Fichero

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Esta entrega #76 de la Ficha Semanal de doctorpolítico completa el artículo The Psychology of Tiranny, de S. Alexander Haslam y Stephen D. Reicher, cuya segunda parte se ofrece aquí traducida de Scientific American-MIND, noviembre de 2005. Las conclusiones que los autores extraen del «experimento de la prisión», patrocinado por la BBC de Londres, son harto decidoras para nuestra actual condición política. (Por cierto, a la BBC le ha dado por promover experimentos sociales especialmente hechos para televisión. Hace nada que condujera un experimento de terapia para una deprimida zona londinense (Slough) con el fin de hacerla «feliz». El director del mismo es el psicólogo Richard Stevens, según dato que me aportara John P. Phelps).

Haslam y Reicher advierten sin mucho miramiento: «…la segunda constelación de factores que puede dar origen a la tiranía ocurre cuando los grupos que buscan instaurar valores sociales democráticos y humanos fracasan en el intento». ¿No era esto, palabras más, palabras menos, lo mismo que nos advertía Rafael Caldera el 4 de febrero de 1992, en criticado discurso ante el Congreso de la República en horas de la tarde de ese día? («Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer y de impedir el alza exorbitante en los costos de la subsistencia; cuando no ha sido capaz de poner un coto definitivo al morbo terrible de la corrupción, que a los ojos de todo el mundo está consumiendo todos los días la institucionalidad». Citado en la Ficha Semanal #67, del 11 de octubre de este año).

La experimentación social, por más cuidadosa que sea, no es capaz de alcanzar la solidez epistemológica que es accesible a las «ciencias duras». Si se repitiese el experimento de Haslam y Reichler para la BBC, no sería posible alcanzar exactamente las mismas condiciones. Si se hiciera con sujetos diferentes la biografía de cada uno determinaría un conjunto distinto de «condiciones iniciales», y si se reiterara con los participantes originales ya éstos estarían «viciados», precisamente porque sufrieron la misma experiencia. (Como era dificilísimo para el Pierre Menard de Jorge Luis Borges escribir el Quijote de nuevo, entre otras razones porque el Quijote ya había sido escrito).

Sin embargo, la dinámica registrada en el experimento reseñado aquí por sus conductores debe reflejar, en microcosmos, un comportamiento observable a escala de sociedades más generales y, en consecuencia, encierra una lección que debemos aprender.

LEA

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Psicología de la tiranía (y II)

Como el de Stanford, el experimento de la BBC dividió a los hombres al azar en guardias y prisioneros dentro de un ambiente construido especialmente. Modelamos el establecimiento como una prisión, pero de modo más amplio procuramos representar una clase general de instituciones—tales como una oficina, unas barracas, una escuela—en las que un grupo tiene más poder y privilegios que otro. Durante el estudio observamos la conducta de los participantes mediante cámaras ocultas. Registramos sus estados psicológicos con pruebas diarias. Incluso verificamos su bienestar a través de muestras de saliva para medir niveles de cortisol—un indicador de estrés.

Aun cuando nuestro experimento siguió el mismo paradigma básico del de Stanford, difirió de éste en varios sentidos. A diferencia de Zimbardo, no asumimos ningún rol dentro de la prisión, de modo que pudimos estudiar la dinámica del grupo sin manipular directamente sus interacciones. Luego, manipulamos aspectos de la jerarquía social que la teoría de la identidad social predice que debieran afectar la identificación de los prisioneros con su grupo y las formas de conducta en las que subsiguientemente se involucrarían. Más significativamente, variamos la permeabilidad de los límites entre los grupos al permitir inicialmente, y eliminar luego, oportunidades de promoción de la condición de prisionero a la de guardia. Dada la posibilidad de avance, esperábamos que los prisioneros tratarían de rechazar su identidad como prisioneros y de trabajar independientemente para mejorar su posición. Anticipábamos que esta estrategia reforzaría el status quo y permitiría que los guardias mantuviesen ascendencia. Pero luego de que excluyésemos la promoción (al tercer día), pensábamos que los prisioneros comenzarían a colaborar para resistir la autoridad de los guardias.

