Cartas

Muy sintomática fue la alocución de Manuel Rosales, gobernador reelecto del Zulia, poco después de la medianoche que separó el mes de octubre del mes de noviembre. Rodeado de felices partidarios, aliviado él mismo, en clásico tono mitinesco arengó a la multitud para prometer paz y amor, pan y circo. Porque lo primero que ofreció fueron abrazos y reconocimientos tendidos al general Gutiérrez y al comandante Arias Cárdenas, sus contrincantes, justificando tal gesto sobre la base de lo que, según su conocimiento, querrían los zulianos: que cesaran los partidos y se consolidara la unión.

Ante el muy visible sonrojo del mapa político nacional, Rosales no optó por correr sino por encaramarse. Esbozó la tesis de que los zulianos—¿los venezolanos?—quieren ahora olvidarse, por un tiempo al menos, de «estas divisiones que hemos tenido en los últimos meses» y ponerse a trabajar. (Pan). Y como los zulianos lo que quieren hacer es trabajar, animó a la turba a que se zambullera de una vez en ¡la Feria de la Chinita! Posteriormente reiteraría su disposición circense con una anticipada invitación a prepararse para la subsiguiente temporada navideña, a disfrutar en fraterna y amnésica paz. Impecable cierre circular de un discurso improvisado pero perfecto, encaramado.

Si éste es el héroe político que Rafael Poleo encarama en la portada de su revista «Zeta», si Rosales va a ser tenido como la contrafigura que «la oposición» ha esperado tanto—el «ñero» Morel Rodríguez no sería creíble—entonces Chávez morirá, como el general Gómez, como el general Franco, como parece que lo hará el osteoporótico comandante Castro, con el poder total en sus manos.

No poco de la motivación tras la peculiar arenga de Rosales deriva del puñal que presiona su carótida: la investigación de Danilo Anderson sobre su participación en el happening de Carmona Estanga. (En su caso no se trató de una firma descuidada sobre hojas sueltas que pudiera aducirse eran una lista de asistentes. Los videos le registran subiendo al estrado del absurdo, convocado por la voz enfebrecida de Daniel Romero y «en representación» de los gobernadores de estado, a cohonestar con su pública rúbrica el golpe del 12 de abril de 2002).

Los mercadólogos venezolanos saben desde hace tiempo que el Zulia, y especialmente Maracaibo, puede muy bien comprar una pasta dentífrica de marca diferente a la que el resto del país tendrá por favorita. Tan sólo este dato bastaría para explicar la íngrima figura de Rosales como gobernador de oposición. (De nuevo, Morel Rodríguez no cuenta. ¿Podemos imaginar una Asociación de Gobernadores de Oposición exclusivamente formada por Manuel y Morel?). Como de paso también el Zulia le dio su merecido al comandante Arias Cárdenas. Ya no pudo éste convencer a más de uno por ciento de los zulianos, y así recibió el castigo político reservado a los sinuosos, a las veletas, a las guabinas. Bravo, pues, por el bravo pueblo zuliano.

Pero Morel y Manuel son periferia marítima o lacustre. En el centro lo que queda ahora de territorio opositor es una suerte de estados pontificios que tendrán que firmar cesiones lateranas con ningunos otros que Chávez, Cabello y Barreto, ley de policía nacional mediante. Es decir, no puede esperarse eficaz liderazgo de oposición a Chávez desde el Vaticano de Chacao-Baruta y el Castel Gandolfo de El Hatillo, lo que en todo caso no sería la función propia de un alcalde submetropolitano.

De los juveniles de Primero Justicia tal vez quien haya alcanzado más proyección política es, paradójicamente, el perdedor Carlos Ocariz. A menos de cuarenta y ocho horas de las votaciones concedió la victoria a su adversario, no sin destacar que había perdido por sólo 1.500 votos. De los «tres justicieros» postulados a alcaldías caraqueñas—luego de que la mosquetera Hernández se retirara del centro de Caracas—fue el único que se midió en municipio de población mayormente proletaria, y estuvo a punto de ganar. Se ve claramente que hizo un buen trabajo.

Las notables bajas opositoras son, en orden creciente de relativa importancia, Eduardo Lapi en Yaracuy—quien estuvo a tirito de hacer lo que hicieron Liliana Hernández y Alfredo Peña: renunciar «a tiempo»—Enrique Mendoza—que pierde su única posesión política: el estado Miranda con el que estuvo tan larga e íntimamente identificado—y probablemente Henrique Salas-Roemer (Feo)—con cuya cesantía quedarían truncas las posibilidades políticas de la dinastía gallinácea de Carabobo.

