El Ministro del Poder Popular para la Comunicación e Información, el ciudadano Willian Lara—que para su propio gusto debiera titularse Ministro del Poder Popular para la Comunicación e Información de la Revolución Socialista Bolivariana, a juzgar por el nombre que ahora propone, aduladoramente, para el partido chavista único—se ha convertido en el gran desmentidor de la comarca, y se ocupa de contradecir cualquier manifestación que pudiera interpretarse como crítica del actual gobierno venezolano.
Por ejemplo, ha sido él el encargado de decir que las recientes palabras de Benedicto XVI en Brasil, condenando a los gobiernos de corte autoritario y a los experimentos marxistas—también, por cierto, a los salvajemente capitalistas—no tienen nada que ver con el régimen imperante en Venezuela. Por supuesto que tenían que ver.
Benedicto XVI no se caracteriza por la improvisación o el apresuramiento. Cuando pronunció un valiente discurso en la Universidad de Ratisbona (Regensburg, 12 de septiembre de 2006), en el que denunciaba como inconveniente—citando palabras de un antiguo emperador bizantino—la asociación del Islam con la violencia, tal oración estuvo perfectamente bien prevista por el Sumo Pontífice, y fue algo discutido de antemano por el Papa y su estado mayor. Si unas caricaturas danesas causaron disturbios escandalizados en áreas musulmanas, si en su momento Salman Rushdie recibió sentencia de muerte por sus Versos satánicos, el Vaticano no podía suponer que las palabras cuidadosamente escogidas por el papa Ratzinger pasarían sin pena ni gloria.
Naturalmente, los papas, como buenos diplomáticos, sueltan afirmaciones de corte general para que sean leídas entre líneas. Benedicto XVI no mencionó directamente a Venezuela, ni siquiera a Cuba, pero está meridianamente claro que en América Latina sólo hay dos gobiernos autoritarios: el cubano, decididamente dictatorial, y el de Chávez, en vías de serlo. (Falta ver cómo terminarán de desarrollarse los gobiernos de Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega). Adicionalmente, son esos mismos dos gobiernos los que beben del marxismo: el de Fidel, desde hace tiempo borracho de materialismo histórico, y el venezolano que, sin ir muy lejos, exaltaba los ideales comunistas de Marx y de Trotsky el pasado 5 de mayo, cuando la emprendía en un discurso contra SIDOR mientras destacaba que ese día era el del nacimiento de Karl Marx. ¿A quién pudiera estarse refiriendo el Papa en el continente, entonces? ¿A su anfitrión, el Presidente de Brasil? ¿A Uribe Vélez?
Es clarísimo que el mensaje estaba directamente referido a Castro y a Chávez. Lara, no obstante, quiere convencernos de que el sol sale por el oeste. Dijo que Benedicto XVI “se ha caracterizado por ser un hombre conservador, pero no necesariamente eso nos va a llevar de manera automática a pensar que cualquier palabra que diga, descontextualizada por los propagandistas de la derecha, es contra el gobierno venezolano”. (El canciller Maduro estuvo más duro y advirtió que si fuese cierto que Tarcisio Bertone, Secretario de Estado del Vaticano, había no sólo repetido los conceptos del Papa, sino también mencionado concretamente a nuestro país, “tendrá una respuesta contundente de Venezuela”).
Como tiene su propio jefe aduladores que repiten y consagran sus desvaríos, el mismo Willian tiene los suyos. Como para reforzar la idea de que Benedicto XVI no ha podido estar refiriéndose al gobierno venezolano, la Cónsul General de Venezuela en Nueva York, Leonor Osorio, acusó al Gobierno de Estados Unidos de hacer uso político de las solicitudes de asilo que ciudadanos venezolanos han presentado desde 2004 para hacer ver al gobierno “socialista cristiano” (!) de Chávez como un estado opresor del que miles tienen que salir huyendo. Es decir, el Papa no puede estar en contra de un régimen “cristiano”, aunque sea socialista. Esto es el progreso de tapar el sol con tres dedos en vez de uno, el de Lara, el de Maduro y el de Osorio, a pesar de que es obvio que el discurso de Benedicto XVI ha debido prepararse en Roma bastante antes de su viaje brasileño, y sus palabras cuidadosa e intencionalmente escogidas.
