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Varias iniciativas recientes, conmovedoras algunas, ineficaces todas, buscan establecer nuevas organizaciones políticas con la intención de ofrecer competencia significativa a la hegemonía totalitaria del chavismo. Mientras el gobierno continúa desenfrenado, damnificando a los habitantes de Villa Hermosa para, supuestamente, resolver la tragedia de los damnificados por las recientes lluvias—habría que ver si Juan Barreto vive en algún sitio rodeado de los «pobres» que dice defender—mientras reglamentos ilegales e inconstitucionales pretenden descoser las atribuciones del Consejo Nacional de Universidades, mientras la podrida Fiscalía General procura transferir su culpa extorsionadora a acuciosos pero incómodos periodistas, más de un venezolano con vocación pública se ha ocupado con la fundación de nuevas formaciones partidistas.

Así, por ejemplo, el general Alfonso Martínez ha creído que basta su condición de víctima famosa para liderar un movimiento que generosamente ha puesto a la orden, como plataforma para quienes quieran pelear contra candidaturas chavistas en las inminentes elecciones de este año

Así, por ejemplo, otra víctima prestigiosa, Tulio Álvarez, encabeza una fundación para «la «resistencia» y ofrece a «quienes querían calle» una enésima marcha de protesta dentro de la escuálida zona que va desde el Centro Lido hasta la Plaza Brión de Chacaíto—territorio nada popular pero convenientemente situado dentro del municipio de Leopoldo López—a ver si logra emerger como el líder que pueda candidatearse contra Chávez en 2006.

Así, por ejemplo, un gastado Luis Manuel Esculpi aparece como la cabeza de una Izquierda Democrática que no dice nada nuevo, que no aporta la «diferencia específica» que los mercadólogos exigen en un producto que pueda posicionarse con ventaja ante una competencia que carecería de ella.

Son líderes gastados, protagonistas de luchas infructuosas, estratégicamente equivocadas y que no levantarán apoyo suficiente porque no tienen lo que se necesita. Esculpi, por caso, estuvo con el MAS que decidió apoyar a Chávez en 1998, ante reiteradas y clarísimas advertencias en contrario de Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez. Luego fundó el partido Unión aceptando la jefatura de Francisco Arias Cárdenas, para darse cuenta, sólo después del inútil referendo revocatorio, que ese otro comandante golpista como que se estaba acercando demasiado al gobierno. ¿Son cabezas como ésa las que pueden proporcionar claridad estratégica y consistencia política a la amplia población que desea una cosa distinta de la dominación totalitaria que todos los días inventa alguna ocurrencia de populismo socialista?

Por fortuna, hay otros focos en hervor, y en algunos pareciera haber elementos que distinguirían su enfoque del prevaleciente en los casos mencionados. Sólo una verdadera voluntad de hacer algo distinto pudiera ahorrarles el destino insignificante de tan pobres iniciativas.

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