Cartas

En el #246 de la Carta Semanal de doctorpolítico, en relación con la reforma constitucional que procura permitir a Hugo Chávez convertirse en gobernante vitalicio, y luego de mostrar que la posibilidad de reelegir indefinidamente a una misma persona es, en realidad, un derecho del soberano que no atenta contra los derechos humanos ni contradice tratados válidamente pactados por la República, se hizo la siguiente advertencia: “Por más que, en principio, sea una potestad soberana la de reelegir a un mandatario indefinidamente, es altamente prudente, sobre todo en el caso venezolano actual, proteger al propio soberano de los abusos de un presidente ventajista y sucio”.

Esta postura proviene de la consideración de Chávez como político nada convencional, que desprecia las “blandenguerías” del trámite democrático y no tiene escrúpulos a la hora de emplear abusivamente todas las oportunidades que le abre el desmedido poder que detenta, empleado de manera “realista” hasta las últimas consecuencias. Chávez no se rige por la urbanidad política que los gobernantes de talante democrático observan en la práctica común. Es ésa la razón por la que la alternabilidad, que en teoría ofrece la Constitución para una elección en la que pueda oponérsele uno o varios candidatos, está dificultada dentro de una campaña electoral que sería marcadamente asimétrica, en la que no debe esperarse en absoluto la igualdad de condiciones.

Luego, en el #247 de la semana pasada, y tomando en consideración que la Constitución requiere una mayoría simple para la aprobación en referéndum de una reforma constitucional, y que los estudios de opinión continúan registrando una mayoría de aprobación de Hugo Chávez, se expuso: “¿Cómo, entonces, pudiera derrotarse la pretensión de Chávez? Una vez más, el texto de Hawrylyshyn pudiera ofrecer la clave. En cada uno de los ejemplos que citara, hay una figura personal como catalizador necesario, un líder. Si estamos en medio de una solución sobresaturada, y no se ha producido todavía la precipitación de la mezcla, es porque ninguno de los muy repetidos líderes de la oposición tiene la virtud catalítica. Se necesitaría una voz distinta”.

Una voz distinta ha sido, justamente, la de Fausto Masó, quien en su artículo del sábado 28 de julio en El Nacional, dice cosas como éstas:

“Chávez manipula la reforma, las fechas del referéndum, busca la ocasión propicia, sueña que los abogados secuestren el debate para convertirlo en un torneo de constitucionalistas. En cambio, si todo se simplificara en un no, llevaría las de perder, porque si Chávez fuera derrotado en el referéndum todo cambiaría. Hay que decir no antes de que presenten la reforma, después que la presenten y hasta el 2012.

Diga, pues, no, y olvídese del tema de la propiedad, la división territorial. No invoque a Hans Kelsen o pregunte por la ilegalidad de la reforma. Diga no un día de fiestas y en un velorio, no en el Country, no en la Pastora. Así se unificará a la oposición, la que correrá esta vez con ventaja: el tiempo la favorece y si, incluso, la reforma fuera pospuesta ya habría derrotado a Chávez, porque cada vez le costará más hacerla aprobar.

No se trata de que los partidos se unan en una superestructura o que uno acapare el tema, sino de que al barrio llegue un sencillo no, de un coro de intelectuales, músicos, porteros y vagos, y también, claro, políticos. No, y nada más que no.

Hay que repetir a coro este no. Cada quien con la fuerza de su voz o de su organización, sin firmar un documento que lleve días redactarlo, ni establecer un suprapartido o acordar una propuesta de país, cosas vitales que quedarían relegadas para cuando sea oportuno. Ahora todo se reduce a un simple no, a unirse en el no. A la unidad en la acción, por la base.

Este ‘no’ funcionará como esa gotita que rebosa un vaso, la pajita que le quiebra la espalda al camello, con tal de que conserve su santa simplicidad, no lo enreden disquisiciones metafísicas, maniobras, y sea un punto de encuentro, una coincidencia, no una lucha velada por el poder, una competencia mezquina.

Diga no, pues, y evite a continuación que le cambien la conversación y que nadie capitalice el no. Diga no, como de niño usted protestaba contra una inyección, rechazaba ir al colegio, no quería comer la hallaca de su mamá. No, y no, y después váyase al cine, haga el amor y sea feliz, inmensamente feliz”.

