Cartas

Ocurrió en una estación de tren en Moscú de la época de Stalin. Dos amigos, Ilya y Mikhail, se encuentran en un andén a la espera de un tren que partirá hacia el sur. Luego de los saludos acostumbrados uno pregunta: «Dime, Ilyia, ¿adónde vas?» E Ilyia contestó: «Pues, Mikhail, voy a Kiev». Entonces Mikhail se quedó pensando: «Ilyia me dice que va a Kiev para que yo piense que va a Vladivostok. Entonces debe ir a Kiev».

Ese chiste, leído alguna vez en un viejo ejemplar de Selecciones del Reader’s Digest, merececería el rango de fábula, en razón de su esencia pedagógica. Lo que le falta para ser fábula es tan sólo una moraleja: «Después de todo, la mejor cura contra la suspicacia es creer lo que nos dicen». Vamos a tomar al pie de la letra, sobre todo porque el lenguaje gestual confirmaba la sinceridad de la aserción, dos frases reales del pasado reciente, hace nada; esto es, dos afirmaciones proferidas realmente por dos destacadas personas de nuestra realidad política. Una, la que trataré de segunda, dice así: «Pues eso es exactamente lo que estamos buscando». La primera, que comentaré a continuación, sostiene lo siguiente: «El pueblo lo que quiere que un candidato le diga es qué va a hacer con el país».

No es la primera vez que se emplea una expresión como la última. En un viejo modelo político los caciques mandan, los héroes matan dragones, pero no tienen que pensar en la solución a los problemas públicos. De eso deben ocuparse, subordinados siempre a quienes mandan, los sabios que encuentran los significados y los brujos que producen menjurjes y encantamientos. Profesionales que encuentren soluciones. El modelo, el arquetipo, el paradigma en el viejo sentido de ejemplo, prescribe a quien detente o quiera detentar el mando el papel y el carácter de un combatiente. No en vano las imágenes con las que los actores políticos convencionales hacen autoreferencia tienden a ser las de «combatiente» o «luchador» político o social, y se refieren a la «arena» y a la «lucha» políticas y a los procesos de «vencer» y «derrotar».

Y piensan ellos, así como la mayoría de nosotros, que su papel consiste en «mandar». No en mandar a secas, lo que pudiese ser moderado si se restringiera al mando sobre los órganos ejecutivos del Estado, sino que se entiende como mandando sobre la Nación. Un candidato que en la campaña de 1998 declaró con la mayor frescura desconocer cuál era el modelo político que necesitaba Venezuela se refirió, en un conocido programa de televisión, a quienes pretendan «gobernar sobre un país». (Como él pretendía). Y esta idea de que se gobierna sobre un país es, con seguridad, algo que debe ser cambiado, justamente, en un nuevo modelo político para Venezuela y, si a ver vamos, para cualquier país. No se gobierna sobre un país, se gobierna para un país.

O se dice que necesitamos alguien que sepa manejar el país, o hacer algo con el país. Un presidente no debe hacer nada con el país. Los países tienen la mala costumbre de hacerse a sí mismos, muchas veces a pesar de sus gobiernos e incluso contra ellos. Los candidatos a presidente, a lo sumo, pueden tratar de explicar qué harían desde la jefatura del Poder Ejecutivo Nacional, que es lo que les sale. Debieran explicar cómo pondrían el aparato ejecutivo del Estado al mejor servicio de la ciudadanía, jamás a mandarla. Punto.

………

En cambio, la segunda frase requiere se la muestre en la secuencia que precedió a su elocución. Fue empleada por persona conferencista, ante auditorio al que quería convencer de la bondad de unas elecciones primarias para escoger un candidato único de oposición.

La conferencia se inició asentando como premisa—según se dijo suprema—de todo el asunto, la absoluta seguridad en que el actual titular del cargo presidencial no cree en la alternabilidad democrática y, por tanto…

No se dijo más nada. La premisa no fue más comentada ni expandida durante toda la exposición, aunque proyectó su sombra sobre todo el resto de lo argumentado.

Luego se describió a grandes rasgos el mecanismo de primarias y se rebatió, de forma persuasiva, los inconvenientes que usualmente se oponen a la idea de las mismas. Lo que más se enfatizó, sin embargo, fue la exigencia de que el candidato más votado tendría que convertirse en el sumo adalid de la lucha por condiciones electorales confiables, y retirarse de las elecciones, no con 5% en las encuestas, sino con 40% gracias a las primarias, lo que es preferible y sí «tendría impacto», en caso de «ser necesario».

Fue luego de todo eso que se suscitó una ronda de intervenciones de algunos asistentes. Uno de ellos argumentó que el gobierno no es demócrata y por tanto jamás sería derrotable por vía electoral, razón por la cual «lo que había que hacer» era crear, mediante el retiro de la candidatura, una «crisis de gobernabilidad» que pudiera ser aprovechada por otros factores de poder que acabaran con el régimen. Entonces quien ofreciera la conferencia se dirigió al ponente de la receta descrita para decirle: «Pues mira, eso es exactamente lo que estamos buscando».

Al suscrito no le convence el argumento de que unas elecciones primarias destruirían la ansiada unidad, pues generarían heridas que sería difícil sanar a tiempo. No son necesarias unas primarias para la práctica de un tal canibalismo, y hasta pudieran ellas regular o moderar una urbanidad de combate. Claro que—Mikhail hablando a Ilya o al revés—agresiones extraprimarias pudieran ser sembradas por quienes las propugnan, precisamente para reforzar esta réplica con ejemplos reales y concretos.

Las primarias, definitivamente, permitirían que los electores participaran en la decisión de escogencia del candidato. Serían, es obvio, más democráticas. Pero si se las quiere emplear, en diabólica, insincera y arrogante manipulación, para entusiasmar a muchos electores en una candidatura cuya misión, sin que los ciudadanos lo sepan, es retirarse para generar problemas de gobernabilidad al gobierno y ejecutar después alzamientos o intervenciones extranjeras, entonces debemos rechazarlas con el mayor denuedo. Ya se nos llevó una vez, como corderos, al riesgo de la muerte el 11 de abril de 2002, mientras una necia conspiración se aseguraba de capitalizar para una autocracia que jamás fue escogida en primarias, el beneficio del sacrificio.

No olvidemos que un articulista—¿un seudónimo?—escribió, mientras denostaba de un candidato—justo lo contrario de lo que se dice querer evitar—que lo que procede es crear: «una gigantesca crisis de gobernabilidad que empuje definitivamente a Chávez a su propio abismo. De Miraflores al infierno… dadas las condiciones internacionales y el endurecimiento de las posturas del Pentágono hacia Caracas, una profunda crisis interna con el aislamiento internacional y la dureza de los Estados Unidos, el futuro para Chávez, para Castro y sendas ‘revoluciones’ sería de pronóstico reservado». Hay quienes celebran, en nuestro seno, que los militares norteamericanos se endurezcan.

LEA

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