Fichero

LEA, por favor

El texto corto de la más reciente Carta Semanal de doctorpolítico (el #135, de fecha 28 de abril), hizo referencia a un planteamiento público de Oswaldo Álvarez Paz en su columna periodística Desde el puente. Allí hice cita de artículo suyo, que concluía de este modo: «Ya basta de pensar sólo en elecciones. La verdadera naturaleza del problema no es electoral. Algo está por nacer».

Al final de mi texto decía: «Esperaremos, entonces, que Álvarez Paz y otros que como él andan en lo mismo, expliquen cuál es esa ruta no electoral—insurreccional o intervencionista, suponemos—que no depende por tanto de los Electores, del Pueblo mismo, sino del arrojo de autoungidos furibundos que nos resolverán todo».

Esta evaluación suscitó una explicable comunicación de parte de uno de los estimados suscritores de esta carta, cuyo contenido íntegro trascribo a continuación:

Estimado LEA: En tu sección teutónica haces unas consideraciones, a propósito del reciente y nada sorpresivo artículo de OAP plenas de calificativos fuera de lugar y por tanto impertinentes para una página que se supone objetiva y de análisis de hechos políticos y sociales, para concluir con la consabida pregunta, con visos delatores, de «cuál es la ruta?». Cada vez que oigo a alguien proferirla me pregunto si estoy ante un mermado mental, un provocador o un esbirro del régimen. No es necesario ser zahorí para dar la adecuada y única respuesta a la pregunta, por inocente que suene. Entonces, ¿de qué se trata? ¿Qué se pretende con ese emplazamiento público, mi querido redactor de carta política? ¿A qué viene el señalamiento delator al articulista amigo de «insurreccional o intervencionista, suponemos…»? Y por último, llamar a quienes no creemos en las salidas electorales, muy a nuestro pesar y trayectoria, a la tremenda crisis que nos agobia como «autoungidos furibundos» con definido interés peyorativo, sin explicar por qué ese calificativo no puede ser colocado, también injustamente, en cabeza de los que de buena fe creen lo contrario y confían en las elecciones, no deja de ser una manipulación maniqueísta muy pobre. Espero que utilices tu carta política para aclarar y orientar a tus suscritores, y no sólo para dar rienda suelta a tus pasiones. Sin más, NNNN

En atención debida a este estimado suscritor, redacté una contestación a sus planteamientos. Es el texto de mi respuesta el contenido único de esta Ficha Semanal #44 de doctorpolítico, preservando natural y respetuosamente la identidad del corresponsal.

LEA

……

Autoungidos furibundos

Hola, NNNN. Perdona que no hubiera contestado tu correo con mayor presteza, pero no es sino hasta ahora cuando dispongo de algún tiempo libre. Perdona, igualmente, que dirija esta comunicación a todos los destinatarios de tu envío, de los que sólo unos pocos, por cierto, son suscritores a mi carta con pleno derecho a leerla. De una vez, por consiguiente, señalo que no es exacto describir mi texto como un «emplazamiento público», dado que mis envíos tienen una difusión restringida, que tú has decidido ampliar por tu cuenta. Perdona, por último, que esta contestación sea algo larga, pero el aprecio que tengo por ti, y que en otras ocasiones te he manifestado a pesar de nuestras ocasionales discrepancias, me obliga a extenderte consideraciones especiales.

Movido por tus observaciones, he reexaminado el texto que generó tus comentarios y no distingo en él una estructura que pueda ser descrita como «consideraciones… plenas de calificativos fuera de lugar». El texto en cuestión se compone de: un preámbulo que fija la referencia retórica a la leyenda teutónica, para inscribir en sus términos la denotación que hago después de Keller como «brujo»; un siguiente párrafo en el que doy cuenta de una cierta clasificación propuesta por Keller, y que incluyo porque procuro no ganar indulgencias con escapulario ajeno (es decir, doy crédito a Keller porque esa clasificación y esa descripción son las suyas); un tercer párrafo que se atiene a citar textualmente de un artículo de Álvarez Paz; un comentario final en el que viene la designación de «autoungidos furibundos», la que ciertamente requiere mayor explicación y que se hace posible gracias a la oportunidad que tu correo me brinda.

