Cartas

No hace mucho que una marcha opositora en 23 de enero hubiera reunido centenares de miles de dispuestos ciudadanos. De la marcha de anteayer, 23 de enero de 2007, dijo el pie de foto de Niccola Rocco para El Universal: “Los manifestantes fueron apenas los suficientes para copar la Plaza Morelos”. Añade: “Un sector de la dirigencia opositora no asistió al acto”. Elvia Gómez, quien escribió la escueta nota, concluye: “Los que asistieron promediaron los 55 años. Algunos dijeron estar allí porque rechazan al Gobierno, pero confesaron su escepticismo por la propuesta de diálogo de la oposición”. MWC News contó a “400 o 500 protestantes”, y menciona a tres personas (con sus edades) en la noticia—Las medidas de Chávez agitan protesta en Venezuela—: Grace Pulido (40), María Butto (70) y Luis Miquilena (87).

Pareció, pues, una de aquellas ralas marchas convocadas por Alejandro Peña Esclusa; para colmo, totalmente desprovista de juventud. ¿Dónde está el poder de convocatoria de los dirigentes opositores venezolanos? No estaban todos, como quedó dicho, pero Leopoldo López había colocado en televisión repetidas cuñas en las que aparecía invitando a la protesta, no sin mencionar que de ese modo hacía caso al llamado de Manuel Rosales. Fue, sin duda, el más notable de los líderes empeñados en la cosa.

Desde la manifestación salió una representación de antiguos parlamentarios hasta la Asamblea Nacional, donde fue recibida por su Segundo Vicepresidente, Roberto Hernández, militante del Partido Comunista de Venezuela. Éste acogió un documento atenido a señalar el peligro de “una reforma constitucional que no incluya a todos los sectores del país”. Ni una sola mención a las medidas concretas de estos días: cierre de RCTV, estatización de CANTV y La Electricidad de Caracas, eliminación de la autonomía del Banco Central, expropiación de empresas extranjeras que operan en la Faja Petrolífera del Orinoco, etcétera. El foco de este liderazgo está puesto en el nivel constitucional; ante las decisiones específicas de gobierno se comportan como ciegos. A pesar de esto Leopoldo López dijo en su discurso: “No es tiempo de agachar la cabeza ni dar todo por perdido. Tarde o temprano seremos una nueva mayoría que represente una alternativa de poder democrático”. No pareciera, a juzgar por la magra asistencia.

Otros notorios participantes: Alfonso Marquina y Pedro Pablo Alcántara (adecos disidentes de la línea de Ramos Allup), Julio Montoya (mano derecha de Manuel Rosales), Gerardo Blyde (de una facción que da en llamarse Primero Justicia “Popular”, aunque no parece serlo, que opone la figura de López a la de Borges), César Pérez Vivas (defenestrado de la Secretaría General de COPEI y ahora impenitente crítico de Eduardo Fernández). Cuatro semipartidos—facciones de Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo, Primero Justicia y COPEI—pueden reunir quinientas personas en la fecha magna del 23 de enero.

En la plaza Morelos, Johan Perozo, pasado hace poco a las filas de Un Nuevo Tiempo, instaba la constitución de “redes populares”, la nueva fórmula mágica—¿contraposición a los concejos comunales?—en la que insiste COPEI luego de que López la recomendara unos días después del 3 de diciembre. Es la nueva moda, la nueva ocurrencia de la oposición, la nueva herramienta sin producto o contenido. Hasta ahí llega la imaginación opositora, su virtud creativa. No en balde le siguen sólo cuatro gatos.

Por supuesto, ya se escucharán razonamientos en apariencia pertinentes: que así de exiguas eran las marchas en 2001, hasta que crecieron inmensas al año siguiente. Que la marcha era necesaria para “calentar la calle” (receta opositora automática, otra vez escasamente imaginativa), y que era imprescindible movilizar a los más de cuatro millones de personas que votaron por Manuel Rosales. Bueno, movilizaron al 0,0125% de ese contingente. Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo habían reivindicado, recuérdese, ser la primera fuerza opositora o la segunda fuerza política del país, cada una por su lado, a raíz de las pasadas elecciones presidenciales. Razonamiento falaz, naturalmente, como acaba de comprobarse en la plaza Morelos.

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Debe ser de meridiana obviedad que no hay liderazgo opositor en el país que dé pie con bola. Que el que queda es de una ineptitud descomunal, que es preciso crear otros espacios políticos y atender otras voces, propiciar la emergencia de nuevos actores. Desde que Chávez se pusiera por primera vez en campaña, nada de lo intentado por la dirigencia opositora ha funcionado: la candidatura de Salas Römer y la campaña anticonstituyente, la postulación a la constituyente, la candidatura de Arias Cárdenas, el pacto tripartito de La Esmeralda que desembocó en el brevísimo régimen de Carmona, el paro en fases pre y postpetroleras, el referendo revocatorio, la candidatura de Manuel Rosales… y ahora la vergonzosa marcha de anteayer. ¿Qué más se necesita para desahuciar—eso sí, con mucho agradecimiento—a dirigencia tan incapaz?

