LEA, por favor
En lenguaje de barriada, el suscrito tiene una «culebra», un problema personal con Hugo Chávez Frías. En 1991, muy preocupado por la eclosión de escandalosos casos de corrupción del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, y asimismo por una insidiosa matriz de opinión que cundía por entonces—o Pérez o golpe—escribí para El Diario de Caracas un artículo (Salida de estadista) en el que por primera vez (21 de junio) solicitaba la renuncia presidencial, bastante antes de que Rafael Caldera, Arturo Úslar Pietri y Miguel Ángel Burelli Rivas se decidieran a recomendar lo mismo. (Con posterioridad al 4 de febrero de 1992).
El resto del año fue testigo de una acelerada erosión de la situación política. Tal desarrollo me llevó a reiterar la petición desde las páginas de El Globo, el periódico de Nelson Mezerhane, en unos cuatro artículos de fines de 1991 y principios de 1992. El último fue redactado poco después de una desafiante visita de Ernesto Samper a Venezuela, y fue publicado por El Globo el 3 de febrero de 1992, veinticuatro horas antes del golpe intentado por Chávez, Arias Cárdenas y el resto de conjurados del Samán de Güere. Por esta circunstancia esperé con algún temor una visita de la DISIP que nunca se produjo, creyendo que esa policía «política» supondría que yo estaba «dateado».
La verdad era que desconocía por completo lo que se preparaba, aunque en trabajo de septiembre de 1987 («Sobre la posibilidad de una sorpresa política en Venezuela») hubiera anticipado lo siguiente: «Por lo que respecta a un golpe militar antes de las elecciones de 1988 las probabilidades aparecen como minúsculas, aun cuando el deterioro continuase, como parece lo inevitable. Sólo un deterioro muy fuertemente acelerado en lo que resta desde ahora hasta las elecciones, pudiera provocar un intento serio de golpe militar. Por esto el sistema político venezolano deberá estar pendiente de acciones intencionales de agitación y agravamiento de la situación por parte de elementos que estuviesen jugando a esta posibilidad. En cambio, de ganar las elecciones de 1988 uno de los candidatos tradicionales, probablemente lo haría con un porcentaje muy reducido de votos. En ese caso el próximo gobierno sería, por un lado, débil; por el otro, ineficaz, en razón de su tradicionalidad. Así, la probabilidad de un deterioro acusadísimo sería muy elevada y, en consecuencia, la probabilidad de un golpe militar hacia 1991, o aun antes, sería considerable». Era un error profético de 35 días.
Pero creía que la salida de Pérez debía buscarse por cauces enteramente constitucionales. Por eso recibí la asonada del 4 de febrero como un abuso público y como una afrenta personal del Sr. Chávez y sus secuaces, pues ya llevaba medio año en una insistencia que me había costado, y a mi familia, no pocos sinsabores y dificultades.
La Ficha Semanal #85 de doctorpolítico reproduce el artículo de marras, publicado con el título Basta, por El Globo el 3 de febrero de 1992.
LEA
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Petición de renuncia
El presidente Pérez se ha ido.
El presidente Pérez se ha ido a los Estados Unidos y a Suiza. No puedo, pues, recomendarle personalmente que renuncie. Además, había algo de compromiso en la oración con la que cerré mi anterior artículo: «Por última vez, presidente Pérez, considere Ud. la renuncia». Es innegable que eso fue una promesa de no dirigirme a él para hablarle de ese tema. Pero no por eso debo dejar de opinar que es mejor que Carlos Andrés Pérez no continúe ejerciendo la Presidencia de la República de Venezuela.
El presidente Pérez ha dicho que no hablará sobre el Golfo de Venezuela. Ha prometido que no informará a los venezolanos sobre ese punto descollante de la política exterior venezolana hasta que no tenga algo que decir. Y como el presidente Pérez se niega a decirnos algo sobre el Golfo de Venezuela porque no tiene nada que decir, hemos tenido que atender la desatenta visita del presidente de Colombia, acompañado de su maja cancillera, porque él sí tiene que decirnos algo sobre el golfo. Como que sus fuerzas armadas están listas para apoyarle y supone que estamos en el mismo estado de apresto. Como que no reconoce que para Venezuela sea de importancia vital el asunto. Todo eso permite que nos digan el presidente Pérez en nuestra propia casa. Acto seguido, desaparece del país.
No puede haber evidencia más rotunda de que el presidente Pérez, en el ejercicio de la atribución que le confiere el ordinal 5º del Artículo 190 de la Constitución para «Dirigir las relaciones exteriores de la República…» las está dirigiendo muy mal. Si no hubiera otra cosa que criticarle, esta conducta y esos resultados ya serían motivo suficiente para exigirle su renuncia a la investidura que ha ido a ostentar afuera, otra vez.
Obviamente, hay muchas otras cosas que reclamarle y que se le están reclamando. ¿Cuántas protestas diarias se están dando en Venezuela? ¿A qué altura ha llegado el índice bursátil de la protesta nacional?
Concentrémosle
Pero cada una de esas protestas se ha venido expresando—con muchísima razón, porque el sufrimiento de muchos es largo, intenso y creciente—como exigencia a favor de necesidades parciales, fragmentadas.
En 1986 escribí lo siguiente, perfectamente aplicable a la situación actual: «… recordé una reunión que Caldera sostuvo con los empresarios del sector transportista a comienzos del período electoral oficial. En esa oportunidad Caldera llegó a presentar, como lo haría multitud de veces ante cada grupo de intereses específicos, una oferta especial y particular al sector: la creación del ‘Fondo Nacional del Transporte’. Comenté a raíz de ese episodio que había sido una doble equivocación: por un lado, era erróneo suponer que, en una época en la que los venezolanos ya estábamos bastante escamados con los grandes monstruos burocráticos, la promesa de uno más fuera una proposición excitante; por el otro, ya los ciudadanos teníamos la firme sospecha de que lo que andaba mal no era cada pieza por separado sino la armazón del conjunto, el Estado como un todo y, por ende, lo que se quería escuchar de los candidatos no eran promesas específicas al transporte o al deporte, sino remedios generales. El venezolano que asistió a cualquiera de las innumerables reuniones que poblaron, como a cualquier otra, la batalla electoral de 1983, estaba más preocupado por el país en su conjunto, clara y evidentemente enfermo, que por el interés sectorial de su inmediata incumbencia.»
De manera análoga debemos concentrar nuestra protesta sobre un problema general y cristalizar nuestra aspiración en un remedio de efecto también general. No nos va a resolver las cosas la monstruosidad burocrática de un «megaproyecto social» que no se ejecutaría completo en este período presidencial y que, por lo demás y gracias a Dios, no cuenta con los recursos necesarios. No nos resuelven los problemas las frescuras de los «dineros frescos» que Pérez no pagará, sino el pueblo a través de sus sucesores. No nos resultará que un día se decida cortar la producción petrolera en cincuenta mil barriles diarios y una semana después se anuncie que se aumentará en cien mil. Como tampoco que el presidente de nuestra república un día abra la boca sobre un tema delicado, al día siguiente se contradiga y un día más tarde declare que no dirá más nada sobre el asunto.
Pero tampoco nos hará bien pulverizar nuestro rechazo a Pérez en una miríada de reclamos, por más justos que éstos sean. Nuestro objetivo central y nuestro esfuerzo, hasta que tengamos éxito, ya no deberán dividirse entre el medio pasaje estudiantil, el agua de Guarenas, el control de cóleras, el sueldo del maestro o el aseador o el aviador o el médico; no deberán dispersarse entre el remedio del enfermo, la atención del infante, la pensión del anciano, la aprensión del delincuente, el trato del preso; no deberán desparramarse entre la preservación del Golfo de Venezuela, de los minerales de Amazonas, de tu vida o de la mía.
Ahora tenemos que lograr una sola cosa: que Carlos Andrés Pérez deje de mandarnos.
Febrero. 1992.
Ya está aquí, una vez más, febrero.
Esto es lo que debemos decir en febrero: que Carlos Andrés Pérez ha fracasado. Que no queremos su mando. Que nuestra armazón constitucional, por fortuna, tiene modo de suplirle. Que necesitamos de vuelta las facultades que le dimos, porque es él la encarnación y la síntesis de lo que no puede seguir siendo políticamente en Venezuela. Que todo eso lo hemos venido diciendo en las encuestas. Que no queremos esperar hasta febrero de 1994. Que la cosa es ya.
Por eso ahora, en febrero, cada punto de protesta, cada reivindicación, cada caso de dolor social, deberá expresarse en una sola exigencia: Pérez, hasta aquí llegaste. Que cada agraviado gremio, que cada centro estudiantil, que cada grupo de edad, que cada vecino se lo diga. Nuestra voz no debe conformarse con la pasiva representación de las encuestas, porque aunque ya sean todas las que certifican nuestro rechazo del presidente Pérez, eso no es suficiente. Como a Emparan, hay que decírselo activamente, directamente.
Ahora en cada marcha, en cada pancarta, en cada conflicto, en cada voz y en cada consigna, deberá decirse: Pérez renuncia.
No queremos más dolor innecesario. No queremos más vergüenza. No queremos que nos intente persuadir, una y otra vez, de que para alcanzar «…la mayor suma de felicidad posible» es preciso que seamos infelices.
Basta de paquete. Basta de financiarle sus campañas extranacionales. Basta de mermas al territorio. Basta de megaproyectos, sociales o económicos. Basta de megaocurrencias. Basta de megalomanía. Usted, señor Pérez, que hace no mucho ha tenido la arrogancia de autotitularse patrimonio nacional, tiene toda la razón. Usted sí es patrimonio nacional, historia nacional, cruz y karma nacionales. Por tanto es a nosotros a quienes corresponde decidir qué hacer con Ud. Por de pronto, no queremos que siga siendo Presidente de la República.
LEA
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