Cartas

Cuando estudiaba yo escuela primaria—allá por el Pleistoceno, supongo, o al menos en el siglo pasado—uno debía memorizar cifras, datos y fechas. Por ejemplo, uno tenía que saber firmemente que la longitud total de las costas venezolanas era de 2.813 kilómetros. Vino, sin embargo, Benoit Mandelbrot a echarnos a perder tales cuentas con La Geometría Fractal de la Naturaleza (1983). Pues resulta que Mandelbrot había hecho preguntas incómodas, tales como ¿cuánto mide una costa? La respuesta, explicó el genial matemático de la complejidad y el caos, depende de la unidad de medida. Mientras más pequeño sea el instrumento de medición que se emplee, mayor será la longitud obtenida. Es arbitrario, entonces, sostener que las costas venezolanas miden 2.813 kilómetros.

Mandelbrot encontró, por otra parte, bastante más que una respuesta a la pregunta por la longitud de la costa de Gran Bretaña. (How Long is the Coast of Great Britain?, 1967). Agrupó bajo un solo concepto a sorprendentes funciones matemáticas—los fractales—que hasta que su especialísima intuición las entendiera y las nombrara, eran tenidas por «monstruosidades» o casos limítrofes de las matemáticas. Se trata de funciones que generan líneas, superficies, volúmenes, de indescriptible complejidad y riqueza, con insospechable sustancia estética, y que sin embargo pueden obtenerse con facilidad alimentando con ecuaciones sencillísimas el CPU de un computador. (El lector curioso pudiera explorar el asunto en http://webweevers.com/fractals.htm). Y estos gráficos generados por computador muestran de inmediato una asombrosa característica de los fractales: la autosimilaridad. A distintas escalas, o en distintos momentos en el tiempo, estas estructuras infinitas «se parecen a sí mismas», tienen fragmentos o motivos que se encuentran repetidos ad nauseam. (Ejemplo inexacto pero sugerente: las latas de la tradicional bebida Toddy muestran un bebé con gorro de la marca que sostiene en sus manos una lata de Toddy. Naturalmente, esta última tiene también la imagen, en pequeño, de otro bebé sosteniendo una lata del producto que a su vez en teoría… y así ad infinitum).

Pues resulta que las matemáticas que se ocupan de estas cosas—y cuyos elementos serían de fácil comprensión por un alumno de bachillerato—son los moldes simbólicos apropiados para interpretar innumerables formas y fenómenos de la naturaleza, la persona, la sociedad, el universo… tal vez del metauniverso. Las ramificaciones arbóreas, la estructura del sistema nervioso, la distribución de los sismos, la trayectoria de los precios, el sonido de la electricidad estática, los infartos del miocardio, la forma de las costas y las nubes, son todas formas fractales. Mandelbrot se había topado con la ingeniería profunda de la naturaleza.

Ahora bien, lo descubierto por Mandelbrot y los demás héroes épicos de la complejidad, de la teoría del caos y disciplinas hermanas, ha puesto a la orden del estudioso de lo político, y de los políticos mismos, las herramientas para modelar y entender el desenvolvimiento de lo humano, herramientas que jamás tuvieron antes las ciencias sociales. La historia, para decirlo en dos platos, es un desenvolvimiento fractal. No es una línea recta, como creyó el marxismo; no es un abanico de futuros de superficie continua, como propugnaron think tanks con la técnica de escenarios; es una estructura arborificada, como el delta de un río, que deja espacio a la libertad del hombre y al mismo tiempo exhibe similaridad consigo misma. Lo que es la forma moderna de decir que «la historia siempre se repite».

Las cosas que la historia tiende a repetir pueden ser negativas, patológicas. Los autoritarismos, por ejemplo. Por eso puede conseguirse similaridad entre Chávez y Castro—y también diferencia, pues se trata de autosimilaridad, no de reproducción idéntica—por citar sólo un caso de parentesco político.

Pero son también repetibles los aciertos. Entonces actúan como módulos reproducibles, como una nueva especie, como un nuevo virus con capacidad de multiplicación. Éste es el caso del «fractal Smith».

