Fichero

LEA, por favor

Tal como fuera anunciado en la anterior edición de la Ficha Semanal de doctorpolítico, este número 132 reproduce el discurso pronunciado por el Dr. Rafael Caldera el 1o. de marzo de 1989, en el extinto Senado de la República. Sus palabras se escucharon en sesión ordinaria convocada cuarenta y ocho horas después de la explosión del “caracazo”.

La enorme escala de la violencia liberada sobrecogió al país entero, e impactó al mundo, acostumbrado a una plácida democracia venezolana que había dejado atrás, a fines de la década de los años sesenta, la violencia política y social. Y he aquí que un hombre, cuando todavía no había cesado de un todo el gigantesco disturbio, llamaba a sus compatriotas a la serenidad, a la reflexión y al optimismo. Les llamaba también, insistentemente, a la rectificación y el esfuerzo. Este hombre era Rafael Caldera.

Al cabo del segundo período de Carlos Andrés Pérez, el mandatario que causó la conflagración con sus desalmadas medidas, poco después de haber celebrado con boato digno de rey su asunción al poder, Rafael Caldera asumió de nuevo la Presidencia de la República, a continuación del breve y laborioso interregno presidido por Ramón J. Velásquez. Con característica mala suerte, le tocó maniobrar la nave republicana desde una extensa crisis bancaria, que de algún modo había sido anticipada por banqueros como Oscar García Mendoza y analistas como Francisco Faraco. Durante todo su período, además, debió apañarse con precios bajos del petróleo, lo que hizo más difícil la gestión económica.

Caldera fue rápido en el diagnóstico, y no dejó de apuntar que “decirle al pueblo que se apriete el cinturón mientras está viendo espectáculos de derroche, es casi una bofetada; la reacción es sumamente dura”.

La longitud del discurso, bastante mayor que la del publicado en el #131, nos llevó a pensar que podría ser fraccionado en dos entregas; al final optamos por reproducirlo aquí entero, creyendo que es más útil a los suscritores disponer de él en un solo archivo.

De este discurso observó el añorado Luis Castro Leiva: “…sorprende por su claridad y prudencia en medio de la conmoción causada por las acciones y pasiones desatadas… Veamos los efectos de no haber escuchado al Presidente Caldera a tiempo… El Gobierno olvidó la Razón, dejó de percibir la realidad, dos cosas simples indicadas por el Presidente Caldera. Tres años después Venezuela dio, como temiera el Orador en ese momento, un traspié”.

Así pasa con la potencia profética de personas imprudentemente desatendidas. El padre de un muy dilecto amigo solía decir: “Yo nunca tengo razón; yo siempre tenía razón”.

LEA

Consejos de estadista

Ciudadano Presidente del Senado

Ciudadanos Vicepresidentes

Honorables Senadores

La gravedad de la actual situación nacional, reconocida sin ambages por el Jefe del Estado en su alocución de ayer, me ha movido a solicitar en la Mesa Directiva del Senado autorización para usar esta alta tribuna que la Constitución ha puesto a disposición de los ex Presidentes de la República, para desde aquí expresar sus puntos de vista y enviar su mensaje al país en los asuntos de extraordinaria importancia que así lo requieran.

Hemos vivido, estamos viviendo todavía, aun cuando afortunadamente en algunos aspectos parece amainar la intensidad de los hechos, una situación indudablemente grave y de una trascendencia enorme para el país. No vamos a negar que hechos como éste sirven de ocasión para que algunos sectores se aprovechen de la situación, ya sea por intereses ideológico-políticos, o ya sea por finalidades que rozan con lo delictual. Pero es indudable, y lo reconoció el propio Presidente de la República, que un sentimiento que se ha venido apoderando del ánimo de nuestras clases populares hizo explosión con motivo de la primera de las medidas del “paquete” anunciado, la referente al aumento del precio del combustible y de los precios del transporte.