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La virtud del récipe de Masó es inocultable. Es la virtud de la simplicidad, de la sencillez. Remite la cosa, sencillamente, al enjambre ciudadano. No requiere ni organización ni, en apariencia, liderazgo. De hacerse posible, de extenderse por la conciencia ciudadana la noción de que no conviene a la Nación aprobar la reforma constitucional, de adquirirse la terquedad simple que predica el articulista, Chávez se estrellaría en su pretensión.

Pero Masó mismo ha actuado como líder: ha señalado el camino, ha fijado el objetivo y la forma de alcanzarlo. Ésa su voz, entonces, debe ser amplificada y sus instrucciones repetidas.

Porque la cosa no es tan simple. El 15 de diciembre de 1999 también se requirió de nosotros un simple sí o un simple no. Sin embargo, esa afirmación o esa negación aceptaban o negaban trescientos cincuenta artículos, muchos de ellos de gravedad y gran complejidad—con bastantes más de un parágrafo o numeral—junto con una disposición derogatoria, dieciocho disposiciones transitorias y una disposición final única. En verdad, mediante una afirmación o una negación simples decíamos, digamos para no complicar mucho las cosas, trescientos setenta síes o noes.

Cuando se discutió el proyecto en el seno de la Asamblea Constituyente, por supuesto, hubo oportunidad de considerar la compleja pieza artículo por artículo, ordinal por ordinal. Esos grados de libertad no están a la disposición de los ciudadanos, por más que se cacaree una democracia participativa. Los Electores somos puestos ante una simple disyuntiva: tómelo o déjelo. En su conjunto.

Ahora, en oportunidad del referéndum que se avecina, una vez que la obsecuente Asamblea Nacional haga la pantomima de analizar la propuesta presidencial y la apruebe con muy menores alteraciones, estaremos también ante el artificioso negocio de aprobar o rechazar con un solo adverbio de afirmación o negación más de una proposición de modificar el texto constitucional de 1999. Lo que se presentará a nuestra consideración no será una proposición simple, sino un paquete o manojo de cambios e innovaciones.

Es ésta la circunstancia que intentará aprovechar el oficialismo. Puede hacer, y la hará, mucha propaganda acerca de otros ingredientes de la torta reformista que deberemos tragar entera o negarnos a comer, como propone Masó. Tal vez sintiendo la tibia temperatura que acompaña su pretensión continuista, el propio Chávez ya ha comenzado a decir que el desarrollo del “poder comunal”—los soviets—es más importante que el asunto de la reelección “continua”. Sí, claro, pero la nuez del bombón, despojado de sus múltiples envoltorios y capas de chocolate y mantequilla de maní es la perpetuación de Chávez. El riesgo, entonces, es que una mayoría quede encandilada por la impresión de que el pueblo continuará aumentando su poder y se trague, sin pensarlo mucho, a Francisco Franco o Juan Vicente Gómez, que murieron con el poder en sus manos. La inversión ya concedida a los pequeños proyectos decididos por los consejos comunales abona esta interpretación. El dinero es empleado por este gobierno, como por ningún otro, para comprar apoyos, y hasta ahora este expediente le ha funcionado. Para un buen número de conciencias el tema será que mientras Chávez gobierne la prosperidad continuará, como ha ocurrido hasta ahora. ¿Por qué habría que preocuparse por veinte o treinta años más de progreso económico personal?

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El 19 de julio próximo pasado Carlos Escarrá, miembro de la secretísima comisión asesora de la reforma, explicaba lo que viene. Chávez propondrá, dice Escarrá “el malo”, una “constitución socialista”. ¿Qué significa eso? Pues que el nuevo marco constitucional establecería “una visión colectiva de los derechos fundamentales, sin menoscabar los derechos individuales; un cambio en las reglas económicas, un cambio en la visión de los derechos económicos y un cambio en las estructuras del Estado”. También dijo Escarrá que las bases socialistas—esto es, del socialismo “bolivariano”—se obtendrán con “la fundación del Poder Popular a partir de los Consejos Comunales” y con “el paso de la propiedad pública a la propiedad social”. Por último, el cuento de que una “nueva geometría del poder” armonizaría “el desarrollo social con densidad poblacional”, creando “ciudades y territorios federales”. Así habla quien hace poco admitiese que era, ya no socialista, sino comunista de corazón.

