Cartas

En otra ocasión se ha comentado aquí la política sísmica de Julio Andrés Borges, su teoría de los cinco «terremotos políticos». Los sismógrafos de Borges registraron elevadas mediciones Mercalli en las siguientes fechas: el 18 de febrero de 1983 o «Viernes Negro»; el 27 de febrero de 1989, inicio del «Caracazo»; el 4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992, días de las rebeliones armadas; el 5 de diciembre de 1993, cuando Rafael Caldera es electo por segunda vez Presidente de la República; el 19 de enero de 1999, cuando la Corte Suprema de Justicia decide que sí se podía consultar, con el empleo del Artículo 181 de la Ley Orgánica del Sufragio, si el Pueblo deseaba que se eligiera una asamblea constituyente.

Su terminología sismológica reapareció, tal vez entonces apropiadamente, el 1º. de junio de este año, en la pluma de Fernando Ochoa Antich, quien escribió para El Universal: «El lanzamiento de la candidatura presidencial de Julio Borges ha provocado un verdadero terremoto político. Nadie lo esperaba. El panorama nacional se observaba dominado exclusivamente por la figura de Hugo Chávez y la presencia arrolladora del oficialismo. La oposición se veía desmoralizada y sin mística para enfrentar los retos de las próximas elecciones. El germen de la abstención había tomado fuerza en amplios sectores de la opinión pública. El emotivo discurso de Julio Borges y las polémicas declaraciones dadas por los jóvenes dirigentes de Primero Justicia reclamando el derecho que tienen, como nueva generación, de aspirar el poder, produjo tal impacto en la opinión pública, que ha modificado totalmente las anteriores circunstancias políticas. La mejor demostración de esta realidad fueron las nerviosas declaraciones dadas por Hugo Chávez que, de inmediato, trató de ridiculizar la figura del nuevo candidato presidencial».

No es cierto que nadie esperara tal cosa. Sin ir muy lejos, publiqué acá el 17 de marzo de este año : «Varias veces ha hecho esta carta alusiones a líneas sostenidas por Primero Justicia y la llamada Izquierda Democrática de Esculpi. Por lo que respecta al primero se presenta a sus miembros como ‘los únicos’, mientras Julio Borges ‘cede’ funciones partidistas a Liliana Hernández y él prepara su candidatura—ya nos repetirá que él es de la generación a la que toca el turno—mientras la aguerrida ex adeca gerencia ‘la única fuerza política que Chávez teme’.» Y tampoco es cierto que se haya notado un temblor de gran magnitud en la opinión pública nacional con motivo del lanzamiento de Borges.

Pero ya Ochoa Antich no se ocupa del seísmo borgiano (con perdón de Jorge Luis), sino de la solidez rocosa de Teodoro Petkoff. El general retirado quiso salir al paso de una apreciación de Cipriano Heredia S., expresada así (El Universal) el 13 de septiembre de 2005:

«……algunos círculos (irónicamente no muy socialistas que se diga) impulsan la candidatura presidencial de Petkoff justamente porque, según ellos, sólo un hombre de izquierda (en este caso de la buena) podría ganarle a Chávez, máximo exponente de la otra izquierda. Esta idea constituye el tercer error. Quienes sostienen esta tesis aprecian la intelectualidad de Teodoro, pero no han visto que los estudios de opinión muestran que la mayoría de los venezolanos se autodefinen ideológicamente de centro, y que el perfil de un potencial nuevo líder es el de un hombre relativamente joven y con capacidad gerencial». (Por ejemplo, Roberto «Full Empleo» Smith, quien preside Venezuela de Primera, organización cuyo Director General es Cipriano Heredia. William Ojeda calificaría por edad, pero no por capacidad gerencial, aunque en su lanzamiento—calculado, como dice un amigo, «para recoger lo suyo» y luego negociar—ofreció no sólo alguna propuesta en tierras—como Borges con su urbanización de Fuerte Tiuna se empata en la agenda chavista—y algunas vaciedades indiferenciadas de lo convencional, sino una estudiada sonrisa al mejor estilo de Claudio Fermín).

