Fichero

LEA, por favor

En febrero de 1994 inició su corta vida—deceso por causas naturales en octubre de 1998—una publicación mensual impresa del suscrito (referéndum) que hasta cierto punto fue precursora de estas fichas y cartas digitales de doctorpolítico, por cuanto pretendía hacer análisis, interpretación y proposición política. En junio de 1998 alojó un trabajo—De héroes y de sabios—que trataba el tema eterno de la relación entre conocimiento y poder. Gastón Berger alguna vez destacó la tensión con estas palabras: «Hemos sufrido demasiado viendo a la sabiduría separada del poder para no desear la colaboración de quienes determinan lo deseable con aquellos que saben lo que es posible».

El trabajo referido—del que se reproduce aquí su introducción y su sección final—incluía una historia escueta de los intentos, mayormente fallidos, por establecer en Venezuela un think tank digno del nombre. La expresión se emplea de modo laxo para designar iniciativas que no son verdaderos think tanks. Por esto explicaba el trabajo: «Un think tankes un instituto de investigación con un número considerable de al menos, quizá, treinta investigadores que suelen trabajar, en grupos multidisciplinarios y especializados, en la formulación de políticas, en proyectos dirigidos sobre todo a procesos sociales amplios y de largo alcance o carácter estratégico, que examinan sus creaciones y recomendaciones con la mayor rigurosidad científica. Un think tank ha sido establecido porque se cree en la utilidad de un servicio de esa clase (pública o privadamente, pública o secretamente) y por tanto se le dota adecuadamente, hasta generosamente, de recursos (bibliotecas, salones, oficinas, computadoras, correo electrónico y ‘navegación’ en Internet, asistencia en búsqueda y apoyo administrativo). Un think tank, para que sea verdaderamente tal, debe tener garantizada la libertad de pensar y expresar lo que piensa, debe gozar de un derecho equivalente a la libertad de cátedra, de un derecho a la investigación».

Pero más allá de estas precisiones, el grueso de la discusión versaba sobre la participación directa de los «hombres de pensamiento» en posiciones de poder. Uno de sus comentarios iba así: «Vilfredo Pareto, sociólogo y economista italiano de principios de siglo, se ha hecho muy conocido en el ámbito empresarial, gracias a que sus ‘curvas’ han devenido en concepto medular de la escuela gerencial de la ‘calidad total’. También es el autor de ‘La circulación de las élites’. En este libro Pareto describe la configuración de poder más frecuente como aquélla en la que los hombres de acción, los ‘leones’, son los que gobiernan. Pero también expone que cíclicamente los ‘leones’ arriban ante atolladeros que no pueden superar, y deben venir entonces los ‘zorros’ al gobierno, los hombres de pensamiento, los que dominan el ‘arte de la combinatoria’, a resolver la situación. Según su esquema, los ‘leones’ y los ‘zorros’ se alternan cíclicamente; según Pareto las élites circulan. Tal vez, entonces, estemos en Venezuela necesitando un desplazamiento, aunque sólo sea temporal, de ‘leones’ por ‘zorros’, de caudillos por filósofos. Tal vez estemos ante la necesidad de un nuevo ciclo de Pareto, y entonces recupere la vigencia la idea de un ‘retorno de los brujos’, que fuera el título de uno de los libros de mayor influencia en la fértil década de los años sesenta».

LEA

El brujo como cacique

Existe una antigua leyenda de las tribus germánicas según la cual al comienzo del mundo sólo había dos clases de hombres: héroes y sabios. (Dicen que en algunas traducciones se lee justos en lugar de sabios).

Según el mito los héroes se levantaban todas las mañanas dispuestos para la faena: conquistar castillos, derrotar bandidos, rescatar doncellas y matar dragones. Al caer el día cesaba la jornada; y entonces los héroes se dirigían a las cuevas de los sabios, para que éstos les explicaran el significado de sus hazañas, pues no sabían ni por qué ni para qué las emprendían.

Es inevitable relacionar la tensión polar que esa narración nos muestra con el satírico epígrafe de Argenis Martínez: «La característica general de la política venezolana hasta ahora es que si usted está mejor preparado en el campo de las ideas, es más inteligente a la hora de buscar soluciones y tiene las ideas claras sobre lo que hay que hacer para sacar adelante el país, entonces usted ya perdió las elecciones». Lo que la leyenda indica es que desde hace mucho tiempo, en un pueblo bastante distante de nuestra heredad, ya se pensaba que había una gente que se ocupaba de las cosas y otra distinta que se entretenía con los significados de las cosas. No es sólo en Venezuela, pues, que se manifiesta esa bipolaridad entre «hombres de acción» y «hombres de pensamiento», entre héroes y sabios, entre caciques y brujos. Pero en Venezuela esta tensión se manifiesta con particular crudeza.

