Éste no es el espacio más adecuado para discusiones exclusivamente teóricas en materia política, aunque en más de una ocasión se haga en él formulaciones de ese tenor. A pesar de tal cosa, no fue posible resistir la tentación de comentar una perita en dulce servida por uno de los ideólogos favoritos de la revolución chavista, Heinz Dieterich, tal vez porque el superficial y confundido autor pretende que sus presentaciones—de lo aducido por las escuelas neosocialistas de Bremen y Escocia—facilitarían «la discusión sobre estándares científicos de conocimiento y debate».
La perita en cuestión consiste en el discurso que Dieterich perpetrase en el «XVI Festival Mundial de la Juventud» el pasado 13 de los corrientes, mediante el título «La Revolución Bolivariana y el Socialismo del Siglo XXI» ante la mesa de trabajo del mismo nombre. El pie de su texto escrito certifica que sufrieron sus planteamientos, entre otros, Nicolás Maduro, Presidente de la Asamblea Nacional, Armando Hart, ex Ministro de Cultura y Director del Centro de Estudios José Martí (Cuba), Roberto Sáenz, Secretario de Estado de Miranda y Hugo Chávez Frías, Presidente de la República Bolivariana de Venezuela.
Lo primero que hizo Dieterich fue diagnosticar que la revolución dirigida por Chávez es un completo desorden ideológico, que la orquesta «bolivariana» pretende tocar una pieza coherente manejando simultáneamente distintas partituras. He aquí la incómoda admisión inaugural de Dieterich: «Se observa en la Revolución Venezolana una especie de indigestión teórica que se debe a la multitud de conceptos y paradigmas (modelos) que la población tuvo que asimilar en apenas seis años, entre ellos: Revolución Bolivariana, antiimperialismo, desarrollo endógeno, escuálidos y Socialismo del Siglo XXI». (Naturalmente, Dieterich pretende vender sus servicios teóricos y docentes. La implicación presumida es que él sí tiene claridad en estas cosas).
Pero hay de entrada otra implicación muy particular de su construcción conceptual primera: que la revolución «bolivariana» no es lo mismo que «socialismo del siglo XXI». De hecho, él mismo se encarga un poco más adelante de aclarar, por ejemplo, que el concepto de «desarrollo endógeno» no es ninguna gran cosa: «Pese a las mistificaciones, el llamado ‘desarrollo endógeno’ del bolivarianismo no es nada nuevo ni representa ningún misterio teórico. Fue inventado por los ingleses hace 200 años y copiado, por su éxito, por los alemanes, japoneses, tigres asiáticos y ahora China».
Dieterich ha venido, entonces, a limpiar telarañas teóricas en el chavismo, a prestar sus claridades a la revolución. Veamos, pues, cómo es de claro el pensamiento del Sr. Dieterich.
Justamente después de su andanada de apertura, intenta calmar la desazón de su denuncia sobre el pasticho mental de los chavistas, aduciendo el atenuante de una intrínseca dificultad de la tarea: «Considerando, que un estudiante tiene casi seis 6 años para aprender un solo paradigma científico (p.e., economía) queda evidente la magnitud de la tarea de aprendizaje». Es decir, según la incompleta enumeración anterior de la «multitud de conceptos y paradigmas» propuesta a la ciudadanía venezolana (seis ideas diferentes), la cosa no estaría clara de un todo hasta que hubiesen transcurrido treinta y seis años. (Esto sin exigir mucho la distinción que existe entre lo que es un paradigma y lo que es una ciencia—la Economía—que el Sr. Dieterich confunde e identifica).
Dieterich advierte que en las actuales circunstancias no hay «condiciones objetivas» para el socialismo del siglo XXI, que él define de este modo: «Es una civilización cualitativamente distinta a la civilización burguesa. ¿Distinta en qué? En su institucionalidad. De ahí, que ser revolucionario significa hoy día luchar por sustituir la institucionalidad del status quo, es decir: 1. la economía de mercado por la economía de valor democráticamente planeada; 2. el Estado clasista por una administración de asuntos públicos al servicio de las mayorías y, 3. la democracia plutocrática por la democracia directa».
El orador no aclaró nunca qué es eso de una «economía de valor democráticamente planeada». Pero como anunciaba que presentaría las formulaciones de las «escuelas» de Bremen y de Escocia, uno puede ir hasta tales teorías para determinar qué es lo que Dieterich quiere decir. Por ejemplo, lo que Pat Devine, en Democracy and Economic Planning propone: «un modelo de planificación democrática basada en la coordinación negociada».
¡Ya está! Ya tenemos la fórmula grandilocuente, el argot que sugiere por su propia opacidad terminológica que debe tratarse de algo científico y profundo. (El único inconveniente, a mi modo de ver, es que la fórmula de la «coordinación negociada» no emplea palabras esdrújulas, como «protagónico» o «endógeno», tan caras al léxico revolucionario). ¿En qué consiste el modelo de la coordinación negociada? Pues que en el seno de cada empresa o unidad productiva las decisiones acerca de cómo «deben usar su capacidad productiva existente serían hechas por representantes de los consumidores/usuarios y los productores, junto con representantes de otros grupos interesados». (Por ejemplo, las empresas compondrían sus «cuerpos de gobierno» no sólo con representantes de los obreros, sino también con representantes de consumidores organizados y las «comunidades locales»).
