Cartas

Primera parábola: entre nosotros los venezolanos las siglas YMCA (Young Men’s Christian Association) están vinculadas desde hace un buen número de décadas con la actividad deportiva. Para los estadounidenses, en cambio, la asociación cognitiva más inmediata es con su servicio de alojamiento gratuito o a bajo costo en las grandes ciudades de su país. No muchos saben, en cambio, que la celebración del Día del Padre fue inventada, por una hija agradecida, en la YMCA de Spokane, estado de Washington, en 1909. Y claro, a finales de la década de los años setenta, el grupo de «música disco» que se llamó Village People convirtió en hit de popularidad mundial una exultante pieza que tuvo precisamente por nombre «YMCA», y que saludaba justamente el servicio de alojamiento de esta institución como una estupenda ayuda a jóvenes que no tuvieran dónde ir.

Bueno, regresemos a Venezuela. Además de las canchas deportivas YMCA, las siglas identifican un evento anual que se celebra en Caracas y, en el interior del país, al menos en Maracaibo. Se trata de la carrera de carritos de fabricación casera en la que participa un buen número de jóvenes. Los carritos, que no tienen propulsión autónoma, adquieren velocidad al deslizarse por una cuesta pronunciada. La gravedad y la inercia se encargan del asunto. Hasta hace no mucho la cuesta perfecta era la de la avenida Venezuela de El Rosal. Me han dicho que ahora la carrera ocurre en Altamira.

Los participantes de estas carreras han sido típicamente jóvenes de nuestros barrios, que construían sus carritos a partir de materiales desperdiciados, con el aporte de ruedas desechadas del taller mecánico cercano, cajas de madera provenientes de la bodega del barrio o flejes que proveyera la ferretería de más abajo.

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En el campo de la oposición venezolana pareciera haberse iniciado una carrera de carritos YMCA, y la meta se la entiende colocada en 2006, año de las próximas elecciones presidenciales, dado que seguiría siendo la salida de Chávez «el primer problema nacional a resolver».

Hay, de nuevo, una incipiente pleamar de actividad opositora que comienza a expresarse en dos planos. Uno es el que ocupa el enjambre ciudadano, partes del cual comienzan a moverse y retomar manifestaciones y marchas—en la consabida territorialidad de Chacao—o a celebrar reuniones en las que se pregunta si las asambleas de ciudadanos han muerto. En el otro plano se disponen, en pistas paralelas, una cantidad de iniciativas competidoras. Sus respectivos carritos están hechos con mucha similaridad de materiales y programas, pero correrían cada uno por su cuenta hacia la meta: la candidatura única de oposición en las presidenciales del año que viene. Cada quien busca posicionarse, presentando su propio carrito, con la esperanza de hacerse con ese papel.

Varias veces ha hecho esta carta alusiones a líneas sostenidas por Primero Justicia y la llamada Izquierda Democrática de Esculpi. Por lo que respecta al primero se presenta a sus miembros como «los únicos», mientras Julio Borges «cede» funciones partidistas a Liliana Hernández y él prepara su candidatura—ya nos repetirá que él es de la generación a la que toca el turno—mientras la aguerrida ex adeca gerencia «la única fuerza política que Chávez teme».

En cuanto a la ID esculpiana, ha nacido con la falla de origen de identificarse con criterios políticos del siglo XIX y con el considerable pasivo contra su credibilidad que representa su larga asociación con la figura comodín de Francisco Arias Cárdenas.

En COPEI su actual presidente puso este cargo a la orden al culminar las elecciones regionales del 31 de octubre y excitó a los demás miembros de la dirección nacional del partido a hacer lo propio. Al cabo de un trimestre ha superado el intento de atornillarse del secretario general quitándole funciones, para engrandecer el poder de la presidencia de la cual ahora no se aleja, y desde la que intenta relanzar al partido como «fuerza» de «centro» y eje alrededor del cual sueña que se reunirían, además de COPEI, Convergencia, Proyecto Venezuela y Primero Justicia, en reencuentro familiar socialcristiano. (Otra formulación que parece necesitar la referencia a las decimonónicas nociones de izquierda y derecha, liberalismo y socialismo, para definir su sustantividad. Ellos nos traerían la mezcla ideal de ambas cosas: una «economía social de mercado»). En su discurso del 3 de noviembre Eduardo Fernández sugirió que el partido no se había perdido en sus manos, al destacar que se venía de seis años de estrategia opositora equivocada y doce años de declinación partidista. Es decir, desde 1992, cuando abandonó la Secretaría General para medirse y ser derrotado por el más radical de derechas Oswaldo Álvarez Paz. Fernández no habría tenido que ver nada en el problema verde.

