La lectura de la entrevista a Octavio Paz, que Guy Sorman incluyera junto con las de otras veintisiete personalidades en Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo, revelará que pudiera haber estado hablando a los venezolanos de hoy, aun cuando fue publicada—en la edición original francesa—en 1989, hace casi dos décadas. La entrevista completa es transcrita en esta Ficha Semanal #155 de doctorpolítico. En el libro es presentada con el título: La solución al subdesarrollo es la democracia.
Al año siguiente del libro de Sorman su entrevistado ganaba el Premio Nóbel de Literatura. Paz pronunció, en ocasión de recibirlo, un nítido discurso que llamó La búsqueda del presente. Para quienes ven el mundo en blanco y negro, sea del lado del negro o del blanco, se hace difícil comprender cómo es posible que quien denunciara firmemente a los socialismos históricos dijese en Estocolmo cosas como éstas: »La declinación de las ideologías que he llamado metahistóricas, es decir, que asignan un fin y una dirección a la historia, implica el tácito abandono de soluciones globales. Nos inclinamos más y más, con buen sentido, por remedios limitados para resolver problemas concretos. Es cuerdo abstenerse de legislar sobre el porvenir. Pero el presente requiere no solamente atender a sus necesidades inmediatas: también nos pide una reflexión global y más rigurosa. Desde hace mucho creo, y lo creo firmemente, que el ocaso del futuro anuncia el advenimiento del hoy. Pensar el hoy significa, ante todo, recobrar la mirada critica. Por ejemplo, el triunfo de la economía de mercado—un triunfo por default del adversario—no puede ser únicamente motivo de regocijo. El mercado es un mecanismo eficaz pero, como todos los mecanismos, no tiene conciencia y tampoco misericordia. Hay que encontrar la manera de insertarlo en la sociedad para que sea la expresión del pacto social y un instrumento de justicia y equidad. Las sociedades democráticas desarrolladas han alcanzado una prosperidad envidiable; asimismo, son islas de abundancia en el océano de la miseria universal. El tema del mercado tiene una relación muy estrecha con el deterioro del medio ambiente. La contaminación no sólo infesta al aire, a los ríos y a los bosques sino a las almas. Una sociedad poseída por el frenesí de producir más para consumir más tiende a convertir las ideas, los sentimientos, el arte, el amor, la amistad y las personas mismas en objetos de consumo. Todo se vuelve cosa que se compra, se usa y se tira al basurero. Ninguna sociedad había producido tantos desechos como la nuestra. Desechos materiales y morales».
A continuación dijo:
«La reflexión sobre el ahora no implica renuncia al futuro ni olvido del pasado: el presente es el sitio de encuentro de los tres tiempos. Tampoco puede confundirse con un fácil hedonismo. El árbol del placer no crece en el pasado o en el futuro sino en el ahora mismo. También la muerte es un fruto del presente. No podemos rechazarla: es parte de la vida. Vivir bien exige morir bien».
En 1998, cuando llegaba a nosotros el anacronismo que nos gobierna, y aunque de cáncer, Octavio Paz murió bastante bien a los ocho años de su definitiva consagración mundial. Paz a los restos de Paz.
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Paz para la paz
Octavio Paz vive en medio de innumerables libros, de una profusión de objetos de arte africanos e indios, de cuadros abstractos, de plantas tropicales y de algunos gatitos. Nos encontramos en el corazón de Ciudad de México, allí donde el paseo de la Reforma se cruza con la avenida de los Insurgentes.
Paz fue durante mucho tiempo un poeta sin ataduras, luego embajador de México en la India, finalmente un exiliado, por haber roto con el gobierno después de que éste—en 1968—hubiera ordenado disparar contra una manifestación de estudiantes. Para Paz, este acontecimiento marcó un punto de ruptura definitivo con el Estado, con todas las formas de despotismo y con la idea misma de revolución.
El pensador más célebre de América Latina, Octavio Paz, setenta y cuatro años, es en México una especie de monumento nacional, un intelectual disidente, en resistencia contra un régimen autoritario; sólo su notoriedad le sitúa por encima de todo ataque. Es la guía de todos aquellos que, desde Río Grande a la Patagonia, apelan a la democracia y a la libertad. Estos términos, prostituidos entre nosotros, designan allí aspiraciones políticas y económicas muy concretas.
