Cartas

Una de las recetas «políticas» más persistentes, favorita entre quienes pretenden ser entendidos como los más valientes patriotas que Venezuela haya tenido, se presenta en varias versiones. Una de las más vulgares reza: «No debemos pisarnos la manguera entre bomberos».

Se trata del rechazo que en ciertas cabezas encuentra cualquier crítica que se haga a ciertos planteamientos de la dirigencia opositora, por el mero hecho de que se trata de gente que combate al actual régimen. «No debemos atacarnos entre nosotros mismos». Así, no se debe criticar las ejecutorias políticas de Pedro Carmona Estanga, o la conducción estratégica de la campaña revocatoria por parte de la extinta Coordinadora Democrática.

En la mayoría de los casos la prescripción parece contener una gran dosis de sentido común. Si hay base para presumir que la desunión puede conducir a la derrota, entonces parece suicida e irresponsable la crítica de «nosotros mismos». Tan claro como el récipe dominocístico—falso, por lo demás—de no trancar una mano segura. (Si se tiene seguridad de que se ganará la tranca debe trancarse, aun cuando sin ello se gane también, pues se evita la pérdida de puntos, como sabe cualquier buen jugador de dominó).

Pero ¿qué pasa si lo que se critica es precisamente la aparente sabiduría de una estrategia estúpida? En retrospectiva ¿no hubiera sido mejor que la crítica a la idea del paro de hace tres años se hubiera dejado sentir con más fuerza, si hubiera terminado por imponerse?

En cambio, quienes se opusieron a tan demencial estrategia—excusa petrolera: «Chávez quería fregarnos en año y medio; nosotros le obligamos a quitarse la carreta y derrotarnos en tres meses»—fueron tenidos por poco menos que traidores o cobardes, aun cuando a pesar de su crítica sumaran su concurso final a una aventura que sabían condenada al fracaso.

Por otra parte, si debiera aplicarse a rajatabla la receta de «no atacarnos», dado que la «dirigencia opositora» no es precisamente unánime en cuanto a sus prescripciones, ¿cómo pudiera llegarse a una evaluación coherente? Por ejemplo, entre los dirigentes opositores hay hoy divergencia de opiniones respecto de las bondades de unas elecciones primarias para determinar una candidatura única de oposición. ¿Cómo hacer para tomar partido por una de las posturas opuestas sin «atacarnos a nosotros mismos»?

Hay quienes, además, emplean la excusa de la manguera para otra cosa distinta que preservar una unidad que no resiste la revisión: la usan para tapar su incompetencia. «Lo que tenemos es malo, tal vez lleno de defectos, pero es lo que tenemos».

No reaccionan como debiera hacerlo la gente responsable: «¿Encontraron un defecto? Gracias por decírnoslo. Vamos a corregirlo». Por lo contrario, la condenación se proyecta de quien lo hace mal a quien se lo señala. Se trata de una de las formas que reviste aquella vieja «solución» de matar al mensajero.

………

Dentro de un esquema de Realpolitik, por supuesto, el debate sobre líneas o posturas, sobre políticas concretas, se traslada comúnmente al ataque personal. Es allí donde la crítica se convierte en corrosivo ácido de utilidad nula o negativa. En una política madura la descalificación de un adversario no debiera tenerse como legitimación suficiente de quien lo ataca. En una política seria debiera señalarse, no tanto la negatividad de algún actor político, sino más bien la insuficiencia de su positividad.

Más aún, si nos decimos demócratas ¿a qué viene quejarse de la diversidad de opiniones cuando la democracia debe caracterizarse, precisamente, por la tolerancia a esa variedad?

Pero es que quienes señalan con mayor insistencia que no debemos criticarnos «entre nosotros», con marcada frecuencia son quienes pretenden que se siga como santa palabra estratégica lo que formulan como proposiciones—que no debemos atacar—y, más allá de eso, quienes por mampuesto ejercen la maledicencia calculada.