Acción Democrática pareciera estar, una vez más, en situación alfárica. Esto es, en un partido que no parece alojar figuras presidenciables y que es controlado burocráticamente, a lo Alfaro Ucero, sólo que Ramos Allup es más educado y mucho más vocal que el viejo y defenestrado caudillo y Acción Democrática es hoy aun más débil que en 1998. Por ahora asiste al acto de presentación en sociedad de una reedición, de una versión compacta, mini, de la Coordinadora Democrática (sin la transmisión automática de una constelación ensamblada a partir de ONG’s), el Polo Democrático, junto con el presidente de AD, Jesús Méndez Quijada, Gerardo Blyde, de Primero Justicia, Felipe Mujica del MAS, Pompeyo Márquez, Américo Martín y Milos Alcalay.

Con el nombre—Polo Democrático—este carrito de Rafael Simón Jiménez quiere sugerir que se nos vendría encima, una vez más, la necesidad de combatir a un Polo Patriótico. La dimensión de la lucha exigiría la adquisición de escala. Por eso una alianza del Bloque Socialdemócrata, OFM-Vamos y Solidaridad pretende ser la fundación de un «movimiento de movimientos» que sea «capaz de reactivar el ánimo reivindicativo del movimiento opositor frente a las pretensiones militaristas, caudillescas y autocráticas del presidente Hugo Chávez». La Coordinadora Democrática fue precisamente una federación de este tipo, con mucha mayor fuerza que este «polo». La CD fue justamente un «movimiento de movimientos», cuando lo que se precisaba era un movimiento de ciudadanos.

Pero el mismo día anuncia Súmate, por boca de su líder María Corina Machado, que hace metamorfosis para convertirse en la crisálida de un «movimiento ciudadano nacional»—aún no es el tiempo de emergencia de la final mariposa política—dedicado a «defender los derechos democráticos de la ciudadanía». Es decir, en una especie de Queremos Elegir más moderno. (Y sobre todo más poderoso. Los dos colosos del diarismo venezolano, El Universal y El Nacional, reportan la transformación pública de Súmate, el mismo día de la presentación del Polo Democrático, sólo que El Universal convierte el acontecimiento en el titular principal de su primera página, evidenciando la clase de cañones a disposición de María Corina, mientras que El Nacional, que uno pudiera suponer afecto a presuntos proyectos candidaturales de Gustavo Cisneros, la ignora en portada, aunque la reseña en nota ligeramente más breve al lado de la que dedica al «polo»).

Súmate 2.0 se mercadea con tres módulos operativos incorporados de fábrica: fomentar elecciones limpias (léase cazar la pelea del Consejo Nacional Electoral), luchar contra la discriminación política (listas de Gascón) y profundizar la contraloría ciudadana (aplicación para representación del enjambre). Con esperables modernidad e inteligencia, María Corina presentó el significado de su carrito con las siguientes palabras: «El enemigo que tenemos no es el jefe del gobierno y sus cercanos colaboradores, como generalmente se piensa. No son los jefes militares de la llamada revolución ni sus seguidores. Tampoco sus imposibles ideas de transformación económica y social del país, que más temprano que tarde demostrarán su torpeza histórica y su sensatez (sic) política. El mayor enemigo de nuestra democracia está en nosotros mismos. El dejarnos llevar por la ilusión rota y no comprender que los derechos y la libertad se conquistan fracaso tras fracaso, lucha tras lucha, victoria tras victoria. El peor enemigo de la democracia son los ciudadanos que se dejan imponer condiciones». (El Nacional, domingo 13 de marzo de 2005).