Claro que el Consejo Episcopal de América Latina y el Caribe (CELAM), ha salido a decir que el Papa no había querido insinuar ejemplos específicos, como para desactivar la bomba representada por la transparente admonición pontifical. También ha señalado que “la distribución desigual de la riqueza es la causa de la pobreza en América Latina”. Algo así como explicar que el opio duerme porque tiene una virtud dormitiva—Vis dormitiva—y que es blanco el caballo blanco de Bolívar.
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Pero ahora Lara, en su nuevo papel de gran desmentidor, acomete la deconstrucción—ministro postmoderno—de los resultados de una encuesta recientemente revelada por Oscar Schemel, el Director de Hinterlaces. Muy apresuradamente ha salido el Sr. Lara a declarar que el estudio de opinión sólo sirve a intereses de clase y es una “mentira estadística”. El Gonzalo Barrios del régimen—con perdón de la memoria del Dr. Barrios—declaró: “Alguien habló una vez que hay en la vida mentiras capitales, veniales y estadísticas, por lo que creo que en Venezuela hace bastante tiempo y por razones de carácter político estamos frente a una mentira sistemática de la mentira estadística”. Igualmente insinuó que algunos dueños de encuestadoras, en función de sus posturas políticas, “inducen respuestas en la forma misma de formular la pregunta a la hora de hacer la entrevista al encuestado”. El Ministro del Poder Popular para Desmentidos y Rectificaciones no toma en cuenta que la metodología de Hinterlaces incluye el empleo de focus groups, en los que los participantes no están encajonados por preguntas cerradas y pueden explayarse al explicar lo que sienten.
¿Qué tiene de particular la encuesta en cuestión, que obliga al gobierno a tratar de descalificarla? Pues que registra una disminución de 9% en el apoyo a Chávez, y reporta que más o menos la tercera parte de quienes votaron por él el pasado 3 de diciembre está arrepentida.
Estos resultados eran previsibles. Carolina Jaimes Branger y el suscrito anticiparon exactamente eso en un programa conducido por ella en enero de este año en Radio Caracas Radio. No hay misterio en el asunto, o especial mérito profético. Ya para entonces era inocultable—inocultada—la insolente aplanadora de cinco motores con la que el Presidente reelecto había arrancado el año, sin que ninguna de las medidas específicas—eliminación de la autonomía del Banco Central de Venezuela, estatización de la CANTV y La Electricidad de Caracas, negativa a la renovación de la licencia en VHF para RCTV, etc.—había sido mostrada a los Electores durante la campaña electoral. (Había mencionado el caso de RCTV, pero había llegado a sugerir que sometería la decisión a referendo consultivo popular). La arrogante agresividad del Presidente debía ya haber escamado a más de uno de sus votantes.
Hinterlaces, que medía en noviembre de 2006 una aprobación a la gestión de Chávez de 49% de los consultados, registra en los primeros cinco meses del año su caída a 40%. Dijo Schemel a Unión Radio anteayer: “De alguna manera este proceso revolucionario, más que construir o iniciar una revolución, lo que ha hecho es reafirmar los valores democráticos de pluralismo, alternabilidad, consenso; más que un ciudadano socialista lo que está surgiendo es un ciudadano liberal”. Esto no le puede gustar a Chávez en nada y, automáticamente, no puede gustarle a su Goebbels, a Willian Lara. Éste ha salido a decir que las cifras han sido amañadas, que no se corresponden con la “realidad” de un consistente apoyo al Jefe del Gobierno—y de todo lo demás—aunque sin ofrecer de su parte referencia específica a ningún otro sondeo.