Nos tiene que doler intensamente lo que ha ocurrido. Aunque he tenido que vivir a lo largo de mi existencia muchos azarosos momentos que han marcado la difícil vía de Venezuela hacia la democracia, tengo en mi espíritu como la mayor satisfacción el haber podido contribuir a llevar a la realidad el anhelo de pacificación que está siempre presente en el corazón de los venezolanos. Pareciera que esa paz lograda, que ha sido uno de los atributos fundamentales de nuestra democracia actual, está amenazada por una situación realmente difícil, dura e inquieta, en que no basta el ejercicio indispensable de la autoridad gubernamental y de los recursos que el poder público pone a su disposición, sino que tiene que haber un enfoque profundo y sincero de la realidad social que estamos viviendo.

Por de pronto, nos duele que los hechos hayan producido pérdida de vidas venezolanas. Nos duele que se hayan cometido injusticias con modestos comerciantes, con pequeños industriales, con trabajadores que han padecido, como víctimas inocentes, los efectos de la situación. Nos tiene que doler que las dificultades del transporte colectivo sean mayores, con la desaparición por incendio de numerosas unidades.

Tenemos que llevar nuestro mensaje a todo el país y especialmente a los jóvenes, a las nuevas generaciones, a los sectores populares, para que abandonen una posición de violencia, pero indudablemente que nuestro mensaje caería en el vacío, si no hiciéramos el esfuerzo de de hacernos intérpretes de sus inquietudes y de sus motivaciones. No las motivaciones de los que quieren aprovechar pescando en río revuelto, sino las motivaciones de la gente que irreflexivamente, pero desbordando lo que tiene dentro de sí, ha llegado a realizar actos de violencia y saqueos que posiblemente no habían pasado por su imaginación.

Tenemos que darnos cuenta de que esta situación es grave. Por de pronto, el Gobierno Nacional tiene la obligación de recuperar la normalidad de la vida ciudadana, lo cual no solamente implica la protección de los almacenes, de los depósitos, de las farmacias, de los medios de comunicación, sino que supone de inmediato un esfuerzo muy grande, en el cual tenemos que ayudarlo todos, para restablecer el abastecimiento, que está en serio y grave peligro, en los artículos más esenciales para la vida de toda la población; y con ello remediar la necesidad que todos los habitantes de esta gran metrópoli, de las principales ciudades del país, tienen de vivir como seres humanos en una vida normal.

Creo que a los partidos políticos corresponden en estos momentos una responsabilidad y una obligación muy alta y también un papel sumamente importante: el de llegarle al pueblo para encauzar sus sentimientos hacia la actitud cívica, hacia la protesta ordenada, hacia la presencia dentro de los moldes de una Constitución y de unas leyes. Para esto es necesario que sientan la angustia de una hora difícil que está experimentando Venezuela. Es necesario para esto que el pueblo invitado a militar en sus organizaciones políticas, para expresar sus inquietudes, sus dolores, sus anhelos, sus sufrimientos, sus necesidades, tenga también la idea de que las autoridades no son indiferentes ante sus reclamos; de que sus planteamientos se atienden y se oyen. Y temo mucho que actitudes dogmáticas, fáciles de adoptar en la teoría, pero difíciles de llevar a cabo en la realidad, mellen en el ánimo del pueblo para que deje la violencia y se encauce hacia la resistencia, hacia la protesta, hacia la presencia cívica, lo que no podría obtenerse si no se le transmitiera la sensación cabal de que su actitud, sus posiciones encuentran oídos, tienen acogida, logran eco en la conducta de las autoridades.

En estos días se ha hablado mucho de lo económico y de lo social. Y hay una tesis de algunos técnicos de que primero es la economía y después lo social. Yo creo que la economía y lo social son inseparables. Y que es un error grave pretender dejar para más tarde que la gente coma, que la gente viva mejor, que la gente tenga mejores condiciones de existencia, para hacer una especie de ensayo, sobre el que algunos dicen: si no resulta, nos vamos todos. Cosa incierta. Porque no nos vamos a ir. Se irán los que puedan encontrar mayores facilidades de vida en otra parte. Se irán buenos inmigrantes que encontrarán que en Venezuela se acaba esa acogedora hospitalidad que los hizo hacer de este país su nueva patria. Se irán algunos cerebros que necesitamos para el desarrollo y a los que se les ofrecen en los medios científicos y financieros de países desarrollados, cláusulas, condiciones sumamente atractivas. Pero nosotros no. Los venezolanos de verdad, los que amamos a fondo esta patria, no nos vamos a ir.

