LEA, por favor
De fines de 1991 a mediados de 1992 el diario El Globo quiso publicar algunos artículos del suscrito, en gran medida por la amable mediación de Don Juan Bravo Sananes, el arquitecto que era su Director de Arte, lo había sido del diario marabino La Columna y lo sería del periódico La Verdad, también de Maracaibo.
Muchos de los textos publicados abogaron por una renuncia de Carlos Andrés Pérez al cargo de Presidente de la República, remedio que propuse por vez primera el 21 de julio de 1991 desde las páginas de El Diario de Caracas, que a la sazón dirigía Diego Bautista Urbaneja. Poco después Urbaneja argumentaba que Venezuela no estaba en condiciones de asimilar la «lección moral» que Pérez le daría renunciando e impidió la publicación de un segundo artículo mío en el que le refutaba.
El 15 de enero de 1992—veinte días antes de la asonada del 4 de febrero—escribí para El Globo el penúltimo de los artículos-petitorios de renuncia, en el que decía que la solicitaría por última vez. No cumplí esta promesa: el 3 de febrero, veinticuatro horas antes del golpe, El Globo me publicaba un nuevo artículo, suscitado por muy infelices declaraciones de Pérez sobre el diferendo con Colombia, y en el que reincidía, con mayor virulencia, sobre la exigencia de renuncia. No sólo Urbaneja se oponía a la receta. También el general Alberto Müller Rojas, que a la postre fungiría como director de campaña de Hugo Chávez Frías en 1998, escribió para oponerse al asunto y, más explicablemente, el general Herminio Fuenmayor, jefe de la Dirección de Inteligencia Militar de Pérez, declaró que tales artículos formaban parte de «una campaña». Sólo después de la intentona de Chávez y Arias Cárdenas, Rafael Caldera, Arturo Úslar Pietri y Miguel Ángel Burelli Rivas, se animaron a solicitar lo mismo. De hecho, el Dr. Burelli Rivas pretendió reivindicar cómicamente que la idea inicial había sido de él.
El artículo del 15 de enero versaba, principalmente, sobre temas de política económica, y habiéndose afincado sobre datos proporcionados por dos ediciones de la revista Time, llamé al texto From Time to Time. Es este artículo el que se reproduce acá, para componer la Ficha Semanal #115 de doctorpolítico.
LEA
…
From Time to Time
Resulta interesante preguntarse por qué el Fondo Monetario Internacional no impone un castigo económico, como los que suele imponer a ciertos países con problemas de deuda pública, al mayor deudor entre los países del mundo, al país que ha incrementado su endeudamiento en las proporciones más irresponsables de la historia: a los Estados Unidos de Norteamérica.
La revista TIME, en su edición del 13 de este mes, declara: «Los incontrolados déficits federales han más que triplicado la deuda nacional desde 1980, a 3,1 billones de dólares; los intereses de esa suma devoran 286 mil millones de dólares anualmente y representan el tercer gasto más grande del presupuesto».
Un poco de atención, por favor. No es fácil meterse en la cabeza esa cifra. Billones de los nuestros, de los castellanos. Se trata, en inglés, de «$3.1 trillion». Llevemos la tal suma a bolívares (dólar a sesenta para aligerar los cálculos) y escribámosla con todos sus números: ¡186.000.000.000.000 de bolívares!
Prosigue TIME del 13 de enero: «Entretanto, los consumidores aumentaron sus deudas desde 1,4 billones de dólares en 1980 hasta 3,7 billones el año pasado. Y la industria de los Estados Unidos elevó su deuda desde 1,4 billones hasta 3,5 billones de dólares en el mismo período».
Estas cifras pueden ser sumadas con facilidad, aunque no tanta como la facilidad con las que se acumularon. Entre las tres alcanzan el impensable monto de 10,3 billones (trillion) de dólares, o—¿lo que es lo mismo?—618.000.000.000.000 de bolívares. No existen, sospecho, todos esos bolívares. Nuestro gobierno central gasta actualmente alrededor de 1 billón de bolívares en un año; pero con un préstamo de la magnitud mencionada podría seguir al mismo nivel de gastos por más de seis siglos. Celebraría—naturalmente un 12 de octubre—el quinto centenario de un festín de ese tamaño y todavía tendría para 118 años más de rumba.
Pero es que TIME hace otros comentarios que provocan la iracunda sospecha de una injusticia sin igual: «Para poner las cosas peor, gran parte de la deuda corporativa fue derrochada extravagantemente en el papeleo de adquisiciones de empresas y en grandiosos proyectos inmobiliarios, antes que en fábricas o máquinas para la producción». Bush «…teme empeorar un déficit presupuestario que este año se espera exceda los 350 mil millones de dólares». «La bolsa de valores montó un espectacular acto de desafío en 1991. Los toros de Wall Street ignoraron el aplastante peso de la deuda sobre la economía de los Estados Unidos y las señales de una recesión prolongada».
¿Por qué entonces, vuelvo a preguntar, el Fondo Monetario Internacional, que como pontífice de las finanzas mundiales impone a nuestros países todo género de restricciones, no obliga de una vez por todas a la economía norteamericana a poner orden en su gigantesco desastre financiero? ¿Por qué conductas similares no son tratadas de modo análogo?
