El peñero Ugueto

El peñero Ugueto

La importancia de los temas fijados por Luis Ugueto Arismendi para esta sesión, así como la importancia propia del actual momento político nacional, me han inducido, por primera vez desde que asisto a esta peña, a preparar de antemano mi contribución de hoy. La traigo acá en el ánimo de una regla admirable de Paul Ricoeur, el extraordinario y profundo filósofo fallecido el año pasado. Dijo Ricoeur: “Para ser uno mismo, dialogar con los otros; para dialogar con los otros, ser uno mismo”.

Lo primero que quiero asentar acá es que no creo que haya esta tarde en este sitio alguna persona que haya expresado, de manera más drástica, directa y longeva que yo, el rechazo a la figura del actual Presidente de la República y la política que nos ha traído. Desde un artículo de prensa en el mismo mes de febrero de 1992, en el que expresé mi opinión, que permanece invariable, de que la asonada del 4 de febrero de ese año era un abuso inexcusable, por cuanto el derecho de rebelión no reside en un grupo o minoría cualquiera, no reside en Fedecámaras, no reside en la CTV, ni en la Iglesia Católica, ni en el Bloque de Prensa, ni en ninguna organización por más meritoria y elogiable que haya podido ser su trayectoria, y ciertamente no residía ese derecho en una logia de militares que juraran prepotencias solemnes ante los restos de un decrépito samán. El sujeto del derecho de rebelión no es otro que una mayoría de la comunidad, y cualquier grupo que se lo arrogue sin autorización de esa mayoría es claramente un usurpador.

Como he sentido la malignidad cancerosa del proceso Chávez desde su primera emergencia con toda claridad, no he dejado de rechazarlo y combatirlo con los recursos de los que dispongo desde ese momento. La enumeración de las instancias en las que he hecho esto sería un uso indebido del tiempo que tengo ahora, pero señalaré que en esa larga secuencia fui la primera persona que comparó públicamente a Chávez con Hitler, en octubre de 1998, durante la recta final de la campaña presidencial de ese año. Poco antes, por otra parte, había dicho personalmente al propio Chávez sobre su abuso de 1992 y que no debía seguir glorificando esa fecha que celebró otra vez el sábado pasado. Ya electo, en un acto público, y separado de su persona por unos dos metros, interrumpí su discurso para decir en voz tan alta como para que los circunstantes escucharan perfectamente que él estaba completamente equivocado en su concepto constituyente.

Hago esta salvedad porque es experiencia repetida que quienes difieren de ciertas interpretaciones estándar, que quienes se atreven a criticar a la conducción ostensible del proceso opositor, son tenidos por poco menos que traidores, y en el mejor de los casos por ingenuos comeflores que no han entendido la dimensión del monstruo que nos domina desde Miraflores.

Pero no, no estamos engañados, ni le hacemos el juego al régimen con nuestra divergencia. Precisamente porque nos parece de la mayor importancia política salir de Chávez, es por lo que nos desespera ver la reiteración suicida de una ceguera estratégica que no tiene precedentes en nuestro país. Es una postura que se asienta sobre espejismos, que proyecta en la mayoría de la nación, injustificadamente, sus propias y equivocadas lecturas acerca de la realidad. La preponderancia de esa manera de ver las cosas, precisamente, imposibilita el diseño y ejecución de una estrategia correcta, y por esto hemos asistido, una y otra vez, a una sucesión de derrotas lamentables. Es porque no queremos ser derrotados una vez más por lo que nos angustiamos y hablamos.

En el mundo ha habido totalitarismos terribles, como los descritos por Luis Enrique Oberto o Hannah Arendt. Stalin, Mao, Hitler, Castro, son las formas más virulentas de la historia reciente. Pero por más que Chávez se enfila en la dirección del totalitarismo, y confirma ese rumbo con su incesante desafío oral, sería un grandísimo error, un error de bulto, afirmar que Venezuela está ahora en las condiciones de Rusia en 1925, o Alemania de 1939, o China de 1964, o Cuba de ese mismo año. En siete años de gobierno ya Fidel Castro había despachado con el fusilamiento a centenares de contrarrevolucionarios, y no había dejado empresa privada viva en Cuba, ni permitía aunque fuese un solo medio de comunicación independiente.

Las más de las veces, sin embargo, las lecturas defectuosas, distorsionadas, inexactas, tienen que ver con la equivocada noción de que los opositores a Chávez somos mayoría, y que sólo basta coordinarla y dirigirla bien para crear una condición que desencadene la caída del gobierno. Por poner un ejemplo, nuestro apreciado coexpositor Luis Penzini Fleury, escribió la semana pasada en El Universal un artículo en el que proponía un referendo organizado por Súmate para que digamos si queremos ir a elecciones en las condiciones actuales, y vislumbra que millones de venezolanos diríamos no y causaríamos un efecto “demoledor”, para usar su adjetivo. En mi criterio ese panorama no es sino una ilusión. En el momento de mayor efervescencia opositora, cuando la fe fue puesta sobre un referendo revocatorio convocado por iniciativa popular, Súmate nos dijo que la recolección de firmas había alcanzado la cifra de 3 millones 700 mil. Realmente veo muy cuesta arriba que con los recientes desempeños opositores, con la abstención que refleja una desilusión y una falta de fe, pueda siquiera alcanzarse ese número, y entonces lo que Luis quiere obtener no se lograría, sino todo lo contrario. Se haría un esfuerzo para demostrar fehacientemente que somos minoría.

