Fichero

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No es frecuente que una mente ilustrada llegue a ocupar altos cargos públicos en su sociedad. Por esto resaltan como caso atípico la obra y trayectoria de François Guizot (1787-1874), quien llegara a ejercer la cabeza del gobierno de Francia entre 1840 y 1848, después de que hubiera establecido una sólida reputación académica con cuatro obras históricas. (Historia del Gobierno Representativo, Historia de la Revolución Inglesa, Historia de la Civilización en Europa e Historia de la Civilización en Francia). Ya a sus veinticinco años de edad había sido nombrado profesor de historia moderna en la Universidad de la Sorbona.

Como puede verse, el tema de la civilización era preocupación central de Guizot. Antes había abandonado sus estudios de Derecho para dedicarse a la investigación histórica y la literatura. Su dominio del inglés puede colegirse de su traducción al francés (con notas) de la obra de Gibbon, Decadencia y Caída del Imperio Romano.

En política adoptó un punto de vista conservador, favorable a la monarquía. No era para menos. Su padre había sido llevado al cadalso durante el Reino del Terror en 1794. La postura conservadora de Guizot le valió un puesto en el gobierno de Luis XVIII (1814). No obstante, sus ideas eran demasiado liberales para el gusto del monarca, y al poco tiempo fue despedido. En 1820 regresó a sus clases en la Sorbona.

El sucesor de Luis XVIII, Carlos X, era aun más retrógrado que su antecesor, y llegó a prohibir a Guizot el ejercicio de su cátedra en 1822. Es entonces cuando emprende sus grandes obras de historia. Seis años después un cambio en el gobierno permite su regreso a la universidad, donde fue recibido con aclamación y una entusiasta audiencia para las clases que ofreció durante dos años. La primera de las clases la dedicó al tema de la civilización. Esta Ficha Semanal #64 de doctorpolítico contiene los fragmentos que escribió, con característico estilo decimonónico, sobre la definición del concepto.

En 1830 regresó a la vida política al resultar electo a la Cámara de Diputados, y luego nombrado en varios ministerios, hasta que diez años más tarde fue nombrado Ministro de Asuntos Exteriores, lo que le convirtió en jefe del gobierno. Este gobierno cayó con la revolución de 1848, que rechazaba la rigidez y la corrupción del gobierno. Luis Felipe destituyó a Guizot el 23 de febrero, pero él mismo debió abdicar al día siguiente. La Cámara de Diputados fue invadida por la masa parisina y forzada a desconocer el sucesor designado por el monarca en fuga (su nieto) y a declarar constituida la Segunda República. El poeta Alphonse de Lamartine asumió el cargo que detentaba Guizot. Eran tiempos revolucionarios, y el príncipe Clemens von Metternich, canciller de Austria, fue forzado a renunciar ese mismo año. Fue entonces cuando diría: «Cuando Francia estornuda, Europa se resfría».

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Idea de civilización

Por un largo período, y en muchos países, la palabra civilización ha estado en uso; las gentes han asignado a la palabra ideas más o menos claras, más o menos comprehensivas; pero allí está en uso, y aquellos que la usan le asignan algún significado u otro. Es el significado general, humano, popular de esta palabra el que debemos estudiar. Casi siempre hay más precisión en la acepción usual de los términos más generales que en las definiciones de la ciencia, aparentemente más estrictas, más precisas. Es el sentido común lo que da a las palabras su significado ordinario, y el sentido común es una característica de la humanidad. El significado ordinario de una palabra se forma por un progreso gradual y en la constante presencia de hechos; así que cuando un hecho se presenta y parece caber dentro del significado de un término conocido, es recibido dentro de él, por decirlo así, naturalmente; el significado del término se extiende, se expande, y gradualmente se incluyen en esa palabra los diversos hechos, las diversas ideas que de la naturaleza de las cosas mismas los hombres deben incluir.

Cuando el significado de una palabra, por otro lado, es determinado por la ciencia, esta determinación, la obra de un individuo o de un pequeño número de individuos, tiene lugar bajo la influencia de algún hecho particular que ha impresionado la mente. Así, las definiciones científicas son, en general, mucho más estrechas y, por tanto, mucho menos exactas, mucho menos verdaderas, en el fondo, que los significados populares de los términos. Al estudiar como un hecho el significado de la palabra civilización, al investigar todas las ideas que comprende de acuerdo con el sentido común de la humanidad, haremos un más grande progreso hacia un conocimiento del hecho mismo que intentando darnos una definición científica, por más clara y precisa que esta última pueda parecer en principio.