Vamos a enfrentar la situación. Pero enfrentar esta situación requiere el esfuerzo de todos. En los últimos días se ha estado presentando como ejemplo que nuestro Gobierno debe seguir, el de la política adoptada por el Partido Socialista Obrero Español en el gobierno actual del Estado español. Han ignorado que España tiene unos indicadores económicos muy impresionantes, pero está en condiciones distintas, porque ha ingresado a la Comunidad Europea y esto plantea una situación completamente distinta. A pesar de ello, hace unas semanas una huelga general fue tan determinante que el propio Presidente del Gobierno, señor Felipe González, reconoció que había sido un gran éxito de la oposición. Esa huelga general la promovieron no sólo las Comisiones Obreras movidas por el Partido Comunista, sino la Unión General de Trabajadores que siempre ha sido la base fundamental del electorado del partido que está en el Gobierno. Y eso que en España hay una seguridad social bastante buena, excelente en comparación con la seguridad social en nuestro país, aunque los promotores de la huelga y la masa trabajadora consideran que necesita modificaciones y reajustes de acuerdo con las circunstancias que ha creado el aumento del costo de vida en aquel país.

Pienso que los técnicos, realmente, tienen buena intención y tienen conocimientos. Pero si olvidan el análisis de la realidad social, están equivocados. No soy yo quien vaya a negar la buena intención y el coraje del Presidente Carlos Andrés Pérez para lanzarse por este camino que los técnicos le han aconsejado. Pero quisiera decir que el partido Acción Democrática, que tiene el componente político del actual gobierno, está obligado a analizar los hechos, sus repercusiones, la situación de un país que tiene un margen elevado de gente que no gana ni siquiera hasta el nivel de pobreza crítica que en cualquier país civilizado daría lugar a la seguridad social. Esta realidad está planteada. Considero que tenemos la obligación de hacerle frente.

Al Fondo Monetario Internacional no lo he calificado nunca como una banda de facinerosos ni he usado frente a sus componentes calificativos que involucren ofensa. Pero es un organismo monetarista, que tiene una visión parcial de la situación, y que impone recetas que en definitiva no contemplan la amplitud del problema; que han demostrado lo impropio de su resultado en más de un país y precisamente en este Continente latinoamericano.

El problema del precio del combustible es un problema hasta cierto punto artificial, y sorprende que se haya empezado la aplicación del “paquete de medidas” anunciadas precisamente por el punto más crítico, por la situación más explosiva en todos los países del mundo, porque el transporte colectivo para el trabajador significa un gravamen considerable sobre su presupuesto y hasta un obstáculo para llegar a su trabajo de donde deriva su sustento. Esta aplicación de las medidas, multiplicada seguramente en parte por la usura y en parte por la realidad de que el costo de los vehículos y de los repuestos aumenta considerablemente con el anuncio de las medidas cambiarias, está agravada aun por el anuncio de que dentro de un año se va a duplicar. Es decir, que si se logra que en este año las cosas más o menos se normalicen y la gente más o menos acepte el costo social de las medidas, ya se está preparando para el próximo año una nueva provocación, una nueva situación en la cual sería muy difícil que no se produjeran hechos de tanta entidad como los que han ocurrido.

Los promotores o, por lo menos, los defensores del “Paquete de medidas del Ejecutivo”, el argumento principal que nos dan es que de no hacerse esto la situación sería después más grave. No le dicen que esto es bueno ni que es conveniente, le dicen a uno simplemente que esto no hay más remedio que hacerlo. Y yo me pregunto si esta argumentación es realmente exacta. Porque en el fondo, según lo dijo el propio Presidente ayer, esto que él no quiere reconocer como una capitulación ante el Fondo Monetario Internacional, es la condición para recibir un “dinero fresco” que el Fondo y otros organismos y la propia banca acreedora nos pueden enviar, no en forma de regalo sino en forma de préstamo oneroso que vamos a tener que satisfacer más tarde.