O sea, se proponen líneas concretas de acción, se aparenta deslindarse de una confrontación directa contra Chávez y su revolución (pero no puede eludírsele en el discurso para denunciar sus «imposibles ideas»), se declara que el enemigo no es Satán propiamente dicho, sino nuestra propia y pecaminosa carne que acepta ingerir las secreciones demoníacas. Un discurso calculado para mover, para galvanizar, un discurso de poder, vulnerable aún por las dudas que se ciernen sobre su líder y su presunta asociación con el estúpido experimento de Pedro Carmona.

En el género de opciones modernizantes puede asimismo inscribirse a «Venezuela de Primera», que hasta ahora no ha sacado la cabeza al público, pero igualmente intenta ser el carrito YMCA de Roberto Smith Perera. Basado en su experiencia de «Vargas de Primera», un interesante intento de tomar la gobernación del estado Vargas en las elecciones de octubre pasado, ha auspiciado reuniones con el expreso propósito de «lanzar una nueva iniciativa política nacional». La susodicha iniciativa contendría «una oferta superior para el futuro del país, superior a la hegemonía actual, y una narrativa histórica y social de gran alcance, superior a la de la V República y a la del regreso al pasado». (Ambas por desarrollar). Smith plantea: «Una parte relevante de la inspiración de este grupo está en el trabajo que hicimos en Vargas el año pasado. Entre conocedores de los quehaceres de la política se piensa que el esfuerzo de Vargas debe ser expandido y replicado en muchos otros contextos, y que ésta es la única vía racional y segura para construir una fuerza capaz de retar a la actual hegemonía en el mediano y largo plazo».

Esto es, de nuevo la justificación por oposición y la creencia de que su carrito es el «único» que puede garantizar eficacia en un enfrentamiento ulterior con el Ferrari de Schumi Chávez. En sus encuentros ha regresado por sus fueros la misma llovizna del «movimiento de movimientos», ya encontrado en la relación sobre el Polo Democrático, aunque ciertas fuentes de muy alto nivel en el grupo de Smith indican que una cierta crítica a tan difundido lugar común—en la liga del abortado «consenso-país»—habría causado en su seno un impacto sobre este mito tan popularizado en ciertas cabezas de la «sociedad civil».

Tulio Álvarez, por su parte, busca reflotar su imagen de agente demostrador de fraudes electorales y se acomoda en uno de los carriles de la bajada del 2005 con la «Federación Verdad Venezuela», a la que presenta con el calificativo de «resistencia». Si desapareciera el dominio de Chávez ya no tendría nada que resistir, y por ende dejaría de tener sentido. Como Súmate, ha puesto sus miras iniciales sobre el CNE. (Ya compitieron poco después del revocatorio, con la colocación prácticamente simultánea en el mercado político de los fanfarriados pero inocuos Informe Álvarez e Informe Hausmann-Rigobón).

Otros actores, se asegura, buscarán ubicarse en unos pocos carriles aún restantes. Todavía siguen en el mapa figuras como la de Guaicaipuro Lameda, Rafael Alfonzo y Carlos Alfonso Martínez, y siempre está latente una candidatura de Teodoro Petkoff. Por lo que respecta al general recientemente liberado, ha puesto magnánimamente su «movimiento»—minúsculo—a la orden de candidaturas de otras iniciativas para las dos elecciones de 2005, no para 2006.

Petkoff es el único estadista reconocible en la enumeración precedente. Es evidente la sensatez y tino políticos que ha exhibido desde su trinchera de TalCual y su programa semanal en CMT, y es el ideador de agudas observaciones. Hace nada puso de relieve el siguiente teorema, pasado por alto por muchos analistas políticos: si Chávez ha dicho que hay que inventar un socialismo del siglo XXI, dado que los distintos modelos históricos del «socialismo real» han fracasado, esta última caracterización se aplicaría muy especialmente al fracaso del proyecto castrista en Cuba. En frase peligrosamente feliz ha sugerido que en Venezuela es preciso «inventar la oposición», para atenuarla de inmediato y sustituir «oposición» por «alternativa» u «opción», lo que, una vez más, continúa requiriendo la presencia del rival para cobrar sentido existencial. Por ahora es muy requerido en el interior de la República, donde tiene la esperanza de aliar liderazgos locales que llegaron de segundos en la competencia del 31 de octubre.

