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La voz amable del Dr. Francisco Kerdel Vegas me ha enseñado más de una cosa. Por ejemplo, que el ilustre fundador de la patología, el alemán Rudolf Virchow, que también fue político en la época de Bismarck y uno de sus más fieros oponentes, entendía su actuación pública como un acto de carácter médico. Recientemente me introdujo al asombroso mundo intelectual de Theodore Zeldin, el autor de un libro sorprendente: Una historia íntima de la humanidad (1994). De esta insólita obra se comenta: «El notable libro de Theodore Zeldin ofrece al lector una nueva visión del pasado. Mientras otros historiadores se han concentrado en la historia política, social o económica, Zeldin escribe aquí acerca de la historia emocional…»
Una mera ojeada al índice del libro advierte de una vez que estamos ante una aproximación inusual. Contiene capítulos que se llaman De cómo los humanos han perdido repetidamente la esperanza, y cómo nuevos encuentros, y un nuevo par de lentes, la revive, Por qué ha habido más progreso en la cocina que en el sexo, De cómo aquellos que no quieren ni dar órdenes ni recibirlas pueden convertirse en intermediarios, De cómo incluso los astrólogos resisten su destino, o Por qué la crisis de la familia es sólo una etapa en la evolución de la generosidad.
El contenido mismo, naturalmente, es tan sugestivo e interesante como esos títulos. Dice, por ejemplo, en el primer capítulo: «La conclusión que extraigo de la historia de la esclavitud es que la libertad no es sólo un asunto de derechos a ser guardados en el altar de la ley. El derecho de uno a expresarse todavía le deja con la necesidad de decidir qué decir, de encontrar a quien escuche, de hacer que las palabras de uno suenen hermosas; éstas son destrezas que necesitamos adquirir. Todo lo que la ley dice es que podemos tocar nuestra guitarra, si es que podemos obtener una. Así que las declaraciones de derechos proveen sólo unos pocos de los ingredientes con los que está hecha nuestra libertad». Nos pone a pensar.
El trozo escogido para esta centésima Ficha Semanal de doctorpolítico corresponde al comienzo del capítulo que Zeldin tituló De cómo el respeto se ha hecho más deseable que el poder. Como es su método, arranca por la referencia a un caso real, a la descripción de las emociones de una persona concreta, que es siempre una mujer. En este caso reporta las inquietudes de una alcaldesa de Estrasburgo, que sostiene: «La política es un aprendizaje interminable, que requiere que uno se adapte al hecho de que los demás son diferentes». Una percepción alejada de las pretensiones de Aristóbulo Istúriz, quien acaba de decir en el «III Congreso Pedagógico Nacional», como rasero y rastrero igualador: «Cada maestro tiene que estar casado con el modelo de república, y nuestra ideología política tiene como objetivo construir la ideología socialista del siglo XXI». Istúriz nos quiere hormigas.
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Historia emocional
Soñar, dormir y olvidar. ¿Es que algún estadista ha reivindicado alguna vez ser un especialista en estas artes? Sólo la alcaldesa de Estrasburgo, Catherine Trautmann. Todavía en sus treinta, electa para presidir la capital parlamentaria de Europa ¿es que esta mujer está sugiriendo que la música de la política nunca sonará igual de nuevo?
Su aventura comenzó con una tesis sobre el soñar, el dormir y el olvidar, con especial referencia a los gnósticos. Éstos eran una secta que floreció más o menos en tiempos de Jesucristo, y cuya creencia esencial era que cada individuo es un extraño en el mundo; que incluso Dios es un extraño, pues Su creación es imperfecta y tampoco Se siente cómodo en ella. Eran, sin embargo, una secta de optimistas, convencidos de que todo el mundo encontraría la salvación, o al menos aquellos que desvelaran el simbolismo que es el envoltorio del mundo y descubrieran los rituales necesarios para triunfar sobre el mal. La cristiandad compitió con el gnosticismo y luego tomó prestadas nociones de él; más tarde William Blake, Goethe y Jung estarían entre las grandes mentes que se inspiraron en él. Catherine Trautmann piensa que los gnósticos tienen mucho que decir a la gente moderna que, como ellos, se encuentra incómoda en un mundo injusto. Eran marginales, y ella también lo es (es decir, no se siente parte de un orden establecido, que pretende que las cosas son como deben ser). Los gnósticos tenían «una cierta separación», que ella también procura cultivar. Trataban de ver más allá de las apariencias, para encontrar un significado oculto en lo que parece insignificante, llevar a cabo «una exégesis del alma»; y ella, igualmente, dice que lo que más le interesa no es lo obvio, sino lo que ha sido olvidado. Ellos creían que los aparentes contrarios no eran necesariamente diferentes, y trataban de trascender las diferencias entre lo masculino y lo femenino, lo que resonó con ella, cuyo primer instinto político fue el de un instinto feminista de cambiar el modo con que la gente se trata.