Pero este dinero que se necesita quizás más que todo para mantener artificialmente un cierto tipo de cambio en cuanto al sistema monetario, no creo yo que sea exactamente lo que se necesita si se ven las cosas desde otro punto de vista.

Yo no acepto la tesis de que la industria petrolera está en decadencia ni ha declinado. Venezuela vivió con un petróleo vendido a dos dólares. No puede dejar de vivir con un petróleo vendido a catorce, a dieciséis, a dieciocho dólares. El problema ¿dónde está? En dos aspectos:

Uno, en que el ingreso de divisas que el petróleo nos asegura —y que creo que el año pasado llegó a once mil millones de dólares— se utilice como debe ser: en las necesidades efectivas del país. Sin complacencia hacia los dilapidadores o hacia los aprovechadores. Sin corrupción, sino con mucha seriedad, con mucha responsabilidad, con mucho espíritu de justicia, abierto al juicio de los que pueden con toda rectitud verificar que se está manejando bien esa riqueza.

El otro, el problema de la deuda. Si no tuviéramos la obligación del servicio de la deuda en este momento, no digo yo que Venezuela estaría nadando en felicidad, pero su cambio internacional podría funcionar de una manera sana. Hay que insistir —y no se trata de un discurso aquí o allá—, se trata de plantear formalmente, ante los países acreedores, con la solidaridad comprometida de los gobiernos de América Latina, el que se abra un camino razonable y urgente para aliviar a estos países de esa terrible carga.

Pienso que desgraciadamente, los acontecimientos del lunes y de ayer pueden servir para que los Estados Unidos se den cuenta de lo absurdo de una política que no reconoce la urgencia, la gravedad de este problema, que puede echar por tierra —digámoslo con angustia, con dolor, la democracia en América Latina.

Venezuela ha sido una especie de país piloto. En este momento es lo que los norteamericanos llaman “show window”, “el escaparate de la democracia en América Latina”. Ese escaparate lo rompieron a puñetazos, a pedradas y a palos, los hambrientos de los barrios de Caracas a quienes se quiere someter a los moldes férreos que impone el Fondo Monetario Internacional, directa o indirectamente.

Yo quisiera que hubiera estado aquí antier el señor Baker, el Secretario de Estado del nuevo gobierno de Estados Unidos, que dicen que es un hombre duro y que nos quiere obligar a adoptar un sistema económico basado en principios liberales, que marchan bien donde hay otras realidades y otros sistemas. Estados Unidos es un país liberal, pero un país que le da de comer a los que ganan menos de doce mil dólares anuales, a expensas de la sociedad. Aquí se nos vende la tesis de un liberalismo a medias, que quiere aplicar la libertad en los sectores que resultan favorecidos y deja que vean cómo hacen, a los sectores depauperados a los cuales se les ofrecen meras posibilidades compensatorias.

Se ha logrado un acuerdo entre Fedecámaras y la CTV. Me duele que este acuerdo no lo hubieran hecho antes de los disturbios del día lunes, porque hubiera tenido más valor. Pero que no se diga que se está aumentando el salario de los trabajadores, que se están estableciendo compensaciones satisfactorias para ellos. Es apenas parte del daño sufrido el que se repone, porque la otra parte la sufren sus hogares, los hogares de los trabajadores. Si la merma del salario real llega a los índices que los propios técnicos reconocen, tenemos que admitir que lo que se les va a reponer es una parte de esa pérdida, pero que la otra la van a soportar ellos mismos; y lo que se les repone, en definitiva lo van a cubrir ellos mismos, porque se traduce en aumentos de precios y los precios recaen sobre el consumidor y el consumidor es, principalmente, el trabajador.

Esta situación es, repito, indudablemente grave. Es indiscutiblemente difícil. Tenemos que abrir caminos para la solución. Por de pronto, se pide reflexión. Yo estoy convencido de que tenemos que pedirle reflexión al pueblo, reflexión a todos los sectores; tenemos que pedirle reflexión también al Gobierno.

