La dogmática jungiana da por ley del desarrollo de la personalidad individual la integración en ella de diversos arquetipos. El primero de estos arquetipos es lo que Jung denominó «sombra». La sombra vendría ser el contenido de nuestro inconsciente personal, e integrarla a nuestra personalidad equivale a ver nuestro inconsciente como en un espejo, para adentrarse en sus recovecos y reconocer el «ser inferior» que llevamos en nuestras entrañas.
Mientras la sombra no ha sido integrada en el camino del Yo hacia el estadio superior del Sí Mismo, ella es fuente de numerosas proyecciones disfuncionales y produce «ruidos psíquicos» que entorpecen la comunicación, pues a pesar de contener en nosotros defectos que no hemos aún reconocido, los proyectamos con facilidad sobre los demás, a quienes sí criticamos sin empacho: «Cuando un individuo hace un intento para ver su sombra, se da cuenta (y a veces se avergüenza) de cualidades e impulsos que niega en sí mismo, pero que puede ver claramente en otras personas, cosas tales como egotismo, pereza mental y sensiblería; fantasías, planes e intrigas irreales; negligencia y cobardía; apetito desordenado de dinero y posesiones…» (Marie Louise Von Franz, en El hombre y sus símbolos, obra de Jung en colaboración con varios autores).
Pero los estudiosos de la psicología jungiana encuentran que la sombra ejerce una poderosa fuerza gravitacional en lo político: «La sombra impulsa al ser humano al contagio colectivo, a la psicología de masas y a las actuaciones del hombre-masa». (Ángel Almazán de Gracia, La sombra y su integración psicológica). Y también: «Cuando un hombre está solo, por ejemplo, se siente relativamente bien; pero tan pronto como ‘los otros’ hacen cosas oscuras, primitivas, comienza a temer que si no se une a ellos le considerarán tonto. Así es que deja paso a impulsos que, realmente, no le pertenecen». (Von Franz, op. cit.) Más aún: «La sombra es también la causante de muchísimos conflictos políticos, sociales y religiosos; la agitación política por ejemplo, está llena de proyecciones de la sombra en el enemigo o el traidor». (Almazán, op. cit.) Por último: «La agitación política en todos los países está llena de proyecciones, en gran parte parecidas a las cotilleos de vecindad entre grupos pequeños e individuos. Las proyecciones de todo tipo oscurecen nuestra visión respecto al prójimo, destruyen su objetividad, y de ese modo destruyen también toda posibilidad de auténticas relaciones humanas». (Von Franz, op. cit.)
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Nada de esto, sin embargo, era asunto conocido para Ricardo Güiraldes, el autor de la muy hermosa novela rural argentina Don Segundo Sombra (DSS de aquí en adelante), puesto que terminaba de escribirla en 1926, cuando todavía el evangelio de Carl Gustav Jung no se había regado por el mundo.
La épica de DSS es simple, aunque de grande comprensión de sutilezas espirituales. Un joven estanciero (dueño de hacienda) es dirigido en larga iniciación por Segundo Sombra, resero de las pampas que funge de guía y maestro. El honor, el respeto por el prójimo, la lealtad y el valor son las virtudes que el narrador obtiene de Segundo Sombra, mientras aprende a vivir como los gauchos, levantándose con el alba y acostándose, «como las gallinas», con el ocaso.
La lectura del hermoso libro es muy recomendable a la dirigencia de Primero Justicia—es tesis que de inmediato se justificará—y muy especialmente a Julio Andrés Borges, aunque sólo fuera porque comparte el apellido con Jorge Luis, el más grande de los escritores argentinos. Porque Julio Borges pareciera querer huir de la ciudad e irse al interior, al campo. Acaba de decir al comité político de su partido: «Dejamos de ser el partido de los caraqueños para ser un partido nacional. En las elecciones del 3 de diciembre (presidenciales) sólo el 3% de los votos eran de Caracas y el 92% de las regiones que ustedes liderizan». (Reporta El Universal).