Pero creo que es un ejemplo aún más emblemático y sintomático de la ceguera estratégica reiterada, de una renuencia a aceptar que la dirigencia opositora se ha equivocado sistemáticamente, un manifiesto que circula ahora por la red, y que obtuve por gentileza de Juan Antonio Müller. Me refiero a un manifiesto a cuyo pie se han colocado las firmas de una veintena de nombres muy destacados e ilustres, a quienes no nombraré para tratar de ser lo más clínico posible y también porque en esa lista están los nombres de algunos muy queridos amigos y los de otros que sin serlo son objeto de mi admiración.

El manifiesto lleva por título: El 4 de diciembre, un mandato del pueblo a la nación. Dicho sea de paso el título es algo autista y redundante. El DRAE define nación como el conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno. Es decir, el pueblo estaría, en opinión del redactor, dándose órdenes a sí mismo.

De resto, el texto se compone de un conjunto de aseveraciones tajantes, que aseguran alegremente que el 4 de diciembre quienes nos abstuvimos de votar emitimos una serie de mandatos explícitos y específicos. Por ejemplo, dice el texto que

“El 4-D el pueblo venezolano manifestó su voluntad de progresar y prosperar de manera sustentable, con igualdad de oportunidades para todos; así como superarse y ser dueño de su destino.

El 4-D el pueblo venezolano formuló su deseo de contar con una Fuerza Armada que garantice la independencia, la soberanía y la integridad del territorio nacional.

El 4-D el pueblo venezolano exigió el rescate de la Industria Petrolera para que se sitúe, nuevamente, entre las más poderosas, eficientes y productivas empresas del mundo.

El 4-D el pueblo venezolano invocó el cumplimiento de la cláusula federal y redimir las reformas políticas dirigidas a la descentralización y la paulatina desconcentración del poder político, como fórmulas de control social y garantía de libertad”.

Etcétera. No pienso referir acá cada uno de los dieciséis mandatos concretos que los firmantes del manifiesto  aseguran se expresaron inequívocamente el pasado 4 de diciembre. Al ver algunos de los nombres uno puede pensar que unos pocos creen realmente que la cosa es así: se han convencido de que 75% de los electores venezolanos ha alcanzado esa especificidad y esa unanimidad. Otros, y al menos sabemos de un caso directamente, prestaron sus nombres sin saber cuál sería la redacción final, honrados de acompañar tanto nombre notable. Pero otros saben perfectamente que la retórica que mostré en unos pocos ejemplos es falsa y manipuladora. Nadie puede afirmar responsablemente las cosas que contiene ese manifiesto.

Entonces preocupa grandemente que nuevamente se proponga a la opinión pública, a esa entelequia a nombre de la que muchos pretenden hablar y llaman “la sociedad civil”, una interpretación de la realidad completamente falseada que impedirá la formulación y puesta en práctica de una estrategia verdaderamente eficaz. El manifiesto al que aludo es ya una nauseante repetición de lo que no ha funcionado hasta ahora. Es de nuevo la letanía acusadora de Chávez, en una práctica que se limita a eso, a la acusación, sin alcanzar jamás el nivel urgentemente requerido de la refutación de Chávez.

Preocupan estas cosas porque los nombres firmantes son los de personas de poder e influencia, que pueden determinar la postura de los imprescindibles asignadores de recursos financieros y de espacios de comunicación en este año que quiérase o no, será un año electoral. La ceguera continúa. Uno de los firmantes me decía en 1998: “A mí no me importa si Salas Römer tiene o no la razón; si está equivocado o no; a mí lo que me interesa es que es el único que puede derrotar a Chávez, y por esto lo voy a apoyar, diga lo que diga”. Salas Römer había dicho que la constituyente era “un engaño y una cobardía”, y así se alineó en contra de la mayoría nacional que quería una constituyente y, por supuesto, perdió. La estupidez es una cizaña de difícil extirpación.

Así que ahora, como se van conformando las cosas, de no producirse una toma de conciencia, una iluminación repentina, ocurrirá otra vez que prevalecerá la insensatez política y Chávez será reelecto en diciembre de 2006, mientras los que hayan predicado abstenerse, retirarse, abandonar el campo al enemigo, pretenderán que son triunfadores, que Chávez habrá sido deslegitimado, como la Asamblea Nacional, y que hemos emitido un nuevo mandato del pueblo a la nación.

Encontrar una estrategia verdaderamente eficaz requiere un valor poco común entre los hombres: el necesario para abandonar tercas percepciones equivocadas, el reconocer que se ha errado. Es verdad que el 4 de diciembre se pudo ver una debilidad en el régimen, y por esto es posible intentar una aventura electoral con alguna esperanza razonable de triunfo. Pero, por un lado, la oposición institucionalizada en los partidos, que se retiraron porque sabían que no podían ganar ni que Teresa de Calcuta presidiera el CNE, mostró aún más debilidad que la aparente en el gobierno; por otra parte, no es en las direcciones que ahora parecen cundir en buena parte de la conciencia opositora por donde se encontrará la salida. La mentira no se combate con otra mentira de mole equivalente; la mentira sólo se vence con la verdad.

Gracias.

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