En más de una ocasión he citado acá o hecho referencia a mi amigo, maestro y mentor, el profesor Yehezkel Dror, Wolfson Professor of Political Science de la Universidad Hebrea de Jerusalén, y hoy quiero volver a hacerlo.
En varias ocasiones le oí contestar una pregunta que él mismo se hacía retóricamente: ¿cuál es el campo de mayor importancia para la investigación científica y para el futuro de la humanidad? Ese coloso de las Policy Sciences, abogado de Harvard, miembro de la Corporación RAND, Científico Jefe del Ministerio de Industrias israelí, asesor de los gobiernos holandés e inglés y de la Comunidad Europea, autor de profundos y proféticos libros sobre el arte de gobernar, contestaba que tal cosa de tan grande importancia era la comprensión del cerebro humano. (No sin regresar a su campo propio y sugerir especificaciones arquitectónicas para un «cerebro del mundo»—Brain of the World—al que consideraba en incipiente formación).
Y si, como el profesor Dror, nos preguntáramos cuál es la más importante actividad política que puede ser hecha en Venezuela hoy, un examen sosegado nos llevaría a la siguiente conclusión: enseñar Política, tanto al público en general como con mayor profundidad a quienes tengan vocación pública.
La Política, en tanto arte u oficio, es enseñable, y los primeros aprendices de ella deben ser los ciudadanos. Esto ya nos lo mostraban John Stuart Mill y Bárbara Tuchman. El primero de ellos, ciertamente el más grande filósofo político de los ingleses, escribió en su Ensayo sobre el gobierno representativo:
«Si nos preguntamos qué es lo que causa y condiciona el buen gobierno en todos sus sentidos, desde el más humilde hasta el más exaltado, encontraremos que la causa principal entre todas, aquella que trasciende a todas las demás, no es otra cosa que las cualidades de los seres humanos que componen la sociedad sobre la que el gobierno es ejercido… Siendo, por tanto, el primer elemento del buen gobierno la virtud y la inteligencia de los seres humanos que componen la comunidad, el punto de excelencia más importante que cualquier forma de gobierno puede poseer es promover la virtud y la inteligencia del pueblo mismo… Es lo que los hombres piensan lo que determina cómo actúan».
Por lo que respecta a la doble Premio Pulitzer de Historia, Bárbara Tuchman, ella arriba a una simple y poderosa conjetura al final de La marcha de la insensatez (The March of Folly), obra en la que concluye que la insensatez política, según atestigua la historia, es más bien la regla que la excepción. (La profesora Tuchman entendía por instancia de insensatez política aquella situación en la que un decisor público, en presencia de reiterados consejos y advertencias de que no siga una cierta senda porque meterá la pata, insiste en meterla). Dice Bárbara Tuchman en su epílogo: «El problema pudiera ser no tanto un asunto de educar funcionarios para el gobierno como de educar al electorado a reconocer y premiar la integridad de carácter y a rechazar lo artificial».
Nada puede ser, pues, más profundamente democrático que elevar la cultura política del público en general. En La enseñanza como una actividad subversiva (Teaching as a subversive activity, 1969), Neil Postman y Charles Weingartner sostenían con la mayor convicción que uno de los más fundamentales servicios de la educación consistía en dotar a los educandos de un «detector de porquerías». El pueblo necesita, por sobre todo, aprender a desbrozar en la discursería política, y a identificar y rechazar aquellas proposiciones vacías, puramente cosméticas, insinceras, obsoletas, ineficaces, demagógicas, manipuladoras. Debe poder llegar a la nuez de los mensajes de los políticos, sin hacer caso de solemnidades egomaníacas, para formarse un criterio acerca de su pertinencia o suficiencia.
Además, nunca antes ha sido tan grande la necesidad de mayor cultura política ciudadana que ahora, cuando el gobierno se ha convertido en una máquina de adoctrinamiento ideológico que vende una particular interpretación, errada y perniciosa, de lo histórico y lo político. Es, por tanto, doblemente importante hoy la educación política del pueblo, pues allí es donde es preciso superar concepciones de la dominación actual. Sin esta base primordial ninguna actividad política tendrá éxito, dado que ahora lo político en Venezuela se caracteriza por un proyecto de cobijo ideológico total impulsado por el supremo.
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Pero también hay que educar especialmente y con mayor profundidad—dado que su responsabilidad es mayor—a quienes tengan vocación pública, a quienes pretendan ejercer función pública.
En primer término, porque la insuficiencia política actual es de origen conceptual. Son conceptos equivocados (fundamentalmente obsoletos) acerca de lo político lo que explica las enormes desviaciones del actual gobierno y la radical ineficacia de lo que hasta ahora ha sido su oposición. No es tanto que su intención sea dañar a la ciudadanía—salvo en el caso de quienes piensan que un segmento de ella la daña y por eso hay que destruirlo—como que no saben qué es lo que hay que hacer. En el arsenal terapéutico de los actores políticos convencionales—y el más convencional de todos es el actual gobierno—no hay remedio eficaz a nuestros males públicos. Sólo es, por tanto, superando esa esclerosis conceptual y paradigmática, que es la raíz de la insuficiencia política, como será posible superar nuestra enferma coyuntura.
En segundo lugar, y como esta carta ha argumentado varias veces, porque hay hoy un estado del arte de la Política, cuyo conocimiento por parte de los decisores públicos contribuiría en mucho a la modernización y adecuación de las políticas públicas, las que en nuestro caso vienen determinadas no en función de las necesidades de la comunidad, sino en razón de predominio ideológico o hegemónico.
Tomemos el caso de las próximas elecciones de Asamblea Nacional. (En algún momento del año 2005). Supongamos que un grupo se propusiera la ambiciosa meta de alcanzar una representación mayoritaria en esas elecciones. (En términos prácticos, quitar la mayoría de la Asamblea a la coalición oficialista reunida alrededor del Movimiento Quinta República). Tal grupo no actuaría responsablemente si sólo pretendiese ser ensamblado a partir de fragmentos feudales que preservaría cada uno su propio mind-set y trabajaría cada uno en su trayectoria de acceso, sobre la campaña como tal. (Hay unos cuantos actores políticos en Venezuela—de relativo nuevo cuño—que han iniciado experimentos interesantes, algunos encaminados en dirección correcta, pero una «coordinadora democrática» que los federase mientras cada uno mantiene su identidad propia, sería una receta segura para el fracaso. Por esto no son actitudes producentes las expresadas por estos días en boca del vocero más caracterizado de algún partido, quien afirmara que la organización que él dirige es «la única» que el gobierno teme).
Para que un grupo de personas responda responsablemente a la meta delineada, tendría que haber arribado a una comunidad de enfoque, pues más que con un acuerdo programático o un «consenso-país», es preciso contar con una misma «gramática política», para emplear términos de Arturo Úslar Pietri. El trabajo es posible, aunque no fácil, y convendría iniciarlo ahora mismo, puesto que mientras más cerca estén las elecciones más difícil será formular y digerir el nuevo paradigma, que pueda superar con ventajas el prevaleciente de la Realpolitik, que en el fondo es común al gobierno y a los actores de oposición que hasta ahora actuaron, diferenciados éstos de aquél y entre sí por «sabores» ideológicos, cual tubito de «Salvavidas»® de tuttifrutti.
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