La revolución y el socialismo han fracasado en el Tercer Mundo como en otros lugares
Antes de conocerle, creía que iba a encontrar en Octavio Paz a una especie de intelectual revolucionario. En la imaginación de los europeos, me dice, todos los intelectuales latinoamericanos se alinean, por definición, a la izquierda, del lado de Castro contra los yanquis, y con los sandinistas de Nicaragua y los campesinos sin tierra contra los grandes propietarios. “Eso se debe, sin duda, a la influencia de Gabriel García Márquez”. Premio Nóbel y amigo de Fidel Castro, el novelista colombiano, observa Paz, alimenta esta fantasía de una alianza total de los intelectuales sudamericanos con la revolución.
Pero, desde hace mucho tiempo, todo ello ya no se corresponde con la realidad. Pero ¿no fue acaso el propio Paz revolucionario? “Sí, ¡hasta los años sesenta!” Pero hoy está contra todas las revoluciones; es hostil a las guerrillas y apela al liberalismo. “Mi cambio ideológico—dice—no es un acto aislado. Vea en ello, por el contrario, el signo de un cambio profundo en la intelligentsia del continente”.
Paz ha sido seguido en esta conversión por numerosos escritores latinoamericanos, en particular el peruano Mario Vargas Llosa. “El liberalismo es la solución a las dificultades económicas y políticas de México, de América Latina y del Tercer Mundo en general”. Pero ¿qué significa el liberalismo para unos pueblos dominados y miserables? “Es, como en todas partes—me dice Paz—, la asociación de la democracia política con la libertad económica. No existen dos sistemas, uno que sea bueno para los ricos y otro para los pobres. El socialismo ha fracasado en el Tercer Mundo como en otros lugares. El drama de América Latina es que la mayor parte de los intelectuales no se ha dado cuenta todavía”.
Las grandes debilidades del continente no deben ser imputadas ni a los dictadores (los “caudillos”), ni al imperialismo norteamericano, ni a los efectos lejanos de los orígenes coloniales. Guardémonos, precisa Paz, de reescribir la historia de la conquista y la colonización de manera anacrónica, proyectando sobre el pasado nuestros criterios de análisis contemporáneos. Hay que abstenerse de idealizar al México anterior a la conquista española: “En esta historia antigua, ¿quién era la víctima y quién el verdugo? Los aztecas eran también invasores procedentes del norte; con sus guerras y sus sacrificios, vertieron en abundancia la sangre de los pueblos sometidos. Cortés y sus jinetes no eran ángeles, pero el soberano azteca Moctezuma, al que derribaron, tampoco lo era. En resumen, ser mexicano—me dice Paz—es asumir todos los pasados de esta tierra, ¡sentirse heredero a la vez de las víctimas y de los verdugos!” La verdadera enfermedad de América Latina no es, por tanto, la herencia colonial, sino el retraso en la reflexión política, económica y social.
“Nuestros intelectuales son el gran fracaso de América Latina”. Contrariamente a los curas, que supieron mexicanizar el cristianismo, los intelectuales, me dice Paz, han sido incapaces de mexicanizar la democracia. Jamás han reflexionado sobre los verdaderos problemas de su pueblo, han sido “inferiores a su misión histórica”.
El izquierdismo, enfermedad infantil de los intelectuales latinoamericanos
Pero ¿por qué el propio Octavio Paz, antes de unirse al liberalismo, tuvo que ser favorable a la revolución? ¿Había, en su paso por la extrema izquierda, una especie de necesidad histórica?
“En los años treinta, cuando yo tenía veinte años—responde Octavio Paz—, nadie era demócrata, ni en Europa ni en México. Los maestros del pensamiento de mi juventud fueron Marx, Nietzsche, Ortega y Gasset. A imagen de los intelectuales rusos del siglo XIX, los de América Latina no soñaban con otra cosa que ir hacia el pueblo, unirse a los campesinos y los obreros”. Algunos, como el propio Octavio Paz, se comprometieron en la guerra de España. otros se hicieron miembros de las juventudes comunistas; y otros se unieron a los fascistas. “El aprendizaje de la tolerancia y la democracia fue tanto más difícil para mí—añade Paz—cuanto que los poetas que yo admiraba eran Ezra Pound, un simpatizante de Mussolini, y T. S. Eliot, que era católico y maurrasiano”. Cierto que Paz leía a Paul Valéry, pero éste no exhortaba al compromiso político, al contrario. Después de la Segunda Guerra Mundial, el magisterio y la influencia pasaron a Jean-Paul Sartre, lo cual, me confía Paz, no contribuyó a aclarar las ideas de los latinoamericanos.