No ha habido, desde los presuntuosos partidos de oposición, ni una sola refutación eficaz de los fundamentos conceptuales de las polémicas medidas anunciadas por Chávez. A lo sumo se aduce que “no tienen nada que ver con el socialismo moderno” y se las usa como base para volver a decir que Chávez es despótico y maluco. (El tsunami no ha cesado; ayer Diosdado Cabello anticipaba la expropiación del Aeropuerto Caracas, para seguir fastidiando a quienes, dueños de automóviles BMW—descripción presidencial—también disfrutan de aviones privados). Y la dirigencia se muestra sorprendida por las decisiones declaradas. ¿Era tan difícil preverlas? Acá mismo se escribió, tan temprano como el 19 de agosto de 2004 (Carta Semanal #100 de doctorpolítico): “Sería ingenuo suponer que ahora Chávez no apretará una tuerca más. La ley de policía nacional, la amenaza de renacionalizar la CANTV (tiene los reales), la ley de contenidos, una nueva ley de cultos, la toma de las universidades y nuevas represiones penales contra sus más detestados oponentes, están a la vuelta de la esquina”.

Hace nada que Chávez, a mayor abundamiento, ha prefigurado la desaparición de las alcaldías de López y Capriles Radonsky, al dictar que debe volverse a la entidad del Distrito Federal. Para apuntalar su opinión explicó que en la mayor parte de los países del mundo las ciudades capitales están sitas en un distrito federal. No se le ocurre a Blyde o a Marquina—ni siquiera a Rosales—señalar: “Señor Presidente, en la mayoría de los países los bancos centrales son autónomos”.

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El esfuerzo que debiera estar emprendiéndose en estos instantes es el de convocar un referendo múltiple por iniciativa popular, en el que se consulte a los Electores si aprueban las medidas avisadas (y ocultadas por Chávez adrede durante su pasada campaña), una por una, cada una en su ámbito. ¿Quieren los venezolanos realmente que su red telefónica doméstica sea administrada por este gobierno? ¿Quieren los caraqueños, que desde que tuvieron electricidad, hace más de un siglo y una década, fueron servidos muy satisfactoriamente por la empresa privada que fundara el ilustre Ricardo Zuloaga, que su eléctrico suministro dependa de una empresa estatal presidida por Juan Barreto?

Habría mucho campo para argumentar eficazmente, sin necesidad de apelar otra vez, ya al borde de la náusea, a la acusación de Chávez sin refutarlo. Que si el alumbrado eléctrico se interrumpe en una calle de cualquier barrio, en cuestión de horas una camioneta de la empresa se presenta a resolver la emergencia. Que sus tarifas están controladas por el gobierno y no han aumentado desmedidamente. La paranoia que sirve de coartada a Chávez, quien pudiera temer que los accionistas norteamericanos de La Electricidad de Caracas interrumpan la electricidad de la capital, en coordinación con una invasión de marines desatada por el emperador George II—algo ocupado y debilitado por estos días, pero loco al fin—, se refuta al indicar que tal contingencia no requiere la estatización de la compañía, sino que un dispositivo de oficiales y tropas de la Fuerza Armada, debidamente especializado, esté siempre listo para asumir el control operativo del suministro, y que otro de la DISIP pueda arrestar diligentemente a los ejecutivos traidores. No hay ninguna razón para estatizar a La Electricidad de Caracas, y esto puede ser explicado transparentemente a los caraqueños, sin la vergüenza inexplicable que enmudece a los infructíferos líderes, y puede pedírseles  en referendo su pronunciamiento.

Dicen algunos—»Ya yo marché, ya yo firmé, ya yo recogí firmas, y no valió de nada»—que no se ganaría un referendo tal, sin tomar en cuenta que si se perdiese no estaríamos peor que en estos mismos momentos, cuando las medidas son de aplicación inminente. Es que estamos muy ocupados en la construcción de “redes populares”, en la liza de Borges y López, en la expansión de Un Nuevo Tiempo mientras se gobierna en el Zulia, en la angustia de la reforma constitucional, en el ritual descrédito de Chávez, en tomar línea del verdadero comando de la oposición (Aló Ciudadano). Ah, y en el calentamiento de la calle con alguna que otra marcha. Mientras tanto nos apabullan.

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Para el cuarto y penúltimo movimiento de su Sinfonía Fantástica, Héctor Berlioz escogió como título Marcha al cadalso. Toda la obra, autobiográfica, retrata el amor del músico por una mujer. En ese movimiento en particular describe el sueño que le sobreviene luego de tomar opio, persuadido de que su amor no es correspondido. Sueña que ha dado muerte a la amada, y que le condenan y conducen al patíbulo. “La procesión avanza al compás de una marcha que por momentos es sombría y salvaje, en otros brillante y solemne”. En el sueño asiste a su propia ejecución, y le invade como último pensamiento la imagen de su amor, herido mortalmente por su causa.

El amor de Primero Justicia (Popular o Impopular), el de Un Nuevo Tiempo, el de AD y COPEI por el poder no es correspondido. Quinientos ciudadanos fueron a la plaza Morelos el 23 de enero de 2007. López, Blyde, Montoya, Perozo, Marquina, Alcántara y Pérez Vivas, tal vez, están a punto de fumar opio, despechados con la indigencia del apoyo que levantan. Entretanto, mientras todavía no sueñan que ellos mismos mataron ese apoyo, convocan marchas al cadalso, absolutamente inservibles.

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