Pero las encuestas—de donde también han desaparecido nombres otrora pujantes, como los de Herman Escarrá y Juan Fernández—ya no registran en sus pantallas a Petkoff, a pesar de su longeva exposición pública. Tal vez tal cosa se deba a que sus pertinentes análisis se detienen en el borde de las soluciones sin exhibirlas. Hace nada le contestó a César Miguel Rondón, que buscaba precisarlo sobre el punto más allá de la declaración de opositor a Chávez: «¿Tú lo que quieres es que me coja el toro?» Uno barrunta la siguiente implicación: Petkoff sí sabe cuál es «la solución», pero cree que ella no debe ventilarse en público.

En una órbita totalmente diferente debe ser colocado, si es que tal cosa existe, el presunto proyecto de una candidatura del empresario Gustavo Cisneros Rendiles. La ingente cantidad de recursos financieros y comunicacionales que podría colocar en juego, su innegable condición de jugador de grandes ligas, su transnacionalidad, su familiaridad con importantes jugadores de peso internacional, no son cosas que puedan cargarse en un carrito desprovisto de fuerza motriz, impulsado sólo por sus piernas y la inercia que una cuesta en bajada convertiría en energía cinética. Si Chávez maneja un potentísimo Ferrari, Cisneros conduce un no menos potente Williams. Pero como todo esto es especulación—no hay nada oficial por parte de Cisneros—no es posible hacer evaluaciones medianamente serias acerca de sus pretendidas intenciones, así como tampoco cabe adelantarlas respecto de Marcel Granier, de quien también se dice pretende competir y que, sobre todo, tiene por ahí una «tesis», la tesis, que estaría exponiendo en círculos bastante discretos y cerrados.

En fin, trayectorias planificadas para su recorrido en carriles separados, paralelos, que no se tocan.

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Segunda parábola: María Corina Machado debe conocer por relación de sus padres, que estuvieron entre los fundadores, la historia del surgimiento del Grupo Santa Lucía, un importante espacio de encuentro de miembros de élites venezolanas. Cuando celebró su primera reunión en 1977, en la isla caribeña de la que tomó su nombre, no existía la intención de perpetuarlo. El entusiasmo generado por la exitosa experiencia natal llevó a la periodicidad de sus reuniones.

El Grupo Santa Lucía es, como ha quedado dicho, la sesión de una muestra de élites venezolanas que en lenguaje oficialista serían caracterizadas como mayoritariamente «cuartorrepublicanas» o «escuálidas». Empresarios importantes, políticos, académicos, militares, fueron inicialmente seleccionados porque ya eran decisores clave en Venezuela o porque estarían a punto de serlo. A lo largo de los años han celebrado muy serios eventos de análisis, auxiliados con el aporte de expertos extranjeros o nacionales sobre problemas o tendencias vigentes.

Más allá de esto, ciertas condiciones formales en el diseño del grupo han garantizado su eficacia como organizador de consensos dirigenciales. Entre ésas destacan el que de preferencia se reúne fuera de Venezuela y el que no permite la observación de periodistas.

Que se procure reunirse fuera del país obedece a una sola intención: asegurar el sosiego proclive al análisis, que sería impedido en nuestro territorio por el acoso de secretarias y celulares, con la tentación de ausentarse «por un rato» para atender «asuntos urgentes» si se delibera en sitio demasiado cercano a las oficinas de los asistentes.

Que se proscriba la asistencia de periodistas en tanto tales busca relajar las aprensiones, los pescueceos, los pantalleos y las disensiones rituales que aquejan sobre todo a los políticos de oficio y que parecen hacerse ineludibles en cuanto anda cerca un micrófono o una cámara. De allí que funcionase muy bien un ambiente de discreción, en el que un adeco y un copeyano pudieran expresar acuerdos fundamentales sin que por eso se les tuviera como contemporizadores a la vista de la opinión pública. Sin la presencia de periodistas era posible integrarles a consensos. En público se hubieran visto fatalmente impelidos a disentir.