El Gobierno debe estudiar estos hechos a fondo. Me recordaba la Senadora Pulido que en Francia, cuando aquellos grandes acontecimientos, que se llamó “el mes de mayo del General”, se resolvió nombrar una gran Comisión por la Asamblea Nacional, para estudiar las causas y características de la violencia. Esto hay que hacerlo, pero hay algo más urgente, más inmediato. Yo creo que no sería conveniente que el Gobierno Nacional se encasillara en una posición y dijera que esto tenía que suceder pero que las medidas van adelante, sin ningún análisis de las modificaciones que se puedan hacer.

En materia de gasolina, los argumentos confieso que no me han convencido. Desde hace años, algunos venimos preguntando por qué no se hace en serio un experimento con el gas natural, que se está derrochando y perdiendo en los yacimientos venezolanos, para que los autobuses y los taxis anden con sus bombonas de gas y la gasolina que se ahorre se pueda vender al precio internacional para mejorar las finanzas.

La idea del alza de los intereses la justifican algunos técnicos diciendo que tiene por objeto contraer la liquidez para que la gente tenga menos dinero para comprar dólares y se pueda equilibrar el mercado cambiario.Yo me pregunto si ese objetivo vale el sacrificio que significa para tanta gente, al ponerle el dinero inaccesible, porque el dinero con esos intereses tan altos no lo pueden pedir prestado sino los que tengan negocios de usura, en los cuales pueden ganar por sus actividades porcentajes superiores al que le tienen que pagar a los bancos.

Esta situación reclama, en verdad, análisis, estudio y consideración. Sostengo que esta reflexión es indispensable y que tenemos que dar el ejemplo. El ejemplo debe empezar a todos los niveles. Yo, por ejemplo, debo confesar aquí con toda sinceridad que me preocupa, me mortifica, me inquieta que el Congreso se vaya a encajonar en una guerra a cuchillo entre Gobierno y Oposición. Creo que es necesario dar otro ejemplo: que es necesario que unos y otros estén dispuestos a buscar caminos para el entendimiento; pero esos caminos no se logran con posiciones unilaterales e irreductibles. Aquí hay gente con experiencia de la vida política y de la negociación bien inspirada, y que debe tener conciencia del momento tan difícil que está viviendo este país y del entorno que estamos viviendo en los países hermanos.

En un discurso que pronuncié el 23 de enero en Petare, con motivo de un nuevo aniversario de nuestra democracia, no oculté mis preocupaciones. Si hacemos un recorrido imaginario por todos los países de América Latina, nos angustiamos más y no podemos tener la ingenua idea de que Venezuela no será, en modo alguno, afectada por lo que pueda ocurrir. Tenemos el deber de abrir camino, tenemos el deber de hacer realidad eso que han dado ahora en llamar “concertación”, que en realidad, fundamentalmente, reside en el diálogo. Pero no el diálogo después de que las posiciones están tomadas, sino el diálogo para tomar las posiciones.

En el primer período de gobierno, cuando era Presidente Rómulo Betancourt, muchas veces desde Miraflores teníamos que hablar ante la televisión los representantes políticos, los representantes empresariales, los representantes laborales, para llamar al pueblo a tener confianza y a desistir de la violencia; pero previamente nos habíamos puesto de acuerdo sobre las medidas que se iban a establecer; las discutíamos, las analizábamos, se modificaban a veces y cuando estábamos de acuerdo, nos era fácil defenderlas. Pero no es tan fácil que llamen a alguien a defender una posición sobre la cual ha manifestado dudas y en relación a la cual no se le ha dado la oportunidad de discutir.

Yo creo indispensable —como he dicho antes— la reflexión. Me parece que sería un error patriótico de la Oposición poner contra la pared a Acción Democrática. Obligaría a defender a todo trance y como sea, medidas que pueden producir un daño irreversible. Yo creo que hay que darle la oportunidad a ese componente político, para que analice, estudie y haga sentir su juicio, porque son muy respetables y muy dignos de aplauso los técnicos que están en el Gabinete, pero alguien me decía (y esto lo expreso sin ninguna desconsideración para ellos) que si el asunto fracasa, ellos vuelven a sus cátedras en sus institutos, mientras que el daño lo va a sufrir la democracia venezolana, en la cual los partidos que tienen mayor representación popular son los que cargan mayor responsabilidad y tienen más que perder.

