La semana pasada se registraba acá la siguiente opinión: “Son los mismos medios de comunicación de los Estados Unidos los que presentan el próximo viaje de George Bush, a varios países latinoamericanos, como un intento por contrarrestar la influencia de Chávez en la región. No hay un solo artículo sobre el proyectado periplo que no mencione a Hugo Chávez, y si el Presidente de los Estados Unidos debe, en esta última y agónica etapa de su equivocado gobierno, enrumbarse hacia un continente al que ha descuidado por completo durante siete años, porque estaría en los intereses de su país entorpecer la agenda del gobierno de Venezuela, tan sólo eso ya le da a Chávez un cartel de matador que el novillero Rosales no puede reivindicar”.
Ya antes, para fines de 2005, la generosa hospitalidad editorial de Don Fausto Masó permitió al suscrito cohabitar con otros autores, principalmente con el inteligente periodista Pedro Pablo Peñaloza, el espacio textual de un libro editado por su sello, Libros Marcados. Este libro se llamó “Chávez es derrotable”. Al comienzo de mis planteamientos en esa oportunidad, y luego de un conciso inventario de la cantidad de poder real acumulada por Hugo Chávez ya para ese entonces, comenté que éste había “adquirido una estatura mundial que, independientemente de su corrección, es superior a la de cualquier candidato emergido o emergente y a la de cualquier otro presidente venezolano de la historia, en verdad segunda sólo tras la de Bolívar”.
Ahora que han concluido la gira de Bush y la contragira de Chávez, es bueno formarse una idea de los resultados de ambas odiseas. Sintéticamente puede afirmarse que el viaje de Bush, con el que buscó enmendar siete años de indiferencia hacia América Latina, fue un fracaso desde el punto de vista de sus objetivos, pero que tal cosa no se debe en absoluto al marcaje que Chávez le impuso a distancia al seguirlo por todo el continente como piquetero trashumante. Bush no necesitó de la ayuda de Chávez para fracasar; pudo hacerlo muy bien él solo.
Esto es así, esencialmente, porque ya la imagen de Bush está muy claramente formada, en América Latina como en el resto del mundo. Bush tiene cada vez menos aliados. A estas alturas quizás sólo cuente con la admiración de Tony Blair, de salida como el norteamericano, quien escribe en el número más reciente de Foreign Affairs que ahora hay en el mundo una lucha de valores, y que los valores “correctos” se verán comprometidos en una larga contienda contra los valores “incorrectos”—léase, principalmente, los del Islam—bajo la guía y dirección de los Estados Unidos. Explícitamente, pues, es Blair el único jefe de Estado que propugna esa subordinación; ni siquiera Uribe Vélez, receptor de la más grande ayuda internacional de los Estados Unidos tras la que éstos envían al Oriente Próximo, afirmaría una cosa así.
De modo que, ya antes de emprender su moroso viaje hacia el sur, Bush era percibido como uno de los más funestos presidentes de la historia de su país, y esta evaluación, en la que coincide la mayoría de la opinión estadounidense, no podía aspirar a ser cambiada fundamentalmente con un vuelo rasante por un número de países latinoamericanos cuidadosamente escogidos por el Departamento de Estado.
Una muestra de la prensa mundial confirma esta lectura. Por ejemplo, El País de Madrid anota: “La gira de George W. Bush por cinco países latinoamericanos, finalizada ayer en México, ha discurrido sin pena ni gloria. No porque sus intenciones fueran censurables o equivocadas o porque los destinos hayan sido mal elegidos. El problema del largo viaje de Bush hacia el sur es que llega demasiado tarde, cuando su presidencia se desvanece, y con muy poco que ofrecer, salvo buenas palabras, a un subcontinente que en los últimos años ha visto cómo se acrecienta su distancia con Washington y que gira electoralmente a la izquierda. No hay nuevas políticas y no hay nuevos amigos”. Y añade: “La devaluada credibilidad de EE UU en Latinoamérica necesita a estas alturas mucho más que prédicas sobre justicia social y libre comercio. El problema para Bush, que ha tenido el buen sentido de no responder a la contragira histriónica de Hugo Chávez, no es sólo que carece de una agenda consistente para responder a los grandes desafíos sociales de la región, su auténtica piedra de toque. Es que tampoco está en condiciones, al final de su presidencia y con un Congreso hostil, de satisfacer algunas de las mayores expectativas de sus amigos”.
El Mercurio de Chile resume la generalizada impresión: “La gira de seis días por América Latina del Presidente George Bush logró algunos aciertos diplomáticos, aunque no sirvió para mejorar la imagen de la superpotencia ni contrarrestar la percepción de que la región no ha recibido el trato que merecía de la Casa Blanca, de acuerdo a varios medios de la prensa continental, como el diario estadounidense The New York Times, el argentino La Nación o el brasileño O Globo”. (También en Brasil, O Folha de Sao Paulo calificó las ofertas de Bush como “paquete irrisorio).