Porque no sólo es que en Venezuela se prohíbe a los brujos mandar, sino que ni siquiera se les estima. Una vez un profesor extranjero, experto internacional en sistemas de decisión racional de alto nivel, fue invitado por un ministro central de un gabinete de esta última mitad de siglo venezolana. El profesor, a petición del ministro, recomendó la institución de un centro de investigación y desarrollo de políticas—con una cierta propensión al largo plazo, bien dotado de recursos, escudado del poder—una unidad de análisis de políticas para la Presidencia de la República, naturalmente sometida al corto plazo, con capacidad de respuesta instantánea; y un programa de formación para los que trabajarían en ambos tipos de centro. Dijo que esa trilogía era indispensable para aumentar la racionalidad en la toma de decisiones públicas. Después de escucharlo con mucha atención, y después de declarar que esto último era lo que él procuraba hacer desde su ministerio, el ministro dijo: «El problema, profesor, es que por mucho tiempo más la clave de la política venezolana estará en el número de compadres que tenga el Presidente en el país».

Y no se crea que algo así ocurre sólo en el corazón del Gobierno Central: hace unos años ya en una de las operadoras de PDVSA, nuestro dechado de virtudes gerenciales, un conferencista buscaba una página en blanco en el rotafolio de la junta directiva a la que hablaría en unos instantes. En ese proceso se topó con una página en cuyo centro estaba escrito lo siguiente: «A la industria petrolera no le conviene tener demasiada gente inteligente».

¿Qué es este prejuicio contra las personas que tienen la tara de intelectualidad? Que se sepa, la Constitución de 1961 sólo inhabilita para el ejercicio de los altos cargos públicos a quienes no son venezolanos por nacimiento, a quienes son demasiado jóvenes, a quienes son religiosos. (Si se comprende las enmiendas, a quienes han sido hallados culpables de delitos contra la cosa pública). No existe indicación alguna, ni en su texto original ni en las dos enmiendas subsiguientes, de la inhabilidad política de los «hombres de pensamiento». ¿De dónde se saca entonces que éstos no deben mandar?

………

Mientras no se generalice el cambio de paradigma necesario—y los cambios paradigmáticos son de suyo procesos de distribución general más bien lenta (por más que a nivel individual puedan darse casi instantáneamente)—tal vez sea posible admitir un tratamiento excepcional y transitorio a los más básicos y profundos problemas de la política venezolana, en el que se asegure una participación determinante de los «hombres de pensamiento» del país.

Es preciso admitir que ese cambio es difícil. Porque es que a la disposición habitual de la percepción, que como vimos tiende a negar al intelectual la posibilidad de mando, se une, tal vez, un miedo profundo a tal eventualidad.

En Poor Koko, John Fowles relata la violencia aparentemente gratuita que un intelectual hace brotar de un ladrón más bien inculto, provisto tan sólo de un barniz de catecismo marxista, a quien vence en una discusión. Precisamente porque había sido vencido por las palabras del intelectual, el ladrón reaccionó con violencia especialmente cruel. No hay nada tan humillante como una derrota intelectual.

Una vez un politólogo que ahora es político me propuso la siguiente cuestión para debatir: ¿cuál es el deporte más violento? Él proponía que era el fútbol el deporte más violento. (Él lo practica). Yo le sugerí considerar al ajedrez.

En el enfrentamiento igualitario de dos inteligencias no caben las excusas. No se puede diluir la responsabilidad entre los varios miembros de un equipo, ni se puede argumentar que un defensor corpulento, mucho más grande que nosotros, nos ha impedido con tácticas sucias. No hay nada tan humillante como una derrota intelectual. Y los intelectuales pueden ser particularmente crueles al inflingirla.

Así, pues, hay un trasfondo de miedo en el rechazo a la posibilidad de un gobernante intelectual. Ante él se tiene tanta aprensión como ante la mujer que es la vez bella e inteligente en grado sumo. Mientras más brillante sea el intelectual más se le teme.

Esto es hasta cierto punto natural. Puede con facilidad sentirse que una persona así tenderá al totalitarismo, basada en una conciencia egomaníaca que le haga pensarse superior a los demás.

Pero si se es un verdadero intelectual se sabe que la inteligencia no es meritoria si no está al servicio de los demás, si no respeta y cree en la sabiduría superior del pueblo—»lo primero que debieran enseñar (las) escuelas (de política) es que el pueblo es más sabio y poderoso que el gobierno»—si se cree inmune al error. Por fortuna varios siglos de una ciencia más social y menos exclusiva, menos esotérica, han enseñado a quienes emplean sistemáticamente el pensamiento que las mejores teorías no son eternas.

