Cartas

Antes que Google (2001), el más usado y potente “motor de búsqueda” en la red de redes era Yahoo (1994). Los diccionarios del inglés reportan el término yahoo como interjección de júbilo o exaltación, y naturalmente convenía la asociación emotiva con el éxito de una búsqueda en la enmarañada Internet. Fue un uso que se registró académicamente por primera vez en la década de 1970, y todos nosotros aprendimos su significado y hasta lo gritábamos entusiasmados a partir de las películas norteamericanas, en especial los cortos de dibujos animados. Había habido, no obstante, un uso más antiguo y persistente, el principal, por el que la palabra denota a una persona ruda, ruidosa o violenta. El origen de este uso tiene fecha precisa, pues la palabra había sido inventada por Jonathan Swift al escribir Los viajes de Gulliver, obra publicada por vez primera en 1726.

Lemuel Gulliver, un capitán de barcos cuya formación original era la de cirujano, es el protagonista de lo que probablemente sea la más mordaz sátira acerca de la naturaleza humana y la sociedad y la política europeas, principalmente inglesas, a comienzos del siglo XVIII. En la cultura común se recuerda, entre todos sus viajes, con mayor frecuencia el primero de todos, el que hiciera hasta el reino de Liliput; en segundo término, el que le lleva a la tierra de los gigantes de Brobdingnag. Pero es la cuarta parte del libro la que encierra observaciones más penetrantes sobre la conducta y el carácter de los hombres. En este último viaje, Gulliver es víctima de un motín y es abandonado en las costas del país de los houyhnhnms.

Los houyhnhnms no son seres humanos; son caballos, aunque dotados del poder de la razón y la capacidad lingüística. (La fonética equina produce, por fuerza, palabras de esa clase, que más bien suenan a relinchos, los que, dicho sea de paso, son más fáciles de articular en inglés que en español. Su nombre, houyhnhnms, significa, precisamente, caballos). No son los primeros seres con los que Gulliver se topa, sin embargo. Antes de conocer a los houyhnhnms, debe escapar de un amenazante ataque de ciertos humanoides que luego sabrá son conocidos como yahoos. Éstos son prácticamente animales, la concentración y el resumen de todo lo peor de los hombres, y son tratados como bestias peligrosas por los houyhnhnms. Un houyhnhnm, que luego se convertirá en el amo de Gulliver—siempre termina como súbdito, sea de liliputienses, gigantes o caballos—le salva de una banda de yahoos que le acechan en cuanto pone pie en tierra.

Entre el amo—o captor—equino y Gulliver se establece una interesante relación. Gulliver va a descubrir para su houyhnhnm anfitrión y cicerone la insospechada realidad de los humanos en otras tierras, desconocidas por completo para éste y sus congéneres. Por su parte, Gulliver aprende rasgos sorprendentes de la sociedad de los houyhnhnms.

Pero lo primero que aprende es a odiar a los yahoos. Así refiere, por ejemplo: “Y muy de veras me asaltó el temor de morirme de hambre si no acertaba a encontrar algún ser de mi misma especie, pues por lo que hacía a aquellos inmundos yahoos, aunque por aquel tiempo había pocos amantes de la Humanidad más ardientes que yo, confieso que no vi nunca un ser sensible tan detestable en todos los aspectos; y durante toda mi estancia en aquel país, cuanto más me acercaba a ellos, más aborrecibles se me hacían”. Los yahoos eran en verdad especie humana, aunque salvaje, agresiva, primitiva y no muy dada a la higiene. A pesar de esto Gulliver se sentía mucho más cerca de los caballos que de sus semejantes. Los houyhnhnms estaban dotados de la razón que estaba ausente en los yahoos.

Recuenta Gulliver: “Mi amo tenía curiosidad extrema por saber de qué parte del país había llegado y cómo me habían enseñado a imitar a un ser racional, pues se había observado que los yahoos—a quienes veía que me asemejaba exactamente en la cabeza, las manos y la cara, que eran lo solo visible—, que presentaban alguna apariencia de astucia y la más decidida inclinación al mal, eran los animales más difíciles de educar”. Y también: “Le expresé el disgusto que me causaba oírle designarme tan a menudo con el nombre de yahoo, repugnante animal, por el que sentía el odio y el desprecio más absolutos”.

