LEALa elección presidencial de 2006 tiene una peculiaridad: se trata de la más desnudamente uninominal de las elecciones. No tiene nada que ver con la Asamblea Nacional, que ya está elegida; no tiene relación con la elección de gobernadores, ni con la de alcaldes, ni con la de munícipes. Todos ellos están recién electos, y por consiguiente no gravitará sobre la elección presidencial ninguna negociación de apoyos a cambio de cuotas parlamentarias, regionales o municipales. Los apoyos que cada candidato pueda concitar se ofrecerán, tal vez, sobre la base de cuotas ministeriales o participaciones en institutos autónomos o empresas del Estado, quizás en embajadas. Se elegirá, pues, solamente a la cabeza del Poder Ejecutivo Nacional, desnuda, sola, uninominalmente.

Del campo oficialista vendrá con seguridad la candidatura continuista de Hugo Chávez; de otros campos (no hay uno solo), puede esperarse un manojo de candidatos, varios de los cuales han saltado ya al ruedo para anunciar su deseo de gobernar en sucesión del actual presidente. Hasta ahora, y por orden de aparición, pretenden despachar desde Miraflores Julio Andrés Borges Junyent, William Ojeda, Roberto Smith Perera, Teodoro Petkoff; se presume que pretenderán Henrique Salas Roemer o Henrique Salas Feo (gallo o pollo) y Oswaldo Álvarez Paz, y podrían aún surgir otras figuras. Esta publicación considera poco probable que Manuel Rosales se lance a competir nacionalmente, para cambiar un asiento regional relativamente firme por una muy dudosa posibilidad de la primera magistratura. Sobre su cabeza pende una espada de Damocles: su pública signatura del decreto autoproclamatorio de Pedro Carmona.

Es dogma de fe del campo opositor que convendría oponer a Chávez una candidatura única. En términos de política clásica, los razonadores argumentarán sobre si «hay espacio» para más de un candidato. (Con nociones prestadas de la superada física newtoniana, que elabora sus teoremas en términos de fuerzas y de espacios).

Pero el 4 de diciembre mostró con claridad que espacio hay de sobra, y que una buena candidatura pudiera triunfar sobre la de Chávez y un número aun numeroso de minicandidaturas que no estimularán a suficientes electores. La idea de que sería imprescindible un mecanismo de elecciones primarias obedece a ese pensamiento convencional. La verdad es que los estudios de opinión manifestarán anticipadamente si alguna de las candidaturas por ofrecerse prende en el alma nacional.

De modo que ante un panorama como el que se ha abierto hace dieciocho días la candidatura perfecta debiera ser presentada mediante un grupo de electores. No se necesitaría un partido de los que han sido clara y reiteradamente rechazados por los electores. Más bien sería contraproducente obtener su apoyo.

Si Súmate hubiera preservado su imparcialidad original pudiera pensarse en su concurso como organizador de unas primarias reglamentadas para exigir un combate limpio, pero ya no se cuenta siquiera con eso. Cualquier arreglo en el que Súmate participe estará ensombrecido por la figura de Bush, y será vulnerable ante la represión judicial contra la ONG que ahora se empeña en construir una confederación de ONGs, otra vez la manida receta del «movimiento de movimientos».

Hay que tomar el toro por los cachos. Se trata, a fin de cuentas, del más uninominal de los esfuerzos.

LEA

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