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Alexis Charles Henri Maurice Clérel de Tocqueville (1805-1859) puede ser tenido como una de las mentes sociológicas de mayor penetración. En la obra que lo hizo famoso—La Democracia en América (1835-1840)—llegó incluso a anticipar la preponderancia de los Estados Unidos y de Rusia en el futuro, bipolaridad que no llegó a darse hasta un siglo después de la publicación.
Nacido en Verneuil, Francia, era de extracción noble, como la profusión de sus nombres atestigua. Habiendo comenzado sus estudios de leyes a los 18 años de edad, sirvió como magistrado en Versalles tres años más tarde bajo el reinado de Carlos X, cuyo gobierno fuera depuesto por la revolución de 1830. Junto con su compañero Gustavo de Beaumont solicitó al nuevo gobierno su traslado a América para un reconocimiento y evaluación de las instituciones penales en el nuevo continente. Tal cosa no era sino un pretexto para observar de cerca el desarrollo del sistema democrático norteamericano. La solicitud fue exitosa, y a Nueva York llegó con Beaumont en mayo de 1831.
Después de recorrer más de 11 mil kilómetros en Norteamérica—desde Canadá hasta Nueva Orleáns—regresó a Francia en febrero de 1832. Despachando rápidamente el informe sobre el sistema carcelario, comenzó a trabajar en su obra más conocida, cuya primera parte publicó en 1835. (La segunda parte fue editada en 1840). Nadie menos que el gran John Stuart Mill consideró que la extensa obra de Tocqueville representaba «el comienzo de una nueva era en la ciencia de la política».
Tanto fue el prestigio alcanzado por Tocqueville con la publicación que sobre él llovieron honores, y fue asediado para que regresara a la vida política. En 1839 fue electo a la Cámara de Diputados de su país, en la que sirvió hasta 1851, cuando se retiró de la vida pública para comenzar la escritura de L’Ancien Régime et la Révolution, cuyo primer volumen vio la luz en 1856. Sería el único tomo de lo que prometía ser su obra maestra.
El filósofo alemán Wilhelm Dilthey consideraba que Alexis de Tocqueville había sido «indudablemente el más ilustre de todos los analistas políticos desde Aristóteles y Maquiavelo». «La Democracia en América» pudiera ser considerada, con propiedad, como antropología política de calidad suprema, tantos son el rigor de su observación y la profundidad de sus conclusiones. No hay un autor norteamericano que haya podido superar el análisis de la sociedad estadounidense que aquel joven de veintiséis años construyese durante un viaje de nueve meses entre 1831 y 1832.
La Ficha Semanal #20 de doctorpolítico corresponde a un breve pasaje de «La Democracia en América», y es una muestra convincente de la penetración analítica de Tocqueville. En el trozo en cuestión—La influencia que la democracia americana ha ejercido en las leyes relativas a elecciones—alude a tres de los padres políticos de los Estados Unidos: Madison, Hamilton y Jefferson, a estos dos últimos para citarlos. El lector decidirá si las observaciones de Tocqueville pudieran ser pertinentes al caso venezolano.
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Leyes y elecciones
LA INFLUENCIA QUE LA DEMOCRACIA AMERICANA HA EJERCIDO EN LAS LEYES RELATIVAS A ELECCIONES
Cuando las elecciones recurren en largos intervalos, el Estado está expuesto a violenta agitación cada vez que tienen lugar. Los partidos hacen el mayor de los esfuerzos por alcanzar un premio que tan rara vez está a su alcance, y como el mal es casi irremediable para los candidatos que fracasan, las consecuencias de su decepcionada ambición pueden llegar a ser desastrosas. Si, por lo contrario, el combate legal puede ser repetido tras un breve lapso, los partidos derrotados se hacen pacientes.
Cuando las elecciones ocurren frecuentemente, su recurrencia mantiene a la sociedad en un perpetuo estado de febril excitación, e imparte una continua inestabilidad a los asuntos públicos.
Así, por un lado el Estado es expuesto a los peligros de una revolución, por el otro a perpetua mutación; el primero de los sistemas amenaza a la propia existencia del gobierno, el segundo es un obstáculo a una política estable y consistente. Los americanos han preferido el segundo de estos males sobre el otro; pero han arribado a esta conclusión más por instinto que por raciocinio; porque un gusto por la variedad es una de las pasiones características de la democracia. Una inestabilidad extraordinaria ha sido, por tales medios, introducida en su legislación.
Muchos de los americanos consideran a la inestabilidad de sus leyes la consecuencia necesaria de un sistema cuyos resultados generales son benéficos. Pero nadie en los Estados Unidos pretende negar el hecho de la inestabilidad, o argumentar que no sea un mal mayor.
Hamilton, después de haber demostrado la utilidad de un poder que pueda prevenir, o al menos dificultar, la promulgación de malas leyes, añade: «Quizás pueda decirse que el poder de impedir malas leyes incluye el de impedir las buenas; y que puede ser usado para un propósito como para el otro. Pero esta objeción pesará poco para quienes puedan estimar adecuadamente los daños de esa inconstancia y cambio en las leyes que constituye el mayor defecto del carácter y genio de nuestros gobiernos». (El Federalista, No. 73).
Y de nuevo en el No. 62 de la misma obra observa: «… La facilidad y exceso en la formación de las leyes parece ser la enfermedad a la que nuestros gobiernos están más expuestos… (Trazar los efectos perniciosos de la) inconstancia que en los concilios públicos surge de una rápida sucesión de nuevos miembros (llenaría un volumen). Cada nueva elección en los Estados cambia la mitad de los representantes. De este cambio de hombres sobreviene un cambio de opiniones (y de) medidas… (lo que) pierde el respeto y la confianza de otras naciones… envenena la bendición de la libertad misma… (y disminuye) el apego y la reverencia… del pueblo hacia un sistema político que revela tantas señales de enfermedad…)»
El mismo Jefferson, el más grande demócrata que la democracia de América ha producido hasta hoy, señaló los mismos males.
«La inestabilidad de nuestras leyes,» dijo en una carta a Madison, «es realmente un serio inconveniente. Creo que debiéramos obviarlo decidiendo que un año entero tenga que pasar entre la consideración de un proyecto de ley y su aprobación final. Después debiera ser discutida y puesta a votación sin posibilidad de efectuar alteraciones; y si las circunstancias del caso requiriesen una decisión más expedita, la cuestión no debiera ser decidida por una mayoría simple, sino por una mayoría de al menos dos tercios de ambas cámaras».
Alexis de Tocqueville
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