Comenzaré esta investigación procurando colocar algunas hipótesis delante de ustedes: describiré algunos estados de la sociedad y preguntaré luego si el instinto general reconocería en ellos la condición de un pueblo que se civiliza; si reconocemos en ellos el significado que la humanidad asigna a la palabra civilización.

Primero, supongamos un pueblo cuya vida externa es fácil, llena de confort físico; paga pocos impuestos, está libre de sufrimiento; la justicia es bien administrada en sus relaciones privadas—en una palabra, la existencia material es totalmente feliz y felizmente regulada. Pero al mismo tiempo, la existencia intelectual y moral de esta gente es mantenida estudiadamente en un estado de letargo e inactividad; no diré de opresión, puesto que no comprende el sentimiento, sino de compresión. No carecemos de ejemplos de esta situación. Ha habido un gran número de pequeñas repúblicas aristocráticas en las que la gente ha sido así tratada como rebaño de ovejas, bien mantenida y materialmente feliz, pero sin actividad moral e intelectual. ¿Es esto civilización? ¿Está este pueblo civilizándose?

Otra hipótesis: aquí tenemos un pueblo cuya existencia material es menos fácil, menos confortable, pero todavía tolerable. Por otro lado, las necesidades morales e intelectuales no han sido descuidadas, se le ha servido una cierta cantidad de pienso mental; sentimientos puros y elevados son objeto de cultivo; sus puntos de vista religiosos y morales han logrado un cierto grado de desarrollo; pero se tiene gran cuidado de ahogar en él el principio de libertad; las necesidades intelectuales y morales, como las necesidades materiales en el caso anterior, son satisfechas; a cada hombre se le ha repartido su porción de verdad; a ninguno se le permite buscarla por sí mismo. La inmovilidad es la característica de la vida moral; es el estado en el que ha caído la mayoría de las poblaciones de Asia, donde las dominaciones teocráticas mantienen bajo control a la humanidad; es el estado de los hindúes, por ejemplo. Y hago aquí la misma pregunta que antes: ¿es éste un pueblo que se civiliza?

Ahora cambio de un todo la naturaleza de la hipótesis: aquí tenemos un pueblo en el que hay un gran despliegue de libertades individuales, pero en el que el desorden y la desigualdad son excesivos: es el imperio de la fuerza y del azar; cualquier hombre, si no es fuerte, es oprimido, sufre, perece; la violencia es el rasgo predominante del estado social. Nadie ignora que Europa ha pasado por esta condición. ¿Es esto un estado civilizado? Puede que contenga, sin duda, principios de civilización que se desarrollarán por grados sucesivos, pero el hecho que domina en una sociedad tal es, seguramente, no lo que el sentido común de la humanidad llama civilización.

Tomo una cuarta y última hipótesis: la libertad de cada individuo es muy grande, la desigualdad entre los hombres es rara y, a todo evento, muy transitoria. Cada hombre hace casi lo que desea, y difiere poco en poder de su vecino; pero hay unos muy pocos intereses generales, muy pocas ideas públicas, muy poca sociedad—en una palabra, las facultades y las existencias de los individuos aparecen y se van, totalmente aparte y sin que actúen los unos sobre los otros, sin dejar huella tras de sí; las sucesivas generaciones dejan a la sociedad en el mismo punto en el que la encontraron: éste es el estado de las tribus salvajes; la libertad y la igualdad están allí, pero ciertamente no la civilización.

Es claro que ninguno de los estados que he esbozado corresponde, según el buen sentido natural de la humanidad, a este término. ¿Por qué? Me parece que el primer hecho comprendido en la palabra civilización (y esto resalta de los diferentes ejemplos que les he mostrado rápidamente) es el hecho del progreso, del desarrollo; esto presenta de una vez la idea de un pueblo que marcha hacia delante, no para cambiar su lugar, sino para cambiar su condición; de un pueblo cuya cultura se acondiciona a sí misma y se mejora a sí misma. La idea de progreso, de desarrollo, me parece que es la idea fundamental contenida en la palabra civilización. ¿Qué es este progreso? ¿Qué es este desarrollo? He aquí la más grande de las dificultades.

La etimología de la palabra pareciera contestar en una manera clara y satisfactoria: dice que es el perfeccionamiento de la vida civil, el desarrollo de la sociedad propiamente dicha, de las relaciones de los hombres entre sí.