En el preámbulo, convendremos, no hay calificativos puestos por mí. Tal vez la sucinta redacción no sea la más justa de las paráfrasis de la leyenda germánica, pero en todo caso no se trata de conceptos de mi autoría.

En el segundo párrafo, repito, me atengo a relatar lo dicho por Keller. Él considera más «sensato» uno de los tres grupos de oposición que componen su clasificación, y en esta apreciación concurro. Es mío el sustantivo «valentía», que adjudico por mi cuenta al grupo representado por la posición de Álvarez Paz, que cito en el siguiente párrafo. Los restantes calificativos de esta sección son dedicados, elogiosamente, a Keller. Tal vez tú sostengas que él no los merece, en cuyo caso discreparíamos una vez más.

En el tercer párrafo viene la cita textual de Álvarez Paz, precedida del descriptor «otrora candidato presidencial copeyano», que es totalmente exacto y por tanto nada «fuera de lugar» o «impertinente». (Carente de pertinencia).

Llegamos, finalmente, a mi comentario de cierre, que incluye la invitación a que se describa con todas sus letras la solución sugerida por Álvarez Paz (¿»insurreccional»? «¿Intervencionista?») y la evaluación taquigráfica de «autoungidos furibundos».

Comencemos por esto último. Creo que te asiste la razón al considerar que esa expresión amerita mayores explicaciones y, sobre todo, una justificación. Se trata de dos adjetivos. En el caso de «furibundo» he querido describir un cierto estilo practicado por algunos de nuestros políticos, que estiman consustancial a su profesión el perorar en un estado de constante iracundia. (Para el DRAE «furibundo» denota «Airado, muy propenso a enfurecerse»). Creo que Álvarez Paz es cultor de este estilo desde hace tiempo, bastante antes de que la presente autocracia entrara en funciones, y que forma parte de un grupo estilístico al que pueden ser adscritas personalidades como las de, por ejemplo, Andrés Velásquez, Alberto Franceschi o el recientemente fallecido Jorge Olavarría. Antes de que te convirtieras en suscritor de mi carta escribí, respecto del estilo de Franceschi, en el número 104 del 16 de septiembre del año pasado: «Su discurso no se hace inválido porque parezca un ejemplar genuino de esa clase de políticos iracundos, atrabiliarios (de bilis negra) que, como Jorge Olavarría, Alfredo Peña, Andrés Velásquez, José Vicente Rangel, Oswaldo Álvarez Paz, y tantos otros, creen que es preciso mostrar constantemente un rostro disgustado, al borde del enfurecimiento».

Lo de «autoungido» tiene, en cambio, una connotación de mayor fondo, y por tanto su mera mención es de mi parte un defecto, al no haber explicado con claridad y detalle lo que está detrás de ese calificativo. De nuevo, agradezco la oportunidad que me concedes para hacer más explícito su significado. Lo que quiero decir es lo siguiente:

Primero, creo que existe el «derecho de rebelión». Siempre me ha parecido que la más compacta y justa de las redacciones relativas a ese derecho se encuentra en la Sección Tercera de la Declaración de Derechos de Virginia, precedente por tres semanas a la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, el país que muchos consideramos paradigma democrático y nación de, hasta ahora, aporte civilizatorio más bien positivo en su efecto neto sobre el mundo, a pesar de no pocas intervenciones negativas que, lamentablemente, parecieran mostrar una propensión a crecer. La Declaración de Virginia dice: «…cuando cualquier gobierno se revele inadecuado o contrario a estos propósitos (el beneficio común, la protección y la seguridad del pueblo, nación o comunidad) una mayoría de la comunidad tendrá un derecho indudable, inalienable e inanulable de reformarlo, alterarlo o abolirlo, en manera que se juzgue la más conducente al bienestar público».