Y si aún persiste la desconfianza puede adoptarse todavía otra estrategia. Puede acotarse y limitarse temporalmente el ejercicio del poder por el brujo.

Respecto de los problemas del Estado venezolano «…en un lapso relativamente corto es posible modificar su organización, desencadenar su metamorfosis, para arribar, en un Estado diferente, a una disposición en la que los muy considerables talentos evidentes entre los venezolanos, puestos al servicio de la función pública, rindan resultados mucho más importantes y valiosos que los muy escasos que ahora obtenemos, desde que el paradigma político prevaleciente, la manera ordinaria de entender y hacer la política, los supuestos de nuestra política, comenzaran a ser impertinentes».

Quizás sea una realidad paradójica que los problemas verdaderamente más fundamentales puedan ser resueltos más rápidamente que los problemas cotidianos de menor nivel. La evidente falla sistémica del Estado venezolano es algo que debe ser ciertamente resuelto con prontitud y en relativo corto tiempo. Creo difícil que los «hombres de acción» sean los llamados a acometer una reingeniería radical del Estado venezolano, obviamente aquejado por un catálogo casi completo de los problemas políticos conocidos en el mundo. El momento actual exige el rediseño de nuestro Estado. Exige, por tanto, pensamiento.

Exige una manera diferente de entender la política. Exige, por tanto, un liderazgo ya no solamente programático, sino paradigmático. Y quienes pueden ejercer ese liderazgo no son otros que quienes encarnan el nuevo paradigma, y éstos se hallan entre quienes lo han inventado o ya lo han hecho suyo. Hasta que, reitero, ese nuevo paradigma haya permeado para generalizarse, y pueda confiarse de nuevo el gobierno a un nuevo político convencional

Puede pensarse, por consiguiente, en confiar este momento crucial de la política venezolana a quien ya haya perdido las elecciones porque «está mejor preparado en el campo de las ideas, es más inteligente a la hora de buscar soluciones y tiene las ideas claras sobre lo que hay que hacer para sacar adelante el país».

Hay quienes estarían dispuestos a asumir la tarea metamórfica y a completarla en lapso de no mucha duración.

Esto es posible en Venezuela. No digo que probable; afirmo tan sólo que es posible. La probabilidad irá en aumento, como ha venido siendo, con el crecimiento del mal. Pues si el próximo gobierno de Venezuela es un nuevo gobierno convencional o si, peor aún, es un gobierno de vindicta pseudojusticiera que se justifica con una interpretación interesada de los próceres del pasado, el problema político nacional se agravará aún más. Entonces llegará un momento en que Tío Tigre deba dejar el mando a Tío Conejo.

Que la mera posibilidad pueda convertirse en realidad efectiva dependerá, a la larga, del ineludible aumento de conciencia de los Electores venezolanos en general. En un cierto punto del futuro forzarán el cambio. Que esto pueda darse en un plazo más corto dependerá de la lucidez de las élites de poder del país: de ésas que asignan oportunidades y recursos, y que podrían, en un salto de conciencia que les justificaría como tales élites, abrir las puertas a la incruenta revolución, a la revolución mental que la magnitud de los problemas exige.

Y una cosa más a favor de los intelectuales en el poder en esta hora nacional: no siendo, precisamente, políticos que se entenderían como combatientes, es menos probable que entiendan su misión como la de ángeles vengadores, por cuanto su compromiso no es de combate entre contrincantes por alcanzar el poder, sino compromiso con la verdad. Estando, en principio, adiestrados para la lectura serena y desapasionada de las cosas, serían menos propensos a involucrarse en cacerías de brujas, reivindicaciones clasistas y programas de exterminio.

«Un paciente se encuentra sobre la cama. No parece padecer una indisposición común y leve. Demasiados signos del malestar, demasiada intensidad y duración de las dolencias indican a las claras que se trata de una enfermedad que se halla en fase crítica. Por esto es preciso acordar con prontitud un tratamiento. No es que el enfermo se recuperará por sus propias fuerzas y a corto plazo. Tampoco puede decirse que las recetas habituales funcionarán esta vez. El cuerpo del paciente lucha y busca adaptarse, y su reacción, la que muchas veces sigue cauces nuevos, revela que debe buscarse tratamientos distintos a los conocidos. Debe inventarse un nuevo tratamiento». Son los sabios, son los brujos, quienes podrían ofrecerlo esta vez.

LEA

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