Cartas

Cuando culminaba la terrible experiencia de la Primera Guerra Mundial, que dejó un saldo de 9 millones de muertos tan sólo entre los militares, el campeón de una organización mundial que tuviera por propósito erradicar la peste de la guerra entre las naciones civilizadas fue, sin que quepa duda, el muy interesante y apasionado presidente norteamericano Woodrow Wilson. Los famosos Catorce Puntos de Wilson llevaron algo de racionalidad al manejo de las espantosas secuencias de la conflagración de cuatro años, y su cruzada evangelizadora culminó en la constitución de la precursora de nuestras Naciones Unidas de hoy, la Sociedad de Naciones. Lo irónico del asunto fue que los propios Estados Unidos de Norteamérica, concretamente su Congreso, se negaron a refrendar el tratado de creación de la sociedad, con lo que el atormentado Wilson, que terminara sus días en medio de graves desarreglos mentales, quedó totalmente en ridículo.

A poco menos de un siglo de aquella iniciativa, que no pudo impedir una guerra aun más espantosa—50 millones de muertos en seis años de lucha demencial—una vez más la más grande potencia del mundo, la única superpotencia (hasta que China la alcance y la supere) se niega a suscribir un pacto de crucial importancia para el destino de la humanidad entera: el Protocolo de Kyoto. Diseñado para dar pasos eficaces en la reducción de emisiones contaminantes que puedan reducir la vulnerabilidad del clima planetario, el Protocolo de Kyoto fue formulado en la ciudad japonesa que le dio su nombre en diciembre de 1997.

El documento final (11 de diciembre) se inscribía dentro de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, aprobada en Nueva York el 9 de mayo de 1992. Los países signatarios del acuerdo se comprometen a poner en práctica medidas eficaces «con miras a reducir el total de sus emisiones de esos gases a un nivel inferior en no menos de 5% al de 1990 en el período de compromiso comprendido entre el año 2008 y el 2012». Y también se comprometieron a «poder demostrar para el año 2005 un avance concreto en el cumplimiento de sus compromisos contraídos en virtud del presente Protocolo».

Es ese compromiso el que la nación que genera mayor contaminación en el mundo no quiere asumir. «Ecología no, economía sí» ha sido eslogan más o menos manifiesto de la administración Bush, la que tan recientemente como la semana pasada—al iniciarse el año de rendición de cuentas prevista en el convenio—ha reiterado lo que llama su postura oficial: que la climatología es una ciencia incierta, razón por la cual no puede adherirse a un protocolo cuyas premisas científicas están sujetas a incertidumbre. Así despacha los reclamos mundiales para que asuman su responsabilidad.

Pero hace exactamente seis días que científicos norteamericanos han aseverado con base sólida que no hay tal incertidumbre, por lo menos en lo que respecta al problema del calentamiento mundial. El viernes de la semana pasada un equipo de investigadores del clima en los Estados Unidos ofreció contundente evidencia de que el calentamiento global debe ser atribuido a actividades humanas, antes que a fluctuaciones climáticas naturales o a variaciones en la actividad volcánica o solar.

Los científicos en cuestión pertenecen a la Institución Scripps de Oceanografía de California, que han trabajado durante años con colegas del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore en el análisis de los efectos del calentamiento global sobre los océanos, según nota publicada el 18 de febrero en el Financial Times de Londres. Los investigadores combinaron la simulación en modelos computarizados con millones de lecturas de temperatura y salinidad en todo el mundo y a diferentes profundidades a lo largo de cinco décadas. No se trata, pues, de una improvisación de última hora.

Las conclusiones del largo estudio fueron adelantadas ante la Asociación Norteamericana para el Avance de la Ciencia reunida en Washington, y fueron esencialmente muy incómodas noticias: el calentamiento de los océanos, sostuvieron los investigadores, sólo ha podido producirse por la acumulación de dióxido de carbono producido por el hombre en la atmósfera. Los factores no humanos hubieran producido resultados marcadamente diferentes.

