LEA, por favor
En 1976 faltaba por consumirse el último cuarto del siglo XX, y los Estados Unidos de Norteamérica celebraban el bicentenario de su nacimiento. Ése fue el año conmemorativo escogido por el Instituto Hudson para la publicación del libro Los Próximos 200 Años (The Next 200 Years: A Scenario for America and the World). El líder indiscutido del instituto y principal autor del libro—los otros fueron William Brown y Leon Martel—era el físico y matemático Herman Kahn (1922-1983), el más famoso gurú de la futurología norteamericana, que después de su deslumbrante paso por el más grande y reconocido think tank del planeta, la Corporación RAND, decidió formar tienda propia para especializarse en estudios del futuro.
Previamente al libro mencionado, el Instituto Hudson había lanzado (1967) el masivo libro escrito por Kahn en colaboración con Anthony J. Wiener bajo el nombre El Año 2000 (The Year 2000: A Framework for Speculation on the Next 33 Years). Para ese momento, sin embargo, ya Kahn era una celebridad, pues había saltado a la fama con el libro Sobre la Guerra Termonuclear (On Thermonuclear War, 1961). La inmisericorde frialdad de su estilo—el libro incluía tablas que analizaban no sólo megatones, sino también decesos humanos descritos en términos de la unidad inventada por Kahn: 1 «megamuerte» = 1 millón de muertes—proyectó la cerebral imagen, desprovista de debilidades emocionales, que luego modelaría en el cine Peter Sellers en el film Dr. Strangelove, de 1964.
Los libros escritos o editados por Kahn están indudablemente escritos desde una perspectiva centrada en los Estados Unidos, a la que el futurólogo adhería decididamente, como el suscrito pudo comprobar personalmente en 1978. En este año Kahn visitó Venezuela por invitación de la Fundación Neumann, y ofreció un seminario en el que tuve oportunidad de participar. Habiéndome trabado en debate sobre algunas de sus ideas, Kahn encontró una fórmula simple para saldar la discusión. En el último día del seminario consintió en autografiarme un ejemplar de Los Próximos 200 Años, y reservó la parte final de su dedicatoria «A Luis» para declarar «…si no hubiera sido venezolano hubiera tenido la razón».
La penetración de más de una predicción de Kahn ha resultado ser no muy prolongada. Sin ir muy lejos, en El Año 2000 no es posible encontrar referencias al tema ecológico, que estaba literalmente ante sus narices, pues la humanidad cobró brusca conciencia de la crucialidad del tramado ecológico del mundo en la década siguiente a la publicación del «escenario» de Kahn y Wiener. Tal vez esto se debiera a una deformación analítica en quien viniese adiestrado por las disciplinas exactas de la física y la matemática, relativamente ineducado en otras disciplinas más habituadas a lidiar con discontinuidades y el despliegue de patrones más bien cualitativos.
La Ficha Semanal #45 de doctorpolítico se contrae a reproducir una sección (¿Cuán probables son la democracia y un gobierno mundial?) correspondiente al penúltimo capítulo (Del presente al futuro: los problemas de la transición a una sociedad postindustrial) del libro Los Próximos 200 Años, que es típica de su modo de asediar el problema del porvenir.
LEA
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Futuro de escépticos
Tomando en cuenta la dificultad de discutir valores y estilos de vida cambiantes ¿qué puede predecirse acerca del sistema político que gobernará en los próximos 200 años? Esto es tan difícil de proyectar confiablemente como lo es el tema de los estilos de vida y los valores. Más aun, la política influirá y a la vez será influida por los estilos de vida. Para lo que valga, ofrecemos algunas conjeturas.
Muchos países serán relativamente o al menos nominalmente democráticos, aun cuando algunas democracias serán probablemente más autoritarias que verdaderamente parlamentarias. La razón de esto no es la superioridad universal de bien sean los tipos democráticos de gobierno o los autoritarios; más bien es que un mundo afluente y tecnológico casi tiene que ser—al menos inicialmente—un tanto cosmopolita, secular, pacifista, relativista y quizás hedonista.
En comunidades profundamente religiosas hay una fuerte tendencia al gobierno conducido por una teocracia que en efecto hable con Dios o medie sus deseos. Las culturas heroicas son a menudo gobernadas por un gran líder, una aristocracia o una oligarquía de talento, riqueza o destreza militar. Pero las culturas secular-humanistas no están dispuestas a legitimar ninguno de estos tipos de gobierno. Su método de legitimar un gobierno es el de un contrato social y el consentimiento manifiesto de los gobernados, o por un mandato de la historia que claramente rinda resultados aceptables a los gobernados (según sus criterios).