Pero el izquierdismo de los intelectuales latinoamericanos no se explica sólo por influencias literarias. Según Paz, se debe más a los orígenes burgueses de esas minorías y a su educación por los jesuitas. Pues no son precisamente los campesinos y los obreros, precisa, los revolucionarios en este continente. Son los intelectuales, quienes han hallado en la revolución un sucedáneo al catolicismo. De la revolución esperan que les traiga la fraternidad, la finalidad histórica y la trascendencia. Como los sacerdotes, los intelectuales quieren convertirse en los portavoces de un pensamiento total, porque opinan que Cristo ha sido confiscado por obispos reaccionarios. Una parte de la Iglesia, observa Octavio Paz, ha intentado recuperar terreno: “Mientras que era aliada de Franco durante la guerra de España, hela aquí hoy con los sandinistas en Nicaragua y los marxistas en Brasil”. ¡Siempre del lado malo, en suma!
Una última causa, propia de la región, explica este izquierdismo: la vecindad con los Estados Unidos. “Los Estados Unidos fascinan y repelen a los latinoamericanos. En su discurso, rechazan a los yanquis, pero, en su vida cotidiana, los imitan”. Como, por añadidura, “los Estados Unidos son masoquistas”, los intelectuales latinoamericanos son permanentemente invitados por las universidades norteamericanas para denunciar en ellas el imperialismo yanqui. Es, constata Paz, una “profesión bien remunerada”.
“Pero si bien puedo explicar el izquierdismo de los intelectuales—añade Paz—, no por ello los disculpo”. A lo largo de la historia del siglo XX, y no solamente en América Latina, escritores, filósofos, poetas y pintores se han convertido en cómplices de las peores iniquidades históricas. Algunos se han equivocado con “inocencia”—como Julio Cortázar—, otros con cinismo, como Gabriel García Márquez. Pero “en ningún caso el genio debe excusar el error ni autorizar la alianza con los verdugos”.
La indignación de los europeos es selectiva
Desgraciadamente, lamenta Octavio Paz, como están mal informados, los europeos caen con frecuencia en los mismos errores que los intelectuales revolucionarios de América Latina. Siempre dispuestos, desde París o Londres, a denunciar las dictaduras militares, los supuestos defensores de los derechos del hombre no comprenden que el verdadero peligro viene en realidad de Castro. Los caudillos tradicionales, observa Paz, bien sean de civil o de uniforme, al menos aparentan respetar los principios de la democracia. Admiten el principio de la soberanía popular. Incluso Pinochet se creyó finalmente obligado a organizar elecciones. Los dictadores no tienen la ambición de controlar los pensamientos del pueblo. “Son autoritarios, pero no son totalitarios. Por otra parte, estos dictadores acaban por marcharse; ¡vea Brasil, Argentina y Chile!” Pero el castrismo es de naturaleza diferente, más diabólico. Castro pretende rehacer al hombre, cambiar la naturaleza humana. “El castrismo es totalitario; los caudillos no”.
A las buenas personas defensoras de los derechos del hombre que se inquietan por los pueblos de América Latina, Paz les pide que jerarquicen su indignación. ¡Que se manifiesten primero contra Castro! Y que se interesen también por la suerte de los mexicanos.
Desde hace sesenta años, éstos se hallan dominados por una gigantesca burocracia, una de las más represivas del continente: el Partido Revolucionario Institucional. El PRI, dice Paz, es una especie de “partido bolchevique hereditario”. Gana desde hace sesenta años todas las elecciones en una mascarada de democracia, en tanto que los cargos son, en realidad, transmitidos de padres a hijos. “Desde hace veinte años espero—añade Paz—que los intelectuales europeos firmen peticiones para la democracia en México”. Paz reconoce que el PRI mantiene la paz civil, pero el pueblo llano mexicano no deja de empobrecerse, y las desigualdades sociales de agravarse. “La pobreza del Tercer Mundo sólo tiene una causa: las iniciativas individuales son reprimidas por el Estado”.