Pues bien, a Ochoa Antich le pareció inconveniente la tesis de Heredia, y hasta su fundamentación. Ochoa cree que «No es cierto que murieron las ideologías. Esa tesis es reaccionaria». Heredia había escrito: «Aquí hay de entrada, a nuestro juicio, dos errores: el primero es que se insista en debatir en términos de derecha e izquierda. El mundo ha ido dejando atrás estas distinciones, y a pesar de que algunos definen a muerte su agenda con sello ideológico, lo cierto es que la rigidez de tales diferencias es más teórica que práctica en el mundo de hoy». Pero Heredia tiene razón: vista la inocultable ineficacia de la política ideológica, que pretende guiarse por posturas escleróticas que enmascaran la verdadera intención de una política de poder, sería mucho mejor practicar una política distinta. El primerista Heredia ofrece una política gerencial juvenil; el suscrito cree que debe ser clínica, ocupada de la observación directa y el tratamiento de los problemas públicos antes que de la experimentación artificial o la teoría, extremadamente objetiva y realista. (En adaptación de fórmula en The Random House Dictionary of the English Language).

Olvidado ya del terremoto borgiano que no termina de hamaquear, ahora Ochoa asegura: «Los venezolanos apoyaremos al candidato que tenga una mejor formación intelectual y demuestre una mayor capacidad de lucha. Creo que Teodoro tiene esas condiciones». (En el mismo diario el 22 de septiembre pasado, en artículo que no cierra todavía sus opciones: «Atacar cualquier candidatura de oposición es un error».)

A esta reconvención contestó amablemente Heredia, en post data a nuevo artículo del 27 de septiembre—same place—a guisa de breve carta personal: «Estimado general Ochoa Antich: quisiera reiterarle que mi último artículo no fue un ataque personal a Teodoro, a quien también respeto y cuya ayuda solicito para las nuevas generaciones. Sin embargo, insisto en que la base sobre la cual algunos sustentan su candidatura es rebatible. La tesis según la cual sólo un hombre de izquierda puede derrotar al gobierno es una mera percepción. En cambio, el hecho de que los venezolanos prefieren a un líder alternativo relativamente joven y con perfil gerencial está sustentado en estudios muy serios. El error puede salir caro general. Un abrazo».

De nuevo, hay razón en lo formulado por Heredia, aunque no suficiente. Ya el antichavismo dominante—no por concepción, sino por fuerza—probó la receta de la «cuña del mismo palo». Obviamente, Petkoff juega en una liga muy superior a la que alguna vez pudiera alcanzar Francisco Arias Cárdenas, pero habría que discutir qué es eso de una «mejor formación intelectual». Se puede ser muy culto y formado, hasta erudito, pero si de una cierta formación se desprende que la categoría crucial es el tipo de izquierdismo que se promueva, me temo que esa formación particular ha dejado de ser políticamente pertinente.

No obstante, tampoco son suficiente garantía de pertinencia la calidad juvenil y la competencia ejecutiva. Se puede ser muy joven y estar muy conservadoramente equivocado, como Borges, y no es cierto que el arte del Estado es un asunto primordialmente gerencial. No todo lo que es distinto de un error es un acierto, no todo lo que difiere de Chávez o de los políticos que le precedieron es razonable o adecuado. No basta para tener la razón eludir una equivocación. Se puede evitar una para caer en otra.

Que ahora acoja Heredia la bandera generacional, disputando la actual posesión de la franquicia juvenil a Primero Justicia (antes fue reivindicada en «El Estado omnipotente y la generación de relevo», de Marcel Granier), no resuelve el problema estratégico y político de fondo, que es la capacidad para ofrecer y aplicar los mejores y más eficaces tratamientos públicos.

Y tal capacidad no se demuestra mediante un distinguido currículum de ejecutivo profesional, por más que sea deseable que los estadistas tengan dotes de dirección aplicables a organizaciones complejas, y menos con la promoción de eslóganes—«full» empleo, delincuencia cero, todos para arriba, un país de primera. Ya hemos escuchado antes pleno empleo, la Venezuela posible, el pacto social, una democracia nueva y una nueva generación democrática. Estas fórmulas no pasan de ser etiquetas más o menos astutas desde un punto de vista publicitario, pero no podrán competir con la Weltanschauung completa, aunque equivocada, perniciosa y anacrónica, de Chávez, que postulará hasta una manera «bolivariana» de cepillarse los dientes.

No basta eludir el debate ideológico con lemas que dejen de referirse a grandes temas. Es preciso mostrar en qué pecan por inexactitud las ideologías, pues no basta con declarar su obsolescencia sin justificarlo, como no puede evadirse una discusión acerca del socialismo, o sobre la guerra de Irak y la política exterior norteamericana, o sobre la estrategia económica del Estado. No es suficiente presentar un manojo de proyectos vistosos tal vez viables y rentablemente acertados. Se necesita todo un concepto de Estado y una gramática política epistemológicamente más actualizada y poderosa. Hay mucho más por discutir; hay mucho más en juego.

LEA

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