Estos son días de portentosa conmemoración. Sesenta años se cumplen de la liberación de los prisioneros judíos del infierno de Auschwitz, uno de los más terribles entre los campos de concentración creados por el régimen de Adolfo Hitler.
No ha faltado quien considere que el siglo XX, época de enormes logros civilizatorios pero también de espantosos acontecimientos, pudiera en propiedad ser tenido como “el siglo judío”. Naturalmente, una de las razones para tenerlo de esa forma es el holocausto mismo. Seis millones de vidas aniquiladas en la primera “guerra asimétrica” de la historia marcan al siglo XX con una infamia imborrable, y a la humanidad misma con una culpa difícil de asimilar.
No ha bastado, sin embargo, que tan incomprensibles números sean conocidos por el mundo para acabar con la xenofobia y el racismo, y lamentablemente los movimientos neonazis no han desaparecido de un todo. Hasta la banal inconsciencia de algún vástago de la parasitaria familia real inglesa le impele a lucir una svástica en una reciente fiesta de disfraces. Por esto es que el recuerdo, aunque doloroso y deprimente, es necesario. No puede permitirse nunca más una pesadilla de esa clase. Un cierto revisionismo proclive al perdón constructivo, a lo Peter Sloterdijk, no puede ser pretexto para el olvido.
Pero el siglo XX fue también un siglo judío porque una desproporcionada porción del progreso de la humanidad en ese tiempo se debe a esfuerzos sobresalientes de personas excepcionales de religión judía. El más descuidado inventario de aportes culturales importantes en el siglo XX tiene que registrar la destacadísima presencia de sus protagonistas judíos. De la gran física de Alberto Einstein a la revelación de Sigmund Freud en la psicología de los hombres, del cine magistral de Steven Spielberg a la música enérgica de Ernest Bloch, de la fantasmagórica pintura de Marc Chagall a la poesía cibernética de Gerd Stern. Los judíos marcaron el siglo XX con un sacrificio que no tiene parangón en la historia humana, pero también con un aporte de cultura de magnitud invalorable. No hay esfera de elevación espiritual en la que personalidades judías se hallen ausentes.
Por ambas cosas, el martirio y el aporte, el mundo debe estar agradecido. Por ambas cosas los judíos orgullosos.
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