Una iniciación como la del estanciero que Segundo Sombra llevaba de la mano no será posible para Borges, sin embargo, si no aprende primero a decir la verdad. Las cifras oficiales del Consejo Nacional Electoral indican que Primero Justicia obtuvo nacionalmente un total de 1.292.256 sufragios. De éstos, la siguiente fue la votación en los cinco municipios del Distrito Metropolitano de Caracas: Baruta, 63.877; Chacao, 25.686; El Hatillo, 12.820; Libertador, 181.793; Sucre, 72.871, para un total metropolitano de 357.047 votos, lo que viene siendo, no el 3% de la votación por Primero Justicia, como Borges afirma, sino el 27,6%, o más de la cuarta parte. El resto se distribuyó con bastante menor densidad en los 23 estados de la república y la embajadas en el exterior.
A pesar de esta inexactitud—no por intención engañosa; seguramente por negligencia o mala información—veamos qué puede enseñar Don Segundo Sombra a Primero Justicia.
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Dije a mi compañero: —Parecen cristianos por lo muy mucho que se quieren. —Cristianos—apoyó Patrocinio—, ahá…, aurita va a ver los rezadores. (DSS, Cap. XVII).
Primero Justicia, hasta nuevo aviso, es uno de los cuatro fragmentos—hoy el más grande—de la democracia cristiana en Venezuela. Los restantes son COPEI, del que todavía quedan unos 260.000 votantes, Convergencia, que sobrevive en su terco enclave yaracuyano, y Proyecto Venezuela, para todo propósito práctico en los últimos estertores de su agonía.
Son los justicieros unos cristianos, no obstante, que muy mucho no se quieren. Hay que reconocer que apagaron sus disonancias mientras duró la campaña electoral de Manuel Rosales, pero en cuanto el 3 de diciembre quedó atrás, las diferencias emergieron repentinamente, incluso con brusquedad y violencia, como quedó demostrado con la invasión reciente de la sede del partido por militantes disidentes y contrarios a la actual dirección nacional. (Hasta Ernesto Villegas se dio el lujo de recordar en Venezolana de Televisión la expresión «trompadas estatutarias», que acuñara Gonzalo Barrios para describir cíclicas trifulcas en el seno de Acción Democrática, hoy otro cadáver).
Primero Justicia es un partido marcadamente dividido. De un lado está Julio Andrés Borges, a quien acompañan Henrique Capriles Radonski, Carlos Ocariz, Armando Briquet, Juan Carlos Caldera y otros dirigentes menores. En el otro se agrupan Gerardo Blyde, Leopoldo López, Liliana Hernández, Ramón José Medina y Delsa Solórzano. Es el presupuesto de Baruta contra el presupuesto de Chacao, los dos «estados vaticanos» de Primero Justicia.
Ya no esconden la escisión. Gerardo Blyde, el político aupado por la familia Alfonzo—que cobra entre otras cosas a Borges que haya votado el 4 de diciembre de 2005—ha declarado sin ambages que en el partido hay «problemas serios» y que «no hay intenciones de ocultarlo». Por su parte Borges declara: «Lamentablemente un grupo de personas ha utilizado los medios para llevar esto afuera. Los invitamos a que vuelvan acá», no sin destacar que no hay en la historia de Venezuela un partido político que le abra a todos los canales de televisión una discusión interna, como lo ha hecho Primero Justicia. (Globovisión).
Ostensiblemente, la diferencia estriba en la forma de constituir el electorado interno para las próximas elecciones de las autoridades del partido. Los disidentes, que incluso han adoptado el nombre de guerra de «Primero Justicia Popular» y aseguran contar con el apoyo del 80% de la militancia, querían que se abriera el registro de militantes y se procediera a elegir con el voto de la base partidista. Pero el comité político, controlado por el ala borgiana, negó estas peticiones, rehusando modificar el reglamento electoral de la organización. Tan sólo acordaron constituir una comisión electoral «paritaria», para que el otro lado se sienta representado. Briquet propuso, con éxito, que se empleara el registro de militantes con corte al 7 de diciembre, aceptando, no obstante, que éste sea auditado.
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Inesperadamente, nos dijeron que el trabajo había concluido. La tropa no sería más que de unos doscientos animales. ¿Para eso tanta bulla? (DSS, Cap. XVII).