Para propósitos prácticos, AD, COPEI y el MAS van desapareciendo progresivamente de todo menos de la Asamblea Nacional, a la que habrá que ver si pueden regresar a mediados de 2005. En realidad AD alcanzó a elegir a unos 50 alcaldes, COPEI a una veintena, Proyecto Venezuela a cinco y Primero Justicia a cuatro. Esto significa que la oposición en su conjunto, si se incluye una docena de otras alcaldías desperdigadas en varias opciones más pequeñas, bajó de 220 alcaldías a unas 90, para reducirse a 40% de su previo poder local.

La percepción de que sólo PV y PJ sobreviven es, pues, bastante inexacta. Desde el punto de vista de lo nacionalmente significativo, Proyecto Venezuela pudiera quedar reducido a Proyecto El Hatillo y sólo Primero Justicia podría exhibir algún otro logro vistoso, aunque muy constreñido geográficamente. Cuando Ocariz reconocía gallardamente su derrota, lanzado al futuro sobre la cifra de diputados regionales alcanzada por su partido, expuso con orgullo no poco conmovedor: «Nos convertimos en la segunda fuerza, por mucho además, en este gran estado Miranda». Segunda fuerza en uno de veintitrés estados: ése es todo el capital «justiciero».

Hay quien quiere establecer analogía entre Primero Justicia de hoy y COPEI de 1946, augurándole así futuro de poder. En el trienio adeco de 1945-48 la preponderancia de Acción Democrática era casi tan avasallante como la omnímoda dominación chavista. (Nunca llegó a los extremos de hoy. En aquel entonces las fuerzas armadas jamás llegaron a ser controladas como ahora, cuando se han convertido en partido militar: el teniente Cabello gobernador de Miranda, el general Acosta Carles gobernador de Carabobo (?), el capitán Blanco La Cruz gobernador de Táchira, etcétera. Y no existía PDVSA). Aun así COPEI pudo establecer una significativa base de operaciones en Mérida, Táchira y Trujillo, pues los andinos desplazados del poder central a la caída de Medina Angarita, especialmente los lopecistas, expresaron su repudio al adequismo que les había vencido votando verde.

Si Primero Justicia encarnase exactamente esa voluntad socialcristiana de poder, tendría que esperar no menos de los 23 años que transcurrieron entre la fundación de COPEI en la lavandería Ugarte y la primera llegada a Miraflores de Rafael Caldera Rodríguez. (Y habría que ver, por otra parte, si Julio Borges calza los puntos del patriarca fundador de COPEI).

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Es así como ya Chávez no tiene más trabajo en Venezuela. Algunas almas ilusas apuestan ahora a que Diosdado Cabello haga tan buen gobierno mirandino que pueda latirle en la cueva al Supremo. (Razonamiento parecido al que cifró sus esperanzas en «la cuña del mismo palo» que Arias Cárdenas representaba en 2000, al que vio en Luis Miquilena una suerte de Chapulín Colorado salvador y en el difunto Alejandro Armas un posible presidente transicional). De aquí a 2006 al menos, no hay absolutamente nadie que pueda disputarle a Chávez la próxima candidatura presidencial de los rojos.

¿Qué va a hacer Chávez, gladiador sin oponentes? Supremamente aburrido con Venezuela, cuyo manejo político confiará a algún lugarteniente de confianza—ya tiene el encargo el teniente Jesse Chacón desde el Ministerio del Interior y Justicia—volverá la mirada al exterior y tratará, con los bolsillos llenos, de extender la revolución «bolivariana» por el mundo. Pero primero lo intentará en Iberoamérica, la que a pesar suyo fue civilizada por España y Portugal. (Francia jamás civilizó nada en América «Latina», ni siquiera cuando Luis Napoleón intentó instalar en México a Maximiliano y Carlota de Austria).