Pienso, pues, que es necesario hacer que se prenda la luz de la razón, que se abra un camino para la discusión constructiva. No se le puede pedir sacrificio al pueblo si no se da ejemplo de austeridad, La austeridad en el Gobierno, la austeridad en los sectores bien dotados es indispensable, porque decirle al pueblo que se apriete el cinturón mientras está viendo espectáculos de derroche, es casi una bofetada; la reacción es sumamente dura.

Todos los dirigentes políticos democráticos en Venezuela hemos ratificado nuestra fe en el pueblo. El pueblo es el sujeto de la democracia, el sujeto de la vida política; pero pareciera que a medida que se institucionaliza el sistema, como que nos fuéramos alejando más de ese pueblo, del pueblo que siente, que vive, que se expresa de una manera impropia y a veces busca estas formas de expresión que llegan a lindar con la barbarie, pero al que hay que comprender. Tenemos que restablecer esta comunicación.

En el primer período de la democracia, el pueblo trabajador, el pueblo sano, estaba por defender el sistema; sufría, pero sentía que ese sistema era su garantía, que ese sistema era su apoyo fundamental. No debemos dejar que esto se pierda. Estamos en peligro de perderlo y, ¡ay! cuando se pierde esa relación entre el pueblo y sus dirigentes ¡qué difícil es restablecerlo! Se abre el campo para los demagogos, para los ambiciosos, para los especuladores, que no llevan en el fondo una sana intención de beneficio nacional.

Yo creo que lo que está pasando ahora, que nos obliga a todos a ayudar al Gobierno Nacional, a restablecer el abastecimiento, a restablecer los servicios, a hacer sentir de nuevo a la comunidad que puede vivir una vida normal, no puede verse como un episodio aislado. Es un alerta, un grave alerta y tenemos que aprovechar ese alerta para orientar la vida del país. Para rescatar la fe de los jóvenes, para restablecer en ellos, que no sufrieron lo que otras generaciones sufrieron para conquistar la libertad, el amor a esa libertad, el respeto a los derechos humanos y a todo lo que esto representa en la vida de cada venezolano.

Si estamos conturbados y dolidos por lo que está ocurriendo, la conclusión que debemos sacar es que ello nos obliga más. Vamos a hacer un esfuerzo todos, Gobierno y Oposición, adecos, copeyanos, masistas, militantes de los otros partidos, empresarios, trabajadores; vamos a buscar y a hacer verdad algo que decimos con mucha frecuencia, pero que cada uno está tratando de eludir; que cada uno asuma su cuota de sacrificio y que estemos listos para superar este momento tan delicado y sepamos, además, que no somos nosotros solos los que nos estamos jugando el porvenir.

Aquí están los amigos paraguayos, con quienes he tenido la oportunidad de departir, compartiendo su presencia valerosa contra la Dictadura allá ven su propio país. Muchos países de América Latina tienen sus ojos puestos en Venezuela. Si Venezuela da un traspié, será muy grave para todo el Continente.

¡Vamos pues, a luchar, vamos a recuperar el optimismo! Pero vamos a restablecerlo con el reconocimiento de la realidad. No vayamos a crear falsas mentiras. No creo que tenemos la obligación de aceptar como irrefutables e indiscutibles dogmas de organismos internacionales, que pueden estar bienintencionados dentro de su dirección, pero cuyos consejos, que muchas veces no son consejos sino condiciones para firmar Cartas de Intención y para darnos un poquito de dinero con el cual les paguemos sus intereses y podamos sobrevivir, sean el único camino que debemos seguir para superar los obstáculos e ir hacia adelante para alcanzar el porvenir.

Creo que en este momento Venezuela espera mucho de su dirigencia política, de su dirigencia empresarial, de su dirigencia laboral. Vamos a hacer un esfuerzo, un noble esfuerzo y a establecer bases realmente sanas y sólidas, para que acontecimientos como los que estamos viviendo no se vuelvan a repetir.

Honorables Senadores, muchas gracias.

Rafael Caldera

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