Cartas

Me dice un amigo: la colmena ciudadana, a juzgar por lo que me llega, parece estar inquietándose. Así le contesté:

«En efecto, Ricardo, más de una de las abejas del enjambre—la colmena es un hábitat distinto, más organizado y fabricador—se encuentra en estado africanizado. Pero también hay mucho repliegue, mucha retirada. Ambas cosas son normales, y por ende son previsibles. Y si son previsibles es bastante probable que hayan sido previstas, pues este gobierno hace su trabajo. Es decir, el gobierno ríe mientras fuerzas ultraconservadoras, ultraescuálidas, exiguas, se africanizan y están a punto de intentar guarimbadas o linarronadas, y mientras una parte muy considerable del resto de la oposición ha decidido que no irá a votar. Lo primero le da la oportunidad de aumentar su represión, lo segundo le reportará mayor cuota de poder regional y municipal. Y no hay uno solo de los ‘líderes’ de oposición que haya dejado de estimular ambas cosas».

………………

Uno de los errores más generalizados en la consideración de lo político es el de proyectar sobre otros, a veces sobre enormes conjuntos sociales, nuestra propia lectura de las cosas, nuestros deseos, y atribuimos a los demás con frecuencia estados de conciencia que son sólo propios de nosotros. A esto no escapan, a veces, los más sofisticados analistas y las más capaces cancillerías. Un caso clásico es el de Israel poco antes de la guerra del Yom Kippur. Los israelitas fueron tomados completamente por sorpresa, por cuanto pensaban, correctamente, que los árabes perderían en el terreno militar, como en efecto ocurrió. ¿Cuál fue entonces la equivocación? Que como los israelíes jamás habrían ido a una guerra que perderían militarmente creyeron que asimismo razonarían y decidirían sus enemigos y por consiguiente no serían atacados. Y la verdad fue que el mind-set cultural de los árabes permitía ir a una guerra para perderla deliberadamente… y así obtener ventaja en el terreno diplomático, que también fue lo que ocurrió.

Una precisa descripción de dinámicas interpretativas falsas de esta naturaleza la ofreció Yehezkel Dror—(Wolfson Professor of Political Science, The Hebrew University of Jerusalem)—en un libro que ya cuenta con la edad de Cristo: Crazy States: A Counterconventional Strategic Problem. (Estados locos: un problema estratégico contraconvencional, 1971). Es un texto al que he hecho frecuente referencia en esta publicación. En entrevista concedida a fines de 1991 al Jerusalem Post, Dror comentaba sobre la conducta de Saddam Hussein. Así lo recoge Daniella Ashkenazy: «Saddam no es un loco en el sentido clínico, como a algunos les gustaría que creyéramos. Sus movimientos son impredecibles porque tiene un mind-set diferente que meramente parece loco a los occidentales.… Rehusándose a pensar lo impensable, los occidentales suponen que los estilos de confrontación se mantendrán dentro de limitaciones morales aceptadas».

Y en muchos de los juicios que los opositores de Hugo Chávez ofrecen, ese espejismo de atribuirle el mismo marco mental que usualmente empleamos, opera sobre la percepción y la interpretación de sus conductas, de modo equivocado y con consecuencias que frecuentemente trabajan a su favor.

Por ejemplo, a muchos resulta incomprensible que el Consejo Nacional Electoral, a todas luces controlado por el gobierno, se resista al conteo físico de las boletas que las máquinas de votación emiten. No nos entra en la cabeza que si tales máquinas fueron vendidas justamente a partir de su capacidad de imprimir comprobantes, a la hora de la verdad se impida el cotejo de éstos con las actas de votación. «Si supiéramos que somos ganadores»—razonamos—»lo primero que haríamos sería abrir las benditas cajas con las boletas, pues nuestro interés estaría en comprobar que ganamos limpiamente».

El punto es que Chávez no razona de ese modo. Una vez que tenía la certificación y aceptación internacional en sus manos—hasta Colin Powell le ha ofrecido aperturas recientemente desde Brasil—su interés era el contrario: prefería con mucho tener en la calle una oposición vocinglera y quejumbrosa cantando fraude, porque ninguna otra cosa debilitaría más a unas candidaturas regionales y municipales adversas a su proyecto, al entronizar una fortísima y casi irreversible propensión a abstenerse de votar en la clientela opositora.

