El Premio Hugo no tiene nada que ver con Hugo Chávez, por más que a algún adulador, o a él mismo, el establecimiento de una cosa así pudiera haberle pasado por la cabeza. En cambio, instituido en honor al Padre de las Revistas de Ciencia Ficción, Hugo Gernsback, es el equivalente al Oscar que concede anualmente la Sociedad Mundial de Ciencia Ficción, por logros sobresalientes en este activo campo literario. Se hace posible a partir de postulaciones de los miembros de esa asociación, y se adjudica por el voto democrático de los mismos miembros para obras aparecidas el año previo a la premiación.
Al igual que el Oscar, el Premio Hugo se ha concedido en versiones especiales. El propio Gernsback, por ejemplo, recibió la primera de ellas en 1960. Otro de esos premios especiales, único hasta ahora, fue para reconocer el extraordinario logro de un autor de lamentadísima ausencia, Isaac Asimov, fallecido en 1992, por la Mejor Serie de Ciencia Ficción de Todos los Tiempos: la serie de tres volúmenes que los aficionados conocen con el nombre de Fundación. (Fundación, Fundación e Imperio, Segunda Fundación).
Asimov nació en las cercanías de Smolensk, Rusia, en 1920. Sus padres emigraron hacia los Estados Unidos, donde Isaac se convertiría más tarde en bioquímico de profesión, con toda la intención de proseguir una carrera de investigador y docente. Su verdadera vocación era, sin embargo, la de escritor.
Posiblemente no haya habido nadie que pueda equipararse al talento de Asimov en su calidad de divulgador científico. Leer los tres volúmenes de Understanding Physics, o el gordo tomo The Intelligent Man’s Guide to Science, permite comprobar que en la pluma de Asimov la arcana Teoría de la Relatividad, o la no menos difícil Mecánica Cuántica, se convierten en agua cristalina que su poder didáctico acerca al entendimiento del ciudadano común. (Bertrand Russell, por ejemplo, intentó hacer algo parecido en su The ABC of Relativity, pero jamás llegó a acercarse a la claridad de Asimov). Más de 500 libros escribió Asimov en su prolífica vida, en los que no sólo fungió como prístino divulgador de ciencia, pues en un acto de característico arrojo escribió un enjundioso y respetable volumen sobre la obra de William Shakespeare, y en otro se convirtió en sugestivo comentarista de la Biblia.
Pero su papel más popular es el de autor de ciencia ficción. Fue él quien formulara las «tres leyes de la robótica», ahora expuestas en la película I, robot, protagonizada por el cotizado actor Will Smith y más o menos inspirada en libro del mismo nombre de Isaac Asimov. Y sus ingeniosas historias, escritas desde la ventaja de un verdadero conocimiento de las ciencias, conforman un numerosísimo conjunto. Ninguna, no obstante, tan apasionante como la trilogía de Fundación.
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Fundación es una saga galáctica muy adelante en el futuro, y trata de la declinación de un imperio extendido en el espacio, que es prevista en las ecuaciones, enrevesadas pero hermosas, de la «Psicohistoria», una ciencia nueva de fundamento matemático y establecida por Hari Seldon, su gran maestro. Las ecuaciones indican que el imperio cuya capital es el planeta Trantor entrará en acelerada decadencia, abriendo el tiempo a decenas de milenios de una edad oscura, análoga a la Edad Media que sucediera a la caída del Imperio Romano de Occidente.
Seldon logra explicar este asunto al emperador sin perder la cabeza en el intento, y de hecho obtiene la autorización y los fondos necesarios para establecer en un planeta distante una «fundación» compuesta por científicos y técnicos, ente los que se encontrarán, sin duda, sus discípulos en el arte de la Psicohistoria. (Al emperador le conviene la lejanía de sabios tan impertinentes que insisten en predecir el colapso del imperio que preside). La misión de la fundación es similar a la de un monasterio benedictino medieval: preservar, en una enorme «Enciclopedia Galáctica», todo el conocimiento acumulado por la civilización, con el que pudiera emprenderse una reconstrucción que acortaría a un solo millar de años la época de oscuridad.
Así pues, Seldon coloniza el planeta deshabitado que se le asigna en compañía de sus seguidores, dispone lo relativo a la vida en comunidad, y fija las líneas del trabajo de recopilación. Después puede morir.
El conocimiento psicohistórico, por otra parte, es tan preciso e inexorable, que Seldon es capaz de calcular con exactitud los momentos en los que la Fundación se enfrentará a momentos críticos en su evolución, décadas y siglos antes de que ocurran, y tiene tiempo de registrar antes de morir pequeños discursos que pronunciará después de muerto, en proyecciones holográficas de su persona que aparecerán, justo a la emergencia de estas «crisis de Seldon», en el salón de sesiones del consejo de la Fundación. De este modo su consejo es útil en los momentos cruciales y la Fundación puede sortear las crisis y proseguir tranquilamente su fundamental misión civilizatoria.
Pero algo imprevisto por Seldon acaece en el segundo tomo de la saga (Fundación e Imperio). La impresionante y poderosa estructura matemática de la Psicohistoria, que trabaja con grandes números, no pudo prever el minúsculo detalle de una mutación. Aparece entonces en la historia un mutante, un militar autoritario, ávido de poder, capaz de influir determinantemente la voluntad de los hombres, y que por tal razón posee más fuerza que «una decena de flotas de batalla».