Y he aquí que la reciente ola izquierdizante en América del Sur—además del mismo Chávez que inaugura la serie, Lula, Kirchner, Gutiérrez y ahora Vásquez—puede generar una dinámica paradójica. Pues, con la posible pero improbable excepción de Gutiérrez, ninguno de estos mandatarios se parece tanto a Salvador Allende como a François Mitterrand. Se trata de izquierdistas sensatos, más bien moderados. Es decir, paradójicamente, a la vocación transnacional de Chávez le iría mejor en la medida en que hubiese más presidentes derechistas en Suramérica, pues su protocolo de combate prospera cuando tiene enemigos. A Chávez no le resulta fácil concertarse con amigos. Vásquez, Gutiérrez, Kirchner y Lula no se dejarán naricear por Chávez, a quien tendrán por cabeza caliente.

Entretanto el país es un lienzo casi virgen políticamente, aunque no lo parezca. Un mes antes de las elecciones del pasado 31 de octubre Oscar Schemel preguntaba cosas a través de su encuestadora, Hinterlaces. Por ejemplo, preguntó por la confianza que los venezolanos tendríamos en los partidos políticos. (MVR incluido). Un 6% de los encuestados no quiso o no supo contestar, un 15% manifestó tener algo de confianza; y un 78% expresó que no confiaba en esas organizaciones. (Cuando se trata de asociaciones de partidos la cosa se pone peor. Un 85% dijo desconfiar de la Coordinadora Democrática, frente a sólo 9% que todavía para el 26 de septiembre confiaba en ella y 5% del que no se obtuvo respuesta).

Y Schemel también preguntó a los entrevistados cómo se definían (en pregunta abierta) en cuanto a posición política. La muestra arrojó estos resultados: chavistas, 36%; opositores, 11%; ni una cosa ni la otra (sino todo lo contrario) ¡52%!

Allí reside un enorme mercado de arranque para una nueva proposición política, la que en principio debe ser armada y ofrecida a todo el país, puesto que no deberá definirse como oposición ni como gobiernera. La salida no va a estar en cantidades, en repeticiones incesantes de acusación—llevamos tres años de constataciones al efecto—sino en sustancia, en factor cualitativo de refutación y superación. La solución no estará en correr—en el abandono de Ezequiel Zamora, Liliana Hernández y Alfredo Peña o el abstencionismo de Tulio Álvarez, ni siquiera en el muy sintomático adiós del guarimbero mayor: Robert Alonso—ni tampoco en encaramarse, como parece creer Manuel Rosales, sobre quien pende no la espada de Damocles sino la de Danilo.

Una clave nos la ofrece la física de comienzos del siglo XX. En 1905 Albert Einstein publicaba cuatro artículos miliares, entre ellos una interpretación cuántica del efecto fotoeléctrico. (Que fue por lo que la Academia Sueca se atrevió a concederle el Premio Nóbel en Física de 1921). Einstein tomó la noción cuántica de Max Planck y la aplicó al efecto fotoeléctrico: la emisión de electrones—corriente eléctrica—a partir de un material apropiado que reciba el impacto de fotones (luz).

Pues bien, Einstein mostró cómo es que el efecto en cuestión no depende de la cantidad de fotones que bombardeen un blanco de, digamos, selenio, sino de la frecuencia específica de los fotones incidentes, de su energía unitaria. Esto es, si un determinado material exhibe comportamiento fotoeléctrico a partir de un haz de luz verde, podremos alimentar con toda la potencia del sistema del Guri un haz de luz roja, que el fenómeno no se producirá.

O vienen actores políticos que sepan vibrar con la frecuencia adecuada y sepan transmitirla a los Electores, o no podrá superarse la semibarbarie chavista que ahora nos domina por todos lados. Es apuesta y fe personal de quien suscribe que esa excitación política de mayor calidad es perfectamente posible, y que podría evidenciarse por vez primera, si se hace el trabajo que es preciso, en los laboratorios de física electoral de la Asamblea Nacional, cuya renovación está prevista para mediados del año que viene.

Un evento político de esa clase doblaría campanas para 2006, y Chávez tendría que regresar de sus ilusiones continentales para asistir al deceso político de su propio experimento, si es que con igual tino pudiéramos escoger a un nuevo y correcto vehículo candidatural para postularlo a la Presidencia de la República. A juicio del suscrito, es posible reducir el chavismo a una minoría en la Asamblea Nacional, aunque no a partir de los fotones insuficientes de los partidos convencionales, Primero Justicia incluido, a menos que éstos supieran cambiar su frecuencia. Pero esto último es tan difícil—prácticamente imposible—que más valdrá formular una asociación política enteramente nueva. A esto comprometo mi esfuerzo.

LEA

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