En Montevideo, capital de uno de los países visitados por Bush, y donde estuvo más cerca de Chávez, separado de él por el estuario del Río de la Plata, el diario La República publica: “La visita del presidente Bush no tuvo repercusiones relevantes… En el séptimo año de gobierno, decide viajar a una región totalmente olvidada en sus discursos y en sus decisiones centrales. La prioridad de su política internacional es el combate al terrorismo que lo llevó a injustificadas invasiones a Afganistán e Irak que terminaron aislándolo, tanto en el plano internacional como en el ámbito nacional. Su obsesión por el combate al terrorismo le hizo perder interés en los problemas básicos del subdesarrollo, como el hambre, la pobreza, el desempleo y la marginación. De aquí el olvido sobre los problemas de nuestra región. Esta visita trata de atender este déficit, de acordarse con la pobreza, pero con propuestas inadecuadas como el libre comercio, concepción que no aplica al mantener los subsidios agrícolas, las cuotas, prohibiciones y otras formas de protección que reflejan la inexistencia del libre juego del mercado”.
¿La hipocresía denunciada por Chávez? Es en los mismos Estados Unidos donde el Chicago Tribune expone que la fanfarria de Bush acerca de una “OPEP del etanol” no llega a convertirse en sinfonía. El periódico destaca que, después de todo el cacareo, Bush indicó que no estaba sobre la mesa el punto de la eliminación del arancel de 54 centavos de dólar por galón de etanol brasileño, que impide prácticamente su penetración del mercado estadounidense. Esta barrera arancelaria, que no tiene nada de libre comercio, ha sido establecido para proteger el etanol, a partir de maíz, que se produce en el Medio Oeste de los Estados Unidos. Por si fuera poco, los productores norteamericanos—apunta el Chicago Tribune—se benefician adicionalmente de un crédito fiscal de 51 centavos de dólar por galón.
Y es que hasta el mismísimo New Herald publica un artículo de opinión en el que se lee: “La repetida aseveración del presidente Bush durante su gira a América Latina de que los Estados Unidos sienten ‘compasión’ hacia la región fue una expresión poco feliz en un momento equivocado: en varios países se la vio como un término peyorativo, que además no estaba respaldado por un compromiso financiero significativo. Según mis cuentas, Bush dijo al menos 15 veces en sus conferencias de prensa durante el viaje que los Estados Unidos son un país ‘compasivo’. Eso sonó algo extraño para muchos en la región, no sólo porque Bush se ha olvidado virtualmente de América Latina después de los ataques terroristas del 2001 y apoyó la construcción de un muro en la frontera con México, sino también porque al mismo tiempo el presidente petropopulista de Venezuela, Hugo Chávez, estaba haciendo promesas a diestra y siniestra de donar mucho más dinero que el presidente norteamericano”.
Además, como destaca el mismo articulista, los Estados Unidos son el país desarrollado que destina menos recursos a la ayuda internacional en términos proporcionales. El grupo de los 22 países más ricos del mundo, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), reporta que mientras Noruega dedica 0,9% de su producto interno bruto a ayuda exterior, Francia 0,42% y España 0,26%, los Estados Unidos aportan a esta clase de ayuda únicamente el 0,16% de su PIB. La compasión gringa es algo chucuta.
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No se necesitaba, pues, que Hugo Chávez paseara por el continente como agitador común para que George Bush se fuera de él con las manos vacías. En su propio periplo, una instancia más de su actividad preferida, no sólo comprometió nuevas ayudas de varios miles de millones de dólares—tan sólo mil para Haití—sino que incurrió en los gastos directos de su costosa movilización y los relativos a la organización de las concentraciones ante las que habló. Son reales que le van a hacer falta a la República para afrontar las expectativas que ha suscitado, para pagar los ingentes volúmenes de una deuda pública interna que ha aumentado en mil por ciento en los últimos ocho años.
Esta desconexión entre el fracaso de la gira de Bush y la gira de agit prop de Chávez se hace patente, también, en los mismos observadores que criticaron sin miramientos el viaje del primero. En la nota ya citada en La República de Montevideo, cuyo autor es Alberto Couriel, se consigue la siguiente distinción: “No descartamos que entre sus objetivos [los de Bush] buscara formas de contrarrestar el accionar del presidente de Venezuela, Hugo Chávez. La elección de visitar Colombia, Brasil y México puede inscribirse, también, dentro de este objetivo. Su actitud de no nombrar a Chávez en las conferencias de prensa realizadas en Brasil y Uruguay, frente a preguntas concretas, marcan su preocupación. Mi impresión es que, en esta materia, no tuvo resultados positivos. Esto no significa que estemos de acuerdo con la actitud del presidente venezolano de participar en un acto masivo en el estadio de Ferro en el mismo momento en que Bush visitaba Uruguay. En múltiples oportunidades destacamos los aportes positivos del gobierno de Venezuela hacia el Uruguay y su actitud favorable frente a la integración latinoamericana. Pero no concordamos con su presencia en ese momento en Buenos Aires ni con el apoyo implícito del gobierno de Kirchner a la realización de ese acto”.
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