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La constante referencia a Bolívar, la manía de llamar bolivariano a todo, es una coartada del actual gobierno de Venezuela. Es una práctica manipuladora, por supuesto. Se hurga la psiquis nacional y se deforma su conciencia histórica para asentar un régimen político concreto. Ahora se expone, por ejemplo, la absurda idea de que existe un socialismo bolivariano; esto es, que Bolívar tenía ideas socialistas. Se trata, naturalmente, de una burda patraña: el tipo de república que el Libertador aspiraba a construir era de carácter claramente liberal, y su modelo era Inglaterra.

Así, una acumulación de mentiras sobre mentiras produce una imagen aberrada, que oculta la única cosa en la que Chávez está interesado del pensamiento bolivariano: que Bolívar quería presidir Colombia de manera vitalicia. (Algo así como el cargo napoleónico de Primer Cónsul, que luego dio origen al imperio).

Es tanta la distorsión, que se requeriría una paciente pedagogía de nuestros historiadores, y no en seminarios o talleres universitarios, sino en programas difundidos por medios de comunicación masiva, para corregirla. La palabra de Germán Carrera Damas o la de Elías Pino Iturrieta—quien ha añadido elocuencia y detalle y actualización al diagnóstico de «El culto a Bolívar»—debiera salir al aire, como antaño lo hacían las de Arturo Úslar Pietri o José Antonio Calcaño, en programas culturales que echamos en falta.

Pero tal vez baste una prédica más sencilla y más al grano. Nuestro derecho civil designa por emancipación al momento cuando el adolescente se hace adulto y ya no necesita de la guía moral de los padres. Él es ahora capaz de su propia determinación ética.

Necesitamos pues, una segunda emancipación. La primera nos habrá liberado del yugo español; la segunda debe librarnos de la patológica fijación en la figura del «Padre de la Patria».

Hasta que no terminemos de enterrar a Bolívar y permitirle descanso, no seremos una república adulta. Es ley de vida, y signo ineludible de madurez, la emancipación del padre.

Entretanto, quien se llena la boca con el augusto nombre para manipularnos haría bien en pasearse por el siguente hecho: ni la procacidad ni la agresividad fueron rasgos bolivarianos. Si por algo se distinguió Bolívar fue por la urbanidad y la cortesía—Sucre también—con la que siempre trató incluso a sus más enconados enemigos. Una república procaz y pendenciera jamás será bolivariana.

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