí como si se tratara de dos mundos distintos. No se trata de que alguna gente sea rica y otra sea pobre, aunque unidas por una manera común de vivir: es un asunto de dos formas de vida que coexisten lado a lado de forma tal que incluso el más humilde miembro de un lado dispone de un ingreso diario que es un múltiplo grande del ingreso que obtiene aun el más diligente trabajador del otro grupo. Las tensiones sociales y políticas que surgen de la economía dual son demasiado obvias como para requerir descripción.

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Nuestros científicos nos dicen incesantemente que todo lo que está a nuestro alrededor ha evolucionado por pequeñas mutaciones coladas a través de la selección natural. Ni siquiera al Todopoderoso se le acredita la capacidad de crear algo complejo. Cada complejidad, se nos dice, es el resultado de la evolución. Sin embargo nuestros planificadores del desarrollo parecen pensar que pueden hacerlo mejor que el Todopoderoso, que pueden crear las cosas más complejas de un golpe por un proceso llamado planificación, haciendo que Atenea surja, ya no de la cabeza de Zeus, sino de la nada, completamente armada, resplandeciente y viable.

Por supuesto, es posible lograr ocasionalmente cosas extraordinarias y no convencionales. Uno puede llevar a cabo un proyecto aquí o allá con éxito. Siempre es posible crear pequeñas islas ultramodernas en una sociedad preindustrial. Pero tales islas tendrán que ser entonces defendidas como fortalezas y aprovisionadas, como por helicóptero, desde lejos, so pena de ser anegadas por el mar que las circunda. Independientemente de lo que ocurra con ellas, sea que funcionen bien como que lo hagan mal, producirán la ‘economía dual’ de la que he hablado. No podrán integrarse a la sociedad circundante, y tenderán a destruir la cohesión de esta última.

De paso podemos observar que tendencias similares ocurren aun en algunos de los países más ricos, donde se manifiestan como una tendencia hacia una urbanización excesiva, hacia las ‘megalópolis’, dejando, en medio de la prosperidad, grandes espacios de gente golpeada por la pobreza, ‘desertores’, desempleados e inempleables.

Hasta hace poco, los expertos del desarrollo rara vez se referían a la economía dual y a sus males gemelos del desempleo masivo y la migración masiva hacia las ciudades. Cuando lo hacían, meramente los deploraban y los trataban como algo transicional. Entretanto, se ha hecho ampliamente reconocido que el mero paso del tiempo no será el sanador. Por lo contrario, la economía dual, a menos que sea contrarrestada conscientemente, produce lo que he llamado un ‘proceso de envenenamiento recíproco’, por el que el desarrollo industrial exitoso de las ciudades destruye la estructura económica del hinterland, y éste toma su venganza con la migración masiva hacia las ciudades, envenenándolas y haciéndolas completamente inmanejables.

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¿Es que hay alternativa? Que los países en desarrollo no pueden prescindir de un sector moderno, particularmente cuando están en contacto directo con los países ricos, es algo que no se pone en duda. Lo que debe ser cuestionado es el supuesto implícito de que el sector moderno puede expandirse para absorber virtualmente a toda la población y que esto puede hacerse más bien rápidamente. La filosofía del desarrollo predominante de los últimos veinte años ha sido la siguiente: «Lo que es bueno para los ricos debe ser bueno para los pobres». Esta creencia ha sido llevada a extremos sorprendentes, como puede verse de la inspección de la lista de países en desarrollo en los que los norteamericanos y sus aliados, y en algunos casos también los rusos, han creído necesario e inteligente establecer reactores nucleares ‘pacíficos’ –Taiwán, Corea del Sur, Filipinas, Vietnam, Tailandia, Indonesia, Irán, Turquía, Portugal, Venezuela– países todos ellos cuyos más abrumadores problemas son la agricultura y el rejuvenecimiento de la vida rural, ya que la mayoría de sus gentes empobrecidas viven en áreas rurales.

El punto de partida de todas nuestras consideraciones es la pobreza o, más bien, un grado de pobreza que significa miseria y degrada y lleva a la estulticia a la persona humana; y nuestra primera tarea es reconocer y comprender las limitaciones que este grado de pobreza impone. Una vez más, nuestra filosofía crudamente materialista nos induce a ver sólo las ‘oportunidades materiales’… y a ignorar los factores inmateriales. Entre las causas de la pobreza, estoy seguro, los factores materiales son enteramente secundarios –cosas tales como la falta de riquezas naturales, o la falta de capital, o una infraestructura insuficiente. Las causas primarias de la pobreza extrema son inmateriales, y tienen que ver con ciertas deficiencias en educación, organización y disciplina.

El desarrollo no comienza con bienes económicos; comienza con la gente y con su educación, su organización y su disciplina. Sin estos tres factores, todo recurso permanecerá latente, inexplotado, potencial. Hay sociedades prósperas que ni siquiera tienen las más exiguas bases de riqueza natural, y hemos tenido mucha oportunidad de observar la primacía de los factores invisibles después de la guerra. Todo país, sin importar cuán devastado estuviera, que tuviese un alto nivel de educación, organización y disciplina, produjo un ‘milagro económico’. De hecho, éstos fueron milagros para aquellos cuya atención estuvo puesta en la punta del iceberg. La punta había sido pulverizada de un golpe, pero la base, que es la educación, la organización y la disciplina, siempre estuvo allí.

Allí yace, entonces, el problema central del desarrollo. Si las causas primarias de la pobreza son deficiencias en estos tres rubros, entonces el alivio de la pobreza depende primariamente de la remoción de esas deficiencias. Aquí yace la razón por la cual el desarrollo no puede ser un acto de creación, por qué no puede ser ordenado, comprado, planificado de modo comprehensivo: por qué es que requiere un proceso de evolución. La educación no ‘salta’; es un proceso gradual de gran sutileza. La organización no ‘salta’; debe evolucionar gradualmente para adaptarse a circunstancias cambiantes. Lo mismo puede decirse de la disciplina. Todas las tres deben evolucionar paso por paso, y la tarea principal de la política de desarrollo debe ser la de acelerar esta evolución. Todas las tres deben ser propiedad, no meramente de una diminuta minoría, sino de la sociedad entera.

Ernst Friedrich Schumacher

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