El amo quiso saber de dónde Gulliver venía, y éste tuvo que explicar: “…yo continué, asegurándole que el barco lo habían hecho seres como yo, los cuales, en todos los países que había recorrido, eran los únicos animales racionales y dominadores, y que al llegar a la tierra en que nos hallábamos me había asombrado tanto que los houyhnhnms se condujesen como seres racionales cuanto podría haberles asombrado a él y a sus amigos descubrir señales de razón en una criatura que ellos tenían a bien llamar un yahoo; animal éste al que me reconocía parecido en todas mis partes, pero de cuya naturaleza degenerada y brutal no sabía hallar explicación… en nuestra nación difícilmente creería nadie en la existencia de un país donde el houyhnhnm fuera el ser superior y el yahoo la bestia”.

La reacción que Gulliver causa en su amo es de profunda sorpresa: “Me oyó mi amo con grandes muestras de inquietud en el semblante, pues dudar o no creer son cosas tan poco conocidas en aquel país, que los habitantes no saben cómo conducirse en tales circunstancias. Y recuerdo que en frecuentes conversaciones que tuve con mi amo respecto de la naturaleza humana en otras partes del mundo, como se me ofreciese hablar de la mentira y el falso testimonio, no comprendió sino con gran dificultad lo que quería decirle, aunque fuera de esto mostraba grandísima agudeza de juicio. Me argüía que si el uso de la palabra tenía por fin hacer que nos comprendiésemos unos a otros, este fin fracasaba desde el instante en que alguno decía la cosa que no era; porque entonces ya no podía decir que nadie le comprendiese, y estaba tanto más lejos de quedar informado, cuanto que le dejaba peor que en la ignorancia, ya que le llevaba a creer que una cosa era negra cuando era blanca, o larga cuando era corta. Éstas eran todas las nociones que tenía acerca de la facultad de mentir, tan perfectamente bien comprendida y tan universalmente practicada entre los humanos”.

A pesar de estar atónito, su penetrante inteligencia le permitía comprender lo que nunca había visto: “Dijo que si era posible que hubiese un país donde solamente los yahoos estuvieran dotados de razón, sin duda deberían ser el animal dominador, porque, a la larga, siempre la razón prevalecerá sobre la fuerza bruta… él había observado que en su país todos los animales aborrecían naturalmente a los yahoos, que eran evitados por los más débiles, y apartados por los más fuertes”.

Más dificultad le causaban, en cualquier caso, las descripciones de la maldad de los hombres: “No le cabía en la cabeza cuál podría ser la conveniencia o la necesidad de practicar aquellos vicios, lo que yo intenté aclararle dándole alguna idea de los deseos de pobres y ricos, de los efectos terribles de la lujuria, la intemperancia, la maldad y la envidia. Tuve que definirlo y describirlo todo poniendo ejemplos y haciendo suposiciones; después de lo cual, como si su imaginación hubiera recibido el choque de algo jamás visto ni oído, alzó los ojos con asombro e indignación. El poder, el gobierno, la guerra, la ley, el castigo y mil cosas más no tenían en aquel idioma palabra que los expresara, por lo que encontré dificultades casi insuperables para dar a mi amo idea de lo que quería decirle”.

Cuando el amo necesitó entender por qué existía la guerra, Gulliver ofreció varios motivos. Después de recitar los más comunes, explicó: “La diferencia de opiniones ha costado muchos miles de vidas. Por ejemplo: si la carne era pan o el pan carne; si el jugo de cierto grano era sangre o vino; si silbar era un vicio o una virtud; si era mejor besar un poste o arrojarlo al fuego; qué color era mejor para una chaqueta, si negro, blanco, rojo o gris, y si debía ser larga o corta, ancha o estrecha, sucia o limpia, con otras muchas cosas más. Y no ha habido guerras tan sangrientas y furiosas, ni que se prolongasen tanto tiempo, como las ocasionadas por diferencias de opinión, en particular si era sobre cosas indiferentes”. Aunque también añadió después: “Las naciones pobres están hambrientas, y las naciones ricas son orgullosas, y el orgullo y el hambre estarán en discordia siempre. Por estas razones, el oficio de soldado se considera como el más honroso de todos; pues un soldado es un yahoo asalariado para matar a sangre fría, en el mayor número que le sea posible, individuos de su propia especie que no le han ofendido nunca”. No era hermosa la imagen que Gulliver pintaba de la humanidad.

