Fichero

LEA, por favor

doctorpolítico reincide este martes con la Carta abierta a la juventud de hoy de André Maurois. Y es que entre sus capítulos, que rezuman todos política, hay uno en particular dedicado al tema. (Hasta cuando habla de las damas la política se cuela: «Su mujer ejercerá mayor influencia política sobre usted que usted sobre ella. Si usted no está bien seguro de sus ideas, ella lo atraerá a las suyas. Tienen una tenaz capacidad de corrosión y (por lo menos en su juventud) una eficaz política de almohada». Maurois tiene, es cierto, un enorme respeto por las mujeres. Así dice hermosamente en el capítulo en que habla de ellas, del que está tomada la cita anterior: «La mujer permanece más optimista porque su necesidad toma forma humana. Ella depende de un ser que puede seducir, convencer, enternecer, suplicar. Cree en los milagros porque ella los hace»). Pero así y todo escoge un capítulo especial para aconsejar a su joven interlocutor, y a través de él a todos los jóvenes, en cuanto a la política. Es de allí de donde se toma la sección inicial—que concluye con una tersa y sabia cita de Blas Pascal, su eximio compatriota—y la sección final, perfectamente consistente, para conformar esta Ficha Semanal #102.

Maurois, de nuevo, tenía 80 años cuando escribía su larga y oportuna Carta. Pero no es ella el ensayo de un alma fatigada o cínica, sino la expresión de una pasión serena por el equilibrio y la tolerancia, por mucho realismo que contenga. Ya él mismo había escrito en El arte de vivir: «La vejez es mucho más que cabellos blancos, arrugas, la sensación de que es muy tarde y el juego ha terminado, que el estrado pertenece a la siguiente generación. El verdadero demonio no es el debilitamiento del cuerpo, sino la indiferencia del espíritu».

Tampoco, naturalmente, era una persona resignada a las obras de la maldad de los hombres, con la que no se engañaba. Por esto prescribía: «El horizonte es negro, la tempestad amenaza; trabajemos. Éste es el único remedio para el mal del siglo». Mucho menos era pagado de sí mismo, escritor que se tomara demasiado en serio su propio arte de la escritura. Su peculiar humor así lo delataba: «Un libro es un regalo estupendo, porque muchas personas sólo leen para no tener que pensar».

El biógrafo insuperado que fue Maurois nunca fue tentado de hacer su autobiografía. No hace falta. Una vida límpida como la suya se entiende a partir de cualquiera de sus epigramas: «Vivir en la sombra, realizar bien lo que se hace, gustar los placeres y los días, es uno de los caminos de la felicidad».

LEA

Une autre fois, Maurois

¿Hará usted política y bajo qué máscara? Rehusarse a hacer política, es una manera de hacerla. Es como decir: «Yo me desintereso de mi ciudad, de mi país, de los negocios del mundo». Es maniobrar muy cerca entrelazando a cada instante la elección o la falta de elección, a los intereses personales o pasajeros. Sacrificar a una tranquilidad frágil sus intereses permanentes, puesto que se trata de sus asuntos. O más aun como el perro muerto que una corriente fuerte arrastra, y un remolino rechaza a las aguas dormidas. Pero usted está bien vivo, usted nada, usted se manda; luego, usted hará política. No necesariamente política activa, militante. Todo lo que le pido es que trate de reunir los elementos necesarios para juzgar, en una palabra, para representar su papel de ciudadano.

¿Intentará obtener funciones públicas? En eso es usted quien debe elegir. Su carácter y la ocasión le servirán de guía. Hay animales en política. Si ama la lucha, si es naturalmente elocuente, si la experiencia le demuestra que usted logra pronto dominio sobre un auditorio, sobre una multitud, y más todavía, en nuestro tiempo, que tiene «presencia» en la televisión, entonces ¿por qué no? Me gustan en política las carreras no premeditadas. El otro día, un hombre fue elegido intendente de una gran ciudad porque las canillas de su cuarto de baño no dejaban correr el agua. Había investigado la causa, encontrado el remedio y mejorado un servicio municipal importante. Eso lo lanzó.

Herriot, profesor de letras, pensaba en el comienzo de su vida mucho más en Madame Récamier que en la intendencia de Lyon. Las circunstancias, una popularidad local, una hermosa voz lo elevaron. Fue el escalón. Porque demostró ser un buen administrador en una gran ciudad, el gobierno durante la guerra le confió el aprovisionamiento. De un ministerio a la Presidencia del Consejo no es un camino largo. Si el azar (ayudado por el instinto), le pone el pie en el estribo, usted seguirá naturalmente la carrera de los honores.

