Cartas

Como era de esperar, Hugo Chávez quiso cogerse la toma de posesión del nuevo presidente uruguayo para él. Del discurso inaugural de Tabaré Vásquez, el presidente venezolano dijo que «recogió el sentimiento de los pueblos de América Latina, por lo que me sentí profundamente representado en esas palabras». Y en ausencia de Fidel Castro disfrutó su monopolio de cabeza caliente y aprovechó para advertir una vez más sobre el magnicidio en su contra que el gobierno norteamericano estaría preparando.

Acto seguido, en concordancia con su dilectísimo concepto de «desarrollo endógeno», firmó un acuerdo para que nuestro petróleo—más de 40 mil barriles diarios—asegure exógenas importaciones de carne y leche uruguayas que desplazarán producción venezolana en instantes cuando sostiene que sus expropiaciones e invasiones lo que quieren lograr es revitalizar nuestro agro.

Como ha sido dicho en otras ocasiones en esta carta, más de una cosa de las que Chávez dice en medio de su irresponsabilidad y bufonería generales, son razonables. Por ejemplo, que pareciera ser preferible un mundo organizado políticamente según una multipolaridad de grandes bloques antes que un diseño hegemónico encabezado por George W. Bush. Entonces tiene sentido la exploración de una integración política sudamericana sin tener que esperar que se complete una integración económica en la que hemos consumido medio siglo sin progreso demasiado notable.

Tal cosa fue incluso, en su momento, recomendación expresa de Milton Friedman—insospechable de emeverrismo—a los europeos. El 2 de agosto de 1993 el esquema integracionista europeo, ya debilitado por la poco entusiasta—hasta difícil—aprobación del Tratado de Maastricht por parte de varios de los países de la Comunidad, recibió un golpe de importante magnitud. La especulación monetaria desatada contra las monedas de Francia, Dinamarca, Bélgica, España y Portugal, como consecuencia de la negativa del Bundesbank a las peticiones de reducción de su tasa de interés clave, pareció descarrilar el programa previsto para la unificación monetaria europea: la meta de una única moneda hacia 1999. Al mes siguiente Friedman, el Premio Nóbel de Economía y líder de la llamada escuela monetarista de Chicago, se expresaba en los términos siguientes: «Si los europeos quieren de veras avanzar en el camino de la integración, deberían comprender que la unidad política debe preceder a la monetaria. El continuar persiguiendo algo que se acerca a una moneda común, mientras cada país mantiene su autonomía política, es una receta segura para el fracaso». (Entrevista en la revista L’Espresso, 26 de septiembre de 1993)».

De modo que hay verdades en los discursos de Chávez, aunque nunca originales, sino evidentes lugares comunes como dispersos islotes de sensatez en un océano de dislates, falsificaciones y manipulaciones, apartando las inconveniencias. Porque, por ejemplo, el discurso inaugural de Tabaré Vásquez en la Presidencia de Uruguay dista muchísimo de ser un endoso de las posturas de Chávez.

Para empezar, Vásquez, que escogió referirse explícitamente por sus nombres a—por orden de aparición—Líber Seregni, el digno general uruguayo; a Carl Sagan, el astrofísico norteamericano; a Artigas, por supuesto; a Lula, a Fernando Henrique Cardoso, al ex presidente Batlle, su propio predecesor; a Jorge Drexler, el cantante uruguayo ganador de un Oscar; a Gonzalo Fernández, su Secretario de la Presidencia; a la nuera del poeta Gelman, a Zelmar Michelini y a Gutiérrez Ruiz; a todos elogiosamente, jamás pronunció la palabra Hugo, ni tampoco Rafael, ni nombró a Chávez, ni siquiera dijo Frías. Prefirió decir: «y de Venezuela, contamos con el apoyo de su Presidente, con quien en el día de mañana estaremos firmando un acuerdo por el que intercambiaremos producto que vendrá de Venezuela por alimentos, servicios e inteligencia que dará el pueblo uruguayo».