El amo fue sorprendido nuevamente, como ocurría con cada trozo de la descripción de Gulliver. Así dijo “que cualquiera que conociese el natural de los yahoos podía fácilmente creer posible en un animal tan vil todas las acciones a que yo me había referido, si su fuerza y su astucia igualaran a su maldad. Pero advertía que mi discurso, al tiempo que aumentaba su aborrecimiento por la especie entera, había llevado a su inteligencia una confusión que hasta allí le era desconocida totalmente. Pensaba que sus oídos, hechos a tan abominables palabras, pudieran, por grados, recibirlas con menos execración. Añadió que, aunque él odiaba a los yahoos de su país, nunca los había culpado de sus detestables cualidades de modo distinto que culpaba a una gnnayh (ave de rapiña) de su crueldad, o a una piedra afilada de cortarle el casco; pero cuando un ser que se atribuía razón se sentía capaz de tales enormidades, le asaltaba el temor de que la corrupción de esta facultad fuese peor que la brutalidad misma”.

Pero el amo del infortunado viajero adolecía de una dificultad aun más fundamental: no tenía concepto de qué era tener una opinión. Esto es reportado por el igualmente sorprendido Gulliver: “Como estos nobles houyhnhnms están dotados por la Naturaleza con una disposición general para todas las virtudes, no tienen idea ni concepción de lo que es el mal en los seres racionales; así, su principal máxima es cultivar la razón y dejarse gobernar enteramente por ella. Pero tampoco la razón constituye para ellos una cuestión problemática, como entre nosotros, que permite argüir acertadamente en pro y en contra de un asunto, sino que los fuerza a inmediato convencimiento, como necesariamente ha de suceder siempre que no se encuentre mezclada con la pasión y el interés u obscurecida o descolorida por ellos. Recuerdo que tropecé con gran dificultad para hacer que mi amo comprendiese el sentido de la palabra ‘opinión’, y cómo un punto podía ser disputable; pues decía él que la razón nos lleva exclusivamente a afirmar o negar cuando estamos ciertos, y más allá de nuestro conocimiento no podemos hacer lo uno ni lo otro. De este modo, las controversias, las pendencias, las disputas y la terquedad sobre proposiciones falsas o dudosas son males desconocidos para los houyhnhnms”.

………

En territorio venezolano hubo—¿hay?—nuestros propios yahoos. Los makiritare han inventado una palabra para referirse a los yanomami. Les llaman waika, que sencillamente significa infrahumano. (Makiritare significa hombre). Por eso se sienten con derecho a exterminarlos. Cuando Hugo Chávez pretende, como Evo Morales, cobrar a los hombres blancos de estas tierras, en venganza ancestral, las tropelías cometidas por conquistadores en ellas, pinta una periclitada imagen inocente de los primeros pobladores de América, Éstos fueron, asimismo, muy capaces de crueldad y de saña; muchos fueron genocidas, aunque no tuviesen en sus rústicos cerebros ni la capacidad de pronunciar la palabra equivalente a genocidio ni la de siquiera concebirla, no digamos escribirla.

Si en algo ha tenido Hugo Chávez un éxito indiscutible es en levantar el odio entre hermanos de una misma nación. Si en algo ha sido eficaz es en el contagio de sus resentimientos biográficos, de sus reconcomios infantiles. Pues, en dinámica prevista por Hegel, estudioso del conflicto humano, los enemigos terminan por parecerse al cabo de prolongada lucha. Es bastante más de uno el opositor a Chávez que se conduce idénticamente poseso por el odio y el rencor. Este país no era así antes de Chávez, ni siquiera en los días posteriores a la trágica explosión del Caracazo.

El asunto de la extinta concesión de RCTV ha reavivado estos odios. Más allá de las razones de peso para oponerse a la medida en contra de las Empresas 1BC, afloran ahora pasiones ciegas, amarguras diversas, recíprocas condenas sin retorno. El mundo de los blogs, los sitios web y el correo electrónico hierve con la indignación y el anatema.

Uno de los blancos de esta furia desatada es el joven director de orquesta Gustavo Dudamel. Quienes hasta hace nada elogiaban sus destacados y precoces logros, hasta hace poco copaban el aforo del Teatro Teresa Carreño para verlo conducir, ahora le condenan porque TVes, el descarado canal oficialista que se apropió de las frecuencias asignadas antes a RCTV y, en arrebatón condonado por el Tribunal Supremo de Justicia, de los equipos de su red de transmisión, escogió iniciar su programación con un video en el que Dudamel dirige a la Orquesta Nacional Juvenil Simón Bolívar para una ejecución de nuestro Himno Nacional.