Tal es, de hecho, la primera idea que se presenta a la comprensión cuando la palabra civilización es pronunciada; de una vez nos imaginamos la extensión, la mayor actividad, la mejor organización de las relaciones sociales: por un lado, una producción creciente de los medios de fortalecer y hacer feliz a la sociedad; por el otro, una distribución más equitativa de la fuerza entre los individuos.

¿Es esto todo? ¿Hemos agotado así todo el significado natural y ordinario de la palabra civilización? ¿Es que de hecho no contiene otra cosa que esto?

Es casi como si preguntáramos: ¿Es la especie humana, después de todo, un puro hormiguero, una sociedad en la que todo lo que se requiere es orden y felicidad física, en la que mientras más grande la cantidad de trabajo, y más equitativa la división de los frutos del trabajo, se logra el objeto con mayor seguridad, se logra el progreso?

Una tan estrecha definición del destino humano repugna a nuestro instinto. A primera vista éste comprende que la palabra civilización abarca algo más extenso, más complejo, algo superior al simple perfeccionamiento de las relaciones sociales, del poder social y la felicidad.

Los hechos, la opinión pública, el significado generalmente recibido del término concuerdan con este instinto.

Tómese a Roma en los florecientes días de la república, después de la Segunda Guerra Púnica, en el momento de sus mayores virtudes, cuando marchaba hacia el imperio del mundo, cuando su estado social estaba evidentemente en progreso. Tómese después a Roma bajo Augusto, en la época cuando comenzaba su declinación, cuando, a todo evento, el movimiento progresivo de la sociedad fue detenido, cuando principios malvados estaban en vísperas de prevalecer: sin embargo, no hay quien no piense y diga que la Roma de Augusto era más civilizada que la Roma de Fabricio o Cincinato.

Transportémonos más allá de los Alpes: tomemos la Francia de los siglos diecisiete y dieciocho: es evidente que, desde un punto de vista social, considerando la cantidad real y la distribución de la felicidad entre los individuos, la Francia de los siglos diecisiete y dieciocho era inferior a algunos otros países de Europa, a Holanda e Inglaterra, por ejemplo. Creo que en Holanda y en Inglaterra la actividad social era mayor, estaba aumentando más rápidamente, distribuyendo sus frutos más plenamente que en Francia; sin embargo, pregúntese al buen sentido general y dirá que la Francia de los siglos diecisiete y dieciocho era el país más civilizado de Europa. Europa no ha dudado en su respuesta afirmativa a la pregunta: las marcas de esta opinión pública, en cuanto a Francia, se encuentran en todos los monumentos de la literatura europea.

Podemos señalar muchos otros estados en los que la prosperidad es mayor, de más rápido crecimiento, está mejor distribuida entre los individuos que en cualquier parte, y en los que, sin embargo, según el instinto espontáneo, el buen sentido general de los hombres, su civilización es juzgada inferior a la de países no tan bien dotados en un sentido puramente social.

¿Qué significa esto? ¿Qué ventajas tienen estos últimos países? ¿Qué es lo que les da, en el carácter de países civilizados, este privilegio? ¿Qué es lo que tan ampliamente compensa en la opinión de la humanidad aquello de lo que carecen en otros aspectos?

Ellos han manifestado gloriosamente un desarrollo distinto del de la vida social; el desarrollo de la vida individual, interna, el desarrollo del hombre mismo, de sus facultades, sus sentimientos, sus ideas. Si la sociedad es con ellos menos perfecta que en otras partes, la humanidad se yergue con mayor grandeza y poder. Quedan todavía, sin duda, muchas conquistas sociales por obtener; pero se logra inmensas conquistas intelectuales y morales; los bienes mundanos, los derechos sociales, no llegan a muchos hombres; pero viven muchos hombres que brillan a los ojos del mundo. Las letras, las ciencias, las artes, despliegan todo su esplendor. Doquiera la humanidad contempla estas grandes señales, estas señales glorificadas por la naturaleza humana, doquiera ve creados estos tesoros del disfrute sublime, allí reconoce y menciona a la civilización.

Dos hechos, por ende, quedan abarcados por este gran hecho; la civilización subsiste bajo dos condiciones, y se manifiesta en dos síntomas: el desarrollo de la actividad social y el de la actividad individual; el progreso de la sociedad y el progreso de la humanidad. Doquiera la condición exterior del hombre se extiende, se vivifica, se mejora; doquiera la naturaleza interior del hombre se despliega con lustre, con grandeza; ante estos dos signos, y a menudo a pesar de la profunda imperfección del estado social, la humanidad proclamará la civilización con sonoro aplauso.

François Guizot

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