Y no es que no nos guste el queso uruguayo, que es bastante bueno, ni que rechacemos los servicios uruguayos, que son eficaces, ni queramos prescindir de la inteligencia uruguaya, que en más de un caso es superlativa. El punto es que en sus afanes épicos Chávez refuerza y atornilla el modelo que por tanto tiempo ha regido a Venezuela: desangrar su no renovable subsuelo para vivir de importaciones, las que, según la enumeración de Vásquez son, ya dos de tres, valor agregado de Tercera Ola—servicios e inteligencia—contra la más primitiva de las economías: la extractiva. Sembrar nuestro petróleo, pero afuera. Eso es lo que Chávez llama endógeno.

Vásquez también denunció hoy, en la firma de los acuerdos con Venezuela, no con Hugo Chávez Frías, que en el continente «ha habido intenciones imperialistas. Hay, hubo y seguramente habrá intenciones de extender ese imperio y lograr una hegemonía total». Mas se apresuró a moderar esa apreciación del siguiente modo: «Pero también, lamentablemente, debemos reconocer que aquí en Latinoamérica fuimos incapaces de llevar adelante un proyecto latinoamericano, para todos los latinoamericanos, que defendiera nuestra gente, nuestra riqueza, que lograra calidad de vida para todos sus habitantes».

En cambio, en Venezuela, para combatir la pretensión hegemónica norteña, Chávez implanta su propia hegemonía, y pretende llevarla por todo el continente, hasta la descortesía de distraer la merecida celebración uruguaya de su nuevo presidente con su propio espectáculo proselitista, en pantalla gigante y todo.

Es muy distinto un Chávez mezquino, despreciando las innumerables cosas buenas que hemos hecho los venezolanos antes que él llegase como nuestro castigo—por unas cuantas bastante malas que también hicimos—de un espíritu como el de Vásquez, que pudo decir sin el menor sonrojo: «Este país dio mucho, el Uruguay dio mucho, pero estoy seguro, absolutamente seguro que tiene aún mucho más para dar. Cuando repaso mi propia vida, desde mi niñez en un barrio obrero, pasando por mi juventud con estudio y trabajo, el ejercicio de mi profesión, la actividad docente, las responsabilidades políticas e institucionales hasta llegar al cargo que hoy asumo, me reafirmo en la convicción que el Uruguay dio mucho, tiene mucho para dar y puede y debe hacerlo. Que todos los niños y todos los jóvenes y todas las mujeres y todos los hombres de este Uruguay tengamos las mismas posibilidades de llevar adelante una vida digna».

Y también reconoció: «Es verdad, claro que es verdad que estamos mejor que en el 2002, pero aún ni siquiera hemos alcanzado el nivel de 1998 que no fue espectacular ni mucho menos. Nadie puede decir que en 1998 tirábamos manteca al techo y todavía no hemos podido llegar a ese nivel. Si estamos mejor es gracias al esfuerzo de todos los uruguayos. Quien diga que ante la crisis del 2002 el gobierno hizo lo que tenía que hacer, ha de reconocer también que cientos de miles de uruguayos, los más pobres como siempre, hicieron mucho más de lo que tenían y podían hacer. Si la crisis no fue más grave aún, es porque la sociedad uruguaya en su conjunto la enfrentó con lealtad institucional, compromiso democrático y sacrificio, mucho sacrificio. Los actuales indicadores, y esto también es cierto y lo debemos tener presente, son auspiciosos».

Y todavía dijo, con magnanimidad inaccesible a nuestro Presidente: «Abrimos caminos de participación, de respeto, de tolerancia, dialogamos con todas las fuerzas políticas, con sus principales dirigentes, y logramos un acuerdo político para iniciar quizás el camino de política de Estado en temas tan importantes como Educación, Economía y Política Exterior. Y participaron nuestros partidos tradicionales, gloriosos partidos tradicionales, históricos partidos tradicionales, participó también el Partido Independiente y participó nuestro querido Frente Amplio-Encuentro Progresista/Nueva Mayoría».

Sería tarea realmente prolija un contraste exhaustivo de los puntos ópticos de Vásquez y Chávez. Por más que sus nombres se parezcan, poquísimas cosas los identifican. Sólo por citar un punto más, esta vez sobre un detalle de método democrático de gobierno. Tabaré Vásquez ha avisado, en su primer discurso como Presidente de la República Oriental del Uruguay que, para asuntos de defensa, remitirá al Congreso de su país un proyecto de ley que «modifique… la calidad excluyente de militar en actividad para el único cargo de confianza política del Ministerio».

¿Tabaré? Dame dos.

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