El registro de militantes de Primero Justicia alcanza, a lo sumo, a unos 50.000 inscritos, y aun esta cifra es realmente menor, si se atiende a evaluación que del número hiciera el propio Borges, indicando que ya muchos de ellos no hacían vida partidista. Un dirigente técnico de Primero Justicia aseguraba al autor de estas líneas que Primero Justicia podía movilizar escasamente a 35.000 personas, y eso contando con la cooperación de amigos cercanos a los militantes. ¿Qué se discute entonces?
Detrás de todo está la pugna candidatural en el partido hacia las muy lejanas elecciones presidenciales de 2012. Borges se apresuró a vender la especie de que el lanzamiento de su candidatura en mayo de 2005 había sido un indiscutible acierto, atribuyéndole la causa de la votación relativamente elevada de Primero Justicia el pasado 3 de diciembre. Pero Leopoldo López, que se percibe como mejor candidato presidencial, compite por el mismo coroto. Se cree con mayor pegada política, más popular, y se ha dado a la proposición de conformar «redes populares» que ofrezcan base a la oposición antichavista. (Tal vez de allí venga el nombre de Primero Justicia Popular, pues ni el municipio que dirige, ni su propia extracción, hacen de López una figura a la que pueda designarse con ese adjetivo).
Una cosa, además, es la votación obtenida por el partido y otra muy distinta la magnitud real de su militancia. Como se apuntó acá hace dos ediciones, las votaciones por Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo no pueden tenerse por militancia o simpatía partidista, sino que fueron el encuentro de dos cauces más «naturales» para emitir una votación contra Chávez. Si las estimaciones acerca de la militancia real de Primero Justicia, y el dato ofrecido por Delsa Solórzano—que los protestantes son el 80% del partido—son verídicos, tal vez Leopoldo López sea entonces el líder favorito de unos 25.000 militantes.
No sabía ya si nuestra tropa era un animal que quería ser muchos, o muchos animales que querían ser uno. (DSS, Cap. VIII).
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¿Quién es más dueño de la pampa que un resero? Me sugería una sonrisa el solo hecho de pensar en tantos dueños de estancia, metidos en sus casas, corridos siempre por el frío o por el calor, asustados por cualquier peligro que les impusiera un caballo arisco, un toro embravecido o una tormenta de viento fuerte. ¿Dueños de qué? Algunos parches de campo figurarían como suyos en los planos, pero la pampa de Dios había sido bien mía, pues sus cosas me fueron amigas por derecho de fuerza y baquía. (DSS, Cap. XXVII, el último).
Es evidente el origen burgués de Primero Justicia. Se trata de una formación política de derecha, cuyos territorios están restringidos casi exclusivamente a las zonas del este de Caracas. Como tal podía aspirar al apoyo irrestricto de «los dueños de estancia», de Fedecámaras, de CEDICE, de los grupos más privilegiados de Venezuela.
Al principio de su existencia, Primero Justicia contó, en efecto, con este apoyo. Era la «generación joven» de la «gente decente», noción cara a Marcel Granier, por ejemplo, que en 1984 había escrito ya El Estado omnipotente vs. la generación de relevo. Es letanía reiterada de Borges exponer que su partido contiene a esta generación de relevo. De hecho, cuando se anunció oficialmente el apoyo de Primero Justicia a la candidatura de Rosales, Borges dijo que ofrecía a la campaña su partido y su «generación». Siempre ha creído que representa a la gente joven de Venezuela, en especial a los jóvenes de buena familia.
Pero el beneplácito de los más ricos y conservadores venezolanos a Primero Justicia, sobre todo a Borges, ya no es lo que era antes. El partido, principalmente su líder máximo, dejó de «coger seña» de los administradores de la oposición venezolana—los «poderes fácticos» los llama Teodoro Petkoff—entre quienes se encuentran los más recalcitrantes partidarios de salidas de fuerza a la dominación de Chávez. Por esto no cayó bien la valiente postura asumida por Borges, quien había declarado tajantemente en mayo de 2005, poco después de que su candidatura fuera anunciada: «Los que piensan que acá no hay salidas electorales, pues que organicen su conspiración. Los invito a que lo hagan. Conmigo no cuenten». Estas malacrianzas juveniles se cobran.
Borges cree, con razón, que las cosas de la política, más que a muchos de sus antiguos mecenas, le son «amigas por derecho de fuerza y baquía», pues es él, y no plutócratas de oficina que se sienten dueños de la estrategia correcta, quien se ha fajado con la lucha de la calle.
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Había ya aprendido a tragar mis lágrimas y a no creer en palabras zalameras… Mi soledad se hizo mayor, porque ya la gente se había cansado algo de divertirse conmigo y yo no me afanaba tanto en entretenerla… En mi destino estaría escrito que todo bien era pasajero. (DSS, Cap. I).
Julio Borges ha tenido siempre, consciente o inconscientemente, a Rafael Caldera como modelo. Así, se ha armado de paciencia para intentar, como Caldera, muchas campañas infructuosas; para esperar, como Caldera entre 1947 y 1968, los años que haga falta para ser investido con la banda presidencial venezolana.
Pero Primero Justicia no es COPEI de 1946… y Julio Borges no es Rafael Caldera. Tampoco son Lorenzo Fernández, Luis Herrera Campíns, Dagoberto González o Pedro Pablo Aguilar, los López, Blyde, Medina o Hernández de Primero Justicia. De estos cuatro, López es el único que se inició políticamente en Primero Justicia. Blyde, a raíz de la súbita notoriedad que alcanzara con exitoso recurso ante la Corte Suprema de Justicia en 1999, probó antes fundar un nuevo partido con Alberto Franceschi, tránsfuga éste del trotskismo, de Acción Democrática y de Proyecto Venezuela; Medina viene resabiado de COPEI, más propiamente del oswaldismo; Hernández es una excrecencia de Acción Democrática. Estos son los principales conjurados de Primero Justicia «Popular».
Ya no vivimos, en todo caso, en el país semirural de 1946, y los desarrollos se suceden con mucha mayor rapidez. Si a la postre terminare por imponerse, más allá de 2007, la tendencia «popularista» de Leopoldo López, y éste tuviera éxito en arrebatar la dirección nacional de Primero Justicia a Borges, éste pudiera sí resultar siendo, a fin de cuentas, un reflejo de Caldera, pero no porque llegara dos veces a ser presidente, sino por aquello de su alejamiento de COPEI, por su «paso a la reserva». La animadversión de los disidentes por Borges es ya probablemente irreversible. Se le acusa de personalismo, y sus opositores se complacen en asegurar que las siglas PJ quieren ahora decir «Primero Julio». Pudieran, en último término, vencerlo. Entonces Borges estaría solo.
No sé cuántas cosas se amontonaron en mi soledad. Pero eran cosas que un hombre jamás se confiesa. Centrando mi voluntad en la ejecución de los pequeños hechos, di vuelta a mi caballo y, lentamente, me fui para las casas. Me fui, como quien se desangra. (DSS, Cap. XXVII).
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La tragedia de Primero Justicia afecta—¿cómo dudarlo?—a toda la oposición venezolana. Sin ser el partido del candidato, obtuvo casi 1.300.000 votos (Un Nuevo Tiempo 1.550.000). Es por esto que Manuel Rosales comenta con discreción y empatía, augurando que los justicieros arreglarán sus problemas: «Si ellos están bien nosotros también estaremos bien. Ahora, tampoco podemos alarmarnos porque haya diferencias. Yo creo que todos los partidos políticos tienen su procesión por dentro»,
La oposición venezolana a Chávez es hoy una especie de nueva «guanábana», con forma de isla de Margarita: dos lóbulos de tamaño parecido, unidos por un delgado istmo que Rosales procura preservar. Si Primero Justicia hereda el verde copeyano de la cáscara, Un Nuevo Tiempo aspira, desde su «nueva socialdemocracia», a encarnar la blanca carne que antes fuese Acción Democrática. Lo único malo es que el 3 de diciembre estuvo previsto en copla pampera citada en Don Segundo Sombra: «El color de mi querida es más blanco que cuajada, pero en diciéndole envido se pone muy colorada». (DSS, Cap. XI).
Ante ese mapa rojo, rojito, Primero Justicia se desgarra ahora. Sobre todo Borges está percatándose de que, en verdad, la cosa es Primero Justa y Segundo Justicia.
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