Lo que sugieren Dieterich, Levine y otros teóricos neosocialistas es que un esquema de ese tipo, subsumido dentro de instancias superiores de «coordinación democráticamente negociada»—como un «cuerpo de coordinación negociada» para cada industria o sector económico (de nuevo con representantes de usuarios y de las comunidades) y una instancia nacional que decidiría en qué se invierte finalmente—puede sustituir con ventaja el mecanismo económico natural del mercado. («Una Comisión Nacional de Planificación sería responsable por toda inversión mayor sobre la base de estas decisiones, determinando así la adjudicación global planificada de recursos disponibles y por tanto la distribución planificada del poder de compra. Las prioridades decididas por la comisión nacional de planificación son también la base para determinar los precios insumo primarios que son empleados por las unidades de producción para establecer sus precios igualados con los costos a largo plazo. Los precios a los que las unidades de producción venden sus bienes también cubrirían un superávit sobre los costos básicos—un retorno sobre el capital empleado—la mayoría del cual retornaría a la comisión de planificación nacional o al gobierno como un impuesto para financiar nuevas inversiones mayores y el gasto social y gubernamental. Algo del superávit sería retenido por el ‘cuerpo de coordinación negociada’ (esto es, el cuerpo que se ocupa de una rama entera o sector de la industria) o la unidad de producción para inversiones menores».)
Ruego al lector excuse tan indigesto trozo como el precedente. Lo que describe no es una sociedad, ni una economía; lo que describe es un aparato, que obviamente requiere partes idénticas que se comporten idénticamente para que tal «racionalidad» económica funcione medianamente. Por ejemplo ¿qué garantiza que el cuerpo de gobierno de una unidad de producción, digamos la número 14.763, trabaje al mismo ritmo que todas las otras que compongan su rama o sector, sea capaz de decidir en el mismo tiempo que las demás qué es lo que hay que producir y a qué precio? ¿Cómo asegura la «comisión nacional de planificación» la uniformidad de inteligencias, temperamentos, experiencias, etcétera, para que cada «cuerpo de coordinación negociada» produzca sus decisiones en fase con el resto? ¿Qué pasa si algún ego local, digamos un chavecito representante de consumidores de Humocaro Alto, se siente tentado a dar un discurso antiimperialista que consuma precioso tiempo de la instancia de coordinación democráticamente negociada? ¿Cómo es que un estira y encoge de un cuerpo de decisión integrado por muy diversos intereses produce decisiones perfectas?
Dieterich y compañía tienen la solución para eso. Dice Dieterich: «Para poder construir una economía socialista tienen que haberse cumplido tres requisitos objetivos: 1. la disponibilidad de una matemática de matrices, por ejemplo, las tablas de input-output de Leontieff; 2. la digitalización completa de la economía y, 3. una avanzada red informática entre las principales entidades económicas». Y luego advierte: «Estas condiciones existen en su conjunto sólo desde hace un lustro, hecho que explica por qué ni la URSS, ni la RDA lograron nunca construir una economía socialista, en el sentido de la economía política. La URSS, por ejemplo, tenía en los años ochenta apenas la capacidad para procesar alrededor de 2.000 productos en valores (time inputs), cuando tenía más de 10 millones. No había condiciones objetivas para una economía socialista. Trágicamente, la humanidad se encontraba todavía en una especie de protosocialismo o socialismo utópico».
Bueno, en realidad las «tablas de insumo/producto» de Wassily Leontief (con una sola «f», Sr. Dieterich) no estuvieron listas hace un lustro, sino mucho antes. Su estudio inicial sobre la estructura de la economía norteamericana data de 1941, y su obra «Economía de Insumo/Producto» es de 1966. (Dicho sea de paso, Leontief pudo abandonar la Unión Soviética en 1925, después de haber sido varias veces prisionero por su oposición al régimen comunista. Se graduó en Berlín en Economía en 1929, precisamente con especialización en análisis de insumo/producto).
Ni hace cinco años, por otra parte, ni hoy en día, se ha alcanzado en ninguna parte «la digitalización completa de la economía». Por lo que respecta a una «avanzada red informática entre las principales entidades económicas», si a lo que se refiere Dieterich es a la presencia de la Internet, esta maravillosa institución supera ya una década de existencia. (Varias décadas, en verdad, si se piensa en la mera tecnología).
Seamos generosos, y olvidemos las inexactitudes en lo que Dieterich afirma para impresionar a incautos como Chávez y Maduro, a pesar de que se venda como aquel que puede organizar la borrachera ideológica chavista que diagnosticó tan certeramente. La médula del planteamiento neosocialista es que la planificación central de la URSS fracasó porque ni siquiera Gorbachov pudo disponer de capacidad computacional suficiente para procesar la enormidad de datos relevantes que produce una economía, así sea una economía chimba como la soviética. Ahora, en cambio, gracias a escuálidos como Steve Jobs y Bill Gates, y a instituciones imperialistas como DARPA (Defense Advanced Research Projects) y CERN (el Consejo Europeo de la Investigación Nuclear), disponemos de Internet y de veloces y poderosos computadores en número suficiente para manejar la enorme variedad de información.
Lo que no dice Dieterich, o porque lo ignora o porque no lo entiende, es que un sistema lo suficientemente complejo, como la economía mundial, o el clima, o la ecología, es altamente sensitivo a una variación minúscula de sus «condiciones iniciales». Esta característica de los sistemas complejos les hace, en verdad, fundamentalmente impredecibles.
Y eso son la naturaleza y la sociedad, la economía y la polis: sistemas complejos. Es su variedad, justamente, la fuente última de su libertad, que ningún arreglo pretencioso de computadores socialistas, ni en el siglo XXI ni en los que le seguirán, será capaz de eliminar.
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