En alguna parte de su libro Plataforma para el Cambio (Platform for Change, Wiley, 1975) Stafford Beer desmonta el falso dilema entre centralización y descentralización, al observar que en todo organismo biológicamente viable coexisten procesos altamente centralizados con procesos altamente descentralizados. Claro, a juzgar por esa observación, debe anotarse que la inmensa mayoría de los procesos biológicos es altamente descentralizada. Pero el punto es válido, de todas maneras. Hay, además de ésa, una que otra dicotomía social con propensión a degenerar en antinomia. Propiedad pública versus propiedad privada, estados versus mercados, por ejemplo.
La Nación debe estar sobre el Estado, ciertamente. El Estado sólo se justifica como servicio a la Nación. Si algo debe rechazarse de la administración Chávez es que haya excedido tanto al Estado, que haya ocupado tan abusivamente el tiempo de la Nación, que haya creído que ésta debe estar bajo el Estado y que el Estado es él, mientras intenta convencer que en realidad busca que toda la Nación sea el Estado. (Junto con él, pero debajo).
La Nación debe estar sobre el mercado, ciertamente, pues el mercado no es toda la Nación. El mercado se justifica como más eficiente distribuidor económico, aunque no todo mercado es eficaz o sano.
Tanto el Estado como el mercado, entonces, son creaciones históricas de la humanidad, cada una con su función y cada una debiendo influir a la otra. Ni siquiera el estado del país más capitalista ha podido dejar de regular el mercado de alguna manera, como pudieran certificar el espectro de John D. Rockefeller en sesión espiritista o Bill Gates en entrevista próxima, pues han sufrido en carne propia la legislación contra monopolios. Pero si los estados son manejados por hombres, sujetos a la falibilidad y concupiscencia características de los humanos, y quienes operan en los mercados arriesgan el trabajo y el capital de sus vidas en actividades legítimas y socialmente beneficiosas, también éstos tienen derecho a influir sobre los primeros y defenderse de su abuso.
El bien público, el bien general, el bien común, no es lo mismo que la propiedad pública. Es mejor que la propiedad privada supere en mucho la dimensión de la propiedad pública en un país determinado, con tal de que aquélla esté bien distribuida. Los especímenes concretos de homo sapiens no somos mejores cuando somos empresarios en lugar de políticos, pero tampoco a la inversa.
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