Ni siquiera tres meses nos separan de las elecciones presidenciales del 3 de diciembre próximo, y la campaña electoral, hasta ahora, es poco menos que dormitiva. La semana pasada se insertaba acá la siguiente evaluación: «Entretanto, el país espera de Rosales, de Rausseo y de Chávez, una explicación clara de lo que se proponen hacer desde Miraflores. Mientras esto no ocurra, tendremos una campaña mediocre, centrada exclusivamente en el desprestigio del contendor y su combate». Por supuesto, hace sólo una semana de la emisión de tal advertencia, pero no está de más repetirla, en vista de la ausencia de temas importantes en lo que va de campaña. Basta recapitular lo acontecido en los últimos siete días.
En primer término, el presidente Chávez regresó de su viaje de lobbying internacional en procura de un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU y el reforzamiento de su imagen de líder planetario de los pobres, opuesto al imperio norteamericano. Pero regresó igualito, con la aplicación de la receta que hasta ahora le ha funcionado: olvidando convenientemente referirse a las ejecutorias recientes de Juan Barreto—que han hecho un daño muy visible a su propia candidatura—creyó «picar adelante» con la amenaza de un referendo que decida sobre la posibilidad de reelegirse indefinidamente. Es lo mismo de siempre: una declaración atrevida para que la oposición muerda anzuelos, retos, agendas y nomenclaturas dispuestas por él, mientras procura galvanizar a sus partidarios en torno a una meta ambiciosa y agresiva.
Esta vez, sin embargo, un gigantesco bostezo ha sido la reacción de la opinión pública, que como un virus paciente ya ha aprendido a defenderse de la inmunología convencional y muta para hacerse inmune él mismo. Su amenaza referendaria ni ha causado el menor temor ni ha suscitado el menor entusiasmo, y aun cuando la oposición no se percibe como sólida e innovadora—y por ende parece incapaz de aprovechar la fastidiosa reiteración del protocolo chavista de intimidación—nadie está en realidad haciendo demasiado caso al ultimátum.
Claro que, por otra parte, la procesión va por dentro en el seno de las filas chavistas. El affaire Barreto no ha terminado su curso, aunque Chávez no lo mencione, y los recientes ajustes en cancillería reflejan otros problemas. Mari Pili Hernández ya no es la Vicecanciller para Norteamérica, luego de que escribiera un curioso artículo sobre los tres candidatos que pareciera concebido por un analista clínico que no estuviera comprometido con el proceso. Se dio el lujo de encontrar virtudes en Rausseo y Rosales y de criticar la reciente ausencia presidencial en momentos críticos. Entonces, o le cobraron estas posturas o ya ella sabía que Nicolás Maduro no la mantendría en el cargo que Alí Rodríguez le adjudicara, razón por la que habría procedido a curarse en salud, posicionándose como gente sensata.
Ya las encuestadoras comienzan a registrar, por tanto, una disminución de la intención de voto por el Presidente. Esto preocupa al comando chavista, y así se manifiesta en tonterías como los reclamos de Ameliach sobre propaganda subliminal por parte de Rosales. Parecen cosas de perdedores.
Si a estas cosas se suma que las misiones han perdido dinamismo y glamour y que los problemas principales—inseguridad y pobreza—no han podido ser reducidos, el efecto general es que el vector de la campaña de Chávez no lleva dirección ascendente. La inflación ha comenzado a salirse de los parámetros planificados—15% en vez de 10%—y ya se habla en la Asamblea Nacional de medidas para controlarla, incluyendo recortes presupuestarios para el año que viene. Hasta descensos recientes en el precio internacional del petróleo ha habido.
Así las cosas, un Chávez nada convincente dijo en el acto de su inscripción como candidato ante el Consejo Nacional Electoral que se lanzaba a la reelección para «continuar luchando contra la corrupción». No se ve como puede llamarse lucha contra la corrupción a estos siete años de estampida peculadora, que es de las cosas que más duele y avergüenza a un chavista de corazón. Aquí las tropelías de Barreto tienen un valor funcional a este respecto, pues los propietarios de inmuebles cercanos a las zonas asediadas por el menor alcalde (mayor en corpulencia, nada más) se atemorizan y ponen sus pertenencias a la venta a precios muy descontados, y los miembros de la nomenklatura chavista se aprovechan para hacerse fácilmente de mansiones y apetecibles terrenos. ¿No es una perversidad como ésta lo que los teóricos izquierdistas censuran al capitalismo salvaje? La revolución parece tener, por encima de todo, un sentido económico para los enchufados en negocios y negociados gubernamentales con avidez de status y riqueza.
Y esto quiere subsanarlo Chávez pidiendo «más ideología» en la campaña y que ninguno de los partidos que soportan su candidatura se considere superior a los demás, mientras adula descaradamente a los zulianos con un cursi panegírico de Rafael Urdaneta, justificando, una vez más, la importancia de los habitantes del estado Zulia sobre la base de hazañas de gente hace mucho tiempo muerta, y predicando que las prácticas «socialistas» de la etnia wayuú serán un gran aporte para las suyas, las «del siglo XXI».
………
El proceso descrito ocurre, sin embargo, en paralelo a la campaña de los candidatos opositores: Rausseo y Rosales. De estos dos, el aficionado de Musipán está desaparecido y desinflado; se dice que está en Miami buscando financiamiento para sus menesteres electorales, pero su orientadora palabra no se escucha, salvo para ocasionales ocurrencias más o menos chistosas que han perdido punch y no llevan valor agregado alguno.