¿Aspiraría al poder si éste se pone a su alcance? Alain, que tenía elocuencia, ideas, fe y que dominaba en Rouen, por su brillante dialéctica, la Universidad popular, habría podido permitirse todas las ambiciones. Y se lo prohibió. Él deseó ser un hombre libre. El elegido de un partido, el favorito de un amo es también el prisionero. Tiene que agradar. Alain no se preocupaba de ello. Por otro lado, pensaba que hacen falta simples ciudadanos de espíritu agudizado para vigilar a los Importantes. Él quería ser uno de esos ciudadanos. De la misma manera, durante la guerra del 14-18, incorporado voluntariamente, rehusó todos los galones, salvo aquellos de brigadier. Como él, he rehusado también todas las funciones públicas que se me han ofrecido, aunque algunas eran elevadas y tentadoras. Pero esos son casos, no ejemplos; una nación tiene necesidad de dirigentes activos. Usted puede ser uno de ellos.

Si es así, manténgase al tanto de verdaderos trabajos. Lo que importa, para el administrador de una ciudad o de un país son menos las etiquetas que la acción. Una buena inspección de caminos y canales, hospitales modernos, suficientes viviendas, terrenos para deportes, un teatro vivo, he aquí lo que hace un buen intendente. Una defensa militar adecuada, alianzas prudentes, presupuestos equilibrados, impuestos no demasiado pesados, bastantes escuelas, liceos y universidades para la población de edad escolar, una seguridad social eficaz sin ser ruinosa, una justicia igual para todos, la garantía de los derechos del hombre, he aquí lo que hace un buen gobierno. Me puede preguntar: «¿Entonces poco le importa que sea de derecha o de izquierda?» Yo no digo esto. Pero pienso que entre un conservador reformista y un laborista moderado no hay gran diferencia en Inglaterra. En todos los partidos (locos y monstruos excluidos) se encuentran corazones nobles y pillos. Esta clasificación me parece más importante que la que separa, en forma tan arbitraria, socialistas y radicales, republicanos, populares e independientes, M. R. P. y U. N. R. No sea el hombre de un clan. La nación es una, la prosperidad de cada uno está ligada a la prosperidad de todos. Los ultras han arruinado siempre el régimen que defendían.

Sobre todo no sea un partidario de mala fe que rehúsa examinar las tesis adversas. Es más fácil excomulgar a los que no piensan como nosotros que refutarlos. Es natural tener pasiones políticas. Su vida hará de usted un conservador, o un rebelde. Pero sea capaz de distinguir lo que es conocimiento de lo que es prejuicio. Conozco hombres que defienden con frenesí una medida si ella ha sido tomada por su partido, y la condenan despiadadamente, si la misma medida es recomendada por el adversario. ¡Atención! La locura y el odio no hacen una política. «No se muestra grandeza por ser una extremidad, sino tocando los dos extremos a la vez, y llenando el medio». (Pascal).

………

Le sucederá dejarse tentar por la demagogia. Es una política que apela a las pasiones populares y promete para triunfar todo lo que el mundo desea, aunque se sabe incapaz de realizar lo que anuncia. Estas mentiras pueden asegurar éxitos temporarios, pero ellos son seguidos de penosos despertares, que acarrean, ya sea una reacción (Termidor, Brumario), ya sea, si el demagogo quiere mantenerse a pesar de su derrota, una dictadura. Que yo le desaconseje toda demagogia, no le sorprenderá. Ella procura éxitos personales a veces; pero son efímeros. «Los molinos de los dioses muelen muy despacio, pero excesivamente fino». Tarde o temprano las promesas mentirosas engendran descontento y contragolpes. En última instancia sólo la franqueza asegura victorias durables.

A menudo hallará en conflicto la eficacia y la pureza. Un marxista de corazón puro desaprueba las concesiones que sus dirigentes deben hacer a la economía de mercado para asegurar la eficacia del régimen. Sin embargo, sin esas concesiones, todo el régimen se derrumbaría. Los puros de la Revolución Francesa se echaron en los brazos de Barras, después en los de Bonaparte. ¿Cómo encontrar el equilibrio entre la eficacia y la pureza? Todo depende, bien seguro, de las circunstancias, pero es importante distinguir la verdadera de la falsa pureza.

Mantener estricta obediencia a una doctrina contra la terquedad de los hechos no es pureza, es terquedad. Marx, hombre de poderosa inteligencia, dedujo de las realidades económicas de su tiempo, un sistema. Él hubiera sido el primero en corregirlo si hubiera conocido los hechos de que hoy somos testigos. A la inversa, la tesis del liberalismo puro no es más aplicable, ni aplicada. La propiedad de los suelos, la propiedad comercial son debatidas y serán enmendadas, aun en los países llamados de «libre empresa». Sostener un sistema contra la experiencia sería menos puro que tonto. Lo mismo debe distinguirse entre verdad y falsa eficacia. Practicar la política de lo peor y asegurarse una mayoría aliándose al más peligroso de sus adversarios, no es mostrarse en verdad eficaz, sino colocarse en una situación de puerta falsa que no permitirá gobernar. La eficacia a corto término debe ser sacrificada a la eficacia a largo plazo.

André Maurois

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