Las críticas, varias, llegan hasta la pretensión de enseñar a Dudamel los rudimentos del oficio de la dirección orquestal. Pontifica anteayer un articulista, por cierto perito en Derecho Penal, disciplina que exige seriedad y justicia en la atribución de culpas: “La dirección orquestal de hoy no sólo es una técnica para fijar el tiempo y el ritmo de la ejecución, el director pretende comprender la intención del compositor para trasmitirla a la orquesta y por medio de ella a la audiencia”. Y también recurre a la equiparación, absolutamente desproporcionada, entre la persona de Gustavo Dudamel y la de Wilhelm Furtwängler, el director alemán presuntamente pro-nazi: “El director orquestal es responsable tanto de la dirección como de la música como bien de la cultura. Por esta razón Arturo Toscanini se negó a empuñar la batuta para la dirección orquestal en la Alemania y la Italia fascistas. Furtwängler, en cambio, no dudó en dirigir con manifiesta perfección técnica y no menor traición a las ideas del compositor la Novena Sinfonía de Beethoven, que él mismo reservaba para las grandes ocasiones, para la celebración del cumpleaños de Hitler un 20 de abril… En 1946 Furtwängler, quien había sido director de la Filarmónica de Berlín, de la Filarmónica de Viena y de las orquestas del Festival de Bayreuth y de la Ópera de Berlín, fue sometido al comité de desnazificación y formalmente exonerado de las acusaciones de nazismo, pero hubo de renunciar a la dirección de la Filarmónica de Nueva York y el público nunca olvidó su complacencia nazi fascista”.

Otro articulista agrupa a Gustavo Dudamel con Gustavo Cisneros, para escribir: “Pienso en Gustavo Dudamel, el joven director de orquesta venezolano, y en Gustavo Cisneros, el hombre de negocios, y solía sentirme bastante bien con ambos, aunque ahora tengo algunas dudas”. (El articulista también responde al nombre de Gustavo, cosa que no hace sino repetir—¿egocéntricamente?—a lo largo del artículo, pues la coincidencia nominal es el hilo retórico de su pieza). Y sigue: “El caso de Dudamel es menor pero preocupante. Él dirigió la orquesta que tocó el Himno Nacional de Venezuela en la apertura de la estación televisora gubernamentalmente controlada que reemplazó a la estación independiente RCTV, ilegalmente clausurada por Chávez. Al hacerlo, el joven Dudamel exhibió, en el mejor de los casos, un juicio pobre y, en el peor, carencia de fortaleza moral”.

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Los humanos sí tenemos opiniones, a diferencia de los houyhnhnms, y ya Gulliver había reseñado que vamos a la guerra por ellas. Es de vieja tradición en la filosofía occidental, dicho sea de paso, el establecimiento de la distinción entre opinión y conocimiento. Aristóteles, por ejemplo, propone que si lo opuesto de una proposición no es imposible o no conduce a la autocontradicción, entonces la proposición y su contraria son asunto de opinión. Este criterio excluye las proposiciones de suyo evidentes, así como las demostrables, y ambos tipos de proposición no expresan opinión, sino conocimiento. (Lo único que existía para los houyhnhnms).

Lo que ha estado en discusión en torno al caso RCTV, sin embargo, no es la libertad de conocimiento. Es la libertad de opinión. Cuando hablamos de libertad de expresión lo que queremos decir es que sentimos tener derecho a manifestar nuestras opiniones. No estamos diciendo, en cambio, que esperamos poder sostener que dos más dos son cuatro o que el sol es el centro para la traslación de la tierra. (Aunque, en alguna época, este conocimiento fue confundido con opinión y estuvo a punto de asignar a Galileo Galilei, muy religiosa e indignadamente, el caluroso final que tuvo Giordano Bruno).

Los articulistas aludidos, por ejemplo, podrían sostener que están en su derecho de opinar como lo han hecho contra Dudamel, por más que con sus escritos vayan en contra de que el Sr. Dudamel pueda tener sus propias opiniones, que para ellos, presuntamente, serían favorables al gobierno, a pesar de que no las haya expuesto.

Pero, ¿puede realmente alguien con derecho acusar al Sr. Dudamel, odiosamente, de carecer de fortaleza moral? Eso ya no es una opinión: es una condena. Una opinión sería decir: “Lamento que el Sr. Dudamel haya creído que no había nada indebido en dirigir el Himno Nacional para uso del nuevo canal del gobierno”. Y una defensa de la libertad de expresión u opinión hubiera sido decir: “Y el Sr. Dudamel tiene derecho a esa creencia”.

