Fichero

LEA, por favor

Debo y agradezco esta brevísima ficha (Ficha Semanal #138 de doctorpolítico) a la gentileza de Juan Pablo Pérez Castillo, quien me permitió conocer el material. Esta ficha es la traducción de un conciso y, para un científico, desusado artículo publicado por el periódico inglés Guardian, el pasado 28 de marzo, hace exactamente una semana.

El autor del ardiente artículo es el Dr. Richard Horton, médico editor de Lancet, la más venerable y prestigiosa de las revistas de medicina en el mundo. Junto con The New England Journal of Medicine es la referencia más autorizada en materia médica.

Resulta que Lancet publicó, en octubre de 2006, un estudio emprendido por la Universidad Johns Hopkins, que fuera dirigido por Gilbert H. Burnham y Leslie F. Roberts, investigadores de la Escuela Bloomberg de Salud Pública de la mencionada universidad. Burnham y Roberts son epidemiólogos, y decidieron emplear técnicas de medición de la epidemiología para estimar la “mortalidad excesiva” en Irak desde que comenzara la invasión norteamericana e inglesa en 2003. Es decir, se proponían estimar el número de muertos en Irak que no lo estarían si no hubiera habido la invasión.

La cifra más probable reportada por el estudio es de 654.965 muertes en exceso de la mortalidad normal en Irak. (En realidad el estudio arrojó un intervalo, con 95% de confianza, que va desde un mínimo de 392.979 hasta un máximo de 942.636. La cifra más publicitada corresponde al valor más probable del intervalo definido por una curva de distribución normal).

La actitud indiferente y engañosa por parte de los más altos niveles del gobierno inglés, incluido el propio Tony Blair, desató la indignación del habitualmente plácido Dr. Horton. Su artículo en Guardian no puede ocultar la pasión que siente desde su propio título—Un monstruoso crimen de guerra—y el sumario de inicio: “Con más de 650.000 civiles muertos en Irak, nuestro gobierno debe asumir responsabilidad por sus mentiras”. Es sin duda, una poderosa denuncia.

Quien desee conocer con más detalle el estudio, y las vicisitudes por las que debió pasar como consecuencia de la irresponsable ceguera y la negación de los gobiernos de EE. UU. e Inglaterra, pueden leer un amplio artículo de Dale Keiger—The Number—en la revista de la Universidad Johns Hopkins. El URL del artículo es: http://www.jhu.edu/~jhumag/0207web/number.html

Keiger señala, entre otras cosas: “Si, para fines de argumentación, consideráramos equivocado el estudio y que el número de muertes iraquíes fuese menos de la mitad de la infame cifra, ¿es aceptable que ‘sólo’ 300.000 murieron? En noviembre pasado, sin explicación ninguna, el Ministerio de Salud iraquí comenzó a hablar de 150.000 muertos, cinco veces su estimación previa. ¿Es esa cantidad de muertes aceptable? En enero, las Naciones Unidas reportaron que sólo el año pasado más de 34.000 iraquíes murieron violentamente. ¿Es eso aceptable?”

Por mucho menos que eso se llevó a Slobodan Milosevic ante el Tribunal Internacional de Justicia. Por bastante menos que eso se juzgó y ahorcó a Saddam Hussein. No hay nada que justifique ni un solo día más de tropas norteamericanas e inglesas en Irak, pero ahora el gobierno dirigido por George W. Bush se apresta para “ataques quirúrgicos” sobre Irán, que la inteligencia rusa estima pudieran ocurrir tan pronto como este mismo Viernes Santo. Parafraseando a Horton, es inexplicable que no se haya iniciado ya un proceso de impeachment contra el nefasto presidente de los Estados Unidos.

LEA

Crimen de guerra

Nuestro fracaso colectivo ha sido el de creer las palabras de nuestros líderes políticos. Esta semana reportó la BBC que los propios científicos del gobierno habían informado a los ministros que el estudio de Johns Hopkins sobre la mortalidad civil en Irak era preciso y confiable, luego de una petición de libertad de información por el reportero Owen Bennett-Jones. Este estudio fue publicado en Lancet en octubre pasado. Estimó que 650.000 civiles iraquíes habían muerto desde la invasión liderada por los norteamericanos y los británicos en marzo de 2003.

Inmediatamente después de la publicación, el vocero oficial del primer ministro dijo que el estudio de Lancet “no era uno en el que creyéramos que fuese en ningún punto preciso”. La secretaria del exterior, Margaret Beckett, dijo que las cifras de Lancet eran “extrapolaciones” y un “salto”. El presidente Bush dijo: “No lo considero un reporte creíble”.

Científicos del Departamento para el Desarrollo Internacional del Reino Unido piensan distinto. Sus conclusiones son que los métodos del estudio son “probados y comprobados”. De hecho, la aproximación de Johns Hopkins probablemente conduce a una “subestimación de la mortalidad”.

El principal asesor científico del Ministerio de Defensa dijo que la investigación era “robusta”, próxima a la “mejor práctica”. Recomendó “cuidado con la crítica pública del estudio”.

Cuando estas recomendaciones alcanzaron a los consejeros del primer ministro, éstos se horrorizaron. Una persona que informaba a Tony Blair escribió: “¿Estamos realmente seguros de que es probable que el informe sea correcto? ¿Esto es ciertamente lo que el reporte implica?” Un funcionario de la Oficina de Exteriores y la Mancomunidad se vio forzado a concluir que el gobierno “no debiera estar echando Lancet a la basura”.

El consejero del primer ministro cedió finalmente. Escribió: “La metodología de estudio usada acá no puede ser echada a la basura. Es una forma probada y comprobada de medir la mortalidad en zonas de conflicto”.

¿Cómo respondería el gobierno? ¿Daría la bienvenida al estudio de Johns Hopkins como una contribución importante a la comprensión de la amenaza militar a los civiles iraquíes? ¿Exigiría una urgente verificación independiente? ¿Invitaría al gobierno iraquí a reforzar la seguridad civil?

Por supuesto, nuestro gobierno no hizo ninguna de estas cosas. Tony Blair fue aconsejado para que dijera: “El mensaje principal es que no hay cifras precisas o confiables de las muertes en Irak”.

Su vocero oficial fue más allá y rechazó por completo el reporte de Johns Hopkins. Fue un ocultamiento vergonzoso y cobarde por parte de un primer ministro laborista; sí, laborista.

De hecho, esto fue incluso contradictorio del informe del propio Grupo de Estudio de Irak de los Estados Unidos, que el año pasado concluyó que “hay una subestimación significativa de la violencia en Irak”.

Este gobierno laborista, que incluye a Gordon Brown tanto como a Tony Blair, es cómplice de un crimen de guerra de proporciones monstruosas. Sin embargo, nuestro consenso político impide cualquier respuesta judicial o de la sociedad civil. Gran Bretaña está paralizada por su propia indiferencia.

En momentos cuando estamos celebrando nuestra ilustrada abolición de la esclavitud hace 200 años, continuamos cometiendo uno de los peores abusos internacionales de los derechos humanos del pasado medio siglo. Es inexplicable cómo dejamos que esto ocurriera. Es inexplicable por qué no estamos exigiendo que este gobierno renuncie en bloque.

Dentro de doscientos años, la guerra de Irak será lamentada como el momento cuando Gran Bretaña violó su delicada constitución democrática y se unió a las filas de las naciones que usan la matanza preventiva extrema como una táctica de política exterior. Gran aniversario va a ser ése.

Richard Horton

Share This: