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En la abigarrada e indigesta dotación teórica del Presidente de la República ha hecho aparición reciente el nombre de Antonio Gramsci, el filósofo marxista italiano que tuvo la cárcel por oficina final y definitiva. Un antiguo socialista, Benito Mussolini, había llegado al poder en la Italia de 1922. Prontamente, el dictador bocón y teatral ordenó el arresto del líder del Partido Comunista Italiano, Amadeo Bordiga, y Gramsci se vio súbitamente encargado de la dirección del partido que había contribuido a fundar.

Ya Gramsci traía una significativa trayectoria política y periodística, y era un autor de gran peso más allá de Italia. Vladimir Illych Lenin, por ejemplo, lo consideraba un claro e importante pensador, que había desarrollado los fundamentos del marxismo enmendando la plana de Marx y el propio Lenin. Así, no podía estar libre demasiado tiempo. Electo diputado al parlamento italiano, pronunció en éste un único discurso, en el que describía certeramente al fascismo como movimiento de mortífera peligrosidad. Se dio la orden de arrestarlo en 1926, y dos años después fue juzgado y condenado. El fiscal del proceso declaró la verdadera intención del juicio, al decir: “Debemos impedir que este cerebro funcione por los próximos veinte años”.

Fue en prisión donde llenó doce cuadernos con textos extraordinarios de filosofía política, principalmente. Los “Cuadernos de prisión” fueron rescatados y publicados después de su muerte, la que acaeció en 1937, luego de varias y graves enfermedades, sin que hubiera disfrutado más nunca de libertad. Fue un hombre que dijo que decir la verdad era revolucionario, y que siendo pesimista a causa de la inteligencia era optimista por causa de la voluntad.

Ahora, pues, Hugo Chávez refresca su memoria, buscando en sus nociones justificación de lo que hace. Francisco Toro Ugueto ha escrito recientemente sobre esto en su blog: “…cuando Chávez descubre que es un gran seguidor de Jefferson, reconocemos una ridiculez porque Chávez nunca ha dicho ni hecho nada ni remotamente jeffersoniano. Pero oyendo la interpretación que nos propone Chávez de Gramsci, la concordancia entre teoría y práctica es innegable. De hecho, en el pensamiento de Gramsci vemos el retrato de la política comunicacional chavista de los últimos 8 años…. Desde que llegó al poder, Chávez siempre ha compartido la idea fundamental de Gramsci sobre el rol que juega la ideología a la hora de mantener los privilegios de la clase dominante. Porque, para Gramsci, lo esencial es entender que dentro de la hegemonía burguesa tus ideas no son tus ideas… Sí, ya él sabe que te va a dar rabia que te lo diga, pero igual estás equivocado. Por más íntimas que las sientas, tus ideas las absorbiste, sin darte cuenta, del sistema hegemónico que te rodea: de la radio, de las películas de Hollywood, de RCTV. Ese sistema cultural existe precisamente para convertir a los intereses de la clase dominante en ‘sentido común’, para engatusar a los oprimidos y ponerlos a defender, como cosa propia, los intereses de los opresores. Eso es lo que quiere decir Gramsci cuando habla de hegemonía. Chavismo puro, ¿no?”

Claro, lo que Chávez piensa hacer no es otra cosa que sustituir una hegemonía por otra. Ya los esposos Durant (Will y Ariel), autores de la monumental “Historia de la civilización”, habían extraído de sus estudios que “[n]ada es más claro en la historia que la adopción, por parte de los rebeldes exitosos, de los métodos que acostumbraban condenar en las fuerzas que han depuesto”.

Y ya hace más de tres años que el Brujo de Los Palos Grandes, llegado ayer de la China milenaria, explicara a quien escribe que Chávez sigue protocolos propuestos por Gramsci. Stalin, simplemente, obliteraba totalmente cualquier oposición. Gramsci, en cambio, recomendaba permitir una oposición vocinglera e ineficaz en la calle. Eso sí, había que mantenerla semi-asfixiada.

No se puede, pues, negar a Chávez su gramscismo, aunque no haya todavía entendido bien lo que el italiano quiso decir: “…incluso la filosofía de la praxis [su propia filosofía] tiende a convertirse en una ideología en el peor sentido de la palabra, es decir, un sistema dogmático de verdades eternas y absolutas”. (Entiéndase socialismo del siglo XXI).

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