George W. Bush escogió cuidadosamente decir en su mensaje del martes sobre el “Estado de la Unión”: “No podemos fracasar en Irak”. Dos cosas son notables en tan escueto lema. Primera, el empleo del plural de la primera persona, cuando la invasión de Irak es de él, no del Congreso al que hablaba, mucho menos del 70% de los estadounidenses que ahora rechaza ésa, su guerra. (Encuesta del Washington Post y ABC News justo antes del discurso de anteayer). Es en él en quien no se confía: el público prefiere (60%) que el Congreso demócrata resuelva el conflicto a que lo maneje Bush (33%). Sesenta y cinco por ciento está opuesto al envío de más tropas a Irak, la última ocurrencia del Presidente de los Estados Unidos. (El Brujo, o más bien el Estadista, de Los Palos Grandes recuerda que mientras Nixon negociaba la salida de Viet Nam, ordenaba el recrudecimiento de los bombardeos, para poder acusar de traidores a los demócratas que le negaban apoyo). El 71% de los encuestados considera que los Estados Unidos están seriamente fuera de curso. Es ése el verdadero estado de la unión.
La segunda particularidad del eslogan propuesto por Bush es que, increíblemente, no percibe que ya él ha fracasado en Irak. Invadió al país sobre la base de dos supuestos rotundamente desmentidos por la realidad: que el régimen de Hussein almacenaba armas de destrucción masiva y que actuaba de consuno con al Quaeda. Al verificarse la inexistencia de ambas cosas Bush resbaló su justificación para replantearla como la meta de traer la democracia y la estabilidad, no sólo a Irak, sino a todo el convulsionado Cercano Oriente. Pero ahora sunnis y shiítas se aprestan a agarrarse por los moños en toda el área, y no hay signos de que el democrático gobierno iraquí, bushdependiente, pueda estabilizar su país sin la presencia de las fuerzas de ocupación.
No es que no se puede fracasar en Irak; es que ya se fracasó. Bush hijo ha fracasado como presidente. Esto es algo que ya sabe la ciudadanía norteamericana, y la sabiduría institucional de los Estados Unidos, con independencia de poderes que ya quisiéramos acá, está respondiendo a esa conciencia. Tan sólo un senador republicano salió en defensa de la política de Bush en Irak. El resto del Congreso, demócratas y republicanos por igual, ha hecho saber con rapidez que las “correcciones” de Bush a su demencial política son decididamente insuficientes.
Bush disfruta todavía de 33% de aprobación, su punto más bajo desde que alcanzó el poder en 2001. Rememora The Washington Post: “Sólo dos presidentes han tenido índices de aprobación más bajos en vísperas de un discurso sobre el Estado de la Unión. Richard Nixon estaba en 26 por ciento en 1974, siete meses antes de que renunciara por el escándalo de Watergate. Harry S. Truman estaba en 23 por ciento en enero de 1952, empujado por la desaprobación pública del conflicto coreano y su despido del general Douglas MacArthur”.
A la postre, las guerras en las que los Estados Unidos se han metido después de 1945 terminan siendo rechazadas por su pueblo: Corea, Viet Nam, Irak. Esta última debe cesar ya: es un horrible y sangriento e injustificable e insostenible fracaso. Como debe cesar, pues no tiene compón, la presidencia de Bush. Para eso los Estados Unidos tienen el procedimiento de impeachment. ¿Qué otra cosa decidir para neutralizar a quien es responsable del repudio más generalizado que ese país haya tenido nunca?
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