Sin embargo, para alcanzar sus metas hizo una elección deliberada. En vez de enrolarse en el movimiento feminista, se unió a los socialistas. Para mejorar al mundo, se dijo a sí misma, uno no puede permanecer distante, sino participar de la corriente principal. Decidió convertirse en «una marginal integrada a la sociedad», cambiándola desde adentro. Sigue siendo una marginal, pero esto significa ahora que preserva su libertad dentro de la sociedad, sin permitir que la marginalidad se convierta en egoísmo o soberbia. En cualquier caso, los marginales no olvidan sus sueños.
Cuando era niña, ella se decía siempre que no debía olvidar lo que había aprendido, pero siendo adolescente leyó a Freud, y se dio cuenta de que el olvido no es siempre accidental. Por un lado, estaba decidida a convertirse en la clase de persona que quería ser, por lo que cuidadosamente elaboró una lista de sus objetivos. Por la otra, no logró convencerse de que alguna vez descifraría los misteriosos procesos que llevan a una persona a actuar de una manera y no de otra. Su tesis sobre los gnósticos no explica su política actual; era un ejercicio dentro de un marco académico, pero asimismo era un intento por descubrir lo que estaba buscando, y no se ha convertido en un político convencional, puesto que aún se encuentra en el proceso de «desentrañar», tratando de obtener sentido de ella misma y de otros.
Cuando fue elegida alcaldesa, a la edad de treinta y ocho años, le dijo su hija: «Tú quisiste ser alcaldesa durante un largo tiempo y nunca me lo dijiste». A lo que ella replicó: «No sabía que eso era lo que quería». Pero un amigo dijo: «No puedes pretender que es accidental que seas alcaldesa. ¿Es que no puedes ver que has estado apuntando a eso todo el tiempo?» No, dijo Catherine Trautmann, «No me di cuenta de que lo estuve». No es fácil saber qué es por lo que uno está luchando. Y se pregunta: «¿Cuál es mi meta ahora que soy alcaldesa?» Esto no tiene una respuesta simple.
Piensa en su familia de una vez, antes de que pueda enunciar algún gran principio político. Una de las primeras metas de su vida fue la de tener una exitosa asociación con su esposo. Los políticos no comienzan normalmente a hablar de sus vidas privadas, aun cuando es ése el único interés que comparten con todos sus electores, excepto aquellos que se mueven por ambiciones más solitarias. El acuerdo al que llegó con su esposo, cuando se casó a los diecinueve, era que ninguno limitaría jamás la libertad del otro. Ella «ama a la política», dice. Es una pasión, como un amorío. «Mis dos hijas han aceptado esto muy bien, pues les digo que la política es muy importante en mi vida». Esto significa que les ve menos de lo que de otro modo desearía. «No soy una supermujer». Su esposo, sus padres y un círculo de amigos compensan creando una red de afecto en torno de las niñas. Eso no es algo que ocurra naturalmente. Ella sabe cuán difícil es para una madre que trabaja encontrar un pesebre: su propio fracaso en encontrar uno fue el acicate que la llevó a la política en primera instancia.
No obstante, aun con toda esta buena voluntad y esta paciencia, un matrimonio podría romperse. Una mujer, dice, puede ser muy exigente al querer ser escuchada; su insistencia puede ser «brutal». Un día, «me dije a mí misma detente. Estás pidiendo demasiado. Las relaciones matrimoniales tienen una tendencia a convertirse en teatro, en obras representadas una y otra vez… Una alcanza la escena 3 del acto 5… Una se da cuenta de que está actuando. Se hace víctima del hábito que una permite le lleve». La clave que permite alejarse de la escena es la decisión de que uno nunca debe permitir que el desprecio entre a su vida. «El desprecio es la peor de todas las cosas, es una forma simbólica de matar a una persona. Eso me rebela».
