Fichero

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Unos pocos fragmentos de un notable estudio del Dr. Rafael López-Pedraza, Conciencia de fracaso (2000), componen esta Ficha Semanal #26 de doctorpolítico. El propio Dr. López-Pedraza explica por qué es inusual el foco de su trabajo: «En el mundo de hoy, cuyas proposiciones y metas están orientadas al éxito, al triunfalismo, escribir un ensayo titulado Conciencia de fracaso pone al que escribe a contrapelo y en oposición a las demandas más inmediatas de lo colectivo, porque implica la reflexión del fruto de un movimiento psíquico, que nos presiona desde adentro a que lo conozcamos, a que lo hagamos consciente».

Nacido en Santa Clara, Cuba, el Dr. López-Pedraza fijó residencia en Caracas en 1949. Trece años más tarde emprende once de estudios de Psicología Analítica en el Instituto Carl Gustav Jung de Zürich. Jungiano entre los jungianos en Venezuela, respetadísimo psicoterapeuta y docente, el Dr. López-Pedraza es autor de una buena cantidad de libros, de los que sólo hemos podido entreleer Sobre héroes y poetas y Ansiedad cultural. Es a este último volumen al que pertenecen sus reflexiones sobre la difícil pero remuneradora conciencia de fracaso. Si algo fuera útil a ciertas cabezas oposicionistas venezolanas esto sería la lectura de su insólito ensayo y, más allá de su claridad, encajar esa misma conciencia de fracaso con lúcida madurez, de forma que tal cosa les permitiese una metamorfosis trascendente y una sobrevida política que no les debe ser negada.

Nada es un signo más claro de madurez que aceptar la propia culpa—sin convertirla en tremedal que nos sofoque—y reconocerla ante terceros. En los niveles de la mediocridad o negamos o proyectamos—para usar terminología del maestro de Jung—nuestra responsabilidad, adjudicándola a otros o desapareciéndola enteramente. Nadie se siente «perdedor» en un choque automovilístico.

En una nueva Política, quizás en una inédita Medicina Política, el tratamiento del soma social—inversiones, reformas legales, institucionalizaciones, etcétera—tendrá que estar acompañado de una Psiquiatría Política necesarísima. En 1986 me atreví a escribir, en trabajo modelado según un dictamen médico, algo como esto: «No es menos importante alguna consideración, aunque sea somera, del estado de la psiquis venezolana en la actualidad… La crisis de confianza no es una que se restrinja a la desconfianza de los actores políticos, de la actividad económica privada o de cualquier otra institución de la vida nacional. La crisis llega a ser tan englobante que llega, en más de un momento, a manifestarse como desconfianza en el país como un todo… El síndrome subyacente es el síndrome de sociedad culpable».

El Dr. López-Pedraza nos señala el camino, al mostrarnos como la histeria, no sólo la repetida incesantemente a escala individual, sino la verdaderamente colectiva, nos impide aprender al imposibilitar la conciencia de fracaso. Es obvio que él no recomienda una estrategia de fracaso; tan sólo incita, respecto de este ineludible acaecimiento de la vida, «a que lo conozcamos, a que lo hagamos consciente».

LEA

Conciencia de fracaso

Vivimos en un mundo de opiniones que son fuente de influencia en nuestro diario vivir y que cubren todos los aspectos del vivir: opiniones que tienen gran peso en el hombre actual y que afectan tanto su comer como su vida erótica, sin contar la política y su relación con la sociedad en que vive, y que llegan a influenciar sus costumbres y hábitos hasta el punto de alterar y destruir sus tradiciones familiares y religiosas más íntimas. Opiniones superficiales concebidas desde ese pseudo logos que es el animus y que tragamos, por así decir, y pasamos a nuestro sistema de vida a pesar de lo conscientes que podamos ser. La cosa es que también ese aspecto ‘opinante’ del animus aparece muchas veces como elemento posesivo. Así, vemos personalidades que están posesas, no por fuerzas inconscientes o irracionales de procedencia arquetipal, sino por opiniones que defienden a ultranza. No creo que sea difícil observar cómo estas opiniones se avienen de maravilla a la sofocación histérica y que la sofocación no es solamente algo que está entre los límites arquetipales a los que hicimos referencia, sino que se sofoca de manera alarmante a través de opiniones.