Los resultados confirmaron nuestras predicciones. Al principio los prisioneros acataban y trabajaban duro para mejorar su situación. Empezaron a verse a sí mismos como grupo y no cooperaron con los guardias hasta que se dieron cuenta de que seguirían siendo prisioneros sin importar cuánto trabajaran. Lo que es más, esta identidad compartida condujo a una mejor organización, eficacia y bienestar. A medida que el estudio progresaba, los prisioneros se hicieron más positivos y empoderados.

Los guardias, sin embargo, nos sorprendieron. Varios guardias estaban preocupados con la idea de que los grupos y el poder son peligrosos, y eran renuentes a ejercer control. Incómodos con su tarea, no se ponían de acuerdo con otros guardias respecto de cómo interpretar su papel y nunca desarrollaron un sentido de identidad compartido. Esta falta de identidad condujo a una carencia de organización entre los guardias—lo que a su vez significó que se volvieran crecientemente ineficaces en el mantenimiento del orden y cada vez más desanimados y agotados. A medida que el estudio progresaba, la administración de los guardias se hizo cada vez más inocua.

Después de seis días, los prisioneros colaboraron para desafiar a los fragmentados guardias, lo que condujo a una explosión organizada y el colapso de la estructura prisioneros-guardias. Entonces, sobre las ruinas del viejo sistema, tanto los prisioneros como los guardias establecieron espontáneamente un sistema más igualitario—en sus palabras «una comuna autogobernada y autodisciplinada». Una vez más, no obstante, algunos miembros se perturbaron con la idea de emplear poder. No disciplinaban a individuos que rechazaran cumplir ciertas tareas y rompían las reglas de la comuna.

En este punto tuvimos una segunda sorpresa. Quienes la apoyaban perdieron la fe en su capacidad de hacer que la comuna funcionara, dejando a sus miembros en desorden. En respuesta, un número de antiguos prisioneros y antiguos guardias propusieron un golpe en el que se convertirían en los nuevos guardias. Exigieron boinas negras y lentes de sol negros como símbolos de una nueva administración autoritaria que querían imponer. Hablaron de volver a crear la división guardia-prisionero, pero asegurando esta vez que los prisioneros acatasen, usando la fuerza si fuere necesario. Esperábamos que aquellos que habían apoyado a la comuna defendieran el arreglo democrático que habían establecido. Pero no ocurrió nada de esto. En vez de tal cosa carecían de la voluntad individual y colectiva para desafiar al nuevo régimen. Los datos psicométricos también indicaron que se habían hecho de persuasión más autoritaria y estaban más dispuestos a aceptar líderes estrictos.

A todo evento, el golpe nunca ocurrió. Por razones éticas, no podíamos arriesgar el tipo de fuerza que se vio en el estudio de Stanford, y terminamos prematuramente el estudio el octavo día. Pero mientras que el resultado se parecía al de Stanford, la ruta que nuestros participantes tomaron para llegar a ese punto fue muy diferente. En particular, el espectro de la tiranía, muy claramente, no era el producto de gente que actuaba «naturalmente» en términos de los grupos a los que había sido asignada. Por lo contrario, surgió del fracaso de esos grupos: para los guardias, la incapacidad de desarrollar un nexo de cohesión y, en el caso de la comuna, el desmoronamiento del intento de convertir creencias colectivas en realidad.

¿Por qué los participantes que al inicio rechazaban desigualdades menores que se les imponía, y que habían luchado tan duro para establecer un sistema democrático, terminaron desplazándose hacia una tiranía autosostenida? La respuesta está en un corolario básico de nuestros argumentos. Los grupos, hemos dicho, tienen que ver en última instancia con la autorrealización colectiva. Emplean el poder social para construir una existencia a imagen de sus creencias y valores compartidos. Pero cuando los grupos no pueden producir un orden de trabajo de esa clase, sus miembros se vuelven más dispuestos a aceptar otras estructuras sociales—aun cuando estos sistemas violenten el modo de vida existente. Así, cuando los guardias no pudieron imponer su autoridad, estuvieron más dispuestos a aceptar la democracia. Más ominosamente, sin embargo, cuando la comuna se vino abajo, sus miembros estuvieron menos motivados para defender la democracia contra la tiranía.