Demos por descontado que preguntar las cosas así es plantearlas ingenuamente: los Estados Unidos de Norteamérica son el «principal accionista» del Fondo Monetario Internacional.
Leí después un artículo de una edición anterior de la misma revista. Esta vez la del 16 de diciembre de 1991, sobre la que un amigo llamó mi atención. Nueva Zelanda es el caso que analizó. Dice Time: «Después de siete años de una revolución libremercadista de libro de texto, sus míseros resultados han dejado a muchos ciudadanos malhumorados, amargados y confusos… es claro que los neozelandeses han obtenido poca ganancia de todo el dolor causado por una reestructuración radical de la economía lanzada por el Partido Laborista en 1984 y continuada—incluso intensificada—en los 13 meses de la administración del conservador Partido Nacional bajo el Primer Ministro Jim Bolger». «En sus oficinas del edificio-colmena de la zona parlamentaria de Wellington, el Primer Ministro Bolger—tambaleándose con una aprobación de 7% en las encuestas de opinión—insiste en que las políticas económicas de su gobierno están funcionando».
¿Cuáles son esas políticas económicas? «Entre las medidas tomadas desde que comenzó la reestructuración están: una devaluación de 20% del dólar neozelandés; la desregulación del sector financiero; la venta de la mayoría de los negocios del gobierno; dramáticas reducciones del impuesto sobre la renta, haciendo caer la tasa máxima de 66% a 33%; la introducción de un impuesto general de 12,5% sobre la venta de bienes y servicios extensivos a necesidades básicas como la leche y el pan; recortes a los aranceles y las cuotas de importación que protegían a compradores y fabricantes». ¿No es verdad que suena conocido?
Hace un mes habló también el Banco Central de Venezuela. Nos presentó alborozado números que quiso se interpretaran como buenas noticias. Por ejemplo, una balanza de pagos superavitaria. Pero las exportaciones no tradicionales disminuyeron y las importaciones se incrementaron en 50%. Por ejemplo, un superávit fiscal de 36 mil millones de bolívares. Pero éste es un superávit que no proviene de un desempeño económico ordinario, sino de la venta fortuita de 40% de la CANTV y de VIASA; es decir, de ingresos extraordinarios no repetibles. ¿Qué va a hacer el gobierno este año, cuando su estimación de 19 dólares por barril de petróleo tenga que aterrizar en un duro piso que ya va por los 13 dólares, cuando deba hacer frente a la promesa del aumento general de salarios, a las promesas incumplidas de ajustes a los sueldos universitarios, a las necesidades hídricas de la capital?
¿Qué va a hacer Carlos Andrés Pérez, quien jura por el mismo texto de Jim Bolger y opina muy bien de la «Iniciativa de las Américas», nombre doblemente desagradable? ¿Venderá otro 40% de la CANTV, sin el que su ejercicio del año pasado hubiera mostrado un déficit de 100 mil millones de bolívares? ¿Empujará más el acelerador en la dirección del precipicio por el que ahora se despeña, entre varias naciones, incluso Nueva Zelanda.
Carlos Andrés Pérez inició en Venezuela la desbocada carrera del endeudamiento público irresponsable. Ahora nos impone para enjugarlo, de consuno con el Fondo Monetario Internacional, un sacrificio de la mayoría que enriquece a una minoría. Ahora hace todo lo contrario de lo que fue su decálogo político. Ahora insiste en comprometerse cada vez más con los Estados Unidos, metidos en un hoyo financiero, exigiendo clemencia económica del país en el que Bush ha vomitado sobre la mesa de su Emperador. Ahora Pérez es neoliberal. Es «yuppie».
El amigo que me envió el recorte del Time de Nueva Zelanda me preguntó también si no existía en Venezuela un procedimiento equivalente al del impeachment norteamericano, por el que se puede someter a juicio al presidente de su gobierno. Bueno, sí. Sí existe. El ordinal 8º del Artículo 150 de la Constitución de 1961 estipula que es facultad del Senado: «Autorizar, por el voto de la mayoría de sus miembros, el enjuiciamiento del Presidente de la República, previa declaratoria de la Corte Suprema de Justicia de que hay mérito para ello. Autorizado el enjuiciamiento, el Presidente de la República quedará suspendido en el ejercicio de sus funciones». Claro, uno no cree que los actuales miembros de la Corte Suprema de Justicia, a quienes ya se les sugirió que renunciaran ellos mismos, descubrirían ese «mérito» en Carlos Andrés Pérez.
La solución está en otra parte. Bolger es desaprobado por el 93% de la población neozelandesa. ¿Cuál es el porcentaje de desaprobación de Pérez? Eso pueden decírnoslo las encuestas.
Y los ciudadanos venezolanos podemos recordar que en nosotros reside el Poder Constituyente. En nosotros encarna el Poder Electoral. Son éstos los poderes que deben ponerse en movimiento. Por última vez, presidente Pérez, considere Ud. la renuncia.
LEA
intercambios