Sabemos también que la exageración es síntoma, por antonomasia, de la histeria. Sentimos que vivimos en tiempos de gran histeria y que hay una exageración en el vivir; que, de buenas a primeras, nuestro humano vivir se ha exagerado, en muy pocos años, en los últimos cuarenta años, hasta proporciones mayores que las conocidas en tiempos anteriores de la humanidad. La historia reciente del hombre ha aumentado la histeria a proporciones a veces escalofriantes y, mucho más, si sabemos que la histeria es algo que cubre un espectro de la naturaleza humana, que va desde lo que arquetipalmente cualquier madre hace, sofocar a su hija, hasta una figura que carga cómodamente con toda la maldad que se le pueda atribuir al género humano: Adolfo Hitler.

Por algo el término histeria fue eliminado de la terminología médica de la American Psychiatric Association y sustituido por conversión. Esto nos dice que el fenómeno histérico es solamente tomado en cuenta y tratado médicamente cuando aparece como fenómeno de conversión. Pero, al mismo tiempo, se nos está diciendo que la mayor parte de las infinitas manifestaciones histéricas que pululan en el diario vivir salen fuera de la pantalla de la concepción psiquiátrica que, por lo general, las minusvalora y desprecia. Así, se sumergen en lo colectivo inconsciente de nuestro vivir y lo impregnan desde sus niveles más cotidianos hasta aquellos, por así decir, aunque suene un tanto histérico, de los que dependen los destinos de la humanidad. Es innegable que nuestro vivir se hace cada día más y más histérico. Sólo basta poner atención a cualquiera de los llamados ‘medios de comunicación’, ahora hipertrofiados como está la televisión, para poder sentir y estudiar cómo esos elementos de los complejos de la histeria son alimentados, de manera brutal, tanto por una simple propaganda de jabón como por la confrontación de armas nucleares.

La conexión que hicimos antes entre histeria y cuentos de hadas nos indica la superficialidad de la histeria. También la sentimos cuando leemos las noticias más escalofriantes sobre las grandes potencias, sus armamentos y posibles guerras nucleares. No tiene nada de particular que esta cierta apatía, que demuestra el hombre actual ante eventos tan importantes, venga acompañada de una gran dosis de histeria, que atrapa tales eventos en la plataforma que Jung imaginó y no los deja pasar a los complejos históricos y a los arquetipos y tampoco, por supuesto, a los instintos, que son los que deberían reaccionar. Leemos un periódico y, al mismo nivel superficial, histérico, encontramos la noticia sobre una celebridad, deportes, un desastre nacional o la cantidad de misiles que tiene esta u otra potencia; no hay mayor diferenciación en las valoraciones, como si todo se redujera a proveer información histérica para alimentar nuestra histeria.

Esta superficialidad mágica de cuentos de hadas de la histeria es cotidiana en psicoterapia. Aquí nos es dado apreciar, con lente de aumento, cuán imposible es lograr que situaciones, problemas y contenidos psíquicos evidentes sean aceptados con la realidad necesaria y puedan tocar emocionalmente lo psíquico y que lo psíquico se sienta movido por ello. Así, nuestra sensibilidad se escandaliza a veces cuando vemos que penas, dolores, tragedias son barridos en un instante por la histeria. Cabe aquí una línea de T. S. Eliot que nos dice «el ser humano no puede soportar demasiada realidad» pero, para lo que nos interesa en nuestro trabajo, cabría también decir que la personalidad histérica, el componente histérico de cada uno y las histerias colectivas se las arreglan con superficialidad pasmosa para evadir esa realidad básica que ya hemos referido y que permitiría aceptar la conciencia de fracaso y el aprender psíquico que tal cosa conlleva.

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Pero hay otro elemento importante todavía: la histeria es capaz de apropiarse de cualquier instrumento para utilizarlo como vehículo de su manifestación. Al parecer, uno de los instrumentos más a la mano de la histeria es la culpa, algo que le viene como anillo al dedo. A veces, podemos observar el espectáculo de la histeria haciendo uso de la culpa con refinamiento y arte de encaje delicado y otras, en que nos abruma con su descaro. Con esto, podemos acercarnos a vivenciar por qué la histeria es tan importante en el tema que estoy tratando, porque si la histeria maneja la culpa con una habilidad característica, estoy diciendo que la histeria tiene a su disposición un spectrum infinito de posibilidades para culpabilizar a cualquiera, a cualquier cosa, con tal de no aceptar la conciencia de fracaso. La histeria, al culpabilizar, destruye la imagen del acontecer psíquico.

Rafael López-Pedraza

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