Tomemos el caso de un artículo de Carlos Gutiérrez F.—un articulista que, como Antonio Sánchez García y, en menor medida, Emeterio Gómez, han considerado su deber emprenderla con ataques descalificadores de la persona de Teodoro Petkoff—en el que se sostiene, sin apelación a ninguna fuente seria, que Petkoff, luego de asistir a la toma de posesión de la presidenta Bachelet, viajó secretamente a Cuba para acordar con Fidel Castro una estrategia política general de participación electoral que legitime a Chávez. (Al artículo en cuestión—Teodoro en La Habana, Noticiero Digital—le basta exponer que sus «fuentes» son «Informantes uniformados con acceso a esos sofisticados implementos de navegación y seguimiento a rutas clandestinas» y, de nuevo y un poco más adelante, «fuentes uniformadas de la más alta credibilidad vinculados a los aparatos de contrainteligencia de la oposición dura». Es decir, militares con un estilo de actuación, se sugiere, como el de los generales González González y Poggioli, o el del contralmirante Molina Tamayo).

Tan fantástica construcción se distribuye ahora profusamente por correos electrónicos. Lo recibimos primero de un corresponsal que advierte: «La información contenida la remito tal como me llegó, sin ninguna confirmación por otra fuente independiente. Pero, el texto es preocupante bien sea cierto o no». (!) Al indicarle que esa clase de «información» no debía ser difundida sin verificarla, tal como claramente admitía no haber hecho, quiso justificarla porque Petkoff no habría estado presente en los «momentos cruciales» de la lucha contra Chávez, como el 12 de abril de 2002, ni apoyó el estúpido paro de 2002-2003 y, por si fuera poco, sí habría estado entre «los primeros en reconocer el triunfo de Chávez en agosto de 2004». Esto es, uno de los diseminadores de la patraña habría preferido que Petkoff aplaudiera el «carmonazo», aupado el paro suicida y se sumara al coro de irresponsables e incompetentes «líderes» que vocearon la tesis del fraude en el revocatorio del 15 de agosto de 2004. Se atreve, además, a valorar estas posturas como un «flanco débil» de Petkoff.

Otros difusores no son tan militantes, y disimulan algo mejor su papel de distribuidores de una infamia. Uno de ellos escribió a su lista de corresponsales, entre quienes me encuentro: «Recibí hoy este artículo. ¿Tienes algún comentario?» Pero el articulista mismo deja entrever claramente que concurre con una noción peregrina y necia, al sugerir que el «pacto» Petkoff-Castro buscaría impedir «una gigantesca crisis de gobernabilidad que empuje definitivamente a Chávez a su propio abismo. De Miraflores al infierno. Puesto que José Vicente Rangel perdió toda credibilidad, el asunto debe ser manejado al más alto nivel vía La Habana. Y dadas las condiciones internacionales y el endurecimiento de las posturas del Pentágono hacia Caracas, una profunda crisis interna con el aislamiento internacional y la dureza de los Estados Unidos, el futuro para Chávez, para Castro y sendas ‘revoluciones’ sería de pronóstico reservado».

Una vez más, la estupidez política, de la que Bárbara Tuchman hiciera un retrato tan convincente en La marcha de la insensatez (The March of Folly). No muere, pues, la fórmula que quiere impulsar una alternativa política de derecha, con elecciones primarias y todo, que a última hora se retire de las elecciones del próximo 3 de diciembre, para asestar un golpe «mortal» al régimen de Chávez, cuya súbita deslegitimación, en medio de una supuestamente gigantesca «crisis de gobernabilidad», sería aprovechada, como vemos, por un Pentágono endurecido. Más de una vez hemos escuchado la increíble admonición de que los venezolanos no debiéramos tener escrúpulos ante una invasión norteamericana, puesto que los franceses no los tuvieron ante el desembarco en Normandía en 1944, cuando Hitler todavía les dominaba.

Quien se oponga a tamaña insensatez debe ser destruido, y aquí ya no se escuchan las voces que claman diciendo que no debemos «atacarnos a nosotros mismos». Para este fin es muy buena la Internet. Basta repartir a los cuatro vientos digitales cualquier calumnia. Claro, advirtiendo que la «información» contenida en los mensajes «no nos consta».

LEA

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