Su conclusión poco convencional es que no se trata de que la política le ofrezca una clave, un dogma, una solución a todos los problemas. Habiendo estudiado las disputas teológicas de tiempos antiguos, se sorprende por la similitud de la forma de pensar de los políticos modernos y los teólogos de antaño. «Eso hace imposible que vaya repitiendo ingenuamente un discurso ideológico». Los políticos pueden formar tienda aparte con otros que en términos gruesos tengan opiniones compartidas, pero dentro de cada partido siempre hay conflicto. A ella le gusta acometer estos conflictos, encontrar estratagemas para manejarlos, siempre que haya reglas de juego, como en un deporte. La búsqueda del poder no puede ser la meta, porque «las personas con poder pierden una parte de su identidad: hay una tensión constante entre uno mismo y el cargo público que se detenta», entre el individuo y la forma tradicional de ejercer autoridad. Ella quiere que los políticos sigan siendo seres humanos. Los que más le gustan son los políticos «atípicos». Lo que más importa en la clase de política que prefiere es la continua búsqueda, por los políticos, de su propia comprensión, de su «desarrollo espiritual».
No deben esperar el éxito, puesto que cada victoria es provisional, un mero paso, nunca el paso final. La política es un aprendizaje interminable, que requiere que uno se adapte al hecho de que los demás son diferentes. Ésa es su recompensa, el descubrimiento de la diversidad de la humanidad: «El estar en política es una forma maravillosa de observar la variedad de la vida». Y, por supuesto, la vida está llena de fracasos: «Es importante reconocer los propios fracasos: la prueba de los políticos está en cuán bien puedan aceptar sus fracasos». Las mujeres se atemorizan de la política, dice, porque la perciben como un mundo «duro», pero de hecho tienen una ventaja sobre los hombres: las mujeres «tienen dos lados», ven el mundo como público y privado, lo que les protege de perderse en abstracciones. «Las mujeres tienen más libertad como políticos; los hombres aceptan de éstos una buena cantidad de cosas que no tolerarían los unos de los otros, y con las mujeres hay una expectativa de nuevas ideas, de cambio».
En su juventud estuvo también atemorizada, y no sólo de las políticas: «tímida, ansiosa en la compañía de otros». Como madre joven se preocupaba porque no estaba segura de cómo tratar con sus hijas, o cómo contestar sus preguntas. Así que su ambición se convirtió en una «superación de mi timidez». Siempre se sintió una persona solitaria, lo que parece contradecir su imagen de persona feliz en el trabajo y el hogar. «La soledad es mi pilar interno, mi jardín secreto. Nadie entra, excepto quienes me son más cercanos».
Catherine Trautmann procura seguir siendo una persona doble. «Abuela Mermelada» era su apodo de estudiante. Todavía es su afición favorita confeccionar mermeladas y conservas de membrillo, calabaza y tomate según sus propias recetas. Disfruta haciendo ropa y «objetos inusuales», obras de arte que construye de una miscelánea de pedazos. Los artistas de humor amargo y sarcástico son los que más le agradan, los surrealistas y los grandes caricaturistas. En casa no da discursos. Cuando está con su esposo no es la alcaldesa.
La reina Isabel I de Inglaterra dijo: «Sé que tengo el cuerpo de una mujer débil y lánguida, pero tengo el corazón y el estómago de un rey». Tener el estómago de un rey ya no es más una ambición adecuada. El modelo del Hombre Fuerte que puede inspirar obediencia está obsoleto. El tejido que Catherine Trautmann hace de sus vidas privada y pública sugiere que la política puede tener una textura diferente. Ella es para sus oponentes, por supuesto, sólo otro rival a ser excluido, y uno de sus lados es de hecho el combate de la tradicional guerra de la política, pero su lado menos obvio es indicio de nuevas posibilidades en las relaciones humanas.
Theodore Zeldin
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