Cartas

En el año de 2002 produjo el suscrito una escuetísima evaluación del gobierno de H. Chávez Frías, por la cual se concluía que era «contrario a los fines de la prosperidad y paz de la Nación». Así, decía que ese gobierno, «renuente a la rectificación de manera contumaz», había procedido a «enemistar entre sí a los venezolanos, incitar a la reducción violenta de la disidencia, destruir la economía, desnaturalizar la función militar, establecer asociaciones inconvenientes a la República, emplear recursos públicos para sus propios fines, amedrentar y amenazar a ciudadanos e instituciones, desconocer la autonomía de los poderes públicos e instigar a su desacato, promover persistentemente la violación de los derechos humanos, así como violar de otras maneras y de modo reiterado la Constitución de la República e imponer su voluntad individual de modo absoluto».

Desde ese entonces no hay ninguna variación en ese retrato, y la renuencia a la rectificación continúa manifestándose. Hace tres días que Chávez exaltaba el segundo intento fallido de derrocar a Carlos Andrés Pérez por el expediente de la fuerza, y declaraba que en condiciones similares a las de 1992 volvería a alzarse en armas contra un gobierno legítimamente constituido. Esto es, H. Chávez Frías continúa teniéndose por superior al resto de los venezolanos, una mayoría de los cuales es la única depositaria del derecho a la rebelión. Uno de los documentos en el que se encuentra más claramente expresado este derecho es la Declaración de Derechos de Virginia (12 de junio de 1776, tres semanas antes de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos). En este texto se estipula que, cuando un gobierno sea inadecuado o contrario a los propósitos para los que ha sido establecido, «una mayoría de la comunidad tiene un derecho indudable, inalienable e inanulable de reformarlo, alterarlo o abolirlo, en tal forma que se juzgue más conducente al bienestar público».

En esa redacción se encuentra la clave para entender el abuso de Chávez Frías y los restantes conjurados de 1992. El sujeto del derecho de rebelión es una mayoría de la comunidad. Los conjurados del 4 de febrero y el 27 de noviembre, que por propia admisión de Chávez Frías estaban juramentados como conspiradores desde nueve años antes, no eran, claramente, una mayoría de la comunidad. Poco antes de los acontecimientos de abril de 2002 escribí para la Revista Zeta, quizás algo proféticamente: «… ni necesitamos ni queremos otro intento militar para resolver esta crisis. La soberanía no reside en los generales, no reside en Fedecámaras, en la CTV, en las universidades, en la Causa R, en la iglesia católica, en las otras iglesias todas reunidas, en las asociaciones de vecinos. La soberanía reside en el pueblo. En el pueblo todo. Ningún segmento, por más lúcido, capacitado o bien intencionado que pueda ser, tiene derecho a suplantar al cuerpo social en su conjunto».

Ningún cirujano tiene derecho a intervenir a un paciente sin su consentimiento. En la única circunstancia de un herido grave que se halle inconsciente, y que requiere una operación para salvarle, podrá un cirujano abrir su cuerpo justificadamente. Venezuela no se hallaba inconsciente del problema de Pérez a comienzos de 1992. Por lo contrario, cada vez había más conciencia en torno al tema, a pesar de lo cual los venezolanos expresábamos reiterada y tercamente, en cada sondeo de opinión levantado por esas fechas, que no queríamos intervenciones armadas. No fue pues que solamente Chávez Frías y sus socios conspiradores abusaron de un pueblo desprevenido: por encima de eso actuaron en flagrante contravención de expresos deseos de la mayoría de la comunidad.

No hay, en consecuencia, buenas razones para votar por Chávez, que insiste en reivindicar la bondad de un abuso, pero a pesar de esta situación, la mayoría de las encuestas registra, a mediados de este mes que hoy concluye, una partición de 60% de la intención de voto a favor de Chávez y 40% a favor de Rosales. Son otros criterios los empleados por la mayoría de los electores. (AP/Ipsos, 59%-27%; Consultores 21, 58%-41%; Datanálisis, 53%-26%; Datos, 55%-28%; Evans McDonough, 57%-35%; Keller, 52%-48%; Penn, Schoen & Berland, 48%-42%; Zogby/Universidad de Miami, 60%-31%. Si dejamos de lado a la única «encuestadora» que da como triunfador a Rosales—CECA, que el año pasado quiso vendernos que después de Diosdado Cabello el preferido como posible sucesor de Chávez, con 17,2% de preferencias, era ¡Oswaldo Álvarez Paz! También sostenía que Enrique Tejera París disfrutaba de ¡14,3% de apoyo para su candidatura!—y a la polémica encuesta realizada por profesores de la Universidad Complutense de Madrid, que vuelve a dar ventaja a Chávez de entre 15 a 20 puntos, las cifras inventariadas arrojan un promedio de 55,25% para éste y 34,75% para Rosales. Sumados estos promedios totalizan 90% de las preferencias, y entonces todavía habría 10% de indecisos. Llevados, finalmente, a escala de 100, los promedios de las encuestas dan a Chávez 61% y a Rosales 39%).