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Para tratar el proliferado paralelismo de las iniciativas reseñadas en la parábola anterior, las reglas del Grupo Santa Lucía pudieran convenir grandemente. Debe reconocerse que todas tienen su base, su mérito, su verdad. Algunos protagonistas, corredores de la YMCA, son héroes de cuño reciente pero admirable, otros creen que su excelencia ejecutiva y su valor les legitima de algún modo, o su intransigencia ante el régimen actuante, la prolijidad y dedicación de sus esfuerzos. No hay duda de que entre todos componen una experiencia política o social de magnitud nada despreciable y que, si estuvieran compactados en una sola asociación, pudiera esperarse de tal conjunto un desempeño más poderoso.

Petkoff ha apuntado atinadamente que, si bien el foco debe estar puesto en 2006, hay dos etapas previas que cumplir: las elecciones de munícipes y las de asambleístas. También señala que las probabilidades de presentar una oposición razonable a Chávez en 2006— «retar a la actual hegemonía», para emplear terminología de Smith Perera—quedarían muy disminuidas si las elecciones intermedias resultaren en la previsible caída y mesa limpia a favor del gobierno. Todo el ventajismo gubernamental, todo su estilo de jugador sucio, cada vez más refinado y aprendido, con «morochas» y con «kinos», pudiera conformar una próxima Asamblea Nacional, por ejemplo, tan desequilibrada como lo estuvo la Asamblea Constituyente de 1999, en la que sólo cuatro diputados de oposición disentían—más o menos—de la abrumación oficialista de la época. Eso es una cabeza de estratega funcionando.

Pero ¿qué pudiera pasar si pudiera ejercerse suficiente exigencia sobre los protagonistas del evento YMCA para que, antes de lanzarse por la bajada, consintieran en reunirse con el único propósito, ya no de estructurar un insostenible «movimiento de movimientos», sino de arribar a morochas y kinos unitarios del lado contrario al del gobierno? ¿Si pudieran entender, en un cónclave discreto, protegido de cámaras y micrófonos, tal vez en Aruba o Antigua, que antes que sus legítimas carreras individuales por el poder máximo hayan adquirido dinámicas irreversibles es preciso enseriar el asunto de las dos elecciones de 2005? No se les exigiría un acuerdo para las presidenciales, tan sólo que cooperen todos hacia una unificación de la oferta electoral de este año crucial.

¿Quiénes pudieran conformar presión suficiente para asegurar la nueva convergencia de tan tenaces paralelas? Básicamente, los factores que asignan recursos financieros y espacio comunicacional, grupos que impactan a los líderes—como ciertas peñas influyentes, como ciertas iniciativas reeditables (la vieja idea de Pablo Moser sobre la búsqueda de un «estadista con moto propia», tal como los cazatalentos buscan gerentes), como ciertas ONG’s con peso, como otras instituciones de propósito no político. Si estas organizaciones e instancias, si sus líderes, no piensan competir, entonces pueden exigir la conducta descrita a los pilotos en competencia, y facilitar lo conducente a la realización, en condiciones de Santa Lucía y con la logística requerida, de este concilio de unidad. Ya una vez, cuando la caída de Pérez Jiménez había terminado por considerarse inevitable, pudieron tres grandes líderes—Betancourt, Caldera, Villalba—acordarse en Nueva York, protegidos de la inquisitoria reporteril y las demandas de sus propias militancias.

Reunamos, pues, en monasterio inaccesible a Petkoff, a Machado, a Smith, a Jiménez, a Fernández, a Ramos Allup, a Borges, a Esculpi, a Álvarez, a Cisneros, a Granier, etcétera. Apoyémosles con el juicio de brujos y de expertos: Keller, Gil, Bottome, gente así. Secuestrémoslos como cardenales hasta que puedan salir con el acuerdo operativo que la hora requiere.

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Tercera parábola: en el hotel El Parque, colindante con el parque Rodó, en un agosto lluvioso de Montevideo, se reunía en 1962 el Congreso Mundial de Pax Romana, la organización cupular que federaba la pareja del Movimiento Internacional de Intelectuales Católicos (los mayores) y el Movimiento Internacional de Estudiantes Católicos (los jóvenes).