Por su lado, el profesional de la política, Manuel Rosales, se distrae en asuntos relativamente nimios, como las acusaciones de subliminalidad de sus piezas publicitarias, cuya contestación ha debido dejar en un colaborador de tercer rango dentro de su comando de campaña, en vez de dedicar cinco o seis días a referirse a ellas. No debe ocuparse un candidato presidencial en estos asuntos colaterales.
De lo que sí ha debido ocuparse es de lo que fuera la noticia cumbre de los últimos días: las actuaciones de Juan Barreto, que lograron opacar por completo una campaña de por sí gris e intrascendente. No se vio al candidato Rosales en una posición frontal a este respecto, y las pocas veces que se dejó interrogar sobre el tema contestó con generalidades y sin fuerza o claridad. En lugar de atacar por el enorme boquete abierto en las murallas oficialistas por los dislates del alcalde metropolitano, prefirió hacer como que si esos problemas «municipales» no fueran con él. (Tan poco municipales son que el gobierno nacional, por boca del Vicepresidente, se sintió obligado a dejar sentada su posición en términos inequívocos). Y esto, este mango bajito, fue desaprovechado por quien se dice es el abanderado de la oposición.
También está el carácter mismo de la coalición que ha logrado armar, con no poca habilidad transaccional. El conglomerado huele a Coordinadora Democrática, donde sólo la ausencia de AD la diferencia de la antigua alianza inepta. Su candidatura había sido lograda, en contra del trapiche primarista de Súmate y su chiripero de precandidatos enanos, desde la plataforma fuerte del trío que formaba con Borges y Petkoff. Ahora parece, según apunte de un agudo observador, secuestrado por los otrora miniprecandidatos, entre quienes destacan los que no quieren dejar de declarar al medio de comunicación que se les ponga por delante.
De resto, se le escuchó a Rosales decir algo un poco más sustantivo, en estas dos semanas y media iniciales de campaña: que revisaría los contratos que la República ha firmado para repartir petróleo en condiciones especiales una vez que llegara a Miraflores. Ah, y también admitió por vez primera—enhorabuena—que a lo mejor fue un error que firmara el decreto indescifrable de Carmona Estanga, aunque moderó su aproximación al reconocimiento de su responsabilidad al reiterar que todo estaba muy confundido a partir de la declaración de Lucas Rincón en la temprana medianoche del 12 de abril de 2002. (El 27 de abril de este año la Carta Semanal #187 de doctorpolítico apuntaba: «Rosales esgrime en su defensa la tesis del vacío de poder que la famosa declaración del general Rincón habría creado en las pequeñas horas del 12 de abril de 2002. Esto, sin embargo, tal vez habría justificado la asunción del poder ejecutivo, dada la emergencia nacional, pero jamás podrá legitimar la clausura de los restantes poderes. Rosales va a tener que procurarse una mejor excusa»).
Lo último que ha hecho es ofrecer garantías de que su programa de gobierno será—aún no está listo, a pesar de que quiere el coroto desde hace mucho tiempo—un documento sin mentiras o promesas incumplibles. Tendrá, entonces, que comerse sus palabras, pues el día de su inscripción ofreció como promesa básica nada menos que la imposibilidad de «acabar con la pobreza».
………
Los irredentos, finalmente, continúan en su terco abstencionismo. Se anuncia para mañana viernes la constitución en espacio del Ateneo de Caracas de un tal «Frente Patriótico», cuyos miembros suscribirán el «Acuerdo de Caracas». Una nómina deplorable da cuenta de que el «frente» estará integrado por Acción Democrática (Ramos Allup), Alianza Bravo Pueblo (Ledezma), Alianza Popular (Álvarez Paz), Bloque Democrático (Peña Esclusa, García Deffendini, Paniz) y el Comando Nacional de la Resistencia (Oscar Pérez y Patricia Poleo). A esta temible coalición—hay en ella también un Movimiento Federal cuya dirigencia hemos olvidado—se sumarán asimismo «personalidades» como Hermann Escarrá, Genaro Mosquera, Rhona Ottolina, Ítalo Luongo, Mohamed Merhi, Ezequiel Zamora y el asombroso William Dávila. Ésta es la ocurrente consigna de la liga: «No hace falta elecciones para salir de Chávez, sino salir de Chávez para que haya elecciones».
Habiendo fallecido el «Movimiento 4D»—el que aseguraba que la abstención de diciembre de 2005 se traducía en catorce mandatos específicos del pueblo venezolano a sí mismo—al que Súmate parecía sumarse a su constitución, una vez más, en el Ateneo de Caracas; no habiendo sido Súmate invitada a integrar la coalición de Rosales, ¿se inclinará la «organización de ciudadanos» hacia este mondongo abstencionista que está más cercano a sus tradicionales posiciones?
Lo que es definitivamente triste es asistir a la defunción de Acción Democrática en las manos de Henry Ramos Allup, un dirigente que alcanzó su nivel de incompetencia cuando rebasó su condición de eficaz operador parlamentario. De un partido que tuvo raíces indudablemente marxistas y que hizo historia democrática crucial en Venezuela, hasta terminar en este contubernio protogolpista, separado de las corrientes principales de la política nacional. Es un signo emblemático de la mediocridad política de la hora, de una mediocridad mediocre.
LEA
intercambios