Esta necesidad de legitimación por elecciones reales o pro forma se aplica tanto a las democracias reales como a las seudodemocracias (tales como muchas de las «repúblicas populares» de hoy), a gobiernos relativamente paternalistas, autoritarios (como en Europa del Sur, América Latina y el Sureste Asiático), o a dictaduras más o menos sostenidas por la fuerza bruta (como se las encuentra frecuentemente en África y en menor medida en América Latina). A este respecto, los gobiernos autoritarios no deben ser confundidos con los totalitarios o dictatoriales. En los estados autoritarios hay un nivel de legalidad comparativamente alto, y frecuentemente una representación parlamentaria, aunque hipócrita, incluyendo una necesidad de algo como elecciones genuinas—aunque sólo sea en un papel de validación y relaciones públicas. En particular, si la humanidad llega a experimentar un siglo de relativa paz e inflaciones o depresiones más bien pequeñas, podemos posiblemente, pero con certeza, suponer que habrá más gobiernos democráticos que hoy en día.
Debemos notar que en los últimos 200 a 300 años los gobiernos democráticos estables se han desarrollado principalmente en lo que describimos como el área cultural Atlántico-Protestante y Suiza. En todo el resto del mundo la democracia todavía parece ser relativamente frágil. Claramente, sin embargo, también ha adquirido fuerza en Israel, Francia, Alemania Occidental y Japón, y en menor grado en Italia, Colombia, Venezuela, Singapur, Hong Kong, Costa Rica, Malasia y quizás México y las Filipinas. Pero debe resaltarse que no hay casi ninguna otra democracia auténtica en las otras 125 naciones (aproximadamente) del mundo. Por consiguiente, no podemos pensar en la democracia como un movimiento que domine claramente a otras formas de gobierno, en particular si la democracia es sometida a tensiones serias o si los pueblos y los líderes no pueden actuar con un poco de autorestricción democrática y un sentido firme e informado de las responsabilidades políticas y financieras.
También es probable que haya muchas organizaciones funcionales que manejarán los diversos problemas internacionales que surgirán en el siglo 21. Muchas de las organizaciones más eficaces serán probablemente de naturaleza ad hoc, pero algunas de ellas formarán parte de organizaciones internacionales mayores como las Naciones Unidas.
Mucha gente cree que en la medida en que más funciones sean asumidas por organizaciones internacionales habrá un crecimiento casi inevitable en dirección de un gobierno federado mundial. Pero a menos que las funciones sean desempeñadas con eficiencia y eficacia sobresalientes, esta clase de evolución por desarrollo pacífico rara vez llega muy lejos sin que implique considerable violencia. Es claro que los requisitos de la preservación de la paz y los problemas del control de armas, el ambiente y las relaciones económicas, así como muchos asuntos de ley y orden, crearán todos grandes presiones de evolución pacífica hacia un gobierno mundial federado. A pesar de esto somos escépticos. Una razón para el escepticismo surge al pensar en la probable reacción de los japoneses, soviéticos, europeos y norteamericanos a las siguientes preguntas:
1. ¿Está usted dispuesto a entregar sus vidas e intereses, y los de sus familiares y comunidades, a un gobierno basado en el principio de un hombre-un voto, esto es, a un gobierno dominado por los chinos y los hindúes?
2. ¿Está usted dispuesto a entregar sus vidas e intereses a un gobierno basado en el principio de un estado-un voto, esto es, a un gobierno en gran medida controlado por las pequeñas naciones-estado de América Latina, Asia y África?
Claramente, la respuesta a estas dos preguntas será una muy fuerte negativa, como también sería la respuesta a la sugerencia de una legislatura bicameral con dos ramas organizadas según los dos principios arriba expuestos. Podemos imaginar una legislatura mundial basada sobre un dólar-un voto (dominada por los Estados Unidos y el Japón)—o sobre alguna otra medida realista, aunque inadecuada, del poder y la influencia reales. Pero es más difícil imaginar un gobierno tal emergiendo pacíficamente, o que fuese muy fuerte si evolucionase pacíficamente. Hay muchas formas de crear un consenso político; pero ninguno de estos métodos facilita la imaginación de un real gobierno mundial que evolucione por medios puramente pacíficos.
Herman Kahn
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