La clave de ese texto reside en la estipulación del único sujeto de ese derecho. Es una mayoría de la comunidad el único titular de ese derecho. Ese derecho no reside en Fedecámaras, o en una determinada iglesia, o en la Gente del Petróleo o en la Red de Veedores; mucho menos reside en un puñado de comandantes que juraran prepotencias ante los restos de un glorioso y decrépito samán. Cualquier grupo o cábala de conspiradores que se arrogue ese derecho lo usurpa abusivamente. Es sólo una mayoría de la comunidad, regla democrática por excelencia, la que puede decretar la abolición de un régimen que no convenga a la Nación. Y si esto puede resultar romántico o idealista es no obstante mi posición, la que por otra parte no dejas de reconocer como legítima: «los que de buena fe creen lo contrario y confían en las elecciones».

Pero el que haya empleado tan sucinta denotación de «autoungidos furibundos» te parece «una manipulación maniqueísta». El maniqueísmo, sin embargo, es doctrina de blanco y negro, que divide simplistamente el mundo en lo bueno y lo malo, y el texto que comentas tiene en cambio una estructura tripartita, gracias a la taxonomía de Keller. Me parece, por tanto, que empleas una caracterización que no es lógicamente aplicable a este caso.

Luego, prescribes desde tu posición de suscriptor que mi publicación privada debe ser «una página que se supone objetiva». Déjame decirte que no pretendo tal cosa. Desde que leyera a Popper concurro con su idea de que, incluso en la actividad científica, no existe tal objetividad individual, y por eso él estima que en el mejor de los casos hay una aproximación sucesiva a una objetividad «social» de la comunidad científica, al alojarse en ella la crítica como parte sustancial e ineludible de su método. Por eso doy la bienvenida a críticas como la tuya, por disciplina. Admitirás, por otro lado, que tus propias posiciones son bastante subjetivas. Cuando, además, insinúas que lo que escribo sirve «sólo para dar rienda suelta a» mis «pasiones», emites ya un juicio de psicólogo, profesión que no te conocía y que, en todo caso, no ejercerías con demasiada responsabilidad, dado que tu conocimiento de mi persona es muy superficial, harto somero.

Por último, en dos ocasiones sugieres nociones parecidas: «visos delatores», «señalamiento delator». Esta caracterización no deja de parecerme divertida. Es el articulista mismo quien estipula que su prescripción no es electoral, es decir, que no depende de los Electores. En cualquier caso, pues, él es su propio delator. Entiendo lo que quieres decir, como te consta de interacciones en vivo sobre el mismo punto: que quien prescribe un golpe de Estado o un magnicidio como solución, no puede, en virtud del carácter sigiloso propio de tales remedios, ir explicando a voz en cuello detalles de su cronograma conspirativo. Esto lo entiendo perfectamente. Pero entonces te digo que aquello de lo que no se puede hablar no debe ser mencionado en absoluto. Una vez te dije en una cierta reunión que a unos presuntos conspiradores pudiera incluso convenirles la actividad de comeflores románticos como el suscrito, y que por tanto sería útil que se nos dejase tranquilos, mientras la conspiración procedía, en secreto, oculta tras la cortina de humo gratuita que los más ilusos proveeríamos. De hecho, fue precisamente la participación ciudadana masiva en los acontecimientos de abril de 2002 lo que permitió enmascarar, mediante la manipulación autoungida, la verdadera conspiración que llevaba meses actuando, según se conoce de fuentes como los informes ejecutivos de la CIA publicados por efecto del Freedom of Information Act.

Entonces, NNNN, pongámonos de acuerdo. Si no se puede hablar de esas cosas ¿a qué viene entonces mencionarlas? Es justamente la admonición final de Ludwig Wittgenstein en el Tractatus Logico-Philosophicus la siguiente: «What we cannot speak about we must pass over in silence».

Con un cordial saludo

Luis Enrique Alcalá

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