Hay al menos dos sentidos en los que deben ser entendidos los términos izquierda y derecha en el ámbito político. Más allá de su etimología por la ubicación de las facciones de la asamblea revolucionaria francesa de fines del siglo XVIII, una primera distinción se establece entre quienes buscan preservar el statu quo—los de derecha—y quienes buscan modificarlo o reemplazarlo. Claro, hay momentos cuando los usufructuarios del statu quo son “de izquierda” y quienes los reemplazan son “de derecha” o conservadores—Julián Castro sucediendo a José Tadeo Monagas, por caso, o Miguel Gorbachov dando paso a un repudio de lo soviético—pero la mayoría de las veces, cuando un gobierno de derecha sucede a un statu quo izquierdista, busca una restitución de condiciones previas a la entronización del gobierno “de izquierdas” que es revocado. Es decir, en general los derechistas o conservadores, de ahí su nombre, procuran preservar un pasado, sobre todo en lo tocante a dominios y privilegios, puesto que en una dimensión tecnológica esta gente puede ser muy avanzada y progresista.
El otro sentido es posterior y más específico. A fines del siglo XIX comenzó a llamarse—sobre todo a raíz de la encíclica Rerum novarum de León XIII—“la cuestión social” o “el problema social moderno” a la siguiente disyuntiva: a cuál lado de la división clasista entre patronos y obreros debía favorecerse a la hora de distribuir la renta general de una sociedad. Si se optaba por los empresarios, por ejemplo propugnando un Estado gendarme que se limitara a preservar el orden y la garantía de libertades económicas, entonces se había adoptado una posición de derechas. Si, por lo contrario, se privilegiaba una legislación que protegiese a los proletarios, a los trabajadores, se adoptaba una de izquierdas.
Lo anterior es el sentido más frecuente de los términos derecha e izquierda. Pero cada uno puede cubrir una gradación más o menos amplia de posturas, y llegar a incluir los polos radicales de una extrema derecha—Pinochet, Mc Carthy—o una extrema izquierda—Castro, Mao Tse Tung. “La propiedad es un robo” de Proudhon—La propriété, c’est le vol!—o la idea de que los pobres alcanzan su estado por indolencia o escasez moral.
¿Debe sorprender que en nuestro país la mayoría de los partidos prefiera decirse de izquierda? La muy patológica y sesgada curva de distribución de nuestras riquezas ofrecería una explicación suficiente: en efecto, si por definición la izquierda es una oferta de favorecer al desposeído, una sociedad que mayoritariamente esté conformada por gente pobre tenderá a preferir una política izquierdista. Lo contrario sería irracional.
Pero hete aquí que más de un estudio de opinión señala que en Venezuela hay apoyo mayoritario a favor de posturas que pudieran ser tenidas como de derecha; por ejemplo: preferir la sociedad norteamericana a la cubana, preferir un empleo privado que uno público, preferir la propiedad privada a una colectiva.
Es esa constatación la que ahora parece alentar un nuevo movimiento de derechas, el que busca aglutinarse en torno a un documento que asegura que el 4 de diciembre los venezolanos emitimos un mandato—o dieciséis mandatos—y que agrupa notoriamente personalidades de derechas. Acá se ha comentado antes la pretensión interpretativa refrendada por Oswaldo Álvarez Paz, Oscar García Mendoza, Marcel Granier, María Corina Machado, Ricardo Zuloaga, entre otros notables. (Dicho sea de paso, hace nada que Álvarez Paz ha tomado la calle del medio para asegurar que no participará en el evento electoral del próximo mes de diciembre. Si el “movimiento 4 de diciembre” lleva intención política ¿es su posición electoral idéntica a la del líder de Alianza Popular?) La lectura parece ser: si Chávez encarna la más zurda de las izquierdas, y si nuestros compatriotas tienen mayoritariamente preferencias inclinadas en sentido contrario, “lo que hay que hacer” es crear de una vez por todas una opción enfrentada de derechas.
Debe reconocerse que ese silogismo tiene sentido, y tal cosa constituye una de las dos posiciones políticas principales del momento. (Apartando la oficialista). La segunda posición sigue sosteniendo, por lo contrario, que debe seguirse siendo de izquierda en Venezuela (y en el mundo), sólo que hay dos izquierdas: una buena y una mala. (La del gobierno). En esta interpretación síguese sospechando de programas parecidos al emprendido por Pérez a partir de 1989 pues, además de su convicción doctrinaria, no ha dejado de tomar nota de los peligrosos resultados de la aplicación de récipes tan simplistas e insensibles como el Consenso de Washington.