La democracia educará al pueblo
¿Tiene sentido el sufragio universal para vastos pueblos sin tradición electoral, sin educación, sin clase media? “La democracia—responde Paz—es una invención permanente; es ella la que educará al pueblo”. Pero ¿la libre empresa no será, como en Brasil, o como a menudo en México, la justificación de algunos monopolios poderosos vinculados a políticos corrompidos? Respuesta de Paz: “El papel de un gobierno democrático será luchar contra la corrupción, contra los monopolios, y favorecer la aparición de una clase media independiente del poder político”.
Conviene mencionar que proposiciones de este tipo, en aquella región del mundo, hubieran sido inimaginables, o más bien inexpresables, no hace ni diez años. Pero Octavio Paz ya no está aislado. “¿Sabe usted—me dice—que Mario Vargas Llosa organizó el año pasado, en Lima, una manifestación de cien mil personas contra la nacionalización de los bancos? El gobierno socialista pretendió que era una reunión de burgueses, ¡pero no hay cien mil burgueses en todo Perú!” Vargas Llosa demostró en el terreno de los hechos que el pueblo llano era favorable a la libertad de empresa, y que los burócratas y los intelectuales eran los únicos estatistas.
Pero ¿puede hablarse de “liberal” en este continente donde el término ha sido tan prostituido, y a menudo reivindicado por los déspotas? ¿No invocaba el propio Pinochet el liberalismo?
“¡El destino de toda idea grande—me responde Paz—es el de ser traicionada!” Marx fue traicionado por los comunistas, Cristo lo es a menudo por la Iglesia, y los liberales son a menudo traicionados por la burguesía”. Pero “la cruz y la grandeza” del intelectual liberal es, según Paz, asumir estas contradicciones y “edificar la sociedad liberal en tanto que la critica”.
“Todo mi esfuerzo hoy—me dice Octavio Paz—consiste en convencer a los pueblos latinoamericanos de que no hay ‘una solución latinoamericana’ a sus dificultades particulares, sino que las soluciones a la pobreza son universales; son las mismas en todas las civilizaciones”.
He aquí nuevamente una reflexión que no hubiera sido escuchada, hace diez años, en el Tercer Mundo: la ideología dominante entonces exigía políticas “nacionales” basadas en el papel exclusivo del Estado.
“Ya ve usted claramente—me dice Paz—que México está hoy en Occidente. Pero, en contrapartida, sepa que Occidente no está sólo en Europa”.
El mestizaje, ¿futuro de Occidente?
México fue indio, cuenta Paz; luego los indios desaparecieron de él casi totalmente bajo el efecto de enfermedades importadas de Europa. Llegó entonces la hora de los mestizos. Rechazados al mismo tiempo por la sociedad india tradicional y por las élites españolas, los mestizos no tuvieron más recurso que hacerse soldados. Hasta el día en que el ejército se apoderó del poder. Los mestizos llegaron entonces a dominar la política. Pero, a finales del siglo XX, la situación da nuevamente la vuelta. Por el juego de la demografía—la población de México se ha doblado en treinta años; Ciudad de México es la mayor ciudad del mundo—, el pueblo mexicano está en curso de reindianización. Los descendientes de los españoles, los criollos como Octavio Paz, están a punto de desaparecer, y la piel de los mestizos se oscurece. “Mi raza—dice el poeta—está en vías de extinción”.
Última paradoja de la historia: este pueblo mexicano que “recobra su sangre de los orígenes” ha sido totalmente conquistado por la cultura occidental. México está en Occidente, me dice Paz: ya no hay civilización india. “Los blancos han sido absorbidos por los indios, pero éstos, a su vez, han sido absorbidos por la cultura de los blancos”. ¿Quién ha ganado? ¿Qué clase de victoria ha sido? ¿Y hay que inquietarse por ello?
“Toda cultura nace de la mezcla, del encuentro, de los choques. E, inversamente, las civilizaciones mueren a causa del aislamiento, de la obsesión por su pureza. El drama de los aztecas, como el de los incas, nació de su aislamiento total. No preparados para enfrentarse con otras normas que las suyas, las civilizaciones precolombinas se volatilizaron en su primer encuentro con el extranjero”.
Me pregunto si México no prefigura el destino de todo Occidente. Octavio Paz se lo pregunta también.
Guy Sorman
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