El suscrito presume, por otra parte, y sin saberlo a ciencia cierta, que el video empleado por TVes estuvo pregrabado. Así, al menos, lo presenta Wikipedia, en el artículo biográfico (en inglés) que dedica al director: “Trivia: A prerecorded video of Gustavo Dudamel conducting the Venezuelan national anthem was employed in the first transmission of TVes, the new state television channel, on 28 May 2007”.

Pero supongamos que Dudamel hubiera dirigido expresamente la interpretación del himno a sabiendas de que sería transmitido en la primera emisión de TVes. ¿Ha debido negarse? Esto es, naturalmente, asunto de opinión. Si se cree que tal cosa habría sido grave pecado—equivalente al de Furtwängler—entonces habría que repudiar a cada uno de los jóvenes ejecutantes, a cada miembro del coro, a cada técnico participante en la grabación.

Ahora, resulta que las orquestas juveniles son sostenidas por el Estado venezolano. ¿Querremos sostener, igualmente, que se debe execrar a José Antonio Abreu porque no rechaza, para su maravillosa obra, los aportes y dádivas del gobierno? ¿Querremos desahuciar y exponer al escarnio público al cardenal Urosa porque la iglesia católica venezolana acepta donaciones estatales, o al padre Ugalde porque Fe y Alegría hace lo mismo, y además reclama cuando se las rebajan? ¿No trabajó Juan Fernández para la PDVSA chavista cuatro años antes de declararse en rebeldía?

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El problema es de otro tenor. Hay perversos mecanismos psicológicos que operan en la condena ritual de cualquier cosa que provenga del gobierno, especialmente si éste se asocia con cosas que consideramos entrañables.

Por una parte, los chavistas son, para muchos opositores, los yahoos de la actualidad. Debieran estar encerrados, aislados, impedidos. Con ellos no puede hablarse—aunque los estudiantes que han protestado el cierre de RCTV, si algo han traído de refrescante lección, es su expresa disposición a dialogar—y debe negárseles el acceso a la verdad o la belleza. Deben ser mantenidos como lo que serían, como bestias.

Luego, quienes condenan cualquier persona o ente que se asocie de cualquier modo al gobierno, niegan lo que dicen defender: la libertad de expresión, la libertad de opinión. Hay quienes dicen defender la democracia y proponen que para salir de Chávez es preciso establecer “una dictadura férrea de dos años”, lo que naturalmente es contradictorio de la más elemental noción de democracia.

Finalmente, muchos entre quienes hacen eso obtienen una satisfacción vicaria, relativa, con la condena. Mientras más encuentran motivo de censura en el adversario se sienten, en términos relativos, con mayor estatura moral; mejores, en una palabra. Al escribir o vocear sus anatemas reivindican, implícitamente, su propia superioridad moral. No necesitan hacer cosas buenas; les es práctico y conveniente que el otro haga cosas muy malas, mejor mientras sean peores. Hitler me hace santo.

Y resulta que no sólo se opina y se condena; también se propone ir a los hechos, ejecutar hazañas patrióticas. No debe merendarse en la pastelería Saint Honoré porque los dueños son chavistas; fíjate que no cerraron su negocio durante el paro. (El sitio es más concurrido que nunca, a pesar de la ridícula consigna). Ya habrá quien exija un boicot de inasistencia a los próximos conciertos de Dudamel. (Y bajarán de la Internet, por LimeWire, y escucharán una versión de la novena sinfonía de Beethoven, en ignorancia de que fue dirigida por Furtwängler).

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Para quien escribe, el peor de los rasgos del presidente Chávez es, precisamente, la soberbia que exhibe en asuntos de moral personal y ciudadana. Él se siente y se proclama mejor que todos nosotros y él sabe lo que es bueno. Ser rico es malo; desprenderse de algunos dólares que le diera Kadaffi junto con algún diploma intrascendente es bueno. Sobre la convicción de superioridad moral asienta sus arbitrariedades.

Por supuesto, el gobierno buscó manipular los sentimientos del público al asociar su nuevo y redundante canal con la imagen admirada de Gustavo Dudamel. Este gobierno que dirige Chávez es un maestro en las artes de la manipulación. No está solo en la práctica, no obstante. ¿O qué eran las estampitas de la Virgen María que el ya poco recordado Juan Fernández blandía ante las cámaras durante el paro petrolero? ¿Qué era la insinuación del difunto y golpista cardenal Velasco, cuando decía en sermón catedralicio que los deslaves que sembraron muerte y destrucción en el estado Vargas eran un claro castigo de Dios a la soberbia presidencial?

Lo peor que puede hacer un opositor a Chávez es parecerse a él. LEA

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