El líder del proyecto en Scripps, Timothy Barnett, destacó que los anteriores intentos de demostrar que el calentamiento global reciente se debe a la actividad humana fijaron su atención sobre cambios evidenciables en la atmósfera, lo que no resulta tan buena idea si se toma en cuenta que el noventa por ciento de la energía implicada en el calentamiento ha sido absorbida por los océanos, no por la atmósfera. Es en los mares donde la evidencia debía ser buscada.

Barnett dijo con el mayor aplomo que ninguna persona racional podía seguir negando la verdad del calentamiento, y en advertencia de mayor militancia emplazó al gobierno norteamericano a revertir su rechazo a suscribir el protocolo de Kyoto que por esos días entraba en vigencia.

¿Qué efectos previsibles puede tener el calentamiento que ya no puede seguir ocultándose? Bueno, el calentamiento planetario ejercería un impacto negativo sobre los suministros de agua en diversas regiones, los que se verían severamente disminuidos durante el verano en lugares que dependan de ríos alimentados por la fusión de nieve invernal y de glaciares como los de China occidental o los de los Andes. (Aquí mismo, pues).

O, por ejemplo, tómese el caso de las reacciones observadas al norte del Atlántico. Ruth Curry, del Instituto Oceanográfico Woods Hole en Massachussets reportó en la misma conferencia cómo más de 20.000 kilómetros cúbicos de agua fresca se han añadido en los últimos cuarenta años al Atlántico norte como consecuencia del derretimiento de las capas de hielo en el Ártico y en Groenlandia. Este inconveniente fenómeno altera drásticamente la salinidad de esta agua y amenaza con anular la correa transportadora oceánica que transfiere calor desde los trópicos mediante corrientes como la del Golfo de México. De continuar el deletéreo proceso, las temperaturas invernales al norte de Europa pueden experimentar un descenso considerable, haciendo sus fines de año aun más inclementes.

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¿Puede Venezuela considerarse inmune a estos cataclismos en cámara lenta? ¿No es la evidente alteración de nuestro clima una constatación de que estamos en el mismo barco? Ya no puede hablarse con propiedad de una estación seca que comenzaba a mediados de octubre y concluía en abril. Nuestras locales nociones de «invierno» y «verano» ya no tienen mucho sentido, sobre todo si nuestros diciembres y eneros tienden ahora a ser calamitosos a causa de una pluviosidad que desencadena inundaciones extensas y letales deslaves, con astronómico costo.

Ciertamente, nosotros mismos hemos contribuido con nuestros problemas. Las deforestaciones masivas en pro de una urbanización descontrolada y precaria han alterado nuestros microclimas. No es tan viejo el suscrito como para olvidar que mientras esperaba el autobús escolar que le llevaría a clases de educación primaria observaba neblina y rocío hoy desaparecidos de la Plaza de Las Delicias de Sabana Grande. Ciertamente, el gobierno actual ha sido negligente en la previsión de acontecimientos tan graves y desastrosos como los de 1999 y 2005. Pero la gran culpa del peligrosísimo cambio climático debe anotarse al efecto acumulado de la actividad industrial y transportadora, de la deforestación indiscriminada, de la urbanización desbocada, en las que los grandes países industrializados tienen la mayor cuota de responsabilidad. No en vano un Chávez impuntual e inmaduro disparó un dardo en esa dirección. La verdad, como dijo Santo Tomás de Aquino, se encuentra en todas partes, aun en boca de un gobernante tan alucinado como el nuestro.

Rusia se ha adherido al Protocolo de Kyoto; el gobierno de Lula ha asomado en estos días un nuevo esquema «privatizador» de la Amazonia con el que espera proteger mejor el ecosistema crucial que produce la mitad del oxígeno del planeta. ¿Qué están esperando los Estados Unidos, cuyos propios científicos le han despojado de su coartada? ¿Qué estamos esperando nosotros aquí en Venezuela?

LEA

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