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El Arzobispo de Caracas no es la cabeza de la iglesia católica venezolana, aunque sí el más prestigioso, una suerte de primus inter pares, dado que cada obispo manda sobre su propio rebaño. Ni siquiera la Conferencia Episcopal de Venezuela manda efectivamente en el ámbito episcopal de las distintas diócesis y arquidiócesis del país.

El nuevo arzobispo caraqueño, Monseñor Jorge Urosa Savino, ha ido a hacer una visita de cortesía al presidente Chávez, poco antes de asumir su nueva función y su nueva grey. (El próximo sábado en acto solemne a realizarse en la Catedral de Caracas). Su preocupación fundamental: procurar la tranquilidad de los venezolanos.

La conversación entre ambos líderes consideró una mejor participación eclesiástica en los programas sociales del país. A este respecto Monseñor Urosa resaltó la experiencia de los sacerdotes y las monjas católicas, sobre todo en las barriadas caraqueñas. La iglesia católica de Venezuela tiene una larga trayectoria, nada despreciable, en estos menesteres. Igualmente, expresó su opinión acerca de los «muchos» puntos de encuentro entre el gobierno y la iglesia, así como aseguró que la actitud gubernamental y la de la institución a la que pertenece es la misma: buscar el entendimiento y la armonía, a pesar de «ciertas dificultades» que haya habido.

Pero no podía escapar a la curiosidad de los reporteros, a quienes declaró a la salida de la entrevista, la reciente notoriedad política del cardenal Rosalio Castillo Lara, quien se ha cuadrado con los proponentes de una desobediencia civil predicada sobre el mandato del artículo 350 de la Constitución. Urosa eludió la referencia específica, limitándose a expresar su afecto por el militante prelado. No dejó de añadir, sin embargo, una admonición de corte general: «Los sacerdotes, sea cual sea nuestro rango, no debemos participar en ninguna parcialidad política, aunque tengamos nuestras simpatías».

Más claro no canta un gallo; ni siquiera un cardenal, que es ave de agradable trino.

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