En un evento que contó con la presencia de gigantes como Eduardo Frei Montalva, el hasta los momentos líder del movimiento de estudiantes, un lituano que respondía al nombre de Peter Vygantas, resultó elegido Presidente de Pax Romana.

Vygantas optó por imprimir carácter pedagógico a su discurso inaugural como presidente de la organización dual, y básicamente explicó que Pax Romana era cuatro cosas a la vez, cada una de las cuales había surgido de la anterior, en secuencia histórica a partir de la cosa primigenia.

Pax Romana era y había sido, en un comienzo, una idea. Una idea con sentido, convincente, estimulante. La fuerza de la idea era tal que su difusión y comunicación hicieron que apareciera un movimiento, la coalescencia de conciencias diversas sobre el propósito de materializar la idea primaria. Pero este movimiento, para ser eficaz, debió proveerse una organización, y así se estableció para mantener el movimiento inmune a las fuerzas centrípetas de la insatisfacción y la entropía. Finalmente, esta organización produjo un servicio, que llegaba a los militantes del movimiento. Estas cuatro cosas eran, afirmó, Pax Romana.

Desde luego, no dejó de advertir que el servicio debía ser mantenido y prestado a toda costa, pues sin él el movimiento se desencantaría y desagregaría, con lo que su prole, la organización, moriría, y con estos decesos la misma idea procedería a fallecer.

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No hay duda de que entre los corredores de nuestra carrera YMCA de 2006—los pretendientes al título de contendor o retador democrático de Hugo Chávez—hay gente que sabe de organización. Descuellan entre éstos Roberto Smith, con un impresionante aunque no muy extenso (por su juventud) historial de éxito ejecutivo, y María Corina Machado, pues el logro de Súmate desde 2002 es verdaderamente destacado. En esta misma publicación se asomó su nombre como muy atractiva opción para la Vicepresidencia Ejecutiva de la República, al elogiar su elevación política, expresada en gestos como el de ofrecer los servicios de Súmate al Comando Ayacucho. No hay duda de que entre los operadores políticos de aquel conjunto hay quienes saben arrear movimientos en marchas y manifestaciones de toda índole. Y si se suman a esa trouppe líderes provenientes de ONG’s, también se encontrarían en el grupo actores acostumbrados a la prestación de servicios. Pero ¿hay allí la capacidad para generar la idea? A fin de cuentas, en el esquema de Vygantas nada existe sin la idea. Es la idea la que produce el movimiento, que establece la organización, que presta el servicio.

¿Dónde buscar las ideas? Pues en las cabezas de la gente que se ocupa de producirlas. Parece una verdad de Perogrullo, pero en lo tocante al papel político de las mujeres y hombres de pensamiento gravita un prejuicio de raíces anchas y profundas. Argenis Martínez resumió la cosa así en El Nacional para la campaña de 1998: «La característica general de la política venezolana hasta ahora es que si usted está mejor preparado en el campo de las ideas, es más inteligente a la hora de buscar soluciones y tiene las ideas claras sobre lo que hay que hacer para sacar adelante el país, entonces usted ya perdió las elecciones».

La situación política nacional no es rutinaria, no es normal. Sería verdaderamente difícil que aun los mejores actores políticos de tipo convencional—curtidos operadores políticos, organizadores excelsos, avezados cultores de la Realpolitik, gente poderosa, servidores altruistas—puedan resolverla.

Es prescripción responsable de esta publicación que se busque ese liderazgo primario y pinacular en dirección distinta de la convencional. Y acá viene al caso rescatar una impresión escrita, hace veinte años, en febrero de 1985: «Serán, precisamente, actores nuevos. Exhibirán otras conductas y serán incongruentes con las imágenes que nos hemos acostumbrado a entender como pertenecientes de modo natural a los políticos. Por esto tomará un tiempo aceptar que son los actores políticos adecuados, los que tienen la competencia necesaria, pues, como ha sido dicho, nuestro problema es que los hombres aceptables ya no son competentes mientras los hombres competentes no son aceptables todavía».

LEA

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