Si a esto se añade alguna guarimba fuera de madre, alguna explosión, alguna locura violenta e ineficaz, pues mejor que mejor: Chacón y García Carneiro tendrán un día de fiesta.

De modo que es muy poco lo que puede hacerse por mantener los pocos muros de contención que quedan a escala de estados y municipios. Renuncias emblemáticas, como las de Ezequiel Zamora, William Ojeda, Liliana Hernández o Alfredo Peña; puestas en escena efectistas como la más reciente de Tulio Álvarez, que después de un mes no añadió nada a lo antes dicho y, al decir de algunos comentaristas, pareció estar más interesado en aparecer como el nuevo líder de la oposición una vez derrotado Enrique Mendoza; la imposibilidad casi total de acordar candidaturas unitarias en al menos un buen número de circunscripciones; todas estas cosas auguran un nuevo y resonante triunfo del gobierno el próximo 31 de octubre.

Pero el asunto cambia para mediados de 2005, cuando en principio a partir de julio deberemos tener las elecciones de Asamblea Nacional. Para ese momento es concebible un esfuerzo innovador, fuera de los paradigmas y esquemas de los actores políticos convencionales—sean éstos partidos u ONGs—fuera de los conceptos estratégicos esgrimidos desde fines de 2001 a fines de 2004, que sea capaz de capturar la mayor votación y colocar en la Asamblea una fracción mayoritaria.

Es hora de comenzar a trabajar seriamente, como gente grande, en la cristalización de esa posibilidad. Si bien es cierto que el propio Chávez no podría ser desplazado del poder hasta fines de 2006—su período concluye en enero de 2007—es cierto igualmente que el panorama político nacional cambiaría drásticamente si el gobierno perdiera el control del Poder Legislativo Nacional.

Para que tal cosa sea posible es preciso combinar varias nociones no convencionales, y tal vez la principal de éstas sea la de no buscar la estructuración de un movimiento que sólo atine a entenderse a sí mismo como oposición a Chávez. Cuando concluía el año de 1996, y Caldera gobernaba por segunda vez, el Partido Socialcristiano COPEI decidió que anunciaría al país las líneas maestras de su estrategia. Éstas fueron el trío de a) oponerse al gobierno de Caldera, b) deslindarse de Acción Democrática y c) continuar en política de alianzas con el MAS, la Causa R, etcétera. Como puede verse, las tres líneas estaban definidas en términos de actores externos a COPEI mismo, no acertaban a proponer ninguna referencia sustantiva respecto del propio partido, y de ellas brillaban por su ausencia los principales problemas del país. Si un grupo de candidatos pretende ser electo a la Asamblea Nacional, si pretende llegar a ser su mayoría, tendrá que centrar su oferta en una descripción del trabajo legislativo que haría allí, en un centrarse sobre aporte político real desde la instancia parlamentaria.

Si este grupo, por otra parte, está constituido por candidatos que porten un nuevo paradigma político, superior al discurso político convencional de poder y combate, entendido como misión ineludible de resolver problemas de carácter público, intentada ésta desde un ejercicio profesional responsable, éticamente constreñido, entonces, por añadidura, como subproducto inevitable, se dispondrá una acción que pueda refutar y superar el chavismo. Buscando lo esencial, lo que es primario de lo político, se resolverá lo acuciante.

Finalmente, esos candidatos no podrían venir impuestos por cogollos o transacciones de corte convencional. Cada uno tendría que estar, por su cuenta, soportado por un grupo de electores.

De estas tres condiciones, la central y dominante es la segunda: la presencia de un paradigma político no convencional. Esto es así porque la pertinencia programática exigida en la primera condición no podrá existir si se pretende actuar, una vez más, desde una perspectiva de Realpolitik y mediante un protocolo que sólo sabe transar o consensuar.

Lo que lleva a formular de una vez la tarea inicial: emprender un inmenso casting político en el país, en procura de rectas vocaciones públicas que quisieran expresarse en tarea de asambleístas, vocaciones que no padezcan de esclerosis paradigmática y que estén por tanto abiertas a un adiestramiento, a un trabajo técnico, a una preparación vino tinto bajo la guía del Richard Páez de la operación.

LEA

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