Roberto Smith Perera acaba de protagonizar una aventura copiable, franquiciable, si se quiere. El más joven ministro de la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez, quien presidiera sobre la privatización de CANTV, fundador de Digitel, graduado en Políticas Públicas en Harvard, intentó hacerse con la gobernación del estado Vargas, en campaña solitaria y distinta, para las elecciones del pasado 31 de octubre. No lo logró, pero obtuvo el segundo lugar, con un 20% de los votos, casi quintuplicando la votación de Acción Democrática y obteniendo veinte veces la votación de COPEI. Hasta pocos días antes del 31 de octubre las tracking polls le mostraban en ascenso, a punto de cruzar la línea del gobernador chavista «incumbente», por quien las preferencias venían en caída. A última hora una intervención in situ de Hugo Chávez logró invertir esta dinámica y salvar al gobernador «del proceso».

Dos rasgos de gran inteligencia y claridad estratégica distinguieron la campaña de Smith: el primero, el atinado concepto de que lo verdaderamente determinante del éxito de Chávez reside en su «narrativa», en su interpretación general de la sociedad y la historia, que ha logrado predicar con resonante éxito; el segundo, el haberse desenganchado de la polémica nacional Chávez-antiChávez para concentrarse en una oferta de soluciones a problemas locales y propios de la comunidad varguense.

En un análisis de base previo a la campaña, Smith y su equipo concluyeron que la única forma de vencer al candidato chavista era desde la superación de la «narrativa» del gobierno.

El mismo punto ha sido adelantado más de una vez en esta publicación. Por ejemplo, en el número 94 (8 de julio de 2004) podía leerse: «lo realmente esencial es la Weltanschauung de Chávez, la visión del mundo que sostiene y le inspira, la que vende con algún poder de persuasión. Esta situación no puede enfrentarse con la mostración de puntos parciales o periféricos. Es necesario refutar esa cosmovisión, Es necesario, más exactamente, rebasarla, arroparla, comprenderla».

Smith no construyó esa nueva interpretación, aunque si cuidó de formular mensajes y señales distintas y positivas que, en cierto modo, no chocaban con el discurso chavista, sino que le pasaban por encima.

En cuanto a despegarse de la predicación estándar de acusación de Chávez en una campaña de dimensiones locales, también coincidimos: «Y los candidatos no chavistas deberán ocuparse de sus respectivas montañas estadales y municipales, ofreciendo soluciones a su escala, antes que inscribiéndose en una lucha de rebeldía ante el poder central, porque lo que está ahora en juego es el poder descentralizado». (Carta Semanal #101 de doctorpolítico, del 26 de agosto de 2004).

Preguntado Smith por un posible fraude en su contra contestó sin dudarlo que no creía que tal cosa se hubiera producido. Preguntado por si el doble de los recursos financieros con los que contó hubiera hecho una diferencia, contestó también negativamente. Más tiempo, dijo, era lo que hubiera querido tener. Sabía que había formulado una estrategia correcta.

Si el planteamiento electoral de Smith hubiera funcionado como fractal, si con otras candidaturas se hubiera multiplicado el enfoque en grado suficiente, tal vez los resultados del 31 de octubre hubieran sido distintos. Así, al menos, lo creía esta publicación: «lo que está ahora en juego es el poder descentralizado que, repito con préstamo de la ‘conjetura Paúl’, bien pudiera servir de contrapeso a un gobernante nacional cuya ambición hegemónica y autocrática es harto conocida. Un soberano que se encuentra sobrecogido de su propia decisión en materia revocatoria—no celebra—puede muy bien ahora limitar el poder del Juan sin Tierra venezolano, que sabe que una buena proporción de los noes desaprueba más de uno de sus procederes. Es muy posible ahora ‘ganar’ un buen número de batallas menores que están pendientes para dentro de muy poco». (#101).

Una conciencia similar a la de Roberto Smith convendría a las numerosas campañas para la próxima elección de concejales. Pero sobre todo debe ser tenida en cuenta para las elecciones del año que viene de una nueva Asamblea Nacional. Es preciso asegurar, para ese momento, un discurso que antes que oposición haga superposición: superación del discurso de los candidatos «del proceso» mediante otro de calidad superior. Tal discurso es posible. LEA

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