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Toda una semana de 1914 (5 al 12 de septiembre) duró la Primera Batalla del Marne. Los ejércitos alemanes que iniciaron la Primera Guerra Mundial se hallaban a cincuenta kilómetros de París, y el temor llevó al gobierno francés a mudarse apresuradamente a Burdeos. A lo largo del río Marne chocaron entonces las fuerzas francesas y la unidad expedicionaria británica contra las alemanas. Un total de 2.556.000 hombres se enfrentaron durante los siete días de la batalla. De éstos, casi 60% (58,1%) eran alemanes; del otro lado estaba el 41,9% de franceses e ingleses. (Parecen cifras de encuestadoras de las elecciones venezolanas).

Entre los terribles sucesos de esos días, uno en particular capturó la imaginación de los Aliados y avivó su mística de combate. En lo más recio del fragor bélico, 6.000 tropas de reserva fueron llevadas al frente en unos 600 taxis parisinos el 7 de septiembre, y este minúsculo contingente introdujo un cambio táctico que fue suficiente para evitar el descalabro de los franceses y la caída de París. Las bajas de la Primera Batalla del Marne fueron enormes: un cuarto de millón por cada lado, 500.000 en total. Los franceses no lograron destruir los ejércitos alemanes, que se replegaron al Aisne para cavar trincheras y permanecer prácticamente en el mismo sitio los siguientes cuatro años, después de los cuales finalmente se rindieron. Pero la heroica resistencia del Marne logró detener el hasta entonces incontenible avance de los invasores.

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Estando tan cercana la fecha del 3 de diciembre, y siendo tan crucial su desenlace, el suscrito consultó a tres magos de criterio amplio y sabio. El brujo de Boleíta cree en lo que dicen los sondeos de opinión, a pesar de lo cual sigue pidiendo al Niño Jesús que gane Rosales. Pero me dijo que si el Niño Jesús no podía concederle su regalo, entonces su segundo deseo era que Chávez ganara por margen suficiente, para no correr riesgo de violentos incidentes. El brujo de La Florida me instruyó a continuación: «Piensa que lo peor que puede pasarle a Chávez es que gane estas elecciones». Y anticipó que enormes dificultades le aguardaban, que podría ahorrarse si perdía y desde la oposición replanteaba su estrategia. Y el brujo de Los Palos Grandes, que parecía haber estado en comunicación telepática con el anterior, ofreció los ejemplos de los segundos gobiernos de los más recientes entre los presidentes norteamericanos. Los segundos períodos habían sido siempre peores y más deslucidos que los primeros, llenos de derrotas y dificultades. (Fue en su segundo gobierno, por ejemplo, que Clinton estuvo a punto de perder el puesto, como ocurrió con Nixon, y Reagan, al igual que ahora Bush II, perdió el control del Congreso). De todos modos, cree que hay mucho entusiasmo en las filas de Rosales, y que el factor miedo sí pudiera hacer que las encuestas midan como miden, y que tal vez la ventaja de Chávez pudiera reducirse a sólo diez puntos el día de la votación.

A ver, si se produjera una abstención de 40%, los dieciséis millones de electores pudieran producir sólo unos 9 millones seiscientos mil votos válidos, y si el promedio de lo medido por estudios de opinión se mantiene, entonces unos 5.900.000 de los votantes se inclinarían por Chávez y 3.700.000 por Rosales. (Diferencia de 2.200.000). Si, en cambio, lo del «voto oculto» se revela como cierto, entonces Chávez ganaría por un millón de votos nada más, tal vez en una votación de 5.300.000 a su favor y 4.300.000 a favor de Rosales. (55% a 45%). Eso sería suficiente como para que Rosales reconozca responsablemente el triunfo de su contendor y logre aplacar así el talibanismo de derecha que se prepara, con «encuestas» como las de CECA y otra manipulaciones, a cantar fraude y suscitar desorden: la famosa «crisis de gobernabilidad» que daría al traste con el régimen.

La consecución de este último nivel requiere un esfuerzo como el de los taxistas de París el 7 de septiembre de 1914: la campaña de Rosales debe movilizar todos sus recursos para asegurar que la penetración de Chávez quede contenida, impedida de avances significativos con posterioridad a su elección.

Y es que Venezuela no se acaba el 3 de diciembre—dice el brujo de Los Palos Grandes. Mucho menos se han agotado las tribulaciones de Chávez. La protesta social sigue, y tal vez pudiera contar con un año más de plazo para satisfacer expectativas creadas por sus promesas. Dice el arúspice: «El maquillaje de este año electoral estará muy chorreado el año que viene».

En efecto, hay que cerrar este ciclo electoral para que se dé la posibilidad de replantearse, con serenidad, qué es lo que ha estado equivocado en el planteamiento estratégico que busca desalojar a Chávez del gobierno. Una vez sacadas las cuentas y lamidas las heridas, será posible pensar en la nueva agrupación política que se requiere. El comando de Rosales pretende erigirse en conductor de una «nueva democracia social», a juzgar por lo que Omar Barboza declaró el pasado domingo a Roberto Giusti. Es decir, la «socialdemocracia del siglo XXI». Es una formulación de premisas obsoletas, y Barboza no atinó a ser claro y específico ante las insistentes preguntas del inteligente periodista. Por ahí no van los tiros.

Menos si se cree que Manuel Rosales, de regreso a su gobernación en el Zulia, involucrado en una faena regional que le impediría la dirección nacional, pudiera ser el líder cohesionador. Eso exactamente lo probaron ya Andrés Velásquez y Henrique Salas Römer, con resultados conocidos.

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