De este estudio, y de otras investigaciones de procesos de identidad social, podemos extraer conclusiones que tienen importantes implicaciones para la academia y la sociedad en general. En términos amplios, concurrimos con Sherif, Milgram, Zimbardo y otros en que la tiranía es un producto de procesos de grupo, no de la patología individual. No obstante, diferimos acerca de la naturaleza de tales procesos. Desde nuestro punto de vista las personas no pierden su mente en los grupos, no sucumben sin remedio a los requerimientos de sus roles y no abusan colectivamente del poder de modo automático. Al contrario, se identifican con los grupos sólo cuando tiene sentido hacerlo. Y cuando lo hacen intentan activa y conscientemente implementar valores colectivos—la forma en que ejercen el poder depende de esos valores. En breve, los grupos no niegan a la gente el ejercicio de la elección, sino que más bien les proveen a un tiempo de las bases y los medios para ejercitarla.

Por supuesto, este argumento no niega que la gente puede hacer en grupo cosas terribles. Pero no todos los grupos dominantes, y ciertamente no todos los guardias de prisiones, son brutales. Proponer que hay algo inherente a la psicología de los grupos que impone una crueldad excesiva es apartar el reflector de los factores específicos que conducen a algunos grupos a ser viciosos, brutales y tiránicos.

Dos conjuntos de circunstancias interrelacionados pueden conducir a una dinámica de grupo tiránica. El primero surge del éxito de grupos que tienen valores sociales opresivos. Se ha señalado, por ejemplo, que las peores atrocidades ocurren cuando la gente cree que actúa noblemente para defenderse contra un enemigo amenazador. Uno puede preguntarse: ¿cómo llega a sostener tal creencia? Al tiempo podemos inquirir: ¿cuál es el rol de los líderes nacionales en la satanización de extragrupos—tales como los judíos, los tutsis o los musulmanes? ¿Qué puede decirse de los superiores inmediatos de unidades militares que estimulan activamente la brutalidad o la condonan pasivamente? ¿Qué papel juegan hombres y mujeres ordinarios cuando aprueban o se hacen los ciegos ante el miembro de un extragrupo que es humillado? Como estas preguntas implican, creemos que la gente, en todos los niveles del grupo, ayudan a promover una cultura colectiva de odio y son responsables por sus consecuencias.

Menos directamente, la segunda constelación de factores que puede dar origen a la tiranía ocurre cuando los grupos que buscan instaurar valores sociales democráticos y humanos fracasan en el intento. Cuando un sistema social colapsa, la gente estará más abierta a alternativas, incluso a aquellas que antes parecían poco atractivas. Más aún, cuando el colapso de un sistema genera tal destrucción que una vida regular y predecible se hace imposible, la promesa de un orden rígido y jerárquico se hace más atrayente. Así, el fracaso caótico de la democracia de Weimar condujo al surgimiento del nazismo; las divisiones deliberadamente impuestas por las potencias dominantes facilitaron el ascenso de regímenes brutales en África postcolonial y en los Balcanes post soviéticos; y la supresión de la organización de postguerra pavimentó el camino al resurgimiento de las fuerzas antidemocráticas en Irak. En cada caso, el rechazo de la democracia puede remontarse a las estrategias políticas que deliberadamente buscaron romper ciertos grupos y despojarlos de poder. En vez de luchar por hacer a la gente temerosa de los grupos y el poder, sugerimos, debiera estimulársela a trabajar junta para emplear su poder responsablemente.

En la medida en la que la sabiduría recibida incite a los hacedores de políticas a fomentar las condiciones mismas que pueden promover regímenes opresivos, tal pensamiento puede no sólo ser intelectualmente estrecho sino francamente peligroso. Fue ciertamente peligroso para los participantes en el experimento de la prisión de la BBC. Su tragedia fue descuidar el razonable ejercicio del poder por miedo a la tiranía. Como consecuencia amargamente irónica, establecieron las propias condiciones para que la tiranía que temieron regresara a espantarles.

S. Alexander Haslam y Stephen D. Reicher

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