Toda esa enumeración corresponde al empaque y rodeo del verdadero veneno, y ya vendrán expresados en un buen número de artículos, parágrafos, incisos y numerales. Para lo que verdaderamente interesa a Chávez bastará una línea que modifique la redacción del actual Artículo 230 de la Constitución, que estipula: “El período presidencial es de seis años. El Presidente o Presidenta de la República puede ser reelegido, de inmediato y por una sola vez, para un período adicional”. Querrá Chávez que diga: “El período presidencial es de seis años. El Presidente o Presidenta de la República puede ser reelegido, de manera continua, para períodos adicionales”.

Y no es que las restantes reformas no sean deseables para el gobierno. Con lo de la geometría no euclidiana del Poder Público, atenta contra la muy moderada competencia y realenguismo de los gobernadores y alcaldes, y se trata, por tanto, de una manera de disminuir esos poderes. Con lo de la propiedad social y la “visión colectiva” de los derechos fundamentales, asimismo, disminuye o mantiene a raya a poderes económicos. Estas provisiones, en consecuencia, no tienen otro objeto que continuar la comilona de poder, del que una pequeña porción se dará a los soviets para disimular.

Pero lo que verdaderamente busca Chávez es la modificación del Artículo 230. Como se ha arrogado, desde hace mucho tiempo, el privilegio de la inconsistencia, se ha opuesto en días pasados a la reelección indefinida de alcaldes y gobernadores con el cómico argumento de que los mandatarios locales sólo buscarían ¡perpetuarse en el poder!

Él no; él no busca la posibilidad de ser mandatario de por vida como Napoleón, cuando fuera proclamado Cónsul Único vitalicio en 1802. (Bonaparte había hecho una constitución nueva—la Constitución del Año VII, la cuarta en nueve años —en 1799, por la que era nombrado, como Primer Cónsul, jefe del Poder Ejecutivo por una década. Sometida a plebiscito en diciembre de 1799, doscientos años justos antes de la que nos rige, y a pesar de que reducía considerablemente la democracia alcanzada hasta entonces por los franceses, fue aprobada por 3.001.007 votos contra 1.526. Tres años más tarde, obtenía el cambur de por vida, esta vez en mayo de 1802, por 3.568.885 votos a favor y 8.374 en contra). Chávez es inmune a la sospecha de ganas de perpetuarse en el poder; abnegadamente, el requiere puerta franca porque ejerce funciones de “coordinación nacional”, cosa que le queda grande a los pobres gobernadores y alcaldes. O como lo pone Carlos Escarrá: “En esta etapa de gestación de la revolución bolivariana pacífica, el liderazgo de Chávez es necesario”.

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El planteamiento de Fausto Masó es esencialmente correcto; es el correcto. Lo que puede contra un tigre mariposo, cazado en Guayana, es una jauría de pequeños perros Beagle que lo cercan en círculo de ladridos que lo aturden. El Bismarck, el insolente acorazado alemán que despachó solo, en su primera sortie, a un acorazado inglés y su compañero, el crucero de combate que era buque insignia de la marina de guerra británica, fue cazado poco después por una verdadera jauría de buques menores y aeroplanos, cada uno de los cuales habría sido incapaz de batir al gigante por sí solo. El veneno de un enjambre lo suficientemente grande de abejas africanizadas pudiera matar a un elefante, aunque éste  llegue a pesar 10.000 kilos y una abeja 100 miligramos, para una proporción de peso de 100.000.000 a 1.

El problema es que el gobierno no se quedará quieto. Ya debe haber calculado y apartado Chávez, según presupuesto de Andrés Izarra, los millardos que gastará en propaganda a favor de la reforma. Para lograr el “no” simple predicado por Masó habrá que hacer contrapropaganda.

La ventaja de la oposición acá es que puede seguir las recomendaciones de sencillez. Es sabia la proposición de Masó de no complicarse la vida invitando a Escarrá “el bueno” para que dicte conferencias magistrales llenas de esdrújulas. La oposición a la reforma no debe permitir que se la enrede en bizantinas discusiones por las ramas.

Una cosa sí es grandemente peligrosa. La estupidez política de quienes propugnan el método abstencionista. No cejan en su terca tontería. Si hay que estar claros sobre las líneas de Masó, tanto o más claros debe estarse respecto de la recomendación suicida de no ir a votar. A quienes defienden la abstención hay que callarles la boca, así sean estudiantes. («A través de un manifiesto, el movimiento estudiantil llamó a desconocer el referéndum…», El Nacional, 31 de julio de 2007). El discurso contestatario de Baduel les ha animado, y vuelven a creer en la fórmula expedita de un golpe de Estado. Es labor de patria no prestarles atención.

LEA

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