También dijo Schemel que se nota “fatiga, cansancio, desesperanza, frustración por el incumplimiento de las promesas y la falta de resultados” en la gestión gubernamental y que una de las razones de tal cansancio es que el Presidente concede la suprema importancia a una agenda ideológica “que no toma en cuenta los problemas de la gente”. Añadió: “De la votación del presidente Chávez, de cada diez personas, tres están arrepentidas, de cada diez, tres están molestas y decepcionadas, y la valoración del gobierno de forma positiva ha bajado 9 puntos”. Otro clavo para la urna: el encuestador, habitualmente muy acertado—incluso para anticipar triunfos electorales de Chávez—indicó que la agenda ideológica de éste “tiene un rechazo del 67 %. El socialismo no logra cautivar a la mayoría de la población, más bien lo asocian con programas sociales y solidaridad y no como un nuevo orden económico y social”. Otro más: que las últimas mediciones de Hinterlaces miden un 81% de desacuerdo con la decisión presidencial de suspender la concesión de Radio Caracas Televisión. “Incluso los chavistas consideran que es una decisión arbitraria y personalista del Presidente Chávez, que limita la posibilidad de contar con opciones diversas no sólo de entretenimiento, sino de información y opinión”.
Se ha dicho mucho que Chávez sí cree en las encuestas y en su importancia. Sabedor de que ya su propio electorado desconfía del excesivo poder que concentra, ha comenzado a desacelerar uno de los cinco motores de la revolución “que no para nadie”. Es decir, ha comenzado a pararla él mismo. Ya no es tan inminente la reforma constitucional a la que había impuesto un cronograma de urgencia, y la cosa no será sometida a referendo, como había anunciado, en este año de 2007.
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Aun las más férreas dictaduras pueden desplomarse súbitamente. La del Shah de Irán, Reza Pahlevi, por ejemplo, contaba con una policía política que era envidia del más autoritario de los gobernantes de su época, pero ella no pudo evitar su caída. (El hecho fue una sorpresa para las más avezadas cancillerías occidentales). Ferdinand Marcos, el autócrata filipino que era el esposo de la dueña de cinco mil pares de zapatos, se vino abajo tan rápidamente como Pahlevi, como una máquina de escribir que fuese lanzada desde una torre del Parque Central. La opinión pública, normalmente estable, puede experimentar, con no poca frecuencia, un comportamiento pendular.
¿Qué puede pasarle a un gobierno que ha tenido dificultades en la formación de su ansiado partido único; que ha tenido roces importantes con Lula, con Bachelet y el Senado chileno, con el gobierno de Uribe, con García, con Calderón, con las petroleras internacionales, con Bush, con SIDOR y su dueño argentino, con la banca nacional; que ha disminuido marcadamente las reservas internacionales en lo que va de año; que preside sobre la inflación, la escasez y una delincuencia en deslave; que ha alienado a gran parte de los militares con su estúpido lema de “patria, socialismo o muerte” y la altanera advertencia de que quienes no gusten de él deben irse; que es el obsceno centro de un desbocado culto a la personalidad que repite su efigie en cada rincón del país?
No puede esperar, como sueña Lara, que el apoyo pre-electoral a su favor se haya mantenido incólume. Ya antes el apoyo a Chávez se ha desplomado verticalmente en breve lapso. Así ocurrió poco después del 11 de septiembre de 2001, cuando inició una de sus innumerables giras por el exterior, llenas de imprudentes declaraciones. En Londres quiso lucirse con una improvisación sobre el caso del Sierra Nevada, buque obsequiado por Carlos Andrés Pérez a Bolivia durante su primera presidencia bajo sospecha grave de corrupción. Chávez preguntó retóricamente en la capital inglesa cuánto habría costado el voto que había salvado a Pérez, impensadamente, y no faltó quien recordara que ése había sido el voto de su entonces canciller, José Vicente Rangel. Llegó hecho una mapanare enfurecida contra el diario El Nacional porque había reportado el acto fallido—a pesar de que muchos otros medios habían destacado lo mismo—y pronto las huestes de Lina Ron fueron a sitiar, amenazantes, el periódico que antes estaba de Puente Nuevo a Puerto Escondido. Pocos meses después Chávez estaba caído.
Pareciera estar incubándose una nueva crisis de la legitimidad del gobierno de Hugo Chávez. En la anterior, una conducción opositora soberbia y equivocada llevó al desastre del carmonazo. Hay que rezar porque esta vez no se cometa los mismos errores.
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