Es opinión del suscrito que ambas posturas se construyen con raíces obsoletas. A fin de cuentas, el mundo no es ya el que juzgaba León XIII o retrataba Charles Dickens; las gradaciones de roles sociales se han hecho más numerosas, y una política dicotómica, de izquierda y derecha, de blanco y negro, de Bush y Chávez, no puede aspirar a comprender ese mundo nuevo. Las ideologías que resolvían la política a fines del siglo XIX ya no son otra cosa, a estas alturas del juego civilizatorio, que una excusa para no pensar.
Amos Davidowitz explica en The Internet and the Transformation of the Political Process: MAPAM, a Case Study (http://www.isoc.org/inet96/proceedings/e1/e1 1.htm) la distinción entre partidos “de segunda ola” y los de “tercera ola”. (Siguiendo la nomenclatura de Alvin Toffler). Hablando de su propio partido—el MAPAM, el ala “izquierda” del laborismo israelí—como institución anquilosada por una perspectiva anterior a la conciencia postindustrial, reportaba: “Me parece que si un partido de segunda ola centraba sus actividades alrededor de la producción, el trabajo y los recursos en una estructura jerárquica centralizada, un partido moderno debiera ocuparse de información, comunicación, medios y servicios en un sistema más abierto, interactivo y distributivo, un sistema que necesita los medios de procesar y distribuir información”.
Es desde percepciones como la de Dawidowitz como pudiéramos imaginar soluciones políticas de mayor profundidad temporal. En otras ocasiones se ha sostenido acá que se requiere un recambio paradigmático a fondo en la actividad política. Reitero ahora esa convicción, pero tal vez lo práctico pueda darse ya a otro nivel más inmediato y simple: por ejemplo, en un ticket electoral conformado por Teodoro Petkoff para la presidencia y María Corina Machado para la vicepresidencia.
Hace dos años (12 de febrero de 2004) lo había sugerido esta carta en su número 73, cuando se presumía la revocación del mandato del presidente actual: “…María Corina Machado y Parisca. Su nombre pudiera entonces asomarse como magnífica opción para la Vicepresidencia Ejecutiva de la República. Vistas las atribuciones constitucionales de este cargo, podríamos estar muy tranquilos si en un futuro próximo la Vicepresidencia pasara a manos de la ingeniera Machado, joven, moderna, independiente, seria, eficiente, responsable, tenaz y serena. Cualquier Presidente de la República contaría en ella con una Vicepresidenta de lujo… La figura de María Corina Machado refrescaría de inmediato el tráfico político nacional. Una mujer joven, carismática, profesional, que ha dirigido la organización ancla de la sociedad civil con gran tino, eficacia y equilibrio, con imparcialidad que quisiera para sí el CNE, sería una contrafigura ideal a la perniciosa gestión de José Vicente Rangel, y probablemente crearía entusiasmo y un foco positivo hacia el futuro, cosa que nuestros nobles ‘Ni-ni’ esperan con angustia… La Presidencia es otra cosa. En nuestro criterio, dentro de la lista informal de candidatos que se manejan para la presidencia de transición, Teodoro Petkoff sería probablemente la opción preferible. Con suficiente experiencia política, hoy independiente, con carácter y energía suficientes, Petkoff es un presidente con quien todos podríamos vivir, incluso los chavistas… Estatura de estadista tiene, ciertamente, y experiencia concreta de gobierno, a la que aportó además de su trayectoria política su formación de economista… aquí se trata no sólo de gerenciar, sino de proveer una visión de Estado. Acoplado este capital a los evidentes talentos de la directora de Súmate, Petkoff y Machado pueden convertirse en dupla invencible”.
Seguramente esa fórmula tendría que combinarse sobre las diferencias ideológicas, los despojos de la suspicacia y las exigencias de pretensiones centrípetas, pero estoy seguro de que no hay muchas disponibles que, como ella, por efecto de un encuentro de potencia histórica, compondrían el antimicótico de amplio espectro que necesitamos para superar la actual micosis política. Izquierda y derecha reunidas, fórmula ambidextra para que esas distinciones periclitadas desaparezcan al final en síntesis que salte a la modernidad.
LEA
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