Entonces este mutante autocrático e inmisericorde, conocido por el apodo de «el Mulo», se impone a los cuidadosos diseños de Seldon y echa por tierra sus elaborados cálculos. Ninguna voluntad puede oponérsele, que él controlará con su poderes psíquicos anormales. Sus más amargos enemigos quedan reducidos a la condición de siervos obedientes. Implacable, va extendiendo rápidamente su dominación por todos los confines de la galaxia. El plan de reconstruir la civilización, en menor tiempo del previsible a partir del colapso de Trantor, ha quedado hecho trizas.
A este dictador galáctico se le llamaba el Mulo no tanto por su tenacidad, sino porque la mutación que lo produjo le dio ese carácter estéril que tiene la progenie híbrida de caballo y asno. El Mulo no puede tener descendencia, no puede tener hijos que perpetúen una sucesión dinástica.
Pero otro factor relativamente accidental dará por tierra con el Mulo. Arcadia Darell, una joven mujer, poseída ella misma de una coraza psíquica—algo así como «la Fuerza» en «La Guerra de las Galaxias» de George Lucas—logra que el Mulo baje la guardia, como Dalila del futuro, y precipita su impensable caída.
(Hasta aquí lo que necesitamos para nuestra analogía política actual y local. En el tercer tomo de la saga, baste decir, una «Segunda Fundación», establecida en secreto por Seldon en el «extremo opuesto de la galaxia», emerge de la derrota del Mulo y completa la misión entrevista por el psicohistoriador. Es ésta la historia que le valió a Asimov el premio único por la mejor serie de ciencia ficción de todos los tiempos, superando con ella a gigantes como J. R. R. Tolkien—El Señor de los Anillos—Robert Heinlein, E. E. Smith y Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán).
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Ya el lector habrá articulado las obvias semejanzas de Hugo Chávez con la figura del Mulo. Militar, autoritario, peligroso, implacable. Imprevisto. Mentalmente poderoso. Estéril.
Militar, es obvio. Pero de formación aleatoria. Chávez quiso ser pelotero, y escuchó que en el ejército estaban los mejores profesores. Así se alistó, fusionando al arma la potencia de su asombrosa inteligencia.
Autoritario. Ningún venezolano, ni siquiera el más fanático entre sus seguidores podrá regatearle este carácter, que a él le gusta.
Peligroso. No es lo mismo un autócrata presidiendo un programa eficaz, que otro dirigiendo una terapéutica fundamentalmente equivocada. Ni siquiera un demócrata que actúe desde convicciones fundamentalmente equivocadas puede ser beneficioso.
Implacable. Su agenda procede, más que sin pausa, a rápido ritmo. No tiene contemplaciones con ningún poder distinto del suyo. Si Fidel Castro se le opusiere, él lo declararía traidor.
Imprevisto. Chávez no estaba en el mapa. Sólo muy pocos conocían de sus tendencias y andanzas antes del 4 de febrero de 1992. En mi caso personal, equivoqué mi lectura en 1987, cuando consideré improbable un golpe de estado de corte izquierdista. Chávez fue una sorpresa, un mutante.
Mentalmente poderoso. Es capaz de cautivar durante horas a multitudes. Ha dominado la psiquis colectiva desde que tuvo el poder. La cantidad de veces que los venezolanos hemos pensado en Chávez, o pronunciado su nombre, en los últimos seis años, es casi inconmensurable. Ha desplegado una explicación de las cosas, de la sociedad, de la historia de la humanidad, de nuestra propia historia venezolana, de nuestra situación económica, que propala con eficacia de predicador, sin que para propósitos prácticos se le refute o, mejor, supere.
Estéril. No tendrá descendencia, en tanto tipo de liderazgo. A Hugo Chávez lo hicieron y rompieron el molde. (Aunque pertenece ciertamente a un tipo: el de Castro, el de Hitler, que son más o menos infrecuentes. Oradores interminables, ególatras, muy construidos y postizos). No todo el mundo combina en grado tan superlativo la inteligencia, la tenacidad, la voluntad de poder, los talentos histriónicos, la creatividad publicitaria, de Hugo Chávez. En su movimiento ya no habrá sucesor que se le equipare.
Acá se detienen por un instante las semejanzas. No es probable que la perdición de Chávez sea una mujer, ni que resucitara María Callas a cantarle Mi corazón se abre a tu voz, de Sansón y Dalila de Saint-Saëns. En esto Chávez sigue el método de Juan Vicente Gómez, que tuvo bastante actividad sexual, pero no dormía con mujer. Creer otra cosa es tan iluso como la peregrina noción que le escuché a alguien en 1998: que la solución era acercarse a Chávez con una maleta de dinero para nombrarle sus ministros de la economía.
¿Qué clase de figura pudiera dar al traste con una perduración de Chávez en el poder?
Siendo que Chávez tiene el mayor control del poder posible en Venezuela—político, militar, económico—una oposición al estilo cacical debe fracasar. Es un brujo, no un cacique, quien puede suceder a Chávez a corto plazo. (2006). No es otro «tío tigre» menor que pretenda discutirle la posición alfa a Tío Tigre en su manada. Es Tío Conejo.
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